Beth Jordan No sé si a todas las primerizas les sucede lo mismo, pero no hay nada que cautive más mi atención que mi pequeñita. Sus expresiones faciales, la vivacidad que se dibuja en sus ojos, su curiosidad... Casi cualquier cosa que hace la nena despierta mi amor maternal. Un día tomé conciencia de que Jesús abriga ese mismo amor incondicional por mí. Observando a Ashley sentadita en la cama, que me miraba con sus brillantes ojos azules y una sonrisa de oreja a oreja, me puse a pensar: «¿Cómo no voy a quererla? Claro, a los seis meses es más activa que un cachorrito. A veces arma un lío, se queja, se despierta en la noche pidiendo que le dé de comer cuando yo quiero dormir. Pero haga lo que haga, no hay nada que me pueda disuadir de amarla o de velar por ella». Entonces me acordé de que el día anterior me había sentido muy deprimida y lejos del Señor. Cometí tantos errores que me dio la sensación de que Jesús había dejado de amarme. Pero al mirar a los ojos a mi pequeñita, Él me habló. «¿Cómo podría dejar de amarte? ¿Por qué querría dejar de velar por ti? Eres la alegría de Mi corazón. Te amo. Eres mi pequeñita. Naturalmente, no eres perfecta, y a veces lo lías todo; pero esas cosas contribuyen a que aprendas y madures. Te quiero más y más cada día. No te preocupes: ¡siempre serás Mi pequeñita!» Gentileza de la revista Conéctate. Usado con permiso.
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¡Feliz Pascua! Natalia Nazarova Cuando mi marido tuvo que hacer un largo viaje de tres meses por asuntos de negocios, descubrí las dificultades que afrontan muchas familias monoparentales. Me costó una barbaridad adaptarme a las circunstancias, mantener la casa ordenada y cuidar de los niños por mi cuenta, además de cumplir con mi trabajo. Otros factores también me afectaron emocionalmente, con lo que se me hacía cada vez más cuesta arriba. De día en día la situación parecía empeorar. Aquello me tenía extenuada física y mentalmente. Entonces cayó la gota que hizo rebasar el vaso. Tenía la cena casi lista y faltaban diez minutos para que los niños terminaran sus tareas. Había puesto mi ordenador portátil en la mesada de la cocina para escuchar música mientras preparaba la comida y decidí aprovechar esos diez minutos para revisar mi correo electrónico. Tomé la computadora y me dirigí a la sala; pero en mi frenesí olvidé desconectar el cable de la corriente. Apenas había avanzado unos pasos cuando la tirantez del cable me arrebató el portátil de las manos. Aún ahora puedo revivir la escena como en cámara lenta: el ordenador se cayó, se dio la vuelta, rebotó, y la pantalla se apagó. Me quedé en estado de shock el resto de la noche. No lograba conciliar el sueño. Finalmente, cuando conseguí calmarme me puse a reflexionar sobre lo estresada -y por ende infeliz- que me sentía. Estoy convencida de que Dios quería ayudarme a salir del lío en que me había metido. Y lo hizo. Como estaba destrozada, logró hacerme ver algunos aspectos de mi conducta que dejaban bastante que desear, por ejemplo mi actitud hacia mis hijos mayores y hacia algunos de mis compañeros de trabajo. En aquel rato de quietud y reflexión busqué y hallé el perdón de Dios y recobré la fe y la esperanza. Luego recordé el estado en que había quedado mi computadora. Pero en lugar de la desesperación que había sentido al principio, tuve la corazonada de que el daño no era irremediable. «Si Dios puede componerme a mí -razoné-, sin duda hay esperanzas para mi portátil». A la mañana siguiente lo prendí y se inició bien. Solo se iluminó una pequeña porción de la pantalla, pero el ordenador funcionaba. Apenas se había dañado la pantalla, que no era tan cara de sustituir. Ahora, cada vez que abro el equipo y se enciende la pantalla recuerdo el amor y el perdón infalibles de Dios, la paz que nos ofrece, la transformación que obra en nosotros cuando le encomendamos nuestros problemas. Articulo gentileza de la revista Conéctate. Usado con permiso. Foto tomado de stockimages/freedigitalphotos.net Es natural para los padres desear todo lo mejor para sus hijos: que mejore su relación con Jesús; que estén protegidos de influencias negativas y situaciones peligrosas; que sean personas de provecho y bien formadas. Hay una multitud de ejemplos de lo que quieras que tengan o que experimenten. Y aunque físicamente no puedas darles más allá de ciertos límites, con la oración puedes obtener todo lo que quiere darles Jesús. Para criar bien a los hijos hace falta fuerza, sabiduría, paciencia, fe, comprensión, valentía, espíritu de lucha y el amor de Dios. Pero si quieren darles lo mejor a sus hijos y hacer lo mejor por ellos, ¡entréguenles sus oraciones! Oren en vez de esperar a que surjan problemas, y los eliminarán antes de que ocurran. Si oran, estarás haciendo todo que puedas para preparar a sus hijos para lo mejor de la vida. Como tantos padres saben por experiencia, hay veces en que no les parece que puedan hacer gran cosa para ayudar a sus hijos. Les parecerá que han hecho todo lo posible y no verán que nada dé resultado. La verdad es que siempre pueden hacer algo más. Siempre pueden orar por ellos, y eso sí que dará resultados. Criando niños nunca se quedarán desocupados. Serán sus hijos por el resto de su vida, y aun cuando sean mayores y tengan hijos propios, ustedes todavía pueden orar por ellos. Peticiones de oración por tus hijos Esta lista de ejemplo puedes emplearla cuando ores por tus hijos o adaptarla para que se acomode de manera más exacta a su situación y sus necesidades. Relación con Jesús y crecimiento espiritual * Que lleguen a conocer a Jesús y Su amor y se acerquen a Él de un modo personal. * Que se les desarrolle el amor y aprecio por la Palabra de Dios. * Que maduren y se manifiesten en su vida los frutos del Espíritu: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza. Desarrollo general, inteligencia emocional y relaciones humanas * Que tengan un efecto positivo en sus amigos, personas de su edad y mayores con quienes tengan trato. * Que aprendan a obedecer por amor. * Que traben amistad con quienes ejerzan una influencia positiva en ellos, y a su vez esas personas ejerzan una buena influencia en mis hijos. * Que hagan progreso en todos los aspectos de su desarrollo: espiritual, intelectual, físico, social y emocional. Crianza de los hijos * Que con regularidad busque la ayuda de Jesús, Su comprensión y sabiduría, a fin de que sea el padre o madre que Él quiere que sea. * Que pueda darles la seguridad de que cuentan con mi amor incondicional cualesquiera que sean los problemas o dificultades que surjan; y que pueda ser para mis hijos el reflejo del amor eterno de Dios. * Que transmita con diligencia a mis hijos lo importante que es Jesús para mí y cómo obra en mi vida. * Que enseñe a mis hijos a discernir entre lo que está bien y lo que está mal. Futuro y protección * Que las experiencias de la vida y la madurez de carácter capaciten y motiven a mis hijos para cumplir el destino que les tiene reservado Jesús. * Que el Señor los proteja de daños físicos, accidentes y enfermedades. Text © La Familia Internacional. Image courtesy of David Castillo Dominici at FreeDigitalPhotos.net Anna Perlini Era un día de verano particularmente bochornoso. Tras varias horas de viaje, Jeffrey y yo nos sentamos en la sala de espera de una estación de autobuses del norte de Italia donde el ambiente estaba muy cargado. —¿Era necesario que te acompañara? —musitó. ¿Cómo pudo ocurrírseme semejante idea? Alejar de sus amigos a un chico de 14 años y llevarlo a visitar a sus abuelos. ¡No es precisamente el panorama más entretenido para un adolescente! Teníamos que esperar una hora antes de subirnos al autobús en el que haríamos el último trecho. Yo no sabía qué era peor, si el aire viciado de la sala de espera o el ambiente cargado entre él y yo. —¿Quieres un helado? —le pregunté. Eso casi siempre lo arreglaba todo. Esta vez no hubo caso. —No —respondió tajante—, no tengo ganas. Mi chiquillo estaba creciendo. A mí ya se me agotaba la paciencia. —Pues yo me voy a comprar uno. Tomé el bolso y me dirigí a la cafetería de la terminal de autobuses. En el camino le pedí a Jesús que hiciera algo para restablecer la buena comunicación entre Jeffrey y yo. Al volver lo encontré conversando con un chico uno o dos años mayor que él. —Emanuel es rumano —me explicó al presentarnos—, pero habla bien el italiano. Vive en una casa rodante con su madre y sus dos hermanas menores. Hace trabajitos por aquí y por allá para mantener a su familia. Emanuel parecía un joven inteligente y bien educado, y estaba dispuesto a trabajar en lo que fuera, según sus propias palabras. Ambos chicos prosiguieron la animada conversación que yo había interrumpido. Cuando Jeffrey le dijo a Emanuel que había asistido a un campamento de verano en Timişoara (Rumania), a este se le iluminó el rostro. —¡De allí soy yo! —exclamó. Noté que para Emanuel había sido una dicha encontrar un chico más o menos de su edad con el que hablar distendidamente. Además, Jeffrey se interesó mucho en su vida, sorprendido de haber conocido a alguien de su edad que se encargaba de mantener a su madre y sus hermanas. Llegó el momento de despedirnos y subir a nuestro bus. Jeffrey le entregó a Emanuel uno de los folletos cristianos que teníamos para oportunidades así, además de un donativo para su familia. —Mamá —me dijo Jeffrey en voz baja mientras nos sentábamos en el autobús—, eso fue cien veces mejor que un helado. A veces, cuando estamos molestos o desanimados, no hay mejor remedio que preocuparnos por otra persona y ofrecerle ayuda. Anna Perlini es cofundadora de Per un mondo migliore (http://italiano.perunmondomigliore.org/), organización humanitaria que desde 1996 lleva a cabo labores en la ex Yugoslavia. Gentileza de la revista Conéctate. Usado con permiso. S.F. Heron
¿Te da pavor la hora de bañar a tus hijos? La hora del baño abarca toda una gama de problemas: desde el pánico que sienten algunos niños a la hora de lavarse el cabello, que el niño se ponga de pie en la bañera resbaladiza, incluso que los niños dejen el baño hecho un desastre. A continuación, encontrarás algunos consejos para convertir la hora del baño en una rutina diaria agradable para todos. Establece algunas normas ¿Tu bullicioso hijo empapa, cada noche, el suelo del baño con oleadas de agua? Enséñale que ese comportamiento es inaceptable. Bañarse es algo divertido, pero no debe darle tanto trabajo a mamá. A continuación exponemos algunas normas esenciales para la hora del baño, aparte de las que tú quieras poner en práctica:
Repítele al niño estas normas hasta la saciedad, de modo que entienda que no existen excepciones a estas reglas. El drama de lavarse el cabello Algunos niños sienten pánico a la hora de lavarse el cabello. Y ya sea que les cayó jabón en los ojos o el agua resbaló por su rostro, sus gritos se pueden escuchar hasta la casa de en frente. Ten en cuenta la posibilidad de lavarle el cabello a tu hijo solo una o dos veces por semana, a menos que se caiga en un charco lleno de barro. Si aun después de todo decides ignorar sus gritos, mantén el champú, la taza para enjuagarle el cabello y las toallas a mano para que el lavado sea lo más rápido posible. Haz que el niño «eleve la mirada al cielo» mientras le enjuagas el cabello. Para que el procedimiento sea más sencillo, utiliza unas gafas para natación, una toallita pequeña sobre la frente o una visera para que no le caiga champú en los ojos. Temor a la bañera A algunos niños les causa pavor el desagüe. O tal vez tu hijo sumergió la cabeza en el agua en algún momento y le preocupa que le ocurra de nuevo. Necesitas evaluar el nivel de temor de tu hijo y actuar de acuerdo a ello. Si el niño, presa del pánico se aferra al marco de la puerta del baño, definitivamente hay que cambiar algunas cosas en la rutina de bañarlo.
Si quieres que el niño coopere, haz que la hora del baño sea algo rutinario. Establece límites y sé constante en lo que esperas de tu hijo. Si le da miedo el agua, ten en cuenta que con el tiempo se le pasará. Solo ten paciencia, y en poco tiempo verás que la hora del baño se convierte en un rato divertido que esperará con ilusión. Bebés (0 a 12 meses)
Precisan que se les proporcione una estimulación sensorial variada, y que se cambie con bastante frecuencia, y numerosas oportunidades de desarrollo físico. Esto incluye: objetos interesantes que puedan observar desde una posición horizontal y vertical, que se les proteja de una exposición excesiva al sol y al viento, colores y sonidos agradables, espacios para gatear y cosas que los ayuden a ponerse de pie a medida que desarrollan su fuerza motriz y capacidad de observación, sin que niños más grandes los hagan caerse. Algunos elementos útiles para la estimulación temprana son las hojas y hierba que ondean con el viento, móviles que bailen al ritmo de la brisa, arbustos que atraigan pajarillos y mariposas, y campanitas. El chiquito puede disfrutar de una experiencia al aire libre sin verse afectado por la lluvia ni el sol excesivo bajo un porche que tenga techo traslucido, con suelo liso donde pueda gatear y una verja (ligeramente separada para que no vaya a quedar atrapado) de la que pueda agarrarse para ponerse de pie. Las rampas son más recomendables que las escaleras, ya que permiten gatear de forma más segura, así como hacer experimentos con la gravedad («¿Cómo llegó la pelota allá abajo?» «¿Lo hará otra vez?»). Chiquitines (de 1 a 2 años) Los chiquitines precisan de lugares y espacios donde llevar a cabo las preposiciones —sobre, debajo, encima, dentro, fuera, detrás, delante, arriba y abajo— porque su desarrollo físico es primordial e incentiva su desarrollo cognitivo. Además de los parques infantiles seguros, del tamaño de los chiquitines, a ellos les gustan las pendientes ligeras por las que pueden subir y bajar. Un tobogán empotrado en un pequeño montículo también es útil para que aprendan a deslizarse. Un cajón grande de arena, que se pueda cubrir cuando no se utiliza, es un lugar excelente para socializar con otros chiquitines. Jugar y experimentar con agua es crucial para su desarrollo: del subsuelo, una manguera, un aspersor. Tanto los adultos como los niños disfrutan de los árboles cuyas hojas cambian de color con las estaciones o que brindan piñas (como los pinos), sombra, y hasta frutas. Los chiquitos pueden disfrutar de los colores y fragancias de los jardines, observándolos desde una valla pequeña, pero evita que entren en contacto con abejas y avispas. Las sendas asfaltadas con goma proveen zonas blandas donde los chiquitos pueden practicar sus primeros pasos y aprender a correr, así como andar en caminadores o en triciclos. Al igual que con los bebés, los porches permiten estar al aire libre y sirven como lugar de transición entre el aula y el patio (cuando asisten al jardín infantil). Preescolares (de 2 a 4 años) A esta edad, los niños continúan con un ritmo acelerado de desarrollo físico, y a medida que aumenta su capacidad de relacionarse con otros niños y comunicarse verbalmente, precisan de zonas de juego que les brinden numerosas oportunidades de hacer ejercicio. Correr, trepar, saltar, brincar, deslizarse, bailar y dar vueltas exige fuerza motriz. Puedes motivarlos más proporcionándoles triciclos, carritos, carretillas, montículos y senderos. Para el desarrollo de los preescolares es fundamental jugar individualmente haciendo gala de su imaginación y dotes de actuación, para ello están las casitas de muñecas equipadas con los elementos necesarios para convertirse en hogares, tiendas, castillos, restaurantes, etc. En un depósito al aire libre se pueden guardar elementos de arte, donde se anime a los profesores a hacer manualidades ya que no importa tanto el desorden y se fomenta la creatividad: «¿Puedes pintar el viento?» Jugar con arena y agua también promueve que los preescolares conozcan más el mundo físico, y es un punto de partida para que jueguen con otros niños y expresen su creatividad. La jardinería, sobre todo cuando se trata de lechos elevados resistentes a los triciclos, enseña a los preescolares cómo crecen y se cuidan las plantas. A los pequeños les llama la atención los insectos que acuden a los jardines, en especial las mariposas. Viene bien guardar en algún sitio del jardín las herramientas y mangueras; mientras los niños juegan a ser jardineros, los maestros se ocupan de las labores de mantenimiento. Niños de primaria (de 5 a 10 años) Necesitan cosas similares a los preescolares, pero también lugares donde sentarse, leer, charlar, dibujar, y hacer las tareas escolares. Lo ideal es conseguir artículos como una canasta de baloncesto, gráficas para el suelo (como los cien cuadros y jugar a la pata coja, etc.) Los materiales para manualidades —madera, pinturas, cartón, arcilla, herramientas— fomentan la iniciativa y el ser aplicado. En algunos casos, los niños de primaria disfrutan de estar con otros menores que ellos, y desarrollar así su capacidad como instructores y dirigir los juegos. Lloyd Glenn El verano pasado mi familia tuvo una experiencia espiritual cuyo efecto sobre nosotros ha sido profundo y duradero y la cual consideramos que debemos transmitir a otros. Es un mensaje de amor. Es un mensaje de recobrar la perspectiva debida, volver a tener un equilibrio y renovar el orden de prioridades. Con toda humildad, ruego que al relatarles esta historia pueda darles el obsequio que mi pequeño Brian le dio a nuestra familia cierto día de verano del año pasado. Era el 22 de julio y yo iba camino a Washington D.C. en un viaje de negocios. No había sucedido nada fuera de lo común hasta que aterrizamos en Denver para cambiar de avión. Mientras sacaba mis cosas del compartimiento de arriba oí un anuncio por los altavoces que le pedía al Sr. Lloyd Gleen que se acercara de inmediato a un representante de United. No pensé que era nada grave hasta que llegué a la puerta para bajar del avión y oí a alguien que le preguntaba a todos los hombres del avión si eran el Sr. Glenn. En ese momento supe que algo había pasado y se me fue el alma a los pies. Cuando me bajé del avión un joven de rostro solemne se me acercó y me dijo: —Sr. Glenn, se ha presentado una emergencia en su hogar. No sé de qué se trata ni con quién tiene que ver, pero lo llevaré a un teléfono público para que pueda llamar al hospital. El corazón me latía con violencia, pero logré mantener la calma. Seguí al extraño hasta un teléfono distante, donde marqué el número que me dio el joven del hospital Mission. Mi llamada fue transferida al centro de traumatología donde me informaron que Brian, mi hijo de tres años, había quedado atrapado durante varios minutos bajo el portón automático de nuestro garaje, y que cuando mi esposa lo encontró estaba muerto. Un vecino nuestro, que es médico, le practicó la resucitación cardiopulmonar, y los paramédicos habían continuado con el tratamiento mientras lo llevaban al hospital. Para cuando llamé, Brian había sido reanimado y los médicos creían que sobreviviría, pero no sabían cuánto daño había sufrido su cerebro o su corazón. Me explicaron que el portón se había cerrado por completo empujando su pequeño esternón contra su corazón. Había sido severamente aplastado. Luego de conversar con el personal médico, hablé con mi esposa, quien parecía preocupada, pero no estaba histérica, por lo que saqué fuerzas de su tranquilidad. El vuelo de regreso pareció tomar una eternidad, pero finalmente llegué al hospital. Cuando entré a la unidad de cuidados intensivos habían pasado seis horas desde el accidente. Nada podía haberme preparado para ver a mi hijito acostado inmóvil sobre una cama enorme y rodeado de tubos y monitores. Estaba conectado a un respirador. Miré a mi esposa, quien estaba de pie y trató de esbozar una sonrisa reconfortante. Todo me parecía una pesadilla. Me pusieron al tanto de los detalles y me dieron un pronóstico cauteloso. Brian viviría y los exámenes preliminares indicaban que su corazón estaba bien. Esas dos cosas eran milagros por sí solas. No obstante, habría que esperar para saber si su cerebro había sufrido algún daño. Durante esas horas interminables, mi esposa no perdió la calma. Ella tenía la impresión de que con el tiempo Brian estaría bien. Yo me aferré a sus palabras y a su fe como a un salvavidas. Brian estuvo inconsciente toda la noche y todo el día siguiente. Parecía que había transcurrido una eternidad desde mi partida el día anterior. Finalmente, a las dos de la tarde, nuestro hijo recobró la consciencia y se sentó. En ese momento pronunció las palabras más hermosas que he oído jamás. —Papi, abrázame —dijo extendiendo los brazos hacia mí. Al día siguiente los médicos dictaminaron que no había sufrido daños físicos ni neurológicos y el relato del milagro de su supervivencia se difundió por el hospital. No pueden imaginarse la gratitud y gozo que sentimos. Mientras llevábamos a Brian a casa sentimos una reverencia singular por la vida y el amor de nuestro Padre celestial, quien acude al auxilio de los que tienen un encuentro tan cercano con la muerte. En los días siguientes reinó un espíritu especial en nuestro hogar. Nuestros dos hijos mayores se sentían mucho más unidos a su hermanito. Mi esposa y yo estábamos mucho más unidos y toda la familia estaba muy unida. Adoptamos un ritmo de vida mucho menos estresante. Parecíamos tener una mejor perspectiva de las cosas y nos resultaba mucho más fácil hallar el equilibrio en todo y mantenerlo. Nos sentíamos sumamente bendecidos. Nuestra gratitud era muy profunda. ¡Pero la historia no acaba ahí! Casi un mes después del accidente, Brian se despertó de su siesta y dijo: —Siéntate, mamá. Tengo algo que decirte. En ese tiempo, Brian solía hablar en frases cortas, por lo que a mi esposa le sorprendió oírlo decir una frase tan larga. Se sentó junto a él en la cama, y él comenzó a relatarle su extraordinaria y sagrada historia. —¿Recuerdas cuando me quedé debajo del portón? Bueno, era muy pesado y me dolía mucho. Te llamé, pero no podías oírme. Comencé a llorar, pero después me dolía demasiado. Luego vinieron los pajaritos. —¿Los pajaritos? —preguntó extrañada mi esposa. —Sí —respondió él—. Los pajaritos hicieron «zuum» y entraron volando al garaje. Ellos me cuidaron. —¿De veras? —Sí —dijo él—. Uno de los pajaritos fue a buscarte. Fue a decirte que me había quedado atrapado debajo del portón. Un dulce sentimiento de reverencia se adueñó de la habitación. El espíritu se sentía vivamente y a la vez era más liviano que el aire. Mi esposa se dio cuenta de que nuestro pequeño de tres años no conocía el concepto de la muerte y de los espíritus, y que por eso llamaba pajaritos a los seres espirituales que se le acercaron, pues flotaban en el aire como pájaros. —¿Qué aspecto tenían los pajaritos? —le preguntó. —Eran muy lindos —respondió Brian—. Estaban vestidos de blanco, todo de blanco. Algunos tenían verde y blanco, pero otros tenían solo blanco. —¿Te dijeron algo? —Sí. Me dijeron que el bebé iba a estar bien. —¿El bebé? —mi esposa estaba confundida. Brian respondió: —El bebé que estaba en el piso del garaje. Tú saliste y abriste el portón y corriste hacia el bebé. Le dijiste que se quedara y que no se fuera. Mi esposa casi se cae de espaldas al oír eso, pues en efecto había salido y se había arrodillado junto al cuerpo de Brian, y al ver su pecho aplastado supo que estaba muerto, por lo que mirando hacia arriba susurró: «No nos dejes, Brian. Por favor, quédate si puedes.» Mientras escuchaba a Brian decirle las palabras que había pronunciado, se dio cuenta de que su espíritu había salido y había estado observando desde arriba el cuerpecito sin vida. —¿Qué sucedió después? —preguntó. —Nos fuimos de viaje —dijo—, muy, muy lejos. Se puso nervioso mientras trataba de decir cosas para las que no tenía palabras. Mi esposa trató de calmarlo y reconfortarlo, haciéndole saber que todo estaría bien. Se estaba esforzando por decir algo que evidentemente era muy importante para él, pero le costaba encontrar las palabras. —Subimos volando muy rápido por el aire. Son tan lindos, mamá —añadió—. Hay muchos, muchos pajaritos. A continuación Brian le contó que los pajaritos le habían dicho que tenía que regresar y hablarle a todo el mundo de ellos. Dijo que lo llevaron de vuelta a la casa y que junto a la misma había un enorme camión de bomberos y una ambulancia. Un hombre se estaba llevando al bebé en una cama blanca y Brian trató de decirle al hombre que el bebé estaría bien, pero el hombre no lo oía. Explicó que los pajaritos le dijeron que tenía que irse con la ambulancia, pero que ellos estarían cerca de él. Dijo que eran muy bonitos y tranquilos y que él no quería regresar. Luego vino una luz muy brillante. Dijo que la luz era muy potente y cálida y que le gustó mucho. Había alguien dentro de la luz que lo rodeó con los brazos y le dijo: «Te amo, pero tienes que regresar. Tienes que jugar al béisbol y hablarle a todos de los pajaritos.» Luego la persona de la luz le dio un beso y se despidió con la mano, tras lo cual se oyó un gran sonido y se fueron hacia las nubes. El relato duró una hora. Brian nos enseñó que los pajaritos siempre están con nosotros, pero que no los vemos porque miramos solo con los ojos, y que no los oímos porque escuchamos solo con los oídos. —Pero siempre están ahí —dijo, tras lo cual se puso la mano en el corazón—, y solo se pueden ver acá adentro. Nos susurran cosas para ayudarnos a hacer lo correcto, pues nos aman mucho. Brian prosiguió, señalando: —Yo tengo un plan, mami. Tú tienes un plan. Papi tiene un plan. Todos tienen un plan. Todos debemos vivir nuestro plan y cumplir nuestras promesas. Los pajaritos nos ayudan a hacerlo porque nos quieren muchísimo. Durante las semanas que siguieron, Brian se nos acercaba a menudo para contarnos todo el relato o partes del mismo. La historia era siempre idéntica. Los detalles nunca cambiaban ni se alteraba su orden. Un par de veces dio algunas pizcas más de información y aclaró el mensaje que ya había transmitido. Siempre nos maravillaba el hecho de que cuando hablaba de sus pajaritos se expresaba de una manera tan detallada y elevada para su edad. Adondequiera que iba le hablaba a gente desconocida sobre los pajaritos. Sorprendentemente, nadie lo miraba raro cuando lo hacía. Por el contrario, a la gente se le enternecía la mirada y sonreía. De más está decir que desde ese día no hemos sido los mismos, y esperamos nunca volver a serlo. Image courtesy of Tina Phillips at FreeDigitalPhotos.net |
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