Adaptación de un artículo de María Fontaine En un vuelo que tomé hace unos meses me fijé en una niña de unos diez u once años sentada al otro lado del pasillo, en diagonal. Tenía un enorme cuaderno para colorear de lo más bonito que su mamá evidentemente le había conseguido para el vuelo. En la misma fila había otra niña de más o menos la misma edad; su papá iba sentado detrás de ella. Esa otra niña no tenía libro para colorear; es más, no tenía nada para entretenerse durante el vuelo. La del cuaderno estaba de lo más ocupada coloreando y tenía todas sus crayolas desparramadas sobre la mesita. A la otra, pobrecita, se le iban los ojos. Tan mal me sentí por ella que oré para que la primera se diera cuenta y se animara a dejarle una hoja de su bonito cuaderno. Dicho y hecho: al ratito vi que la niña había arrancado una hoja y se la había entregado a su vecina. Además, le estaba prestando sus lápices de cera. Me incliné hacia adelante por el pasillo y le dije a la niña que me parecía muy lindo que hubiese compartido su libro de colorear. Se le iluminó la carita, complacida de que alguien hubiese notado su gesto. No sé qué efecto a largo plazo pueden llegar a tener las pocas palabras que le dije, pero quisiera creer que la próxima vez que esa niña tenga que decidir si prestar o no alguna cosa, se acordará de la señora que se sintió orgullosa de ella porque tomó una decisión acertada. Podemos preguntarnos: «¿Qué podría decirle a mi hijo o hija que la ayude, que le levante el ánimo, que haga que se sienta halagada, apreciada y valorada?» A todo el mundo le gusta sentirse valorado, sentir que lo que aporta es significativo. Hasta un encuentro breve con tu niño se presta para hacer un comentario oportuno (Proverbios 25:11), para decirle algo que le dé seguridad. Adaptado de un artículo publicado originalmente en la revista Conéctate.
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Dorcas Dios me ha bendecido con 12 hermosos hijos. Son ocho niñas y cuatro muchachos. Su crianza acaparó todo mi tiempo. Apenas tenía ocasión de un respiro. Pero ahora que todos han crecido —el menor tiene 14 años—, dependo enteramente de su apoyo y ayuda. Cierta mañana pasé un buen rato reflexionando en ello y sintiendo una enorme gratitud hacia mis queridos hijos. En esas recibí una llamada de mi tercera hija mayor. Le comenté aquella sensación de agradecimiento. Ella me contesto: «Mamá, tienes que hablarle de esto a tus hijos. Les haría muy feliz saber lo mucho que significan para ti». La misma idea me había cruzado la mente y coincidí con ella. Mis 12 hijos han crecido de un momento a otro en el curso de 34 años. Sé que suena contradictorio, pero es cierto. El paso de los años me ha inculcado la enorme valía de mis hijos. Todo lo que puedo decirles es gracias. Gracias. Gracias. Les agradezco: Las numerosas lecciones de vida que me han enseñado. Que algunos aún vivan conmigo. Que otros hayan alzado vuelo y ya no residan en mi casa. Las ocasiones en que se acordaron de llamarme. Las ocasiones en que me llamaron para hablarme de un problema. Las visitas de mis hijos mayores durante mi recuperación en el hospital. Las lágrimas que derramaron cuando enfermé. Las risas que me produjeron cuando necesitaba unas palabras de aliento. El pastel que una de mis hijas hornea para celebrar mi cumpleaños y el delicioso almuerzo conmemorativo que preparan. Las llamadas telefónicas los días previos a mi cumpleaños para preguntarme qué deseo de regalo. La impresión de un álbum familiar de fotos que mi hija mayor recopila y me envía al término de cada año. La fidelidad con que cortan la madera para la estufa principal de la casa. La apreciación de una amplia variedad de personalidades y características. A mis nietos por llamarme abuela y a mis hijos por cuidar tan bien de ellos. El tiempo que mis hijos me han dedicado cuando he pasado una temporada difícil. Deseo decirle a cada uno de mis hijos: «Eres necesario. Te doy las gracias. Eres maravilloso». Nuestra mayor fortuna es saber que otros nos necesitan. Pero de no expresarlo en palabras, puede que nunca se llegue a conocer la manera que complementamos la vida de los demás. Ese es el motivo por el que he puesto en palabras lo que siento por mis hijos. Mientras ponía mi agradecimiento por escrito, empecé a pensar en Jesús: el mayor acreedor de nuestra gratitud. Me pregunté si le he manifestado mi gratitud. Últimamente no lo he alabado mucho y me pregunto si ello le entristece. Mi agradecimiento hacia Él supera al de todos los demás componentes de mi vida. Su amor me permite extender mi cariño a los demás. El amor que me propicia me motiva a amar a otros. Se dice que la alabanza invoca el poder de Dios. Estoy segura que es cierto. En los momentos de agotamiento se vuelve incluso más importante alabarle. La verdad es que al momento de escribir estas líneas me encontraba un poco debilitada. Pero mis fuerzas se renovaron cuando empecé a alabar a Dios. El motivo central del artículo es la gratitud, por lo que resulta natural que termine en alabanzas. Articulo © La Familia Internacional. Foto gentileza de photostock/FreeDigitalPhotos.net Basado en los escritos de David Brandt Berg La clave para criar niños felices, bien adaptados y de buen comportamiento es en realidad bastante simple: el amor. Lo que no siempre es tan simple ni fácil es saber cómo aplicar ese amor. A continuación reproducimos diez consejos que sin duda te serán de utilidad. 1. Lleva a tus hijos a aceptar a Jesús. Hay veces en que el amor natural que Dios te ha dado por tus hijos no basta para satisfacer sus necesidades. Les hace falta su propia conexión con la fuente del amor —Dios mismo—, y esa conexión la consiguen aceptando a Jesús. Establecer un vínculo con Jesús es tan sencillo que hasta los niños de dos años son capaces de hacerlo. Basta con que les expliques que si le piden que entre en su corazón, Él se convertirá en su mejor Amigo, los perdonará cuando se porten mal y los ayudará a portarse bien. Luego enséñales a hacer una oración como esta: «Jesús, perdóname por portarme mal a veces. Entra en mi corazón y sé mi mejor Amigo para siempre. Amén». 2. Transmíteles la Palabra de Dios. ¿Qué podría ser más beneficioso para tus hijos que enseñarles a hallar fe, inspiración, orientación y respuestas a sus interrogantes y problemas en la Palabra? «La fe viene por el oír la Palabra de Dios» (Romanos 10:17). La lectura diaria de la Palabra es clave para progresar espiritualmente. Eso es válido a cualquier edad. Si tus hijos son bastante pequeños, puedes empezar por leerles una Biblia para niños o libros de Historia Sagrada, o viendo con ellos videos basados en la Biblia y explicándoles lo que sea necesario. Sé constante y hazlo divertido. En poco tiempo tus hijos estarán «sobreedificados en [Jesús] y confirmados en la fe» (Colosenses 2:7). Así habrá menos probabilidades de que se descarríen a causa de influencias malsanas o de que busquen respuestas en otros sitios, pues su vida estará fundamentada en el cimiento sólido de la Palabra de Dios. 3. Enséñales a actuar motivados por el amor. Dios quiere que todos obremos bien, no por temor al castigo, sino porque lo amamos y amamos al prójimo. Si tus hijos han aceptado a Jesús y les has enseñado a amarlo y respetarlo, y a amar y respetar a los demás, y vas reforzando esos principios, con el tiempo aprenderán a tener esa motivación. Desde muy temprana edad puedes enseñarles a practicar el amor siendo desinteresados y considerados con los sentimientos y necesidades ajenos. Jesús lo resumió en Mateo 7:12, en lo que se conoce como la Regla de Oro. La siguiente paráfrasis es un estupendo punto de partida para enseñar a los pequeñitos a tener el amor por motivación: «Trata a los demás como te gustaría que te trataran». 4. Promueve una comunicación franca y sincera. Si tus hijos saben que vas a reaccionar con calma y con amor pase lo que pase, es mucho más fácil que te confíen sus intimidades. Si cultivas una relación de confianza y entendimiento mutuo cuando todavía son pequeños, es mucho más probable que mantengan abierta esa línea de comunicación cuando lleguen a la preadolescencia y la adolescencia, período en que sus emociones y problemas se vuelven mucho más complejos. 5. Ponte en su lugar. Procura relacionarte con tus hijos a su nivel y no esperar demasiado de ellos. Recuerda también que la gente menuda suele ser más sensible que las personas mayores, así que es importante tener mucha consideración con sus sentimientos. Todos sabemos lo descorazonador que es que nos pongan en situaciones embarazosas, que nos ofendan o nos denigren. Si tomamos conciencia de que esas experiencias desagradables pueden ser aún más traumáticas para los niños, haremos todo lo posible por evitarles ese tipo de incidentes. 6. Da buen ejemplo. Sé el mejor modelo de conducta que puedas, pero sin pretender haber alcanzado la perfección. Manifiéstales amor, aceptación, paciencia y perdón, y esfuérzate por practicar las demás virtudes y por vivir conforme a los valores que quieres enseñarles. 7. Establece reglas razonables de conducta. Los niños son más felices cuando saben cuáles son los límites, y esos límites se hacen respetar sistemáticamente, con amor. Un niño malcriado, caprichoso e irresponsable se convierte en un adulto igualmente malcriado, caprichoso e irresponsable. Es, pues, importante que aprenda a responsabilizarse de sus actos. La meta de la disciplina es la autodisciplina, sin la cual un niño se ve en franca desventaja en el colegio, y posteriormente en el trabajo y en la sociedad. Uno de los mejores métodos para establecer reglas es conseguir que los niños mismos ayuden a fijarlas, o al menos que las acepten de buen grado. Requiere más tiempo y paciencia enseñarles a tomar buenas decisiones que castigarlos por decidir mal, pero a la larga es más eficaz. 8. Prodígales elogios y aliento. A los niños les pasa lo que a todos: los elogios y el aprecio los motivan a hacer enormes progresos. Cultiva su autoestima elogiándolos sincera y constantemente por sus buenas cualidades y sus logros. Recuerda también que es más importante y da mucho mejor resultado elogiarlos por su buen comportamiento que regañarlos cuando se portan mal. Si te propones hacer siempre hincapié en lo positivo, tus hijos se sentirán más amados y seguros. 9. Ámalos incondicionalmente. Dios nunca se da por vencido con nosotros ni deja de amarnos por mucho que nos descarriemos. Así también quiere Él que seamos con nuestros hijos. 10. Reza por ellos. Por mucho que te esfuerces y por muy bien que hagas todo lo demás, te verás en situaciones que escapan a tu control o que requieren más de lo que tú puedes aportar. Sin embargo, nada escapa al control de Dios ni supera Su capacidad. Echa mano de Sus ilimitados recursos por medio de la oración. Él conoce todas las soluciones y puede satisfacer toda necesidad. «Pedid, y se os dará» (Mateo 7:7). «Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto» (Santiago 1:17). ¡Que lo disfrutes! Gentileza de la revista Conéctate. Usado con permiso. Peter Story
Hoy escuché la grabación de muestra de un tema musical. He escuchado muchas canciones de demostración, pero esta me pareció menos pulida de lo normal. Procuré no evidenciar que me crispaba los nervios. Mi amigo me advirtió que era una grabación de muestra antes de apretar el botón para escucharla, pero aun así no estaba del todo preparado. Espero que no notara cómo me retorcía en la silla. Al cabo de un minuto de angustia silenciosa, Jesús logró comunicarse conmigo. Me habló al pensamiento: —Es solo una canción de muestra. —Ya sé —respondí—. De todos modos me cuesta escucharla. —Tienes que escucharla como lo haría el músico, como será la canción, no como es ahora. Me pareció interesante verlo así. —Sí —prosiguió—. Y es la mejor manera. En realidad, así es como te veo a ti. ¡Ay! —Está bien. Lo intentaré. Quedé asombrado, porque funcionó al instante. Presté atención sin fijarme en los molestos ruidos de fondo, las pérdidas de ritmo y los desafinados, y la canción era bastante buena. La melodía me pareció hermosa y relajante. Y la letra encajaba a la perfección. Me hacía ilusión ver la canción en su etapa final, y se lo dije a mi amigo. El que tiene boca se equivoca. Todo el mundo mete la pata. Y a veces repetidamente o con consecuencias desastrosas. Por eso, todos somos grabaciones de prueba en las manos de Dios. Hay mucho que Él tiene que arreglar en cada uno, y llevará tiempo. Cuando vemos a los niños de esa forma, no como son sino como serán, todos salimos ganando. Les damos un margen de flexibilidad que no les exige ser perfectos y les permite aprender por experiencia y, por tanto, seguir mejorando. El catalizador del amor El amor no es ciego. Tiene un tercer ojo espiritual que percibe lo bueno y las posibilidades que otros no ven. - David Brandt Berg Si se trata a un hombre como si ya fuera quien puede llegar a ser, se convertirá en quien debe ser. - Johann Wolfgang von Goethe Todo el mundo tiene sus buenas cualidades. Hay características concretas de los demás por las que podemos elogiarlos con generosidad. Si no descubrimos una enseguida, conviene mirar más detenidamente. Pide a Dios que te ayude a ver las cualidades positivas con que ha dotado a cada persona, porque Él ve en todas rasgos dignos de elogio y capaces de suscitar amor en los demás. Cuanto más te cueste descubrir esa cualidad singular, probablemente mayor será la bendición que obtengan esa persona y tú cuando la descubras. Si encuentras aunque solo sea una pequeña veta en alguien y la alumbras con un poco de amor en forma de elogios, te conducirá directamente al filón principal. Tu hijo se te abrirá, y descubrirás que posee numerosas cualidades dignas de admiración. - Shannon Shayler Los padres miran profundamente a los ojos de su primer hijo recién nacido y juran que jamás le harán daño ni lo decepcionarán. ¿Qué hace que los padres regañen machaconamente a sus hijos, los denigren y pierdan la paciencia con ellos? En muchos casos se debe a la excesiva familiaridad. Con el paso del tiempo llegamos a acostumbrarnos tanto a los seres a quienes más queremos que dejamos de valorarlos y tratarlos como debiéramos. El ajetreo y las vicisitudes de la vida cotidiana tienen un efecto erosionante. Así, el lustre de aquellas relaciones que una vez tuvimos por sublimes se va perdiendo. Al vernos continuamente la cara empezamos a percibir defectos e imperfecciones. Lo habitual y corriente se convierte en rutinario y tedioso. Las bendiciones que apreciábamos comienzan a pesarnos. ¿Te ha pasado algo semejante? En ese caso, es hora de revertir la tendencia. Demandará un esfuerzo de tu parte y puede que no resulte fácil, sobre todo si ese exceso de confianza en el trato es ya una costumbre arraigada, pero es posible. Aprecia más lo que tienes. Considérate afortunado. La forma más rápida y segura de devolver el brillo a una relación opacada es lustrar tu mitad. Empéñate en convertirte en la persona que te propusiste ser en un comienzo, y seguro que la otra hará lo propio sin que se lo señales directamente. * Todo el mundo tiene sus buenas cualidades. Hay características concretas de tus niños por las cuales podemos elogiarlos con prodigalidad. Si no descubrimos una enseguida, conviene mirar más detenidamente. Cuanto más difícil te resulte descubrir esa cualidad singular, probablemente mayor será la recompensa que ese niño y tú reciban cuando des con ella. Si encuentras aunque solo sea una pequeña veta en alguien y la alumbras con un poco de amor en forma de elogios, te conducirá directamente al filón principal. Tu niño se te abrirá, y hallarás que posee numerosas cualidades dignas de admiración. - Shannon Shayler * Los elogios de una sola persona tienen grandes repercusiones. - Samuel Johnson * El elogio tiene el mismo efecto en los niños que el agua en las plantas: basta con regarlas para verlas crecer. - Shannon Shayler * Los motivadores, terapeutas y sicopedagogos han descubierto que los elogios nos alientan a esforzarnos más. Esa oleada de cariño que nos envuelve al saber que hemos complacido a alguien nos incentiva a complacerlo aún más. Oír a una persona decir que nos hemos desempeñado bien nos motiva a esmerarnos más todavía. - Shannon Shayler * La mayor fuente de dicha que hay en la vida es saber que alguien nos ama, que nos ama por lo que somos, o más bien, a pesar de lo que somos. - Víctor Hugo * Amar a los demás tal como son es el mayor halago que les podemos hacer. - Shannon Shalyer Extraído del libro "Las Muchas Caras del Amor", © Aurora Productions
El obsequio más exquisito que se puede entregar a alguien son unas palabras de aliento. Sin embargo, casi nadie recibe el aliento que necesita para desarrollar plenamente su potencial. Si todos recibieran el aliento que necesitan para crecer, la inventiva de casi cada persona se agudizaría a tal punto que el mundo produciría una abundancia nunca antes imaginada. - Sidney Madwed
* Muy a menudo subestimamos el poder de una caricia, una sonrisa, una palabra bondadosa, de un rato en el que prestamos oído a alguien, de un elogio sincero o de un pequeño acto que manifieste interés por los demás, todo lo cual puede transformar una vida. - Dr. Leo Buscaglia * Charles Schwab, un exitoso empresario, dijo en cierta ocasión: «Aún no encuentro a un hombre, por elevada que sea su posición, que no haga un trabajo todavía mejor y ponga mayor empeño cuando se encuentra en un ambiente de aprobación que bajo una nube de críticas.» Todo el mundo quiere y necesita que se lo elogie por sus logros. Un niño que jugaba a los dardos con su padre le dijo: «Juguemos a los dardos. Yo los lanzo y tú dices “¡buen tiro!”» Eso hace por los demás una persona motivadora. Tendemos a convertirnos en lo que la persona más importante de nuestra vida cree que seremos. Piensa lo mejor, cree lo mejor y expresa lo mejor de tus niños. Tus afirmaciones no solo te harán más atractivo para ellos, sino que cumplirás un importante papel en su desarrollo personal. - John C. Maxwell (Tomado de Be a People Person: Effective Leadership Through Effective Relationships) * La película Con ganas de triunfar (Stand and Deliver) trata sobre la vida de Jaime Escalante, un inmigrante boliviano que enseñaba en un colegio para alumnos de escasos recursos de Los Ángeles. Logró resultados muy destacados con alumnos que eran conocidos por ser particularmente difíciles. Un relato que no aparece en la película es el del «otro Juanito». Escalante tenía a dos alumnos llamados Juanito. Uno siempre obtenía las máximas notas; el otro siempre sacaba malas notas. El estudiante del promedio elevado se llevaba bien con los demás, cooperaba con los maestros, ponía empeño y era querido por todos. El Juanito que sacaba malas notas era hosco, gruñón, no cooperaba, alteraba el orden y en general no gozaba de las simpatías de los demás. Cierta noche, durante una reunión de padres y profesores, una madre se acercó emocionada a Escalante y le preguntó: —¿Cómo le va a mi Juanito? Escalante supuso que la madre del alumno de las malas notas no haría una pregunta así, por lo que describió con grandes elogios al Juanito de las buenas notas, diciendo que era un estupendo alumno, gozaba de muchas simpatías en la clase, cooperaba y trabajaba con empeño y que seguramente llegaría muy lejos en la vida. A la mañana siguiente, Juanito —el de las malas notas— se le acercó a Escalante y le dijo: —Agradezco mucho lo que le dijo a mi madre sobre mí y quiero que sepa que me voy a esforzar para que todo lo que dijo sea cierto. Para fines del periodo el Juanito desaplicado había subido claramente sus notas. Al final del año escolar se encontraba ya entre los alumnos más destacados. Si tratamos a nuestros niños como si fueran el otro Juanito las posibilidades de que mejoren su desempeño aumentarán visiblemente. Alguien dijo con mucha razón que son más las personas que han logrado el éxito gracias a los elogios que las que lo han conseguido merced a los continuos regaños. Nos resta preguntarnos qué ocurriría con todos los demás juanitos del mundo si alguien los encomiara y los ponderara. - Zig Ziglar A.A. A principios de los años 80 yo era una niña flaquita de ocho años que sufría de asma. Vivía con mi familia en la India. Una antigua amiga de mis padres nos vino a visitar y me dijo sonriente que me había cuidado cuando yo era una bebita. En aquel momento sentí que existía un vínculo especial entre las dos. Mientras ella conversaba con mis padres sobre los viejos tiempos, me arrodillé detrás de ella y silenciosamente le hice una trenza en su cabellera color miel. Era la primera vez que intentaba algo semejante, y me salió bastante suelta y asimétrica. Cuando terminé, le pregunté si le gustaba. Ella la palpó y dijo: «¡Está preciosa! Además, con este calor resulta muy cómoda. Gracias por hacérmela». Así, una niña de ocho años que no se sentía capaz de hacer gran cosa adquirió cierta conciencia de su propia valía y se dio cuenta de que ayudar a los demás en pequeños detalles tiene su recompensa. Un par de años después —también en la India— hicimos una excursión a una montaña que tenía mil escalones de piedra. El asma me obligaba a parar a descansar bastante seguido; pero bien valió la pena el esfuerzo. Cuando llegamos a la cima, exploramos un fascinante museo que había sido en otro tiempo un magnífico palacio. Al pasar por las habitaciones lujosamente amobladas y muy bien conservadas, y por los jardines cuidados con espléndida exquisitez, entendimos el entorno en que había vivido la antigua realeza india. Al día siguiente, nuestra profesora nos pidió que hiciéramos una redacción sobre la excursión. Yo me propuse documentar todos los pormenores de lo que habíamos visto el día anterior: la subida por la escalinata; los monos con que nos topamos en el camino y la forma en que tomaban maní de nuestras manos y se lo comían; la enorme estatua de un temible guerrero a la entrada del palacio, y cada detalle del palacio mismo. Quedé muy complacida con mi redacción, y mi profesora también, aunque me explicó dulcemente que por lo general no conviene empezar cada oración con la palabra entonces. Me recomendó otras opciones que me parecieron interesantes. Esas críticas constructivas eran conceptos nuevos para mí, pero el estímulo y la ayuda que recibí ese día me llevaron a seguir una carrera muy gratificante como escritora y correctora. Así que, independientemente de que seas padre, madre, docente, puericultor o un simple observador, nunca subestimes la influencia que puedes tener en los niños que forman parte de tu mundo. A veces lo único que se necesita es una sonrisa de aprobación o unas palabras de aliento para transformar una vidita. Y el amor que des te vendrá de vuelta. Muchos no comprenden que el mundo del mañana depende de las personas mayores de hoy, de lo que decidan conceder o denegar a la siguiente generación. - David Brandt Berg Gentileza de la revista Conectate. Usado con permiso.
o ¡Nunca debemos perder la fe en nuestros niños! Si no podemos saber la verdad acerca de algún asunto, cuando el niño dice ser inocente y no hay manera de probar lo contrario, la mayoría de las veces es mejor dejarlo pasar y no correr el riesgo de castigarlo o juzgarlo injustamente. ¡Debemos tratar de confiar en que nos dicen la verdad! Esa manifestación de amor les demostrará que tenemos fe en ellos, y les inspirará a no defraudar la confianza que hemos depositado en ellos. Mostrarle a un niño que confiamos y tenemos fe en él, es mostrarle que le amamos. o Es conveniente tratar de ponerse en lugar del niño siempre que sea posible. Esto nos ayudará a comprenderle mejor. Cultivar el hábito de ver las cosas desde su punto de vista y forma de razonar suele dar muy buen resultado. Conviene preguntarse: "¿Qué pasaría si se tratara de mí? ¿Cómo me gustaría que me trataran si yo estuviera en esta situación? Si yo tuviera 5 años, ¿cómo me sentiría si los adultos se rieran de mí?" Algo que a nosotros tal vez nos parezca muy bonito o gracioso puede resultar muy humillante y vergonzoso para un niño. La mayoría de nosotros sabemos lo que es sentirse humillado, ofendido o desairado. Si tomamos conciencia de que esas experiencias pueden ser mucho más traumáticas y dolorosas para un niño pequeño que no las ha experimentado antes, haremos todo lo posible por tratar de evitar tales incidentes. Si imaginamos una situación lo más parecida posible a la del niño, y nos ponemos en su lugar, tratando de suponer cómo nos sentiríamos nosotros, podremos comprender más profundamente al niño y sus sentimientos. o El elogio y el ánimo son algunas de las cosas más importantes en la formación de un niño. Es importante elogiar al niño y demostrarle que apreciamos sus buenas intenciones y su buen comportamiento. Por ejemplo, si ha sido recibido una mala calificación en la escuela, aún podemos hallar algo por lo cual podamos elogiarle, como su buena caligrafía, tal vez. Siempre habrá algo digno de elogio y aprecio. Los elogios hacen que los niños den lo mejor de sí. Es más importante elogiar al niño por sus actos de bondad y su buen comportamiento que regañarle por su mal comportamiento. ¡Es mejor tratar siempre de acentuar lo positivo! Por supuesto, cuando elogiamos al niño o le mostramos aprecio, tenemos que ser sinceros, y el elogio debe ser justificado. Por ejemplo, si un padre cree sinceramente que su hija adolescente es hermosa, y en realidad no lo es tanto al compararla con otras chicas de su edad, ella podría llegar a pensar que su padre la engaña con adulaciones si éste no cesa de repetirle lo bella que es, por más sincero que sea. Mejor sería elogiarla por alguna otra cosa en la que se destaque más: su elocuencia, o sus buenas calificaciones, o su carácter afable y amoroso. No nos ahorremos las palabras de elogio y de aliento a nuestros niños. Casi todo el mundo quiere a los niños, pero es muy importante que ellos lo sepan, de manera que es conveniente decírselo y demostrárselo. Todas estas sugerencias y consejos son maneras de poner nuestro amor en acción. El amor no es "real", ni tiene aplicación práctica a menos que nosotros, los padres que hoy estamos moldeando el futuro, demos un ejemplo viviente de él. El mundo de mañana lo estamos forjando los padres y madres de hoy: ¡según cómo educamos a nuestros hijos! Escrito por D.B. Berg. © La Familia Internacional. Usado con permiso.
Nos encontramos en la atestada sala del tribunal de una ciudad del nordeste de los EE.UU. Un muchacho de unos dieciséis años acusado de robar un automóvil está de pie ante el juez, esperando que este dicte sentencia. En una silla cercana, una madre solloza histérica. Un rato antes, el fiscal declaró que el joven delincuente ha sido una molestia constante para la gente de la localidad. Antes que él, el jefe de policía había dicho que lo habían detenido en numerosas ocasiones por hurtar fruta, romper ventanas y cometer actos de vandalismo.
El juez de mirada severa lo observa fijamente por encima del borde de sus anteojos, y lanza una diatriba contra el joven, recordándole el riguroso castigo a su desordenada conducta. Las palabras salen como trallazos de la boca del magistrado mientras reprocha implacable al acusado su irresponsable comportamiento. Diríase que busca en su vocabulario las palabras más inclementes con que pueda humillar al chico que tiene ante sí. Pero el joven no se acobarda ante tan áspero regaño. Su actitud es de desfachatada provocación. Ni una sola vez baja la vista. Con los labios apretados y echando fuego por los ojos, mira fijamente a su interlocutor. El togado hace una pausa de un momento para dejar que sus palabras surtan efecto. El chico lo mira directamente a los ojos y de entre sus apretados dientes brotan estas palabras: «Usted no me da miedo». El juez se pone rojo de ira, mientras se apoya sobre la mesa y dice con brusquedad: «Por lo visto, el único lenguaje que entiendes es una condena de seis meses en un reformatorio». El chico contesta con un gruñido: -Mándeme al reformatorio. Ya verá lo que me importa. El ambiente se pone tenso en la sala. Los asistentes se miran unos a otros y menean la cabeza. Un ujier exclama: -¡Este chico no tiene remedio! Los improperios lanzados al muchacho no consiguen otra cosa que suscitar en él más resentimiento y odio. La escena recordaba a la del domador que se acerca con un palo puntiagudo a un león enjaulado y cada vez que lanza un golpe para aguijonear a su víctima, esta responde con renovada furia. En ese momento el juez advierte que entre los presentes se encuentra un caballero de un pueblo cercano. Es el director de una granja educativa para jóvenes delincuentes. Le pregunta con tono de resignación y cansancio: -¿Qué opina de este muchacho?, Sr. Weston El aludido caballero se acerca. Tiene un aire de seguridad que al momento impone respeto. Su mirada amable hace pensar que de verdad comprende a los muchachos. -Señor juez -responde tranquilamente-, en el fondo este joven no es tan insensible. Tras esa fachada de fanfarronería se oculta un hondo temor y profundas heridas. Yo diría que lo que pasa es que nunca se le ha dado una oportunidad. La vida lo ha defraudado. No ha conocido el amor de un padre. No ha contado con la mano de un amigo que lo guíe. Me gustaría que se le diera una oportunidad de demostrar lo que vale en realidad. Por un momento se hace el silencio en la sala, para romperse repentinamente al oírse un sollozo. No es la madre la que llora, ¡sino el muchacho! Las palabras amables y comprensivas del Sr. Weston le han llegado al corazón. Se queda de pie, con los hombros caídos y la cabeza gacha, mientras le ruedan lentas unas lágrimas por las mejillas. Unas palabras de comprensión le han llegado al alma, mientras que media hora de acusaciones no lograron otra cosa que aumentar su resentimiento. El juez tose para disimular su vergüenza, y se ajusta nervioso los anteojos. El jefe de policía, que ha testificado contra el muchacho, sale rápidamente de la sala, seguido del fiscal. Tras deliberar por un momento, el magistrado se dirige al Sr. Weston: -Si le parece que puede hacer algo por el chico, suspenderé la sentencia y lo pondré en sus manos. El muchacho queda a cargo del Sr. Weston, y desde ese momento no causó más problemas. El gesto amable de aquel hombre que había salido en su defensa lo motivó a emprender un nuevo rumbo y puso de relieve sus mejores cualidades, cualidades que hasta entonces ni había pensado que tenía. - Clarence Westphall (adaptado) Charles Coonradt y su esposa Carla nos hablan de Shama, una enorme ballena del parque acuático Sea World, en Florida. Pesa más de 8 toneladas y media, y se la enseña a saltar casi siete metros sobre el agua y hacer gracias. ¿Cómo se lo enseñan? Una táctica típica de muchos padres sería colocar una soga de casi siete metros que se extendiera hacia arriba desde la superficie del agua, y animar al cetáceo a saltar sobre ella: «¡Salta!» Tal vez se colocaría arriba un balde con pescado, que sería el premio. ¡Fijar metas! ¡Apuntar alto! Pero cualquiera sabe que la ballena se quedaría donde está. Los Coonradt dicen: «¿Cómo hacen los amaestradores de Sea World? Lo primero es consolidar el comportamiento esperado, en este caso conseguir que la ballena o marsopa salte la cuerda. Se crea el ambiente adecuado para que el cetáceo no falle. Empiezan con la soga debajo de la superficie del agua, en una posición en que la ballena no pueda hacer sino lo que se espera de ella. Cada vez que pasa por encima, se la premia. Le dan pescado, o palmaditas, juegan con ella y, por encima de todo, se le da a entender que se está contento con ella. ¿Y si el animal pasa por debajo de la soga? Nada; no hay choques eléctricos, no hay crítica constructiva, no se le dan consejos ni queda una mancha en su expediente. Se le enseña que si hace otra cosa no se le reconoce. Premiar y elogiar es fundamental, el sencillo principio que da unos resultados tan espectaculares. Conforme la ballena empieza a pasar por encima de la soga con más frecuencia que por abajo, los amaestradores van elevando esta. Hay que hacerlo poco a poco, lo suficiente para que la ballena no pase hambre, ni física ni emocional. «El sencillo principio que se debe aprender de los amaestradores de ballenas es celebrar de más. Dar siempre mucha importancia a cosas sencillas y positivas. En segundo lugar, criticar poco. Cuando uno niño mete la pata se da cuenta. Lo que necesita es ayuda. Si criticamos poco y castigamos y disciplinamos menos de lo esperado, se recordará lo ocurrido y por lo general no se repetirá el error.» Esforcémonos por dificultar el fracaso para que haya menos crítica y más elogio. Otras Formas de Decir «Te Quiero»
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