Misty Kay Aquella tarde de verano llegué a mi casa como a las ocho. En vez de que me recibiera mi esposo Daniel, una vecina me recibió cuando salí del automóvil. —¿Vio a Daniel en el hospital? —preguntó. —No. ¿Tenía que hacerlo? —¿No se enteró? Toda madre teme oír esas palabras. De inmediato pensé en mi hija Chalsey de ocho años. Ella es propensa a sufrir accidentes. —¡A Chalsey le picó una víbora cabeza de cobre! Daniel se la llevó al hospital hace como una hora. Me dio un vuelco el corazón. En nuestro terreno habíamos matado víboras de esa especie antes de que supiéramos lo peligrosas que eran. Una picadura de ese ofidio podía matar a un niño. Más tarde me enteré de que Chalsey buscaba insectos para alimentar a una iguana que tenía de mascota y levantó para ello una pasarela de madera que se encuentra a un lado de la casa. Cuando gritó de dolor, Daniel llegó rápidamente, vio lo que había pasado, mató a la serpiente y se llevó a la niña y a la serpiente al hospital, donde los médicos saben tratar una picadura. Volví al auto y me dirigí al hospital, que quedaba a unos quince minutos de casa. Yo creo que fueron los quince minutos más largos de mi vida. Por la cabeza se me cruzaron un millón de preguntas. ¿Chalsey tendría mucho dolor? ¿Estaría inconsciente? ¿Estaría siquiera con vida? ¿Cómo pudo haber pasado algo así? Imploré a Dios como solo sabe hacerlo una madre. En ese momento, la cosa se decidía entre Dios y yo. Las manos me temblaban en el volante mientras le suplicaba que tuviera misericordia y curara a mi niña. Corriendo por la autopista, el corazón se me conectó con el de Dios. Recordé el relato bíblico de la sunamita, madre de un solo hijo, y que el niño había muerto de manera repentina (2 de Reyes 4:8-37). La madre lo acostó en la cama del profeta Elías y fue a buscar a éste. Cuando lo encontró, Elías le preguntó: «¿Estás bien? ¿Está bien… tu hijo?» Y ella respondió: «Bien». ¿Por qué respondió: «Bien»? Era bastante evidente que el niño no estaba bien. Pero la madre tenía mucha fe. Dios le había dado ese niño en respuesta a las oraciones del profeta, ya que ella había sido estéril. Creyó que Dios podía devolverle la vida a su hijo, y gracias a la fe de ella, el niño resucitó, completamente sano. El mensaje me resultó claro. Dios quería que confiara en Él, que creyera que ya había escuchado mis oraciones y empezara a darle gracias. Fue un momento muy emotivo para mí. Pasé de las súplicas con lágrimas, a lágrimas de entrega a Dios, que lavan el alma, para terminar con lágrimas apasionadas de alabanza y acción de gracias a mi amoroso Dios. Él haría lo que fuera más conveniente. «La niña está bien», dije en voz alta, como profesión de fe. Al llegar al hospital, sentí un gran alivio al encontrar a Chalsey despierta y hablando. Tenía una mano hinchada —con los dedos de color morado y verde— y le dolía mucho. Pero hasta ese momento la hinchazón no le había llegado más allá de la mano. La serpiente que la había mordido era joven. El médico explicó que las serpientes jóvenes pueden ser las más peligrosas porque todavía no saben regular la emisión de veneno. Pueden inyectar una dosis más alta que una adulta, o bien aplicar una dosis pequeña. ¿Cuánto recibió Chalsey? Con el tiempo se sabría. El médico explicó que si la hinchazón pasaba de la muñeca, sería necesario tomar medidas más drásticas. Durante horas observamos cómo aumentaba de tamaño la mano y le cambiaban de color los dedos. La niña se sentía mal y lloraba de dolor. Llamamos a amigos y familiares para que oraran por ella con nosotros. Rogamos por que el veneno no se extendiera más allá de la mano. Cantamos a Chalsey y le recitamos versículos de la Biblia. Con alivio y alegría, observamos que la hinchazón se le detenía en la muñeca. ¡Dios había escuchado nuestras oraciones! A la mañana siguiente, Chalsey sonreía de nuevo; y con el paso del tiempo desaparecieron la hinchazón y las manchas. Es una niña que se adapta bien a los cambios. Se recupera de cualquier cosa. (Y además le encanta lucir sus cicatrices.) Desde aquella noche en que a mi hija le picó la serpiente y fui a verla al hospital tengo paz interior. Encaré mis temores, y mi fe salió aumentada de la prueba. Copyright © La Familia Internacional. Usado con permiso.
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