Comenten juntos cómo podemos ofender y herir a otras personas si al enojarnos decimos cosas desagradables y desconsideradas. Por eso la Biblia afirma que «La lengua es algo pequeño que pronuncia grandes discursos. Así también una sola chispa, puede incendiar todo un bosque» (Santiago 3:5 NTV). Hablen sobre cómo hasta unas pocas palabras pueden alterar grandemente las emociones y cómo una palabra desconsiderada puede hacer llorar a alguien, al igual que una palabra amable y gentil puede alegrarnos el día. Vean el video Cálmate. En él encontrarán ideas sobre cómo reaccionar con una buena actitud en situaciones donde resulta fácil enojarse. Memoricen el versículo «La respuesta amable calma el enojo» (Proverbios 15:1 NTV). Ayuda a los niños a escribir este versículo en sus cuadernos o ponerlo en algún lugar de la casa donde lo puedan ver con frecuencia a lo largo del día. Lean «El amor se fija en lo bueno». Lleven a cabo la actividad que viene en la última página del artículo. Vean juntos Me llevo bien con mi hermano. Compartan ideas sobre cómo resolver los conflictos cotidianos que surgen con sus hijos. Sería bueno explicarles que cuando están enojados o enfadados no es el momento oportuno para hablar con el amigo o compañero con quien se disgustaron. Es mucho mejor esperar a estar calmado, o hablar con sus padres o profesores sobre cómo se sienten. Eso puede ayudar a arreglar las cosas. Lean «¿Cómo podemos amar a los demás?» Lleven a cabo la actividad que viene en la última página. Material adicional: Adaptado de My Wonder Studio.
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Mi hijo mayor se ha rebelado contra casi todas las reglas de la casa. Ya lleva meses así, y cada vez se me hace más difícil entablar comunicación con él y llegar a la raíz de su mal comportamiento. ¡Estoy que no aguanto más! ¿Qué puedo hacer para corregir su conducta? Cuando un niño se porta mal en forma reiterada y grave, normalmente hay una causa subyacente. Quizá se sienta inseguro, y se porta mal para llamar la atención, para que le demuestren cariño y le dediquen tiempo. Quizás está molesto por algo que sucedió en el colegio. A lo mejor está poniendo a prueba los límites que le has fijado y quiere ver si vas a cumplir tu palabra. Quizá piensa que ya tiene edad para tomar decisiones independientemente, y no entiende la finalidad de algunas de tus reglas. Tal vez sea hora de cambiar unas cuantas a fin de darle más espacio para crecer. En cualquier caso, es importante averiguar por qué se porta mal y determinar qué puede hacerse para ayudarlo a entrar otra vez en vereda. La mayoría de los problemas no desaparecen por sí solos, y el niño generalmente no está capacitado para hacerles frente por su cuenta. Muchas veces ni sabe lo que le pasa. Precisa el amor y la orientación de su padre o su madre. La mejor forma de averiguar qué necesita un niño con trastornos conductuales y cómo ayudarlo —en realidad, la única forma— es pedir al Señor que te lo indique. Además de contar con el amor del Señor, el medio más importante para realizar eficazmente nuestra labor de padres es aprender a pedirle a Él las soluciones a nuestros problemas. Jesús siempre tiene la respuesta que necesitamos. A la hora de cumplir con nuestras obligaciones parentales, contar con el consejo divino nos alivia gran parte de la carga. Sabemos que siempre podemos acudir a Él en oración, que nos hablará al corazón y nos dará la orientación y las soluciones que necesitamos. Si tu hijo está pasando por una etapa difícil que pone a prueba tu paciencia, pídele ayuda a Jesús. Comparte con Él tu carga; Él tiene muchísima paciencia. En vista de que es muy paciente con nuestras faltas y errores, podemos estar seguros de que nos ayudará a tener paciencia con los defectos e imperfecciones de nuestros hijos. Cuando sientas que ya no das más, pide a Jesús que te dé Su amor y paciencia. Su Espíritu te dará serenidad, te indicará la solución, te ayudará a capear las dificultades que puedan surgir, y te asistirá para que puedas brindar a tus hijos ese mismo amor y apoyo que Él te brinda. Tomada del libro "La formación de los niños," de Derek y Michelle Brooks, editado por Aurora Production. Foto gentileza de David Castillo Dominici/Freedigitalphotos.net
Jessica Roberts
En plena clase de matemáticas, uno de mi alumnos de segundo grado hizo una afirmación que me dejó perpleja: -¡Dios no existe! Dado que se trata de un colegio cristiano y que Martín es hijo de un pastor, no entendía cómo había llegado repentinamente a esa conclusión en mi clase. Cuando se lo pregunté, exclamó: -Mi papá dice que está Dios, está Jesús y está el Espíritu Santo; pero a la vez dice que hay un solo Dios. No tiene sentido. ¿Qué hacer? Estaba segura de que antes de Martín otros grandes pensadores habían examinado la cuestión de la Santísima Trinidad y se habían topado con el mismo dilema. En ese momento, sin embargo, yo prefería seguir adelante con las multiplicaciones. -Martín, estamos en clase de matemáticas. Podemos hablar de ese tema después. -Es que es un problema matemático -replicó el chiquillo-. No es lo mismo tres que uno. ¿Qué padre o docente no ha sufrido una emboscada de ese tipo? De la boca de los niños surgen difíciles interrogantes. He aprendido que lo mejor que puedo hacer en esos casos es pedirle a Dios que me dé buen tino, pues lo que yo podría interpretar como altanería o ganas del niño de llevar la contraria bien pudiera ser curiosidad inspirada por Dios y además una extraordinaria oportunidad de transmitirle una valiosa enseñanza. La verdad es que no me sentía muy preparada para presentar el concepto teológico de la Trinidad a Martín y sus compañeros de curso. Sonó el timbre del recreo. ¡Estaba salvada! Los diez minutos siguientes, mientras los niños jugaban, los dediqué a orar. Y me vino una respuesta. Era un poco simplista, y probablemente no hubiera sido la explicación que habrían dado San Agustín u otros pensadores cristianos. Pero resultó satisfactoria para Martín y los demás cuando reanudamos la clase de matemáticas. -La Biblia llama a Jesús la Rosa de Sarón -les dije-. Dios es como quien dice la raíz del rosal. Aunque está oculto, de Él procede la rosa. Jesús es la flor, la parte más vistosa del amor de Dios, la parte que vemos y percibimos. El Espíritu Santo es la savia que fluye por el rosal y lo mantiene vivo. Aunque tiene tres aspectos, el rosal es uno solo. ¿Entienden? Me imagino que Martín planteará preguntas más difíciles en el futuro, y huelga decir que yo misma tengo muchos interrogantes. Menos mal que Dios siempre nos responde cuando le planteamos algo con sinceridad. Puede que nos dé una explicación sencilla y directa, como la que me indicó para Martín, o una que sea más compleja. Otras veces simplemente nos da paz para aceptar lo que aún no entendemos.
Gentileza de la revista Conéctate. Usado con permiso.
Últimamente mis hijos se han vuelto bastante irrespetuosos. Parece que cuando trato de corregir la situación sólo consigo empeorarla. ¿Qué me aconsejan?
El primer paso para corregir esa mala conducta es afrontar la cruda realidad de que la culpa de que se encuentren en ese estado es en parte tuya. Como suele suceder con la mayoría de los problemas, tienes que empezar por examinar tus propias acciones y actitudes y proponerte cambiar en los aspectos que sean precisos. Si bien por naturaleza los niños cuestionan más las cosas cuando se ponen un poco mayores y necesitan más explicaciones, la falta de respeto y la desobediencia descarada normalmente se deben a un exceso de indulgencia, pues ésta les enseña a manipular a sus padres en lugar de respetarlos. La solución es ser más firme. Sin embargo, por lo general del dicho al hecho hay mucho trecho, porque esa conducta inaceptable se ha convertido en un mal hábito y porque en el momento probablemente consideraste válidos tus motivos para actuar de determinada manera —tu amor por los niños y tu deseo de verlos felices—. En efecto, esos motivos eran válidos; pero si los resultados fueron negativos es que tal expresión de amor no fue la adecuada para la situación. La fi rmeza también es una expresión de amor, y en algunos casos, la mejor. Normalmente los niños piensan en lo que los hará felices a corto plazo. De modo que los padres tienen que asumir la obligación de juzgar lo que a la larga será mejor para los pequeños, lo cual en muchos casos entraña decir que no. Después de eso, es importante que tengas las cosas claras en tu fuero interno. Tienes que saber exactamente qué conductas son aceptables y cuáles no. Para persuadir a tus hijos de que es preciso cambiar ciertas cosas, hace falta que tú tengas un convencimiento profundo. A la hora de establecer las reglas que a tu juicio hacen falta, obtendrás mejores resultados si las debates con tus hijos, razonas con ellos y tratas de obtener su colaboración que si simplemente impones la ley y exiges su respeto. El hecho de conversar el asunto con ellos —escuchando sus puntos de vista, mostrándote flexible y haciendo algunas modifi caciones si es necesario— evidenciará el respeto que les tienes. Lo más probable es que te correspondan a ese respeto, y ese es el primer paso en la buena dirección. La forma en que les expliques las cosas dependerá de su edad y su madurez. Comienza reconociendo que la culpa es en parte tuya y explica por qué es necesario el cambio. «Como no le puse coto al asunto de entrada, se han habituado a contestar mal y faltarme al respeto. Eso tiene que cambiar. No es un comportamiento aceptable en un hogar como el nuestro, en el que queremos que reine el amor». Deja bien claro cuáles son las reglas y también cuáles serán las consecuencias si no las observan. «Si contestan mal o me faltan al respeto, se quedarán sin esto o sin lo otro». No dudes en cumplir todas las veces lo que les has advertido; de otro modo, tus reglas serán inútiles. Promételes no sólo castigos, sino también premios por portarse bien. «En cuanto se enmienden recuperarán sus privilegios, y tal vez incluso les daré algo más». Termina la conversación en una nota positiva. Recuerda que no sólo aspiras a modificar una conducta; te propones corregir la actitud que dio lugar a esa mala conducta y cultivar buenos hábitos en sustitución de los malos. Eso toma tiempo. El secreto es la oración, la constancia y la firmeza templada con amor. Comprométanse a cambiar juntos y esfuércense hasta lograrlo. Gentileza de la revista Conéctate. Usado con permiso. Michael G. Conner, doctor en sicología (The Family News) Los niños no sólo aprenden de lo que hacen, sino también de lo que ven hacer a sus padres. Es importante darse cuenta de ello, ya que muchos padres ventilan sus conflictos y desacuerdos delante de sus hijos. Medite lo siguiente antes de discrepar o ponerse a discutir en presencia de ellos. Los vínculos emocionales formados entre los padres y los niños hacen que estos noten y adopten los valores, actitudes y comportamiento de sus padres. Los niños confían en las personas con las que se relacionan, e intentan imitarlas y prestarles atención. Pero a diferencia de los adultos, tienden a absorber directamente la actitud de ambos padres. Lo hacen con poca vacilación y sin experiencia. Cuando los padres exponen sus desacuerdos, el impacto psicológico en los niños puede producir incertidumbre, inestabilidad emocional, pensamientos erráticos e hiperactividad. Mientras que a muchos niños no les afectan los desacuerdos leves, otros son más sensibles y propensos a actuar en base de sentimientos confusos. ¿Cómo hacen frente los niños a los puntos de vista conflictivos de sus padres de lo que está bien o está mal? La respuesta es: «No muy bien». El impacto de desacuerdos y conflictos varía mientras los niños crecen. Muchos no se dan cuenta de que los niños comenzarán a no hacer caso de los deseos, valores y actitudes de sus padres cuando discuten y hay situaciones desagradables en su presencia. Los niños suelen pensar: «Si mis padres no son capaces de ponerse de acuerdo, eso quiere decir que soy libre de creer y hacer lo que quiera.» Ambos padres pierden credibilidad cuando discuten delante de sus hijos. La imitación del comportamiento parental es la consecuencia más frustrante de los conflictos y desacuerdos. Los niños no sólo imitan la conducta de sus progenitores, sino que también suelen emprender una escalada competitiva, tratando de superarlos y aprenden a expresarse con un tono, volumen y modo parecidos. Esto explica por qué tantos niños terminan actuando igual que los mismos padres con los no están de acuerdo. No hablar de los problemas antes de que surjan es una de las principales causas de conflictos y desacuerdos entre padres. Muy pocos padres hablan de cómo resolver los problemas hasta que los tienen delante. Más vale prevenir que curar. —No discutan sus problemas de padres delante de sus hijos hasta que hayan hablado ustedes del problema y lo hayan resuelto en privado. Eviten expresar desacuerdos con la opinión del otro en presencia de ellos. —Fijen una propuesta en la que los dos estén de acuerdo. No vale si concuerdan solo para evitar una discusión y después no se apoyan mutuamente. —Decidan lo que esperan de sus hijos antes de que se den situaciones en las que no se pongan de acuerdo. William y Marta Heineman Pieper, Ph.D. (tomado de la Internet) Todos los padres se enojan de vez en cuando delante de sus hijos, pero si logran mantener un ambiente razonable y agradable hasta que estén solos, le ahorrarán al niño tener que vérselas con complejidades de relaciones para las que no está preparado. De todos modos, si por mucho que se esfuercen surge un desacuerdo delante de sus hijos, cesen las hostilidades tan pronto como puedan y tranquilicen a su hijo diciéndole: «Sentimos haberte disgustado y sabemos que te duele que peleemos. Los dos nos queremos mucho aun cuando discutimos, y nunca dejamos de quererte.» Muchos tienen la noción errónea de que los malos ratos de «la vida real» fortalecen el carácter de los niños. En realidad, su inmadurez evita que se resguarden del dolor emocional que sienten cuando las cosas van mal. Por eso, las discusiones entre padres y otros sucesos dolorosos dejan a los niños más vulnerables al estrés. Por otro lado, si protege a su hijo de experiencias inquietantes en general, y sobre todo de la angustia de verlos a usted y a su cónyuge peleando, con el tiempo adquirirá un optimismo constante del mundo y tendrá la armonía y el amor que desea y necesita. Mientras crece, esta actitud positiva le dará fortaleza y resistencia para saber responder a los desafíos de la vida diaria. La próxima vez que se enfade delante de su hijo, recuerde que lo que a usted le parece una explosión de poca monta de todos los días es para su hijo una explosión nuclear. Conviene que se contenga hasta que esté fuera de su presencia. Será más fácil si se da cuenta que de esta forma nutre el bienestar emocional de su hijo del mismo modo que cuida de su salud física manteniéndolo fuera de la calle o de la cocina. “…todos deben estar siempre dispuestos a escuchar a los demás, pero no dispuestos a enojarse y hablar mucho.” |
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