Adaptado de Wikihow. Foto de Gerry Thomasen/Flickr.
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El fruto de la perseverancia ¡A veces los jóvenes son capaces de hacerle perder la paciencia a un santo! Con todo, sigue intentando comunicarte y relacionarte con ellos. Trata de identificarte con ellos y pensar como ellos. Si logras crear un vínculo con ellos, una conexión, lo que les dices empezará a entrarles, y a partir de ahí podrás hacer progresos concretos. Uno de los gajes del oficio de profesora de gente joven es la frustración. Así son las cosas a veces. Así es la vida. Los conocimientos y la experiencia que tienes tú son el fruto de años de altibajos, de triunfos y fracasos, de superar situaciones bastante difíciles; los jóvenes, en cambio, apenas están comenzando. Si tienes eso presente, no se te agotará tan pronto la paciencia. Evita también hacer comparaciones entre este grupo y otros chicos a los que has enseñado. Hay adolescentes que no tienen prisa por hacerse mayores; otros maduran más rápido. No puedes desanimarte tanto por eso. Deja que rompan el molde A medida que los jóvenes van desarrollándose, por lo general necesitan más libertad para tomar decisiones independientes sin que los obliguen a encajar en cierto molde. Algunos no encajan ni quieren encajar en el molde en el que se los quiere meter. Tú tienes tu molde, te has hecho una idea de cómo deben ser y actuar; pero ni siquiera a los hijos se les puede exigir que sean así, que sean iguales a uno y se ajusten en todo a sus ideales. Es posible que tengas que empezar a cambiar de mentalidad. Quizá debas ver a esos jóvenes de otra manera y buscar en ellos rasgos dignos de admiración; por ejemplo, el hecho de que se porten tan bien a pesar de las presiones y las dificultades con que se topan. No tengas miedo de ensuciarte las manos ¡No desistas! Pon manos a la obra, y no te preocupes si te las ensucias. Esto es algo así como la jardinería: uno no puede hacer nada en un jardín si no está dispuesto a llenarse las manos de tierra. Las plantas no medran ni crecen si el jardinero no está dispuesto a hacer algo más que mirarlas y regarlas. A veces es necesario trasplantarlas a otra maceta porque las raíces han crecido mucho, o porque la tierra de la maceta ha perdido nutrientes o se está enmoheciendo. Con los jóvenes pasa lo mismo: es posible que precisen la atención concentrada de alguien que no tenga miedo de ayudarlos a buscar la forma de resolver sus problemas. A veces se enredan y no pueden desenmarañarse solos; les hace falta ayuda del jardinero. Está atenta a ellos del mismo modo que el jardinero examina las plantas para descubrir síntomas peligrosos como hojas que amarillean, que se manchan o se marchitan, tierra mohosa, o plantas mustias por falta de agua. Hay plantas que tienen que estar a la sombra, y otras que quieren sol. Las hay que necesitan mucho riego, y las hay que apenas si requieren agua. A algunas les hacen falta muchos cuidados y hay que rociarlas todos los días; otras, como los cactos, casi no necesitan nada. Tu misión consiste en ser una jardinera diligente, afectuosa, preocupada de sus plantas, que no las pierde de vista y se esmera en atenderlas y cuidarlas. El jardinero averigua lo que puede hacer y se esfuerza por que sus plantas estén bien. Y como cualquier jardinero, después que hayas hecho todo lo que podías, deja lo demás en las manos de Dios. Extraído del libro “Urgente, tengo un adolescente”, © Aurora Productions. Foto de Kristin via Flickr.
Jessica Roberts
En plena clase de matemáticas, uno de mi alumnos de segundo grado hizo una afirmación que me dejó perpleja: -¡Dios no existe! Dado que se trata de un colegio cristiano y que Martín es hijo de un pastor, no entendía cómo había llegado repentinamente a esa conclusión en mi clase. Cuando se lo pregunté, exclamó: -Mi papá dice que está Dios, está Jesús y está el Espíritu Santo; pero a la vez dice que hay un solo Dios. No tiene sentido. ¿Qué hacer? Estaba segura de que antes de Martín otros grandes pensadores habían examinado la cuestión de la Santísima Trinidad y se habían topado con el mismo dilema. En ese momento, sin embargo, yo prefería seguir adelante con las multiplicaciones. -Martín, estamos en clase de matemáticas. Podemos hablar de ese tema después. -Es que es un problema matemático -replicó el chiquillo-. No es lo mismo tres que uno. ¿Qué padre o docente no ha sufrido una emboscada de ese tipo? De la boca de los niños surgen difíciles interrogantes. He aprendido que lo mejor que puedo hacer en esos casos es pedirle a Dios que me dé buen tino, pues lo que yo podría interpretar como altanería o ganas del niño de llevar la contraria bien pudiera ser curiosidad inspirada por Dios y además una extraordinaria oportunidad de transmitirle una valiosa enseñanza. La verdad es que no me sentía muy preparada para presentar el concepto teológico de la Trinidad a Martín y sus compañeros de curso. Sonó el timbre del recreo. ¡Estaba salvada! Los diez minutos siguientes, mientras los niños jugaban, los dediqué a orar. Y me vino una respuesta. Era un poco simplista, y probablemente no hubiera sido la explicación que habrían dado San Agustín u otros pensadores cristianos. Pero resultó satisfactoria para Martín y los demás cuando reanudamos la clase de matemáticas. -La Biblia llama a Jesús la Rosa de Sarón -les dije-. Dios es como quien dice la raíz del rosal. Aunque está oculto, de Él procede la rosa. Jesús es la flor, la parte más vistosa del amor de Dios, la parte que vemos y percibimos. El Espíritu Santo es la savia que fluye por el rosal y lo mantiene vivo. Aunque tiene tres aspectos, el rosal es uno solo. ¿Entienden? Me imagino que Martín planteará preguntas más difíciles en el futuro, y huelga decir que yo misma tengo muchos interrogantes. Menos mal que Dios siempre nos responde cuando le planteamos algo con sinceridad. Puede que nos dé una explicación sencilla y directa, como la que me indicó para Martín, o una que sea más compleja. Otras veces simplemente nos da paz para aceptar lo que aún no entendemos.
Gentileza de la revista Conéctate. Usado con permiso.
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