Cuando de ser padres se trata, no hay fórmulas mágicas. Soy imperfecta como madre, y por lo tanto criaré hijos imperfectos. Debo apoyarme completamente en Jesús y andar por fe, seguir Su guía al criar a mis hijos. A lo que debo aspirar es a ser fiel. A tener fe y mantenerme fiel. Erika Dawson * Los padres exitosos disfrutan de ser padres. Disfrutan de ser padres no porque sea fácil ni porque reporte recompensas inmediatas sino por el puro gozo y privilegio que implica colaborar con Dios en la formación de otra vida más, única y preciosa. Cualquier padre de familia puede dar fe de que «crecen muy rápido». Los padres exitosos se lo recuerdan a sí mismos constantemente y procuran disfrutar de cada día con sus hijos. Se zambullen completamente en la crianza de sus hijos, todo lo posible, y se dedican a disfrutarlos, inclusive en las etapas de los pañales sucios, las enfermedades y las desilusiones. No solo aman a sus niños sino que los disfrutan y esperan con ilusión pasar tiempo con ellos. Los padres exitosos no esperan perfección, ni por parte de ellos mismos ni por la de sus hijos. Ser padres es un arte, no una ciencia. Los padres exitosos entienden que, al igual que ellos, sus hijos no son perfectos. Esto les permite amar a sus hijos libremente, sin reservas. Los padres exitosos no temen a los fracasos ocasionales. Les queda claro que es normal cometer errores, es más, que es saludable cometerlos, que son gajes del oficio. Tratan de tomar las mejores decisiones que pueden, y cuando se equivocan, aprenden de sus errores y tratan de hacerlo mejor la próxima vez. Los padres exitosos no albergan la falsa ilusión de que todo saldrá a la perfección. Los niños tienen opiniones propias, personalidades únicas y preferencias particulares. Inevitablemente, hacen que nos preguntemos de dónde sacan semejantes ocurrencias. Es nuestra responsabilidad fijarles ciertos límites y marcarles pautas que en algunos casos chocarán con sus crecientes anhelos de independencia. Los padres exitosos no se sorprenden ante las dificultades y los conflictos que se presentan; se los esperan. Sin embargo, los padres exitosos entienden que la responsabilidad que tienen para con sus hijos no es la de agradarlos siempre y hacer lo que los pone contentos: es tomar las decisiones difíciles que a la larga les convendrán. Los padres exitosos no hacen las cosas solos. Saben que nadie tiene toda la experiencia ni las solucionesa todos los retos que se presentan al educarlos. Los padres exitosos no se muestran reticentes a buscar la asesoría de otros. Saben que, al fin y al cabo, la decisión está en sus manos, pero que antes de tomarla, pueden asesorarse aprovechando la sabiduría que hay a su disposición. Richard Patterson, Jr. * En cierta ocasión, un grupo de madres discutía con gran solemnidad el valor de dedicar «momentos provechosos» a sus niños de edad preescolar. El consenso parecía ser que, por muy aburrido que fuese empujar carritos por el piso, jugar a las muñecas o armar una nave espacial con Legos, dichas actividades tenían algo de sagrado, que eran fundamentales para fortalecer lazos con sus pequeños. De pronto, se escuchó la voz de una madre por encima del resto, y dijo: «Lo siento, pero yo soy tajante con mi hija mayor en estas cosas. Simplemente le digo que no juego a las Barbies». Lo dijo con tanta convicción que todas las demás se quedaron descolocadas… y terminamos hablando de qué podían considerarse «momentos provechosos». Conversamos sobre cómo eso de aspirar a pasar momentos provechosos puede convertirse en una verdadera carga, un concepto estresante cargado de exigencia y sentido del deber que hace que se pierda la parte del disfrute en las actividades que realizamos con nuestros hijos. A veces, los mejores momentos con nuestros niños se dan cuando no están presentes los elementos de la obligación o el sacrificio. Los momentos placenteros que se dan espontáneamente siempre parecen ser más significativos que las horas jugando a las Barbies o a las figuritas. Como dijo alguien una vez: «La felicidad se disfruta, no se enseña». Nancy Samalin con Catherine King * La manera más segura de enseñarles algo a sus hijos es por medio del ejemplo que les dan; no de lo que les predican ni lo que les dicen que deben hacer, sino de aquello en lo que ustedes creen y aplican. Jesús, hablando en profecía * Cuando los padres tienen suficiente valor como para disculparse con sus hijos por sus errores o falencias, modelan muy efectivamente lo que significa depender de Dios. Cuando uno es abierto y transparente ante Dios y sus hijos, lo que transmite es que, «a pesar de ser mucho mayor, yo también dependo de Jesús, y es así como quiero que también dependan ustedes de Él». Otro beneficio de mostrar apertura ante Dios y sus hijos es que los motivará a acercarse a ustedes y buscarlos para hablar de sus sentimientos más profundos. Es más probable que les cuenten sus problemas y debilidades si les consta que ustedes también han transitado ese camino. Pensarán: «Mamá no se enojará conmigo porque a ella también le pasó algo similar…». Muéstrale a tu niño o niña tu dependencia del envolvente amor de Dios y de Su fuerza en tu vida. Sé modelo de la sumisión al Señor para que tus hijos al verla aprendan a someterle también su vida a Dios. Kevin Leman * ¿Alguna vez has observado a una pata con sus patitos? La pata parece de lo más serena, tranquila y despreocupada nadando por la laguna con sus pequeñuelos. Sin embargo, los vigila en todo momento. Ella es la viva imagen de cómo deseo que seas tú. La serenidad de espíritu reflejada por esa patita es lo que va a ayudar a tus pequeños a sentirse seguros. Nunca te va a alcanzar el tiempo para hacer todo lo que tienes que hacer, pero no dejes que eso te ponga nerviosa y frenética. Haz un esfuerzo por conservar la calma y transmitirle ese mismo espíritu al niño. Cuando las presiones se multipliquen, detente un momento y cierra los ojos. Pídeme que te llene de la perfecta paz que proviene de confiar en Mí. Jesús, hablando en profecía * A las montañas levanto mis ojos; ¿de dónde ha de venir mi ayuda? Mi ayuda proviene del Señor, creador del cielo y de la tierra. Salmo 121:1–2 * Él fortalece al cansado y acrecienta las fuerzas del débil. Aun los jóvenes se cansan, se fatigan, y los muchachos tropiezan y caen; pero los que confían en el Señor renovarán sus fuerzas; volarán como las águilas: correrán y no se fatigarán, caminarán y no se cansarán. Isaías 40:29–31 Text courtesy of www.anchor.tfionline.com. Photo copyright: alexandralexey / 123RF Stock Photo
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Si vives en una casa, departamento o apartamento, las lesiones domésticas están escondidas en cada esquina. Los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de los Estados Unidos (CCPEEU) calculan que más de 11 000 personas mueren cada año en el país por lesiones no intencionales que son el resultado de caídas, incendios, ahogamientos o intoxicaciones. Para proteger tu hogar, puedes ayudar a prevenir accidentes en casa. Evita caídas
Reduce los daños de incendio.
Reduce los riesgos de accidentes por ahogamiento.
Reduce las posibles intoxicaciones.
Consejos
Gentileza de Wikihow. Foto: Sarah Horrigan/Flickr.
Laura Boggess Cuando era niña, solía correr tan rápido como podía con los brazos estirados. Jugaba a que eran alas y que el viento me levantaba en ellas. Era un avión, un pájaro, un dragón que alzaba vuelo sobre reinos fantásticos. Cuando la luna se asomaba entre las oscuras nubes, mis alas me elevaban de la tierra al cielo, donde surcaban ardientes cometas y bailaba el polvo de estrellas. Las cortinas de los cielos se abrían para recibirme. Allí me encontraba con Dios. Volaba a Sus brazos y me arrullaba en Su enorme regazo. Pero al crecer aprendí los límites impuestos por el orden natural de las cosas. El mundo se volvió más pequeño y Dios se alejó a miles de años luz. Comprendí que la fe es la convicción de lo que no se ve. Las escapadas nocturnas con un Dios invisible fueron relegadas a un dulce recuerdo de mi niñez. Mi conocimiento y fe aumentaron con el paso de los años, pero añoraba cada vez más la íntima comunión de antaño. Hace unos años, salí a pasear con mis dos hijos jóvenes una tarde de frío invernal. Recuerdo como se alejaron corriendo, perdidos en la emoción del juego común entre hermanos, mientras yo reía. A solas bajo un manto de cielo blanco, levanté la mirada. ¿Era cierto que una vez surqué esos mismos cielos, con las mejillas sonrosadas y polvo de estrellas en la mirada? ¿Cuándo rechacé la noción de que para Dios todo es posible? ¿De qué manera se redujo mi imaginación al punto que dejé de aguardar lo aparentemente imposible? ¿Por qué permití que la gravedad y el peso del mundo anclaran mis pies y limitaran mi concepto de Dios? Lo más probable es que fuera a los siete u ocho años. Es lo que sugiere la teoría de desarrollo cognitivo de Jean Piaget. El autor asegura que la etapa preoperacional —la cual se da entre los dos y siete años de edad— se caracteriza por el desarrollo del pensamiento simbólico, la memoria y la imaginación. Todo ello estimula la participación infantil en juegos de imaginación. La base del pensamiento basado en la intuición en vez de en la lógica entorpece la comprensión de causa y efecto, tiempo y comparación. Los expertos lo denominan una limitación evolutiva, pero en mi diccionario la intuición es la percepción de la verdad que pasa desapercibida por la mente consciente. Me parece que es el lugar donde el Espíritu Santo toca la conciencia y la dirige hacia donde lo desee. Si bien el mundo lo considera una limitación, no puedo dejar de pensar… Cuando el cerebro empieza a utilizar la lógica, ¿las estructuras que fomentan el asombro disminuyen para dar lugar al raciocinio? En dado caso, ¿cómo volver a expandirlas? ¿Cómo puede el ser humano, una vez superada la etapa preoperacional que sugiere Piaget, recuperar la alegre capacidad de asombro? ¿Cómo volver a la etapa en la que el Espíritu Santo toca la conciencia, dirige los pasos y ofrece su intuición y perspicacia? Jesús nos advierte en Mateo 18 que a menos que nos volvamos como niños no podremos entrar al reino de los cielos. El que se humilla como este niño será el más grande en el reino de los cielos. ¿Cómo se logra eso? ¿De qué manera debo acercarme a Jesús como un niño? Encontré la respuesta esa fría tarde de febrero, entre las risas y la nieve. Juega. Pero, ¿cuánta aceptación gozan los juegos en un mundo de adultos? En el libro Jugar moldea el pensamiento, abre la imaginación y vigoriza el alma, el Dr. Stuart Brown asegura que participar enteramente de juegos disminuye nuestra inhibición y nos ayuda a perder la noción del tiempo. Jugar nos permite vivir cada momento a plenitud. Desde entonces he vuelto a jugar. Me pierdo en mis pensamientos mientras observo por la ventana a un jilguero picar una semilla de girasol. Las horas que dedico a remover la maleza del jardín parecen segundos. El aroma de las plantas de tomate es embriagador. Contemplo con asombro el rastro del sol en el agua, y me siento atraída por la refracción de sus rayos en cada gota. El juego me recuerda lo que es ser un niño. El mundo desborda inocencia y esconde maravillas por descubrir. Dios me invita a jugar cada vez que me muestra algo hermoso. Aquella tarde escuché Su voz en las risas de mis hijos y en las calles cubiertas de nieve. Fue una invitación. Una vez más, levanté los brazos y desplegué mis alas. Una mamá —ya en sus cuarenta— se permitió volar en círculos y dejó que el viento acariciara sus alas. Y levanté vuelo. Derecho a los brazos de Dios. * El juego es distinto para cada persona. ¿Qué actividades sencillas y divertidas encajan con tu personalidad y te ayudan a acercarte a Dios de manera íntima, volviéndote como un niño pequeño? Gentileza de Anchor; usado con permiso. Foto de Lesley Snow via Flickr.
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