Linda Salazar —Mamá, me parece que a ti te gustan esos juguetes más que a nosotros —le decía yo a mi madre cuando íbamos de compras a las tiendas de saldos. Por la escrupulosidad con que inspeccionaba cada libro, contaba las piezas de los rompecabezas y se fijaba en que todos los juegos estuvieran completos —a veces a los artículos de saldo les faltan piezas—, yo hubiera jurado que a ella le fascinaban esas cosas tanto como a nosotros. Siempre estaba pendiente de las liquidaciones, pues así ella y mi esforzado padre lograban ponernos regalitos al pie del árbol de Navidad. Sin embargo, mis padres no se limitaban a hacernos regalos materiales. A veces nos obsequiaban su compañía, como cuando nos llevaban a un parque para jugar juntos a uno de nuestros juegos preferidos, o cuando salíamos a pasear por el bosque, o cuando nos llevaban a visitar un sitio de interés histórico. Ahora que lo pienso, no es que a mis padres les gustaran los juguetes y demás tanto como a mí me parecía. Lo que les gustaba en realidad era ser dadivosos. Se caracterizaban por su generosidad. Nos entregaban su tiempo y atención, nos prestaban ayuda con las tareas escolares y las actividades manuales, se tomaban el tiempo para escucharnos… lo que dieran, lo daban siempre de corazón. Ahora que se acerca la Navidad, no puedo menos que recordar y maravillarme de aquellos obsequios sencillos y llenos de amor. Los regalos en sí casi no los recuerdo, pero nunca olvidaré el entusiasmo con que mis padres nos los entregaban. Hoy son tantos los días festivos que, por instigación de los señores del marketing, celebramos con regalos, que todos terminamos un poco aturdidos sin saber qué día es cuál y a santo de qué damos tal y cual obsequio. Pero detengámonos un momento a pensar en los regalos más memorables que hemos recibido y por qué razón perduran hoy en nuestro afecto. ¿Recordamos sobre todo las cosas visibles y tangibles, o más bien el amor en que venían envueltas? Gentileza de la revista Conéctate
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D.J. Adams (Adaptado)
La Navidad es un momento ideal para compartir, reunirse con viejos amigos, trabar nuevas amistades y redescubrir la importancia de la familia y la espiritualidad. Pero esta temporada de fiestas también puede resultar ajetreada y hasta desesperante si no nos organizamos bien el tiempo o nos dejamos dominar por el estrés. ¡Si lo sabré yo! Tengo una tienda de libros y juguetes que está concurridísima en noviembre y diciembre. Y por si eso fuera poco, mi familia espera que pase más tiempo con ella en esas fechas, y tengo que hacer compras, asistir a fiestas y mucho más. Cada año converso con muchas personas frenéticas en esta temporada. Por ello, puedo brindar unos consejos que -espero- ayuden a aprovechar al máximo esta fiesta tan hermosa sin que sea causa de agotamiento. No pierda la perspectiva. Tenga presente el sentido de la Navidad. Es la celebración del nacimiento de Jesucristo. Conceptos como paz en la Tierra y ser hombres de buena voluntad son universales y vale la pena divulgarlos. A veces cuesta recordarlo mientras se busca un hueco en el estacionamiento de un centro comercial atestado de gente. Pero vale la pena intentarlo. Prepárese con anticipación. ¿Por qué seremos tantos los que cada año caigamos de pronto en la cuenta de que Navidad está a las puertas y no tenemos nada preparado? Aunque se pueda dejar todo para última hora, ¡cuánto mejor y más fácil es escoger con anticipación los regalos y guardarlos! Hasta se pueden empezar en julio las manualidades destinadas a la Navidad. Así, en diciembre no tendrá mucho que hacer, y despertará la envidia de los que nos arrepentiremos de no haber sido más organizados! Sencillez ante todo. La sencillez es una virtud. Las celebraciones no tienen por qué ser complejas. Los regalos deben ser una manifestación de cariño, no un deseo de impresionar haciendo ostentación de una situación económica. Tampoco se agobie ofreciéndose a preparar dos millones de galletas para la fiesta navideña del colegio. Entréguese abnegadamente, por supuesto, pero no ofrezca lo que no se pueda permitir. Su familia, amigos, compañeros de trabajo y otras personas con las que se relaciona lo obligan a dedicarles tiempo; aprenda a administrarlo y establecer prioridades. Sea caritativo. La caridad empieza en casa, pero no termina ahí. Los regalos que más agrada hacer son con frecuencia los que se obsequian a extraños y personas a las que apenas si se conoce. ¿Hay niños en su barrio a los que no vayan a hacer muchos regalos esta Navidad? ¿Por qué no compra un juguete, juego o rompecabezas de más cuando haga las compras de Navidad, y da lo que le sobre a quien nada tiene? Tal vez su colegio o la empresa donde trabaja podría organizar algo así. En tal caso, si le es posible, ofrézcase a hacerlo. Brinda gran satisfacción, y ayudar al prójimo es además una de las formas más eficaces de prevenir el estrés. Reserve tiempo para la tranquilidad. Para algunos, esto podría significar asistir a un encuentro con otros creyentes. Para otros, destinar unos momentos cada día a reflexionar sobre la belleza de la Navidad. En todo caso, acuérdese de incluir en sus planes hacer pausas para orar, manifestar gratitud y llenarse el corazón de las cosas buenas que nos prodiga Dios. La Navidad es una época entrañable; ¡disfrútela! Jeanette Doyle Parr
En los días previos a aquella Navidad me parecía bastante a Scrooge, el personaje gruñón del célebre cuento de Navidad de Dickens. Desde la primera semana de diciembre empecé a refunfuñar como aquel viejo amargado. Física y mentalmente estaba agotada, además de débil porque acababa de tener gripe. Por primera vez en la vida las navidades no me levantaban el ánimo. Me había percatado de las miradas que se intercambiaban mis hijos cada vez que los regañaba por lo que ensuciaban al preparar las galletas de Navidad, o les metía prisa mientras trataban de envolver regalos con sus torpes manecitas. Mi marido empezó a retirarse cada vez que me quejaba del elevado costo de los regalos y de lo comercial que se había vuelto la Navidad. Al poco tiempo, hasta el perro evitaba mi áspera lengua. Cada mañana tomaba la resolución de que ese día sería mejor. Me prometía que sería más paciente. Pero al caer la noche casi siempre me quejaba de alguien. El 22 de diciembre me las vi con otro problema. Por mucho que me esforzaba, no lograba enderezar las alas del traje de ángel de mi hijita. -Kris, ponte otra vez el traje. Mamá está viendo cómo arreglarlo. Muy alegre, Kris se lo puso y se colocó la aureola sobre su rubia cabellera. El ala izquierda se inclinaba hacia el piso. Le dije que se quedara quietecita, y mientras se lo arreglaba, se puso a cantar con su aguda voz infantil: Venid, crueles todos, a Belén marchemos… …en lugar del habitual «Venid, fieles todos…» Las manos se me quedaron inmóviles. No podía contener las lágrimas, que empezaron a rodarme por las mejillas y caer sobre las alas de papel brillante. «Venid, crueles…» La verdad era que sin proponérmelo yo había estado actuando con crueldad. Con razón que aquella Navidad no era como las anteriores. No había ido a Belén. Ni una sola vez en toda la temporada había hecho una pausa para reflexionar en el milagro del portal. Los ratos de meditación que dedicaba normalmente en las mañanas a leer la Biblia y a la oración habían sido sustituidos por actividades como hornear, envolver regalos y coser. Kris se dio la vuelta y me miró a la cara. -¿Lloras pohque canto bonito? -Sí, nena, porque cantas tan lindo como tú… y como la Navidad. Le di un fuerte abrazo y, en silencio, me prometí que el resto de la temporada navideña sería verdaderamente una experiencia excepcional, porque me desharía de mi odiosa actitud yendo a Belén. Sonreí de nuevo. Todos iríamos a Belén en busca del regalo eterno. ***** En Navidad, ¿te parece que fueras una diminuta embarcación flotando en un mar inmenso? Hay fuerte oleaje, marejada, corrientes, mareas y, muchas veces, viento y tempestades. Eres como un bote pequeño que intenta navegar por esa mar de dificultades. Unas veces tienes que disponer las velas de modo que recojan el viento; otras, tienes que plegarlas. En ocasiones tienes que navegar en medio de una tormenta; en otras oportunidades debes dejarte ir a la deriva hasta que pase la tempestad. Lo importante es que te des cuenta de que Jesús te acompañará en tanto que se lo pidas. Él puede calmar las tormentas y sosegar el mar. Si fuera preciso, hasta puede caminar hasta ti sobre el agua. Y si la situación se pone demasiado difícil, puedes invocarlo y pedirle que calme los elementos y haga que los vientos soplen a tu favor. En este momento está contigo y no quiere otra cosa que ayudarte a salir adelante. Y hará lo mismo que cuando caminó sobre el agua: «La barca […] llegó en seguida a la tierra adonde iban» (Juan 6:21). Jesús hará lo mismo por ti si se lo pides. Lo ha hecho otras veces y lo puede hacer de nuevo. - Robert Rider Actividades y páginas para colorear para los niños de cualquier edad. ¡Feliz Navidad!
1 - 5 Años
6 - 9 años
9 - 12 años Un joven y prestigioso fiscal conto: “El mejor regalo que me han hecho en la vida lo recibí una Navidad de manos de mi padre, cuando me entregó una pequeña cajita. Contenía una nota que decía: Hijo, este año te regalaré 365 horas, uno cada día después de la cena. Será toda para ti. Hablaremos de lo que quieras, iremos adonde quieras, jugaremos a lo que quieras. Será tu hora. “Mi padre cumplió su promesa, y además la renovó de año en año. Fue el mejor regalo de mi vida. Yo soy el fruto de su tiempo.” *** Hace algún tiempo, un amigo mío regañó a su hija de tres años por malgastar un rollo de papel de envolver de color dorado. Resulta que la niña había intentado decorar una caja que quería poner debajo del árbol. La situación económica no daba para derroches, y aquel papel era costoso. Pese a ello, la mañana de Navidad la niñita le llevó el regalo a su padre y le dijo: —— Esto es para ti, papi. Primero se sintió incómodo por su exagerada reacción anterior. Sin embargo, volvió a perder la paciencia al comprobar que la caja estaba vacía. ——¿No sabes que cuando haces un regalo debes poner algo dentro de la caja?— —la sermoneó. La niñita lo miró con los ojitos llenos de lágrimas y le dijo: ——Papi, no está vacía. Soplé besitos dentro. Son todos para ti, papi. Esas palabras fueron demoledoras para él. Abrazó a la nena y le rogó que lo perdonara. Me contó que durante años guardó aquella caja junto a su cama. Cuando estaba descorazonado, sacaba de ella un beso imaginario y recordaba el amor de la niña que lo había puesto allí. *** Recibí el regalo perfecto la Navidad pasada: el cariño de una niña. La noche del 25 de diciembre, cuando la celebración y el intercambio de regalos ya habían terminado, llevé a la cama a Jade, mi nena de cuatro años. Mientras la arropaba, soltó estas palabras de la nada: —¡Papi, te quiero más que a todos mis juguetes y cosas! El corazón me dio un vuelco. Varias noches después estábamos de visita en casa de unos familiares y me vi precisado a revisar mi correo electrónico. Encontré donde conectarme a la red de la casa, pero no había ninguna silla a la vista. «No importa —me dije—. En un minuto termino esto». Me senté en el suelo y encendí mi computadora portátil. En ese instante Jade entró corriendo al cuarto, tropezó y cayó de bruces sobre el aparato. La pantalla centelleó con líneas de mil colores. El avalúo que cada cual hizo de los daños no fue nada halagüeño: —El arreglo va a salir carísimo. —¡Qué pena que ya no lo cubra la garantía! Al percatarse de lo que había hecho, Jade se echó a llorar. La tomé en brazos. —No te preocupes, mi cielo —le susurré al oído—. Te quiero más a ti que a todas mis cosas. Gentileza de la revista Conectate. Usado con permiso. Cari Harrop El día del cumpleaños de mi madre me puse a pensar en ella y me di cuenta de que mi infancia estuvo marcada por algo muy particular: los momentos que pasábamos todos juntos. Más concretamente evoqué las Navidades de mi niñez. Lo principal de cada recuerdo no era la cantidad o el valor de los regalos que recibimos en aquella ocasión, ni las celebraciones mismas, sino más bien las cosas sencillas. Hubo una Navidad en que pusimos empeño por hacer cosas juntos en familia. Preparamos un nacimiento con una vieja tabla que cubrimos de pinos en miniatura y figuritas hechas y vestidas por nosotros mismos. Otro año, la fría casita en que vivíamos se llenó de calor gracias a un cassette de villancicos —el primero que tuvimos los niños— y la alegría de encontrarnos naranjas en las botas que habíamos dejado en la sala, además de nueces y pasas envueltas en papel de aluminio. Otra Navidad, cuando yo era aún más pequeña, ensartamos palomitas de maíz en un hilo que colgamos del árbol. Para fines de diciembre ya casi no quedaban palomitas, pues un ratoncito, ingeniosamente disfrazado de niñita de tres años con coletas, se dedicaba a comérselas cuando nadie miraba. También hubo una Navidad, cuando tenía 9 años, en que, al levantarnos por la mañana, mis cinco hermanas y yo nos encontramos con una sorpresa: una fila de cajas blancas de zapatos, cada una con el nombre de una de nosotras y con algunos artículos que necesitábamos o con los que podíamos jugar. Había cuerdas para saltar, chirimbolos de todo tipo, un cepillo para el pelo, horquillas, pequeñas prendas de vestir… de todo un poco. El recuerdo de tantas bellas ocasiones me motivó a esforzarme para que mis dos hijos también conozcan ese mismo cariño y emoción esta Navidad. Quiero que tengan recuerdos entrañables de estas fechas. Y entonces caí en la cuenta de que lo que confirió a aquellos momentos un valor particular fue el amor de mis padres y el tiempo que nos dedicaban. Es cierto que no poseíamos mucho, pero teníamos al Señor y nos apoyábamos unos a otros. Ese era el secreto de que nuestras Navidades fueran las más felices que yo pudiera imaginar. Gentileza de la revista Conectate. Usado con permiso.
Ralph Waldo Emerson dijo: «El único regalo que se puede dar es una porción de uno mismo». Eso precisamente son estos siete regalos: pedazos de nosotros mismos que obsequiamos a los demás. No cuestan nada y, sin embargo, constituyen los presentes más valiosos que podemos dar a nuestros niños. Sus efectos pueden durar toda una vida. Tiempo En nuestro mundo ajetreado, la frase no tengo tiempo ha asumido la característica de un pretexto universal. Como una planta o vegetal que se halla en proceso de crecimiento, toda relación entre dos seres humanos debe cultivarse para que progrese. La mayoría de las relaciones humanas se nutren de un sencillo tónico llamado tintura de tiempo. Buen ejemplo Los niños cultivan sus principales actitudes y comportamiento observando a sus padres. Da buen ejemplo abordando situaciones difíciles con madurez. Ver las cualidades de los niños Cuando esperamos que alguien reaccione de forma positiva, generalmente lo hace. Enseñanza Ayudar a tu niño a aprender algo nuevo es una inversión importante en su felicidad futura. Transmitir nuestros dones y aptitudes a los niños es una bonita forma de manifestarles el amor que les profesamos. Escuchar a tus niños Muy poca gente es diestra en el arte de escuchar. Con mucha frecuencia interrumpimos o mostramos poco interés cuando alguien nos habla. Diversión Hay personas que se especializan en echar a perder la alegría de quienes las rodean; otras, en cambio, llevan a sus niños a encontrar la nota divertida en la monotonía cotidiana. Amor propio Es a menudo difícil abstenerse de ofrecer consejos o asistencia innecesaria. Puede que, sin quererlo, esos consejos menoscaben el amor propio de un niño. Reza un proverbio chino: «No hay nada en la tierra más bendito que una madre, pero no hay nada en el Cielo más bendito que una madre que sabe cuándo soltar la mano.» La Navidad se disfruta más cuando no se centra en los adornos, los regalos y las fiestas, sino en el amor. Su esencia es el amor. Es para pasar buenos momentos con tu familia, para apreciar y celebrar el amor que todos se tienen. Una nochebuena, bien entrada la noche, me senté en mi sillón. Sentía cansancio y, a la vez, satisfacción. Los niños se habían ido a dormir y los regalos estaban ya envueltos. Mientras contemplaba los adornos del árbol, tenía la sensación de que faltaba algo. Al poco rato, me adormecí con las lucecitas intermitentes del árbol. No sé cuánto tiempo dormí, pero de repente me di cuenta de que no era la única persona en la sala. Es de imaginar la sorpresa que me llevé al abrir los ojos y ver a aquel personaje de pie junto a mi árbol de Navidad. Toda su vestimenta era de pieles. No parecía, sin embargo, el viejito alegre con pinta de duende de la leyenda navideña. El hombre que estaba junto a mí se veía triste y desilusionado. Tenía lágrimas en los ojos. -¿Qué te pasa? -le pregunté-. ¿Por qué lloras? -Por los niños -contestó con un dejo de tristeza. -Pero... los niños te quieren -repuse. -Ay, sé que los niños me quieren y que les gustan los regalos que les traigo -respondió-. Pero, por lo que se ve, los niños de hoy en día no conocen el verdadero espíritu de la Navidad. La culpa no es de ellos. Es que los adultos se han olvidado de enseñárselo. Y a muchos adultos jamás se les inculcó. -¿Qué se han olvidado de enseñar a los niños? -pregunté. Su rostro bondadoso de anciano se volvió más tierno y amable. Los ojos le empezaron a brillar con algo más que lágrimas, y dijo en voz baja: -El verdadero sentido de la Navidad. Que la Navidad es mucho más que la parte que percibimos con la vista, el oído o el tacto. Hay que enseñarles qué simbolizan las costumbres y tradiciones navideñas, lo que todo eso representa en realidad. Metió la mano en su saco, y extrajo un árbol de Navidad en miniatura, que colocó sobre la repisa de la chimenea. Y agregó: -Hay que enseñarles sobre el árbol. El verde es el segundo color de la Navidad. El majestuoso abeto, con su hoja perenne que no pierde el color, representa la esperanza de la vida eterna en Jesús. Al señalar hacia arriba, la punta nos recuerda que el hombre también debe dirigir sus pensamientos al Cielo. Volvió a meter la mano en el saco, y extrajo una estrella que colocó en la punta del arbolito. Añadió: -Dios había prometido un Salvador al mundo. La estrella era la señal del cumplimiento de esa promesa en el nacimiento de Jesús. Hay que enseñar a los niños que Dios siempre cumple lo que promete y que los que son sabios como los Reyes Magos, aún lo buscan. Luego sacó un adorno rojo para el arbolito, y añadió: -El rojo es el primer color de la Navidad. Es un color intenso, vivo. Es el símbolo del más grande regalo que nos ha hecho Dios. Hay que enseñar a los niños que Cristo murió y derramó Su sangre por ellos para que tengan vida eterna. El color rojo debe recordarles del regalo de la vida, que es el más espléndido. Luego, sacó de entre sus cosas una campana y la puso en el árbol, agregando: -Así como la campana guía a las ovejas a un lugar seguro, hoy sigue resonando para conducir a todos al redil. Hay que enseñar a los niños a seguir al verdadero Pastor, que dio la vida por las ovejas. Seguidamente, colocó una vela sobre la repisa de la chimenea y la encendió. El tenue brillo de la llama iluminó la estancia. -El brillo de la vela -explicó- simboliza que el hombre puede manifestar gratitud por el regalo que hizo Dios al enviar a Su hijo. Hay que enseñar a los niños a seguir los pasos de Cristo haciendo el bien. Eso simbolizan las luces que parpadean en el árbol como si fueran cientos de velas. Cada una representa a uno de los valiosos hijos de Dios. Volvió a meter la mano en el costal. Esta vez sacó un diminuto bastón de caramelo a rayas rojas y blancas. Lo colgó en el árbol, y dijo en voz baja: -El bastón es de caramelo duro. El caramelo tiene forma de jota, inicial de Jesús, que vino a la Tierra como nuestro Salvador. Asimismo, representa el cayado con el que el Buen Pastor rescata de los barrancos del mundo a las ovejas extraviadas que cayeron en ellos. Luego, sacó una bella guirnalda hecha con ramas verdes y fragantes que tenía un lazo de color rojo vivo. Explicó: -El lazo nos recuerda el vínculo de perfección, que es el amor. La guirnalda representa todo lo bueno de la Navidad para los ojos que lo ven y los corazones que lo entienden. Es rojo y verde, y las hojas de pino apuntan al Cielo. El lazo es señal de buena voluntad para todos, y su color nos recuerda de nuevo el sacrificio de Cristo. Su misma forma es simbólica. Representa la eternidad y la naturaleza eterna del amor de Cristo. Es un círculo sin principio ni fin. Estas son las cosas que se deben enseñar a los niños. -¿Y qué lugar ocupas tú entre todo esto? -le pregunté. En el rostro se le dibujó una sonrisa. -¡Dios te bendiga! -exclamó riéndose-. Verás... yo no soy más que un símbolo. Represento el espíritu de la diversión familiar y la alegría de dar y recibir. Si a los niños se les inculcara todo esto, no habría peligro de que me volviera más importante de lo debido. Creo que me dormí de nuevo. Al despertar, pensé: «Por fin empiezo a comprenderlo». ¿Fue todo un sueño? No lo sé; pero al despedirse, Papá Noel me dijo: -Si tú no les enseñas esas cosas a los niños, ¿quién se las enseñará? Anónimo Mary Roys Todos los años en diciembre pido a mis hijos, Toby y Kathy -de siete y nueve años- que revisen sus juguetes y su ropa y separen todo aquello que ya no usan o que les queda chico. Luego repaso lo que seleccionaron y descarto lo que está muy desgastado. En algunos casos ejerzo mi poder de veto. Lo mejor de lo que queda lo embalo en una caja para donarlo a personas menos afortunadas que nosotros. Además de que así les inculco a los niños una actitud dadivosa, he descubierto que es una buena táctica para que su dormitorio no esté tan atiborrado de cosas y al mismo tiempo dar buen uso a artículos que ya no necesitan y todavía están en buen estado. La Navidad pasada noté que los dos se pusieron un poco más materialistas. Estaban muy pendientes de los regalos que esperaban recibir y muy poco preocupados de lo que podían dar. La cuestión me intrigó. También me pregunté si eran conscientes de su cambio de actitud. Opté por abordar el tema de forma indirecta. -¿Cuál piensan ustedes que es el verdadero sentido de la Navidad? Naturalmente, tenían claro que se trataba de la celebración del nacimiento de Jesús; pero eso fue lo único que atinaron a decir. -¿Creen que Dios nos envió algo defectuoso, algo que le sobraba? -les pregunté. -No -respondió Toby reflexivamente-. Nos dio lo que más quería, Su mayor tesoro. -Ese es el verdadero sentido de la Navidad -les expliqué-. Dar a los demás de lo mejor que tenemos, igual que hizo Dios. Los chicos se lo pensaron un rato e hicieron un plan para obsequiar algunos de sus juguetes preferidos en lugar de entregar los que ya no les interesaban. Toby optó por dar algunos de los autitos de su colección que más le gustaban. Kathy, por su parte, decidió regalar una de sus muñecas. Empacamos esto con el resto de los artículos que habíamos separado, y me llevé a los niños conmigo el día que fui a entregar nuestra donación navideña. Uno de mis principales deberes como madre es inculcar valores a mis hijos. Enseñarles a pensar en los demás antes que en sí mismos constituye una parte importante de ese cometido. Como es lógico, no basta con dar una vez al año algo que nos cuesta un sacrificio. De todos modos, la Navidad es una oportunidad perfecta para ello. Mary Roys se dedica alcoachingde padres de familia en el Sureste Asiático. Gentileza de la revista Conectate. Usado con permiso.
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