D.J. Adams (Adaptado)
La Navidad es un momento ideal para compartir, reunirse con viejos amigos, trabar nuevas amistades y redescubrir la importancia de la familia y la espiritualidad. Pero esta temporada de fiestas también puede resultar ajetreada y hasta desesperante si no nos organizamos bien el tiempo o nos dejamos dominar por el estrés. ¡Si lo sabré yo! Tengo una tienda de libros y juguetes que está concurridísima en noviembre y diciembre. Y por si eso fuera poco, mi familia espera que pase más tiempo con ella en esas fechas, y tengo que hacer compras, asistir a fiestas y mucho más. Cada año converso con muchas personas frenéticas en esta temporada. Por ello, puedo brindar unos consejos que -espero- ayuden a aprovechar al máximo esta fiesta tan hermosa sin que sea causa de agotamiento. No pierda la perspectiva. Tenga presente el sentido de la Navidad. Es la celebración del nacimiento de Jesucristo. Conceptos como paz en la Tierra y ser hombres de buena voluntad son universales y vale la pena divulgarlos. A veces cuesta recordarlo mientras se busca un hueco en el estacionamiento de un centro comercial atestado de gente. Pero vale la pena intentarlo. Prepárese con anticipación. ¿Por qué seremos tantos los que cada año caigamos de pronto en la cuenta de que Navidad está a las puertas y no tenemos nada preparado? Aunque se pueda dejar todo para última hora, ¡cuánto mejor y más fácil es escoger con anticipación los regalos y guardarlos! Hasta se pueden empezar en julio las manualidades destinadas a la Navidad. Así, en diciembre no tendrá mucho que hacer, y despertará la envidia de los que nos arrepentiremos de no haber sido más organizados! Sencillez ante todo. La sencillez es una virtud. Las celebraciones no tienen por qué ser complejas. Los regalos deben ser una manifestación de cariño, no un deseo de impresionar haciendo ostentación de una situación económica. Tampoco se agobie ofreciéndose a preparar dos millones de galletas para la fiesta navideña del colegio. Entréguese abnegadamente, por supuesto, pero no ofrezca lo que no se pueda permitir. Su familia, amigos, compañeros de trabajo y otras personas con las que se relaciona lo obligan a dedicarles tiempo; aprenda a administrarlo y establecer prioridades. Sea caritativo. La caridad empieza en casa, pero no termina ahí. Los regalos que más agrada hacer son con frecuencia los que se obsequian a extraños y personas a las que apenas si se conoce. ¿Hay niños en su barrio a los que no vayan a hacer muchos regalos esta Navidad? ¿Por qué no compra un juguete, juego o rompecabezas de más cuando haga las compras de Navidad, y da lo que le sobre a quien nada tiene? Tal vez su colegio o la empresa donde trabaja podría organizar algo así. En tal caso, si le es posible, ofrézcase a hacerlo. Brinda gran satisfacción, y ayudar al prójimo es además una de las formas más eficaces de prevenir el estrés. Reserve tiempo para la tranquilidad. Para algunos, esto podría significar asistir a un encuentro con otros creyentes. Para otros, destinar unos momentos cada día a reflexionar sobre la belleza de la Navidad. En todo caso, acuérdese de incluir en sus planes hacer pausas para orar, manifestar gratitud y llenarse el corazón de las cosas buenas que nos prodiga Dios. La Navidad es una época entrañable; ¡disfrútela!
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Habiendo nacido antes de que se inventara la Internet, a veces, cuando veo a alguien escribiendo frenéticamente mensajes de texto, me pregunto cómo habría sobrevivido en los tiempos de Maricastaña, cuando para comunicarse por escrito se necesitaba una maquinita de 15 kilos, líquido corrector o una goma de borrar, ir a correos, hacer cola para comprar una estampilla, esperar una semana o dos a que la carta llegara a su destino, y otras dos semanas a que nos llegara la respuesta.
¿Por qué estará todo el mundo tan ocupado? Hoy hasta el conductor del mototaxi que tomé andaba haciendo varias cosas al mismo tiempo. Mientras esquivaba el tráfico, iba negociando un acuerdo con su celular. ¿Tendría edad suficiente para recordar la época en que hacer una llamada telefónica en la calle significaba buscar una cabina, tener sencillo y meter más monedas si la llamada se pasaba de tres minutos? Lo que no me explico es: ¿qué hacemos con el tiempo que ganamos al librarnos de todo eso? ¿No deberíamos disponer de cantidad de ratos de esparcimiento gracias a todas las maravillas modernas que nos ahorran horas y horas? ¿Será una simple cuestión de mala administración del tiempo? Abundan los buenos consejos: priorizar, delegar, hacer primero lo más difícil, desembarazarse de lo superfluo, aprender a decir que no… El tema, sin embargo, tiene otras aristas. A veces la cuestión no es tanto lo que hacemos, sino lo que vamos camino de ser. Como dijo el sabio hindú Rabindranath Tagore: «El que está demasiado ocupado haciendo el bien no encuentra tiempo para ser bueno». ¿Cómo podemos reducir un poco la marcha y disfrutar más de la vida sin dejar de atender a todas nuestras obligaciones? El otro día me marchaba a una reunión cuando mi nieta me tomó de la mano y me preguntó con entusiasmo: -¿Te muestro los pasos que aprendí en mi clase de baile? Antes de contestarle impulsivamente: «Lo siento, cariño, estoy muy ocupado. En otro momento me los enseñas», me trasladé cinco años hacia el futuro en la imaginación y la oí decirme mientras salía presurosa por la puerta: «¡Lo siento, abuelo! Estoy muy ocupada con mi rollo adolescente». -Claro -le dije-, muéstrame tus pasos. Al cabo de cinco minutos de danza bien dinámica y largos aplausos, me fui a mi reunión menos estresado y más optimista. Se me aclaró la incógnita. Si nos detenemos a oler las flores, su fragancia nos acompañará todo el día, recordándonos que la vida es muchísimo más que andar corriendo de una cosa a otra. - Curtis Peter van Gorder, gentileza de la revista Conéctate *** Según un reportaje publicado en el Express de Easton (Pensilvania), estudios realizados por la empresa de consultores Priority Management revelan que el promedio de los matrimonios pasa cuatro minutos al día enfrascado en una conversación valiosa, y si los dos trabajan, pasan 30 segundos al día conversando con sus hijos. Michael Fortino, gerente de la empresa, observa: «La mayoría de la gente dice que su familia es importante, pero en la práctica no lo demuestra». Michelle Lynch Observé desde mi ventana a un grupo de niños del vecindario que se esforzaban por desatascar una pelota que se les había caído en un desagüe. Uno de ellos metió la mano para sacarla y en cambio extrajo un montón de hojas y tierra. Después de ese puñado sacó otro y otro más. Enseguida él y sus amigos se olvidaron del partido y se pusieron a limpiar entusiastamente el desagüe. Trabajaron incansablemente cuatro horas con la orientación de algunos de sus padres. El ver a aquel grupo de niños de cinco a doce años de edad trabajar juntos alegremente me indujo a reflexionar acerca de mi hijo mayor —hoy adolescente— y la confianza que depositaba en él cuando tenía esa edad. En comparación, mis hijos de seis y ocho años eran mucho menos responsables. Me convencí entonces de que no les exigía lo suficiente. La diferencia radicaba en mí. Al igual que muchos chicos de su edad, los dos menores míos a veces eran unos pillos, pero también mostraban inclinación por colaborar y cumplir ciertas obligaciones. Tenía que aprender a canalizar debidamente su energía motivándolos, sin forzarlos. Decidí ponerme a trabajar con ellos cada fin de semana. Emprendimos tareas muy necesarias, tales como desmalezar el jardín, barrer la entrada del auto, rastrillar las hojas, limpiar la alacena y hacer mermelada. La mayoría de esas tareas requerían ejercicio físico, con lo cual quemaban energías. Huelga decir que les encantó. Para mí la ayuda que me prestaban era muy necesaria y la agradecía mucho. Además esas tareas domésticas mantenían a los chicos ocupados y evitaban que se metieran en líos. Pero lo mejor de todo es que descubrimos que trabajar juntos puede ser una experiencia divertida y unificadora. Al cabo de poco tiempo, me preguntaban: «¿Podemos hacer alguna de esas tareas divertidas para no aburrirnos el fi n de semana?» Cosas que aprendí y que conviene recordar:
Naturalmente, mi meta a largo plazo es que los chicos aprendan a tomar la iniciativa y adquieran un sentido de la responsabilidad, de modo que cumplan con sus deberes cuando yo no esté presente para recordárselo o para trabajar codo a codo con ellos. A medida que se fueron volviendo más responsables, aprendieron a hacer solitos algunas de las cosas que yo hacía por ellos y luego con ellos, como lavar los platos. Podía exigirles más, pero todavía necesitaban mis elogios. Hay una sutil pero importante distinción entre hacer las cosas por sentido de la responsabilidad y por puro sentido del deber. Pronto me di cuenta de que si no los mantenía motivados elogiándolos por ser responsables y trabajar con ahínco, las tareas que inicialmente habían sido divertidas y gratificantes se volvían una pesadez. Era importante no llegar a considerar la ayuda que me prestaban como una simple obligación que tenían conmigo. Otra situación de cuidado se producía cuando los chicos no cumplían con sus nuevas tareas. Por un lado no quería ser dura e inflexible, pero por el otro no podía ser tan blanda que dejaran de tomarse en serio sus obligaciones. En realidad fue mi hijo menor el que me ayudó a resolver ese dilema. Cierta noche me dio un buen motivo por el que no podía colaborar en el lavado de la vajilla, pero me dijo que, si lo dispensaba, al día siguiente haría por mí una tarea sencilla. La forma tan linda en que lo presentó puso todas nuestras tareas domésticas en el contexto de un esfuerzo de conjunto. No pretendía hacer un trueque de tareas con un móvil egoísta, sino compartir la responsabilidad. Naturalmente, estuve más que dispuesta a acceder, y al día siguiente, cuando el chico cumplió con su parte del trato sin que yo se lo recordara, se lo agradecí profusamente. A juzgar por lo que aprendí aquel día observando a unos niños limpiar el desagüe y que desde entonces vengo aplicando con los míos, puedo afirmar sin temor a equivocarme que la mayoría de los niños anhelan que se les confíen tareas de cierta importancia. Están deseosos de colaborar; solo esperan que nosotros, los padres, aportemos la chispa que haga divertida y gratificante la misión. Si aprenden a disfrutar del trabajo y a hacerlo a conciencia cuando pequeños, asumirán con esa misma actitud las obligaciones que tendrán de adultos. Pienso que ello contribuye a nuestra felicidad y bienestar general. Al fin y al cabo, es lo que todos queremos para nuestros hijos. Gentileza de la revista Conéctate. Usado con permiso. Akio Matsuoka
--He vivido tan ajetreada que no he tenido tiempo de pensar --me comentó una mujer de cuarenta años que padecía una enfermedad terminal cuando visité una residencia para pacientes desahuciados—. Tendida en esta cama me he dado cuenta de que casi no conozco a mi marido, a mis hijos y a mi suegra, que vive con nosotros. He estado pendiente de atenderlos —haciendo las compras, cocinando, lavando la ropa, limpiando, ayudándolos con las tareas escolares— y, sin embargo, no puedo afirmar que sepa lo que piensan o lo que los preocupa. No sabría decirte cuándo fue la última vez que tuve una conversación profunda con uno de ellos. Escuché un lamento parecido hace poco cuando asistí a un seminario. El conferencista terminó su presentación y hubo una sesión de preguntas y respuestas. Un hombre mayor ya jubilado, que había sido presidente de una gran empresa, se levantó y se dirigió a los más de 100 asistentes. —Tengo 70 años. De momento gozo de buena salud y hace poco me jubilé con una buena pensión. Tenía expectativas de poder distenderme por fin y pasar tiempo con mi familia. Sin embargo, ayer mi señora me pidió el divorcio. Trabajé arduamente toda la vida, siempre pensando en el bienestar de mi familia, a la que quiero mucho. ¿En qué me equivoqué? ¿Por qué ha tenido mi vida este desenlace? Oigo a muchos decir que desean que sus seres queridos sean felices y que ese es el motivo por el que trabajan con tanto ahínco. Lamentablemente, cuanto más se acercan esas personas al éxito, más ocupadas están y menos tiempo pasan con su familia; por ende, menos disfrutan de los beneficios que esperaban que les reportara su inversión. Si bien las intenciones de aquella mujer moribunda y de aquel jubilado pueden haber sido nobles en su momento, la vida que llevaron no logró satisfacer las necesidades afectivas de sus seres queridos. La Biblia dice: «No se olviden de hacer el bien y de compartir con otros lo que tienen, porque esos son los sacrificios que agradan Dios»[1]. El término griego traducido en este pasaje comocompartir es koinónia, que significa participación, comunión, fraternidad[2]. Sacrifique algunas cosas a fin de que dispongas de tiempo para ayudar a los demás, participar en su vida, compartir sus triunfos y dificultades, mantener una relación afectiva con ellos… En resumidas cuentas, haga tiempo para amar. Akio Matsuoka ha sido misionero y voluntario durante 35 años, tanto en el Japón —su país natal— como en el extranjero. Vive en Tokio. [1] Hebreos 13:16 (NVI) [2] Concordancia Strong Gentileza de la revista Conéctate. Usado con permiso. Curtis Peter Van Gorder La generosidad de una madre es inmensa. Su vida entera es un obsequio de amor para su familia. Peregrinamos lejos de nuestros orígenes, y entonces algo nos tira del corazón y nos trae de vuelta a casa para redescubrir quiénes somos y de dónde venimos. Unos meses antes que mi madre pasara a mejor vida, me senté con ella y le planteé algunas preguntas sobre su vida. Si nunca has hecho algo así, te lo recomiendo. Seguramente aumentará el aprecio que ya le tienes a tu madre. Mamá me contó muchas cosas sobre su vida y sus sueños, tanto los que se habían cumplido como los que no. —¿Hay algo de lo que te arrepientes? —le pregunté—. Si pudieras volver a vivir, ¿en qué te concentrarías? Me respondió mostrándome algo que había escrito en su diario: «Si pudiera, buscaría más senderos campestres por los que caminar, haría más galletas, plantaría más bulbos en primavera, nadaría en el atardecer, caminaría bajo la lluvia, bailaría bajo las estrellas, recorrería la Gran Muralla, pasearía por playas arenosas, recogería conchas marinas y vidrios, navegaría por fi ordos de regiones septentrionales, cantaría baladas, leería más libros, borraría pensamientos sombríos, soñaría fantasías». —¿Hay algún mensaje que te gustaría transmitirles a tus hijos o a tus nietos? —fue la siguiente pregunta. Volvió a revisar su diario y volvió a encontrar la respuesta allí: «Disfrutar de la vida no es algo que puedas dejar para cuando hayas terminado de pagar el auto o conseguido una casa nueva, para cuando los hijos hayan crecido, para cuando puedas volver a la universidad, terminar esto o aquello o perder cinco kilos». Unas cuantas páginas más adelante encontró lo siguiente: «Reza por lo que deseas. A Dios le encanta contestar, pues la oración respondida afianza la fe y glorifica Su nombre». Y también este pasaje: «Disfruta de cada momento. Disfruta caminando y conversando con amigos, disfruta de las sonrisas de los niños pequeños. Goza de la deslumbrante luz de la mañana que envuelve la senda multicolor, de la vastedad de la Tierra que Dios creó, de las colinas, las aves y las flores, de las gotas de rocío que resplandecen como diamantes sobre un manzano silvestre, de todos los portentos que hizo Su mano». Articulo gentileza de la revista Conectate. Sara Kelly Mis tres hijas menores estaban de lo más contentas. Desde hacía una semana teníamos programada una excursión a la playa y finalmente había llegado el tan ansiado día. En el último momento le pedí a una amiga que fuera en mi lugar porque yo tenía mucho que hacer. «Al menos eso me dejará tiempo para todas esas cosas que hace rato que tengo pendientes», pensé mientras juntaba ropa para lavar y remendar y mi costurero. Unos minutos más tarde, desde la ventana, vi cómo llegaba mi amiga y se marchaba con aquellas chiquillas llenas de expectativas de un día inolvidable. Las niñas se despidieron desde el auto: —¡Chao, mami! ¡Que te diviertas! «¡¿Divertirme?! Si supieran lo que tengo programado para hoy —dije para mis adentros—. Supongo que no me vendrá mal pasar unas horas hoy a solas.» Curiosamente, sin embargo, si me pongo a limpiar o a hacer alguna tarea o diligencia cuando me correspondería estar jugando con mis hijas, por lo general rindo mucho menos de lo que esperaba. De todos modos, ésa es también la labor de una madre, ¿no? Me quedé sentada pensando en castillos de arena y niños riendo. Me imaginé a la más pequeña corriendo por la orilla mientras las mayores saltaban por encima de las olitas que venían a morir en la playa. ¡Cómo les encanta chapotear y caerse en el agua! No había transcurrido una hora y ya las extrañaba. Ansiaba el momento en que llegaran y me contaran todo lo que habían hecho. * Cuando volvieron, salí a recibirlas. —Muchas gracias por llevarlas —le dije a mi amiga—. Tenía tanto que hacer… —Ellas dicen que a ti también te gusta mucho la playa —me respondió. —Pero mamá está muy ocupada para divertirse —interrumpió la más pequeña. Luego llegó la hora de bañarse. Las tres niñas se apiñaron en la bañera, y yo me enfrasqué en las tareas de siempre: sacar ropa limpia, echar la usada en el canasto de la ropa sucia, recoger todo lo que habían dejado regado. Todo el tiempo, aquellas palabras resonaban en mis oídos: «Mamá está muy ocupaba para divertirse». —Hoy hicimos un castillo de arena gigantesco! —exclamó Kimberly—. ¡Tendrías que haberlo visto, mamá! ¡Le habrías sacado una foto! «¿Qué estoy haciendo? —me pregunté—. Todos los días mis hijas disfrutan de la vida plenamente, tal como Dios quiere, con todas sus enseñanzas y aventuras, y sobre todo divirtiéndose. ¿Cuál es mi papel en eso? ¿Qué recordarán más de mí cuando piensen en su niñez? ¿Dónde estaba yo a la hora de la diversión?» Eché mano de un pote de crema de afeitar y mientras construía un castillo de espuma de proporciones inusitadas sobre el borde de la bañera, les pregunté: —¿Qué les parece este castillo? Me miraron con ojos como platos. —¡Mamá está haciendo un desastre! —susurró Darlene a sus hermanas, que observaban atónitas. Acto seguido, procedimos a hacernos pelucas de espuma, escribimos nuestros nombres en letra cursiva en los azulejos y nos hicimos unas largas barbas blancas como la de Papá Noel. Había espuma por todos lados. Y nos turnamos sacando fotos que atesoraremos para siempre. ¿Que si nos divertimos? Nos reímos a carcajadas hasta que nos dolía el estómago. * Esa noche cenamos un poco tarde, y como de costumbre no terminé todas las tareas que había programado para aquel día. Ya no me gusta la palabra ocupada, pues he abusado de ella. Claro que no hay que descuidar los quehaceres; pero mis hijas necesitan una madre amorosa y divertida más que una habitación impecable o la ropa perfectamente doblada y remendada. Mis hijas perciben mi amor mucho más en el tiempo que paso con ellas que en lo que hago por ellas. Siempre habrá tareas que hacer, pero he tomado conciencia de cuánto necesitan y aprecian los niños un momento espontáneo de esparcimiento y unas cuantas carcajadas juntos. Yo también. Articulo gentileza de la revista Conectate. Photo Copyright (c) 123RF Stock Photos Mis hijos están en una edad en la que mirar la televisión o ver películas es una de sus actividades preferidas. El problema es que casi todo lo que quieren ver contiene actitudes, lenguaje o comportamientos que no apruebo. Además pareciera que esos aspectos negativos son justamente los que más recuerdan e imitan. ¿Cómo puedo resguardar a mis hijos de esas influencias nocivas? Son muchos los padres que hoy comparten esa preocupación. Se dan cuenta de la importancia de vigilar —y a veces restringir— lo que sus hijos ven y escuchan, y sin duda tienen pleno derecho a hacerlo. Es más, tienen la obligación moral de hacerlo. Por otra parte, es prácticamente imposible proteger a los hijos de todas las influencias negativas a las que puedan verse expuestos. Si no es por medio de la TV, las películas o los videojuegos, les llegan por medio de sus compañeros y amigos, o por otras rutas. No siempre podemos proteger a nuestros hijos de las influencias negativas, pero sí podemos ontrarrestarlas. A continuación algunos consejos al respecto: Hay que pasar tiempo con los niños para inculcarles los valores positivos que queremos que tengan el resto de su vida. En este caso en particular, dedicarles tiempo consiste en habituarte a ver programas con ellos y a conversar luego sobre lo que vieron, con el objeto de ayudarlos a extraer de la experiencia todo lo positivo que sea posible, y lo menos posible de lo negativo. Eso además te da ocasión de charlar sobre actitudes o conductas controvertidas desde la perspectiva de una tercera persona. «¿Qué te parece que debió haber hecho el personaje en esa situación?» Con el tiempo ello contribuye a que los niños se formen valores personales firmes y a la vez les enseña a escoger con más criterio lo que ven. Siempre que sea posible, es importante revisar previamente lo que van a ver, o al menos leer una reseña objetiva para estar al tanto del contenido. Así puedes asegurarte de que sea apropiado para su edad o apto para niños. También te da tiempo para reflexionar sobre las enseñanzas o la información que se puede sacar de ello. Piensa de qué forma puede resultarles beneficioso. Si no das con nada, es posible que no valga la pena que lo vean. Procura que lo que ven y la conversación posterior se ajuste a su edad. Los videos tienen una ventaja sobre la TV: puedes pausarlos para responder sus preguntas. Por eso, siempre que te sea posible graba los programas y preséntaselos después a los niños. (Así también se evitan los avisos publicitarios nocivos, los que por ejemplo presentan productos que a tu juicio no serían buenos para ellos.) En caso de que un niño pequeño vaya a asustarse o no vaya a entender ciertos pasajes, detén la película y sáltate esas partes. Los niños mayores generalmente prefieren ver toda la película y conversar después sobre ella. El debate tiene por objeto que los niños reflexionen acerca de lo que acaban de ver y lleguen a conclusiones más maduras de las que sacarían por su cuenta. Los niños aprenden mejor haciendo preguntas y razonando las cosas que cuando se les dan todas las respuestas servidas en bandeja. Además, suelen aceptar mejor la orientación que se les brinda cuando ésta les llega por conducto de respuestas a sus preguntas o como consecuencia de preguntas que tú mismo les plantees y que los lleven a reflexionar. Tienden a aceptar mejor las cosas de ese modo que cuando, según su percepción, los estamos sermoneando. Mientras ven la película también puedes tomar nota de cosas que te puedan servir de base para interactuar con tus hijos de formas entretenidas, positivas y didácticas, por ejemplo leyendo cosas interesantes sobre personajes, sitios o acontecimientos históricos, realizando actividades que aparezcan en el programa u organizando una salida relacionada con el tema. Te sorprenderá cuánto se pueden beneficiar los niños de una película o documental si tienen un poquito de orientación. Pueden aprender mucho sobre la vida y la naturaleza humana. Pueden aprender a lidiar con crisis y dificultades y a establecer lazos de empatía con otras personas. Pueden tomar conciencia de que las decisiones erróneas tienen sus consecuencias y así escarmentar en cabeza ajena. Así, pues, aunque las películas y la TV son potencialmente nocivas, en realidad pueden convertirse en un medio didáctico eficaz y estrechar los lazos familiares si se escoge bien lo que se ve. Extraído de la revista Conectate. Usado con permiso.
La infancia se da una vez en la vida y no vuelve. Y justamente en esos años se forma el carácter. Podemos optar por dar a nuestros hijos oportunidades de descubrir sus talentos y cultivar hábitos físicos, mentales y espirituales sanos que les duren toda la vida. O bien, podemos dejar que se pierdan esos momentos inapreciables porque estamos demasiado atareados por no tener claro el orden de prioridades, o por pasar demasiado tiempo en formas de entretenimiento que nos impidan relacionarnos.
*** Los niños necesitan una actividad, les hacen falta otros medios de desarrollarse además de lo que puedan aprender de los videos. Desgraciadamente, en la vida actual de los niños, otras actividades son cada vez más escasas. Los niños necesitan tener un equilibrio en su vida, aunque eso signifique limitar el tiempo que pasen cada día o cada semana mirando videos o ante la computadora. Aunque la sociedad en general sigue ese rumbo, no olviden que el efecto de lo que enseñen a los niños pequeños durará toda la vida. *** Al pensar en los años preescolares nos acordamos de las siestas, de los juegos en cajas de arena y de cuando aprendimos a contar. En la actualidad, los dedos de los niños escriben en un teclado y hacen clic con el ratón, y eso también es parte de la experiencia educativa inicial. Sin embargo, hay críticos que afirman que si los niños empiezan a utilizar computadoras a una edad muy temprana pueden verse perjudicadas capacidades mentales importantes como la atención auditiva y visual y la facilidad de concentración. Según una educadora el empleo de computadoras puede alterar el desarrollo del cerebro del niño. «Con la computadora no se ejercitan el cerebro y el cuerpo conjuntamente como ocurre en un juego normal de niños», sostiene dicha educadora, la sicopedagoga y escritora Jane Healy. Según ella, para los niños, aprender a atrapar, lanzar y escalar son destrezas que tienen más importancia que manipular un ratón de un computador. Es más importante que aprendan a expresarse y a jugar con imaginación. Por ejemplo, si se toma una pinza para ropa y se emplean las manos a fin de confeccionar una muñeca, se estimulará más el ingenio que si se hace clic en la pantalla para elegir el color de pelo de una muñeca. «Los niños están hechos para aprender con avidez, no para esperar a que aparezca la siguiente imagen en la pantalla», sostiene Healy. «El niño necesita imaginar algo por sí mismo sin íconos diseñados de antemano». Healy puntualiza que cultivar una buena capacidad de relacionarse es también muy importante en la edad preescolar. Si el niño vive pegado a la pantalla dedicará menos tiempo a aprender a relacionarse, conversar y expresarse. (Tomado de un artículo de Katie Dean publicado en la revista Wired.) María Doehler Cuando Sam y yo teníamos un solo niño, me consideraba bastante competente como madre. Tuve que adaptarme, ser flexible y ceder parte de mi independencia, pero no demasiada. No se me pasaba un detalle de la indumentaria y aspecto de Cade, nuestro hijo. Nunca llevaba ropa sucia, manchada o percudida. Cade era un niño portátil: lo llevábamos a donde fuéramos. Cuando había que hacer algo, emprendíamos tranquilamente la tarea y la llevábamos a cabo. Sabíamos que cuando tuviéramos más niños las cosas serían más cuesta arriba, pero a mí eso no me preocupaba. Ya era ducha en cuestiones de maternidad. Seguidamente llegó Brooke. Era una angelita. Solo se despertaba para gorjear y decir: «Gu, gu, gu»; después se dormía solita. Como en ese embarazo subí menos de peso, me puse en forma rapidito. Llegué a la conclusión de que si era capaz de bandearme tan bien con dos, podía hacer frente a cualquier cosa. Me estaba desempeñando de maravilla. La siguiente fue Zara. Ahí perdí toda mi pericia materna. No es que Zara fuera una niña difícil de por sí; pero de repente, lo que antes podía hacer en un santiamén, con ella me tomaba 45 minutos. No era raro que tuviera a tres niños llorando a la vez en distintas partes de la casa. Realizar cualquier actividad en familia requería la misma rigurosa planificación y ejecución que un viaje a la Luna. Se empezaban a oír comentarios del estilo de: «¡Solo mirarte ya me agota!» Para colmo, los bebés no son bebés para siempre: en menos que canta un gallo empiezan a caminar y se meten en todo. Pero aprendimos a adaptarnos a la nueva situación. Nos dimos cuenta de que no teníamos que ser perfectos, y los niños tampoco. En ese momento comprendí mejor que ser madre es mucho más que dar a luz y atender a las necesidades físicas de mis hijos. Significa vivir a través de ellos, no imponiéndoles mis ideas y sueños, sino alegrándome y enorgulleciéndome de cada uno de sus triunfos. Dondequiera que íbamos la gente nos decía: «Disfrútenlos mientras los tengan con ustedes, porque crecen en un abrir y cerrar de ojos». Esa afirmación tan cierta empezó a calar hondo en mí. Cuatro hijos. Emma es tan particular como su hermano y sus hermanas. A estas alturas, algo sencillo puede fácilmente tomar una hora. Sobra decir que todavía tenemos que planificarlo todo, pero no programamos sino una actividad al día como máximo. Tenemos mucha ropa para jugar y unas pocas prendas de vestir. En cierta ocasión Zara manchó una camisa de Cade con un marcador azul justo cuando nos aprestábamos a salir. Pensé: «Por lo menos la camisa es azul. Casi combina». Somos un circo, pero no me importa, y además es bueno hacer sonreír a la gente. Sigo aprendiendo nuevas facetas del amor, que poco a poco van cambiando algunos de los rasgos más pertinaces de mi naturaleza. Cada niño y cada día que pasa van moldeando mi carácter; pero me encanta que sea así. ¡Es entretenido ser una familia! Gentileza de la revista Conectate. Usado con permiso. Foto © www.visualphotos.com Diversión filmada
* Encuestas entretenidas. Pide a los niños que hagan preguntas a amigos y a gente de la casa sobre un tema entretenido como: «Cuándo llueve, ¿prefieres un helado de vainilla o de chocolate?» Graba las respuestas y, claro, sus caras de risa. * Diario filmado. ¿Quieres saber que han hecho tus niños? Designa un momento cada semana o cada dos semanas para que cuenten ante la cámara lo que más les haya gustado en el colegio o en el barrio. * Video instructivo. Pide a los niños que hagan un video con instrucciones para preparar un plato determinado, hacer algo artesanal, etc. Hasta es posible que tú aprendas a utilizar la computadora. * TV educativa. Los chicos mayores pueden hacer un video relacionado con algo que estudien en el colegio, como reciclaje u otras culturas. ¿Qué sucesos de actualidad interesan a tu familia? * Documental viajero. Los niños pueden grabar cintas describiendo un lugar que conozcan bien, empezando por su propia casa. Los mayores pueden hacer un recorrido por el barrio y filmarlo. La próxima vez que quieran ver un documental de viajes no hará falta arrendar un video. Prensa familiar ¿Les gustaría a los miembros de tu familia descubrir el poder de la prensa mientras desarrollan sus talentos periodísticos y artísticos? No necesitan más que papel, bolígrafos, lápices de cera o rotuladores, témperas, una grapadora y un poco de tiempo e imaginación. * Diplomas al mérito. Todo el mundo merece elogios de vez en cuando. Cada participante elige a un miembro de la familia (por ejemplo, pueden sacar los nombres de una gorra) y decide un premio para honrarlo por un logro reciente (por ejemplo, que guardó los juguetes). Luego, entregas los diplomas en una noche de premiación familiar. * ¡No te lo pierdas! ¡Lee sobre nosotros! ¿Que te parecería preparar un folleto de presentación sobre tu familia? Dobla una hoja de papel en tres partes. Pide a cada participante que prepare una parte sobre un miembro de la familia (los chiquitos que aún no sepan escribir pueden ilustrar el texto). No olvides titular el folleto con una frase concisa y con gancho. * Crea una historieta. Si tu familia tiene talentos artísticos, ¿qué te parece hacer una revista de historietas? Cada uno podría preparar una página. O bien, los niños más pequeños podrían dibujar mientras los mayores redactan el texto. Luego, engrapen la revista para que los niños compartan sus estupendas obras con los amigos. Otra opción sería que un niño dibuje con la ayuda de un programa de computación (si ya sabe hacerlo) o una pluma estilográfica. * En las noticias. ¿Tu familia está al tanto de los acontecimientos actuales en la ciudad, el país o el mundo? Pide a cada uno que escriba un párrafo o dos sobre un suceso reciente y lo ilustre con un dibujo. Doblen las páginas para darle forma de periódico y traten de leerlo en voz alta. * Revista de la familia. ¿Le gustaría a tu familia salir en una revista? Nombra a alguien director para que encargue reportajes a los periodistas. Puede ser sobre el colegio, el trabajo o unas vacaciones recientes o próximas. Al final se engrapa. Vean por qué es tan famosa su familia. * Álbum de cuadros. Esta es una tarea para los dibujantes de la familia: que se dibujen a sí mismos y a otros familiares. O bien, asignen a cada persona una tarea, como dibujar a alguien del colegio o a la familia en una cena extraordinaria. Engrapen todos los dibujos, y no olviden poner una frase explicativa al pie de cada uno. * Libro de cumpleaños. Es un gran regalo que los integrantes de tu familia pueden preparar para el cumpleaños de cada uno. Cada participante escribe y dibuja una página de una historia. Es importante que el nombre del cumpleañero aparezca al menos una vez en cada página. Preparen la portada y engrápenlo. Ya tienen un regalo personalizado para quien cumpla años. * Libro de números. Esta es una manera de ayudar a los niños más pequeños a aprender los números, y de paso añaden un libro a su colección. Dale a tu hijo diez hojas de papel. Pídele que escriba un número del uno al diez en cada página. Seguidamente, dile que dibuje una cantidad de objetos que coincida con cada cifra: un pato, dos casas, tres flores, etc. Encuaderna el libro con grapas y ponlo con los otros de la biblioteca familiar. * Boletín de vacaciones. ¿A los amigos y familiares distantes les gustaría saber cómo lo pasaron ustedes en las vacaciones? Pide a cada uno de tu familia que prepare un boletín de las actividades, viajes, juegos y otras cosas que hicieran durante la temporada. No se olviden de poner ilustraciones. |
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