Podemos mejorar la vida de las personas que nos rodean con nuestros actos de bondad y consideración, y también manifestando fe en ellas. A continuación, algunas fórmulas prácticas para empezar a cambiar nuestro rincón del mundo: • Cultiva la excelencia. Procura pensar como mínimo en un rasgo de tu hijo que te parezca digno de elogio y preocúpate de hacérselo saber. No seas tímido: ya verás que no se cansará de oírlo. Reforzarás su confianza en ese aspecto y, a medida que aumente su autoestima, tu hijo mejorará también en otros aspectos. • Asigna funciones importantes a tus niños. Procura darles facultades y atribuciones en los aspectos que son su fuerte. Demuéstrales que confías en ellos, que los necesitas y los valoras. • Aprecia a tus niños por lo que son. Valorar el desempeño de tu hijo es importante, y a los niños le gusta que le den las gracias y que se le reconozca lo que ha hecho; pero ser estimado por una cualidad particular es mucho más grato que ser aplaudido por las consecuencias de esa cualidad. • Aminora la marcha. Toma tiempo ver a tus niños con nuevos ojos. Ve más despacio en tu trato con los niños y dale a Dios la oportunidad de revelarte cómo las ve Él. • Olvida el pasado. A nadie le gusta que lo etiqueten o lo encasillen. Procura ver cómo son tus niños actualmente o cómo pueden llegar a ser el día de mañana. Adaptado de un articulo publicado en la revista Conéctate.
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Joyce Suttin En la primavera de mi penúltimo año de secundaria, algunas chicas propusieron que nos preparáramos para el partido de baloncesto entre las representantes de nuestro curso y las del curso superior. Me pareció que podía ser entretenido, así que me apunté. No me fue muy bien en los entrenamientos, pues me distraía con mis amigas en vez de concentrarme en el juego; pero a pesar de poner nerviosas a algunas de las jugadoras más competitivas, me propuse seguir y participar en el que sería mi primer y único partido de baloncesto. A lo largo del partido, nuestras rivales nos llevaron ventaja en todo momento. Mis compañeras se esforzaban por darles alcance. Yo había pasado la pelota un par de veces como una papa caliente, feliz de quitármela de encima lo antes posible. Hasta que… Perdíamos por dos puntos y faltaban apenas unos segundos para el término del partido cuando una de mis amigas logró interceptar el balón. Lo tiró lo más lejos que pudo, y con espanto vi que venía directo hacia mí. Lo atrapé con facilidad, pero no sabía qué hacer con él. Ninguna de mis compañeras estaba cerca de la canasta. Me imagino que di la impresión de estar paralizada, sin saber qué hacer. En eso vi la cara de Stan, un compañero de clase de constitución atlética que estaba sentado en la primera fila entre el público. Me gritó: —¡Lánzalo! ¡Dale, que puedes! Recuerdo que miré hacia la canasta desde donde estaba parada en la mitad de la cancha, apunté y lancé la pelota con todas mis fuerzas. Lo que sucedió en ese momento no lo tengo del todo claro. No sé cómo, el balón de milagro entró limpiamente en la canasta en el último segundo, y ganamos el partido. Mientras todos se amontonaban a mi alrededor en aquel momento de gloria, yo busqué a Stan con la mirada entre el gentío. Finalmente se acercó para felicitarme, y le dije: —Gracias por animarme cuando más lo necesitaba. Creíste que yo era capaz de encestar, y lo hice. Todos necesitamos a alguien que nos estimule cuando los rostros de la multitud se difuminan, cuando las voces se vuelven ininteligibles y nos tiemblan las piernas, alguien como Stan que nos anime cuando vacilamos y nos sentimos inseguros, que nos inspire confianza en nosotros mismos y nos impulse a intentar lo imposible, que nos diga: «¡Tú puedes!» ***** Tus niños tienen que ver que ustedes quieren que triunfen y que creen que pueden triunfar. En sus momentos de desespero o de desazón, tienen que demostrarles que pueden rehacerse y comenzar de nuevo. Necesitan saber que por dura que haya sido la caída, o por muchas veces que hayan fallado, pueden volver a incorporarse. Necesitan saber que son ganadores, que son campeones y que ustedes creen en ellos. En la Historia hay muchos ejemplos de personas que hicieron maravillas, que se destacaron, que realizaron descubrimientos, inventaron algo ingenioso, compusieron algo original, cantaron algo hermoso, inspiraron a otros o contribuyeron a mejorar el mundo con sus esfuerzos, gracias en gran parte a la fe que otra persona les tuvo. La fuerza de la fe y confianza que manifestaron los demás fue lo que ayudó a muchos de esos grandes hombres y mujeres a sobreponerse a las imposibilidades, la oposición, el peligro o las dificultades. A lo mejor el mundo nunca habría oído hablar de ellos si alguien no los hubiera inspirado a lograr algo. Gracias a ello se exigieron a sí mismos para desarrollar a fondo su potencialidad. Hubo gente que en un principio pensó que esos grandes hombres y mujeres no tenían potencial. Hubo grandes maestros, científicos e inventores que fueron considerados poco inteligentes de niños. Hubo grandes atletas a los que se les dijo que estaban demasiado enfermos, incapacitados o débiles como para pasar a la primera ronda de una competencia. Ha habido grandes escritores y oradores que cuando comenzaron apenas podían articular palabra. Ha habido bailarines, cantantes y actores ahora reconocidos mundialmente que fueron rechazados en su primera audición por «falta de talento». También hay muchos que fracasaron y se equivocaron incontables veces, que demostraron tener posibilidades, pero que sufrieron una desilusión tras otra, hasta que finalmente alcanzaron el éxito, en parte gracias a que quienes creyeron en ellos les transmitieron el ímpetu para perseverar. Gentileza de la revista Conéctate y sitio web www.anchor.tfionline.com. Basado en los escritos de David Brandt Berg La clave para criar niños felices, bien adaptados y de buen comportamiento es en realidad bastante simple: el amor. Lo que no siempre es tan simple ni fácil es saber cómo aplicar ese amor. A continuación reproducimos diez consejos que sin duda te serán de utilidad. 1. Lleva a tus hijos a aceptar a Jesús. Hay veces en que el amor natural que Dios te ha dado por tus hijos no basta para satisfacer sus necesidades. Les hace falta su propia conexión con la fuente del amor —Dios mismo—, y esa conexión la consiguen aceptando a Jesús. Establecer un vínculo con Jesús es tan sencillo que hasta los niños de dos años son capaces de hacerlo. Basta con que les expliques que si le piden que entre en su corazón, Él se convertirá en su mejor Amigo, los perdonará cuando se porten mal y los ayudará a portarse bien. Luego enséñales a hacer una oración como esta: «Jesús, perdóname por portarme mal a veces. Entra en mi corazón y sé mi mejor Amigo para siempre. Amén». 2. Transmíteles la Palabra de Dios. ¿Qué podría ser más beneficioso para tus hijos que enseñarles a hallar fe, inspiración, orientación y respuestas a sus interrogantes y problemas en la Palabra? «La fe viene por el oír la Palabra de Dios» (Romanos 10:17). La lectura diaria de la Palabra es clave para progresar espiritualmente. Eso es válido a cualquier edad. Si tus hijos son bastante pequeños, puedes empezar por leerles una Biblia para niños o libros de Historia Sagrada, o viendo con ellos videos basados en la Biblia y explicándoles lo que sea necesario. Sé constante y hazlo divertido. En poco tiempo tus hijos estarán «sobreedificados en [Jesús] y confirmados en la fe» (Colosenses 2:7). Así habrá menos probabilidades de que se descarríen a causa de influencias malsanas o de que busquen respuestas en otros sitios, pues su vida estará fundamentada en el cimiento sólido de la Palabra de Dios. 3. Enséñales a actuar motivados por el amor. Dios quiere que todos obremos bien, no por temor al castigo, sino porque lo amamos y amamos al prójimo. Si tus hijos han aceptado a Jesús y les has enseñado a amarlo y respetarlo, y a amar y respetar a los demás, y vas reforzando esos principios, con el tiempo aprenderán a tener esa motivación. Desde muy temprana edad puedes enseñarles a practicar el amor siendo desinteresados y considerados con los sentimientos y necesidades ajenos. Jesús lo resumió en Mateo 7:12, en lo que se conoce como la Regla de Oro. La siguiente paráfrasis es un estupendo punto de partida para enseñar a los pequeñitos a tener el amor por motivación: «Trata a los demás como te gustaría que te trataran». 4. Promueve una comunicación franca y sincera. Si tus hijos saben que vas a reaccionar con calma y con amor pase lo que pase, es mucho más fácil que te confíen sus intimidades. Si cultivas una relación de confianza y entendimiento mutuo cuando todavía son pequeños, es mucho más probable que mantengan abierta esa línea de comunicación cuando lleguen a la preadolescencia y la adolescencia, período en que sus emociones y problemas se vuelven mucho más complejos. 5. Ponte en su lugar. Procura relacionarte con tus hijos a su nivel y no esperar demasiado de ellos. Recuerda también que la gente menuda suele ser más sensible que las personas mayores, así que es importante tener mucha consideración con sus sentimientos. Todos sabemos lo descorazonador que es que nos pongan en situaciones embarazosas, que nos ofendan o nos denigren. Si tomamos conciencia de que esas experiencias desagradables pueden ser aún más traumáticas para los niños, haremos todo lo posible por evitarles ese tipo de incidentes. 6. Da buen ejemplo. Sé el mejor modelo de conducta que puedas, pero sin pretender haber alcanzado la perfección. Manifiéstales amor, aceptación, paciencia y perdón, y esfuérzate por practicar las demás virtudes y por vivir conforme a los valores que quieres enseñarles. 7. Establece reglas razonables de conducta. Los niños son más felices cuando saben cuáles son los límites, y esos límites se hacen respetar sistemáticamente, con amor. Un niño malcriado, caprichoso e irresponsable se convierte en un adulto igualmente malcriado, caprichoso e irresponsable. Es, pues, importante que aprenda a responsabilizarse de sus actos. La meta de la disciplina es la autodisciplina, sin la cual un niño se ve en franca desventaja en el colegio, y posteriormente en el trabajo y en la sociedad. Uno de los mejores métodos para establecer reglas es conseguir que los niños mismos ayuden a fijarlas, o al menos que las acepten de buen grado. Requiere más tiempo y paciencia enseñarles a tomar buenas decisiones que castigarlos por decidir mal, pero a la larga es más eficaz. 8. Prodígales elogios y aliento. A los niños les pasa lo que a todos: los elogios y el aprecio los motivan a hacer enormes progresos. Cultiva su autoestima elogiándolos sincera y constantemente por sus buenas cualidades y sus logros. Recuerda también que es más importante y da mucho mejor resultado elogiarlos por su buen comportamiento que regañarlos cuando se portan mal. Si te propones hacer siempre hincapié en lo positivo, tus hijos se sentirán más amados y seguros. 9. Ámalos incondicionalmente. Dios nunca se da por vencido con nosotros ni deja de amarnos por mucho que nos descarriemos. Así también quiere Él que seamos con nuestros hijos. 10. Reza por ellos. Por mucho que te esfuerces y por muy bien que hagas todo lo demás, te verás en situaciones que escapan a tu control o que requieren más de lo que tú puedes aportar. Sin embargo, nada escapa al control de Dios ni supera Su capacidad. Echa mano de Sus ilimitados recursos por medio de la oración. Él conoce todas las soluciones y puede satisfacer toda necesidad. «Pedid, y se os dará» (Mateo 7:7). «Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto» (Santiago 1:17). ¡Que lo disfrutes! Gentileza de la revista Conéctate. Usado con permiso. Mi hijo mayor se ha rebelado contra casi todas las reglas de la casa. Ya lleva meses así, y cada vez se me hace más difícil entablar comunicación con él y llegar a la raíz de su mal comportamiento. ¡Estoy que no aguanto más! ¿Qué puedo hacer para corregir su conducta? Cuando un niño se porta mal en forma reiterada y grave, normalmente hay una causa subyacente. Quizá se sienta inseguro, y se porta mal para llamar la atención, para que le demuestren cariño y le dediquen tiempo. Quizás está molesto por algo que sucedió en el colegio. A lo mejor está poniendo a prueba los límites que le has fijado y quiere ver si vas a cumplir tu palabra. Quizá piensa que ya tiene edad para tomar decisiones independientemente, y no entiende la finalidad de algunas de tus reglas. Tal vez sea hora de cambiar unas cuantas a fin de darle más espacio para crecer. En cualquier caso, es importante averiguar por qué se porta mal y determinar qué puede hacerse para ayudarlo a entrar otra vez en vereda. La mayoría de los problemas no desaparecen por sí solos, y el niño generalmente no está capacitado para hacerles frente por su cuenta. Muchas veces ni sabe lo que le pasa. Precisa el amor y la orientación de su padre o su madre. La mejor forma de averiguar qué necesita un niño con trastornos conductuales y cómo ayudarlo —en realidad, la única forma— es pedir al Señor que te lo indique. Además de contar con el amor del Señor, el medio más importante para realizar eficazmente nuestra labor de padres es aprender a pedirle a Él las soluciones a nuestros problemas. Jesús siempre tiene la respuesta que necesitamos. A la hora de cumplir con nuestras obligaciones parentales, contar con el consejo divino nos alivia gran parte de la carga. Sabemos que siempre podemos acudir a Él en oración, que nos hablará al corazón y nos dará la orientación y las soluciones que necesitamos. Si tu hijo está pasando por una etapa difícil que pone a prueba tu paciencia, pídele ayuda a Jesús. Comparte con Él tu carga; Él tiene muchísima paciencia. En vista de que es muy paciente con nuestras faltas y errores, podemos estar seguros de que nos ayudará a tener paciencia con los defectos e imperfecciones de nuestros hijos. Cuando sientas que ya no das más, pide a Jesús que te dé Su amor y paciencia. Su Espíritu te dará serenidad, te indicará la solución, te ayudará a capear las dificultades que puedan surgir, y te asistirá para que puedas brindar a tus hijos ese mismo amor y apoyo que Él te brinda. Tomada del libro "La formación de los niños," de Derek y Michelle Brooks, editado por Aurora Production. Foto gentileza de David Castillo Dominici/Freedigitalphotos.net Últimamente mis hijos se han vuelto bastante irrespetuosos. Parece que cuando trato de corregir la situación sólo consigo empeorarla. ¿Qué me aconsejan?
El primer paso para corregir esa mala conducta es afrontar la cruda realidad de que la culpa de que se encuentren en ese estado es en parte tuya. Como suele suceder con la mayoría de los problemas, tienes que empezar por examinar tus propias acciones y actitudes y proponerte cambiar en los aspectos que sean precisos. Si bien por naturaleza los niños cuestionan más las cosas cuando se ponen un poco mayores y necesitan más explicaciones, la falta de respeto y la desobediencia descarada normalmente se deben a un exceso de indulgencia, pues ésta les enseña a manipular a sus padres en lugar de respetarlos. La solución es ser más firme. Sin embargo, por lo general del dicho al hecho hay mucho trecho, porque esa conducta inaceptable se ha convertido en un mal hábito y porque en el momento probablemente consideraste válidos tus motivos para actuar de determinada manera —tu amor por los niños y tu deseo de verlos felices—. En efecto, esos motivos eran válidos; pero si los resultados fueron negativos es que tal expresión de amor no fue la adecuada para la situación. La fi rmeza también es una expresión de amor, y en algunos casos, la mejor. Normalmente los niños piensan en lo que los hará felices a corto plazo. De modo que los padres tienen que asumir la obligación de juzgar lo que a la larga será mejor para los pequeños, lo cual en muchos casos entraña decir que no. Después de eso, es importante que tengas las cosas claras en tu fuero interno. Tienes que saber exactamente qué conductas son aceptables y cuáles no. Para persuadir a tus hijos de que es preciso cambiar ciertas cosas, hace falta que tú tengas un convencimiento profundo. A la hora de establecer las reglas que a tu juicio hacen falta, obtendrás mejores resultados si las debates con tus hijos, razonas con ellos y tratas de obtener su colaboración que si simplemente impones la ley y exiges su respeto. El hecho de conversar el asunto con ellos —escuchando sus puntos de vista, mostrándote flexible y haciendo algunas modifi caciones si es necesario— evidenciará el respeto que les tienes. Lo más probable es que te correspondan a ese respeto, y ese es el primer paso en la buena dirección. La forma en que les expliques las cosas dependerá de su edad y su madurez. Comienza reconociendo que la culpa es en parte tuya y explica por qué es necesario el cambio. «Como no le puse coto al asunto de entrada, se han habituado a contestar mal y faltarme al respeto. Eso tiene que cambiar. No es un comportamiento aceptable en un hogar como el nuestro, en el que queremos que reine el amor». Deja bien claro cuáles son las reglas y también cuáles serán las consecuencias si no las observan. «Si contestan mal o me faltan al respeto, se quedarán sin esto o sin lo otro». No dudes en cumplir todas las veces lo que les has advertido; de otro modo, tus reglas serán inútiles. Promételes no sólo castigos, sino también premios por portarse bien. «En cuanto se enmienden recuperarán sus privilegios, y tal vez incluso les daré algo más». Termina la conversación en una nota positiva. Recuerda que no sólo aspiras a modificar una conducta; te propones corregir la actitud que dio lugar a esa mala conducta y cultivar buenos hábitos en sustitución de los malos. Eso toma tiempo. El secreto es la oración, la constancia y la firmeza templada con amor. Comprométanse a cambiar juntos y esfuércense hasta lograrlo. Gentileza de la revista Conéctate. Usado con permiso. Misty Kay
Daniel y yo vivimos con nuestros cuatro hijos en el décimo tercer piso de un edificio en la ciudad de Taichung, en Taiwán. Huelga decir que el ascensor forma parte de nuestra vida cotidiana. Había sido un típico día ajetreado. Había dedicado la mayor parte de mi tiempo y energías a entretener a los niños, darles de comer y evitar riñas entre ellos. Habíamos salido todos juntos —ni siquiera recuerdo para qué— y ya regresábamos a casa. Entramos al ascensor vacío, y uno de los niños apretó el botón. Se encendió el número 13 en el panel, y las puertas se cerraron. —Niños, mamá y yo tenemos un importante anuncio — declaró mi marido en un tono que captó enseguida la atención de todos. Yo no tenía ni idea de lo que iba a decir. Daniel es una persona espontánea. Siempre saca sorpresas de la manga, y nunca se sabe qué esperar de él. Por impulso, decidí enseguida acoplarme a su iniciativa y puse mi brazo en el suyo para agregar autoridad a lo que fuera a decir. —Mamá y yo queremos que sepan que al cabo de catorce años de matrimonio todavía estamos total y absolutamente enamorados. Entonces se volvió hacia mí y me besó como novio en ceremonia nupcial. Aquel gesto me tomó completamente desprevenida. Los niños se rieron un poco y luego preguntaron: —Y ¿por qué ese anuncio es tan importante? Daniel respondió que con tantos conflictos matrimoniales y tantos divorcios como hay hoy en día en el mundo, los niños necesitan saber que sus padres se aman. En ese momento miró a nuestro hijo a los ojos y le dijo: —El día de mañana, cuando te cases, debes tratar bien a tu mujer. El timbre anunció el arribo al piso trece, y se abrieron las puertas del ascensor. Cuando entramos al departamento, los niños seguían chachareando y riéndose. Daniel y yo nos retiramos a nuestra habitación para disfrutar de unos momentos íntimos. En los 36 segundos transcurridos entre la planta baja y el piso 13, Daniel nos unió como familia, nos hizo sonreír, le pasó a nuestro hijo una enseñanza para toda la vida e hizo que yo me sintiera de maravilla de pies a cabeza. Gentileza de la revista Conectate. Usado con permiso. La buena comunicación con cualquier persona - con tu cónyuge, tu jefe, tus compañeros de trabajo, tus hijos, tus padres o tus amigos - depende de unos pocos principios fundamentales que rigen las relaciones humanas. Si aprendes a aplicarlos, tienes grandes posibilidades de que tus relaciones sean felices y productivas. Sinceridad. La buena comunicación se basa en el respeto mutuo, y éste va de la mano con la sinceridad. Tacto. Aunque es imperativo ser sincero, también es importante expresarse de forma cuidadosa y considerada, sobre todo cuando se trata de temas delicados. Prudencia. La prudencia te enseña a tener tacto. Amor. Cuando un niño se siente amada o percibe que sus padres se preocupan por él, ve todo lo demás en su debida perspectiva. Puede que no hagamos ni digamos todo a la perfección; pero si los niños ven que estamos motivados por el amor, los problemas o malentendidos de poca monta no pasan a mayores. Optimismo. El afrontar las cosas con una actitud positiva normalmente suscita una reacción igualmente positiva. Los elogios y las palabras de aliento siempre son bienvenidos. Sentido de la oportunidad. Lo que se dice es tan importante como el momento que se escoge para decirlo. «El corazón del sabio discierne el tiempo y el juicio» (Eclesiastés 8:5). Sensibilidad. En vez de estar muy preocupado de las propias necesidades y sentimientos, y en consecuencia ser propenso a ofenderse con facilidad, es preferible ser sensible a lo que complace o desagrada a los demás, sus necesidades y estados de ánimo. Amplitud de miras. Las opiniones de las personas y su manera de abordar los problemas son tan diversas como las personas mismas. El hacer a un lado nuestros pensamientos y guardar silencio hasta que la otra persona haya expresado lo que piensa es una manifestación de respeto, y propicia los intercambios positivos y fructíferos. Un niño se siente mucho más cómoda con nosotros y acude a pedirnos consejo si sabe que la escucharemos, aunque no siempre coincidamos con él. Empatía. Ponte en el lugar de tus hijos y procura entender los sentimientos que motivan sus palabras. Paciencia. A veces resulta difícil escuchar lo que los niños quieren decir sin interrumpirlos, ni tratar de apurarlos, ni terminar las frases por ellos. Sin embargo, es una demostración de amor y respeto, que a la larga da fruto. Sentido del humor. Unas risas pueden ser muy oportunas para evitar que un intercambio dificultoso se torne demasiado intenso. No te tomes las cosas a la tremenda. Mostrarse accesible. El diccionario define a una persona accesible como «de fácil acceso o trato». Claridad. Habría menos malentendidos entre las personas si éstas se dejaran de indirectas y de tantas insinuaciones. No dejes a tu hijo tratando de adivinar lo que piensas: dilo sin rodeos. Si no estás seguro de que entendió lo que querías decir, pregúntaselo. Esfuerzo. A veces cuesta trabajo comunicarse, pero bien vale la pena por los beneficios que reporta. Constancia. Padres y niños que se comunican con frecuencia se entienden mejor y tienen mayores probabilidades de resolver sus diferencias en cuanto surgen. Artículo original gentileza de la revista Conectate. Usado con permiso. ¿Cuál es el secreto para criar niños felices y bien adaptados?
No hay ningún secreto, pero sí una clave: el amor. Sería imposible cubrir a cabalidad el tema del amor de los padres por sus hijos en esta breve columna. Sin embargo, a continuación te brindamos un resumen de las fórmulas y acciones más importantes con que puedes manifestar amor a tus hijos.
Copyright © La Familia Internacional. Usado con permiso. Michael G. Conner, doctor en sicología (The Family News) Los niños no sólo aprenden de lo que hacen, sino también de lo que ven hacer a sus padres. Es importante darse cuenta de ello, ya que muchos padres ventilan sus conflictos y desacuerdos delante de sus hijos. Medite lo siguiente antes de discrepar o ponerse a discutir en presencia de ellos. Los vínculos emocionales formados entre los padres y los niños hacen que estos noten y adopten los valores, actitudes y comportamiento de sus padres. Los niños confían en las personas con las que se relacionan, e intentan imitarlas y prestarles atención. Pero a diferencia de los adultos, tienden a absorber directamente la actitud de ambos padres. Lo hacen con poca vacilación y sin experiencia. Cuando los padres exponen sus desacuerdos, el impacto psicológico en los niños puede producir incertidumbre, inestabilidad emocional, pensamientos erráticos e hiperactividad. Mientras que a muchos niños no les afectan los desacuerdos leves, otros son más sensibles y propensos a actuar en base de sentimientos confusos. ¿Cómo hacen frente los niños a los puntos de vista conflictivos de sus padres de lo que está bien o está mal? La respuesta es: «No muy bien». El impacto de desacuerdos y conflictos varía mientras los niños crecen. Muchos no se dan cuenta de que los niños comenzarán a no hacer caso de los deseos, valores y actitudes de sus padres cuando discuten y hay situaciones desagradables en su presencia. Los niños suelen pensar: «Si mis padres no son capaces de ponerse de acuerdo, eso quiere decir que soy libre de creer y hacer lo que quiera.» Ambos padres pierden credibilidad cuando discuten delante de sus hijos. La imitación del comportamiento parental es la consecuencia más frustrante de los conflictos y desacuerdos. Los niños no sólo imitan la conducta de sus progenitores, sino que también suelen emprender una escalada competitiva, tratando de superarlos y aprenden a expresarse con un tono, volumen y modo parecidos. Esto explica por qué tantos niños terminan actuando igual que los mismos padres con los no están de acuerdo. No hablar de los problemas antes de que surjan es una de las principales causas de conflictos y desacuerdos entre padres. Muy pocos padres hablan de cómo resolver los problemas hasta que los tienen delante. Más vale prevenir que curar. —No discutan sus problemas de padres delante de sus hijos hasta que hayan hablado ustedes del problema y lo hayan resuelto en privado. Eviten expresar desacuerdos con la opinión del otro en presencia de ellos. —Fijen una propuesta en la que los dos estén de acuerdo. No vale si concuerdan solo para evitar una discusión y después no se apoyan mutuamente. —Decidan lo que esperan de sus hijos antes de que se den situaciones en las que no se pongan de acuerdo. William y Marta Heineman Pieper, Ph.D. (tomado de la Internet) Todos los padres se enojan de vez en cuando delante de sus hijos, pero si logran mantener un ambiente razonable y agradable hasta que estén solos, le ahorrarán al niño tener que vérselas con complejidades de relaciones para las que no está preparado. De todos modos, si por mucho que se esfuercen surge un desacuerdo delante de sus hijos, cesen las hostilidades tan pronto como puedan y tranquilicen a su hijo diciéndole: «Sentimos haberte disgustado y sabemos que te duele que peleemos. Los dos nos queremos mucho aun cuando discutimos, y nunca dejamos de quererte.» Muchos tienen la noción errónea de que los malos ratos de «la vida real» fortalecen el carácter de los niños. En realidad, su inmadurez evita que se resguarden del dolor emocional que sienten cuando las cosas van mal. Por eso, las discusiones entre padres y otros sucesos dolorosos dejan a los niños más vulnerables al estrés. Por otro lado, si protege a su hijo de experiencias inquietantes en general, y sobre todo de la angustia de verlos a usted y a su cónyuge peleando, con el tiempo adquirirá un optimismo constante del mundo y tendrá la armonía y el amor que desea y necesita. Mientras crece, esta actitud positiva le dará fortaleza y resistencia para saber responder a los desafíos de la vida diaria. La próxima vez que se enfade delante de su hijo, recuerde que lo que a usted le parece una explosión de poca monta de todos los días es para su hijo una explosión nuclear. Conviene que se contenga hasta que esté fuera de su presencia. Será más fácil si se da cuenta que de esta forma nutre el bienestar emocional de su hijo del mismo modo que cuida de su salud física manteniéndolo fuera de la calle o de la cocina. “…todos deben estar siempre dispuestos a escuchar a los demás, pero no dispuestos a enojarse y hablar mucho.” |
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