Sara Kelly Mis tres hijas menores estaban de lo más contentas. Desde hacía una semana teníamos programada una excursión a la playa y finalmente había llegado el tan ansiado día. En el último momento le pedí a una amiga que fuera en mi lugar porque yo tenía mucho que hacer. «Al menos eso me dejará tiempo para todas esas cosas que hace rato que tengo pendientes», pensé mientras juntaba ropa para lavar y remendar y mi costurero. Unos minutos más tarde, desde la ventana, vi cómo llegaba mi amiga y se marchaba con aquellas chiquillas llenas de expectativas de un día inolvidable. Las niñas se despidieron desde el auto: —¡Chao, mami! ¡Que te diviertas! «¡¿Divertirme?! Si supieran lo que tengo programado para hoy —dije para mis adentros—. Supongo que no me vendrá mal pasar unas horas hoy a solas.» Curiosamente, sin embargo, si me pongo a limpiar o a hacer alguna tarea o diligencia cuando me correspondería estar jugando con mis hijas, por lo general rindo mucho menos de lo que esperaba. De todos modos, ésa es también la labor de una madre, ¿no? Me quedé sentada pensando en castillos de arena y niños riendo. Me imaginé a la más pequeña corriendo por la orilla mientras las mayores saltaban por encima de las olitas que venían a morir en la playa. ¡Cómo les encanta chapotear y caerse en el agua! No había transcurrido una hora y ya las extrañaba. Ansiaba el momento en que llegaran y me contaran todo lo que habían hecho. * Cuando volvieron, salí a recibirlas. —Muchas gracias por llevarlas —le dije a mi amiga—. Tenía tanto que hacer… —Ellas dicen que a ti también te gusta mucho la playa —me respondió. —Pero mamá está muy ocupada para divertirse —interrumpió la más pequeña. Luego llegó la hora de bañarse. Las tres niñas se apiñaron en la bañera, y yo me enfrasqué en las tareas de siempre: sacar ropa limpia, echar la usada en el canasto de la ropa sucia, recoger todo lo que habían dejado regado. Todo el tiempo, aquellas palabras resonaban en mis oídos: «Mamá está muy ocupaba para divertirse». —Hoy hicimos un castillo de arena gigantesco! —exclamó Kimberly—. ¡Tendrías que haberlo visto, mamá! ¡Le habrías sacado una foto! «¿Qué estoy haciendo? —me pregunté—. Todos los días mis hijas disfrutan de la vida plenamente, tal como Dios quiere, con todas sus enseñanzas y aventuras, y sobre todo divirtiéndose. ¿Cuál es mi papel en eso? ¿Qué recordarán más de mí cuando piensen en su niñez? ¿Dónde estaba yo a la hora de la diversión?» Eché mano de un pote de crema de afeitar y mientras construía un castillo de espuma de proporciones inusitadas sobre el borde de la bañera, les pregunté: —¿Qué les parece este castillo? Me miraron con ojos como platos. —¡Mamá está haciendo un desastre! —susurró Darlene a sus hermanas, que observaban atónitas. Acto seguido, procedimos a hacernos pelucas de espuma, escribimos nuestros nombres en letra cursiva en los azulejos y nos hicimos unas largas barbas blancas como la de Papá Noel. Había espuma por todos lados. Y nos turnamos sacando fotos que atesoraremos para siempre. ¿Que si nos divertimos? Nos reímos a carcajadas hasta que nos dolía el estómago. * Esa noche cenamos un poco tarde, y como de costumbre no terminé todas las tareas que había programado para aquel día. Ya no me gusta la palabra ocupada, pues he abusado de ella. Claro que no hay que descuidar los quehaceres; pero mis hijas necesitan una madre amorosa y divertida más que una habitación impecable o la ropa perfectamente doblada y remendada. Mis hijas perciben mi amor mucho más en el tiempo que paso con ellas que en lo que hago por ellas. Siempre habrá tareas que hacer, pero he tomado conciencia de cuánto necesitan y aprecian los niños un momento espontáneo de esparcimiento y unas cuantas carcajadas juntos. Yo también. Articulo gentileza de la revista Conectate. Photo Copyright (c) 123RF Stock Photos
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