Un joven y prestigioso fiscal conto: “El mejor regalo que me han hecho en la vida lo recibí una Navidad de manos de mi padre, cuando me entregó una pequeña cajita. Contenía una nota que decía: Hijo, este año te regalaré 365 horas, uno cada día después de la cena. Será toda para ti. Hablaremos de lo que quieras, iremos adonde quieras, jugaremos a lo que quieras. Será tu hora. “Mi padre cumplió su promesa, y además la renovó de año en año. Fue el mejor regalo de mi vida. Yo soy el fruto de su tiempo.” *** Hace algún tiempo, un amigo mío regañó a su hija de tres años por malgastar un rollo de papel de envolver de color dorado. Resulta que la niña había intentado decorar una caja que quería poner debajo del árbol. La situación económica no daba para derroches, y aquel papel era costoso. Pese a ello, la mañana de Navidad la niñita le llevó el regalo a su padre y le dijo: —— Esto es para ti, papi. Primero se sintió incómodo por su exagerada reacción anterior. Sin embargo, volvió a perder la paciencia al comprobar que la caja estaba vacía. ——¿No sabes que cuando haces un regalo debes poner algo dentro de la caja?— —la sermoneó. La niñita lo miró con los ojitos llenos de lágrimas y le dijo: ——Papi, no está vacía. Soplé besitos dentro. Son todos para ti, papi. Esas palabras fueron demoledoras para él. Abrazó a la nena y le rogó que lo perdonara. Me contó que durante años guardó aquella caja junto a su cama. Cuando estaba descorazonado, sacaba de ella un beso imaginario y recordaba el amor de la niña que lo había puesto allí. *** Recibí el regalo perfecto la Navidad pasada: el cariño de una niña. La noche del 25 de diciembre, cuando la celebración y el intercambio de regalos ya habían terminado, llevé a la cama a Jade, mi nena de cuatro años. Mientras la arropaba, soltó estas palabras de la nada: —¡Papi, te quiero más que a todos mis juguetes y cosas! El corazón me dio un vuelco. Varias noches después estábamos de visita en casa de unos familiares y me vi precisado a revisar mi correo electrónico. Encontré donde conectarme a la red de la casa, pero no había ninguna silla a la vista. «No importa —me dije—. En un minuto termino esto». Me senté en el suelo y encendí mi computadora portátil. En ese instante Jade entró corriendo al cuarto, tropezó y cayó de bruces sobre el aparato. La pantalla centelleó con líneas de mil colores. El avalúo que cada cual hizo de los daños no fue nada halagüeño: —El arreglo va a salir carísimo. —¡Qué pena que ya no lo cubra la garantía! Al percatarse de lo que había hecho, Jade se echó a llorar. La tomé en brazos. —No te preocupes, mi cielo —le susurré al oído—. Te quiero más a ti que a todas mis cosas. Gentileza de la revista Conectate. Usado con permiso.
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