Cuando nos enteramos de que alguien está haciendo una gran obra, podemos estar seguros de que esa persona tuvo una excelente formación. Quizá fue la instrucción que le dio su madre, el ejemplo de su padre, la influencia de un profesor o una experiencia intensa que vivió. En todo caso, ese elemento debe estar presente; de lo contrario no se lograría nada, por muy propicia que fuera la oportunidad.
Catherine Miles *** El Times de Londres informa: Un estudio ha revelado que los progenitores que dedican tiempo a sus hijos, aunque no sea más de cinco minutos al día, multiplican sus oportunidades de llegar a ser adultos seguros de sí mismos. Casi todos los muchachos cuyo padre les dedicó un tiempo exclusivo para conversar de sus inquietudes, tareas escolares y vida social llegaron a ser jóvenes optimistas llenos de confianza y esperanzas. El estudio, tomado de una investigación realizada por la Universidad de Oxford, seleccionó a chicos con alta autoestima, felicidad y seguridad en sí mismos, y los describió como chicos dinámicos y con aptitudes para triunfar. El estudio reveló que hay pocas diferencias entre los efectos positivos de una buena relación con el padre en una familia en que ambos progenitores viven juntos y en otra en que, pese a la ausencia del padre, este se esfuerce por dedicar tiempo a su familia. Como fuera que estuviese constituida la familia, el factor determinante era la unidad de sus integrantes. Asimismo, en las familias cuyos integrantes empleaban de forma provechosa el tiempo que pasaban juntos, los niños estaban más seguros de sí mismos. *** Oración de un padre Dame, Señor, un hijo que sea lo bastante fuerte para saber cuándo es débil, y lo bastante valiente para sobreponerse cuando tenga miedo; que se muestre orgulloso y firme ante la derrota justa, y humilde y gentil en la victoria. Dame un hijo cuyos deseos no tomen el lugar de las obras; un hijo que te conozca y que sepa que en Ti está la piedra angular del conocimiento. No te pido que lo lleves por una vía fácil y llena de comodidades, sino por la que tenga el acicate de las dificultades y los desafíos. Que aprenda a plantarse firme en la tempestad y a ser compasivo con los que fracasan. Dame un hijo que tenga el corazón limpio como el cristal y altitud de miras, y que tenga dominio de sí mismo antes de pretender dominar a otros; que avance hacia el futuro sin olvidar el pasado. Por último, te pido que una vez que tenga todas esas características, le des también bastante sentido del humor, a fin de que siempre sea un hombre serio, pero jamás se tome a sí mismo con demasiada seriedad. Te pido que le des humildad para que siempre tenga presente la verdadera grandeza de la sencillez, y que le des la mentalidad abierta de los que han adquirido verdadera sabiduría, y la debilidad que proporciona la auténtica fuerza. Entonces podré afirmar en voz baja: «No he vivido en vano». El General Douglas MacArthur *** Vivamos de tal manera que nuestros hijos lleguen a adquirir nuestras mejores virtudes y dejar atrás nuestros mayores fracasos. Transmitámosles la luz del valor y la compasión, y espíritu de búsqueda. Y brille esa luz con más viveza en nuestros hijos que en nosotros. Robert Marshall
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Mis hijos están en una edad en la que mirar la televisión o ver películas es una de sus actividades preferidas. El problema es que casi todo lo que quieren ver contiene actitudes, lenguaje o comportamientos que no apruebo. Además pareciera que esos aspectos negativos son justamente los que más recuerdan e imitan. ¿Cómo puedo resguardar a mis hijos de esas influencias nocivas? Son muchos los padres que hoy comparten esa preocupación. Se dan cuenta de la importancia de vigilar —y a veces restringir— lo que sus hijos ven y escuchan, y sin duda tienen pleno derecho a hacerlo. Es más, tienen la obligación moral de hacerlo. Por otra parte, es prácticamente imposible proteger a los hijos de todas las influencias negativas a las que puedan verse expuestos. Si no es por medio de la TV, las películas o los videojuegos, les llegan por medio de sus compañeros y amigos, o por otras rutas. No siempre podemos proteger a nuestros hijos de las influencias negativas, pero sí podemos ontrarrestarlas. A continuación algunos consejos al respecto: Hay que pasar tiempo con los niños para inculcarles los valores positivos que queremos que tengan el resto de su vida. En este caso en particular, dedicarles tiempo consiste en habituarte a ver programas con ellos y a conversar luego sobre lo que vieron, con el objeto de ayudarlos a extraer de la experiencia todo lo positivo que sea posible, y lo menos posible de lo negativo. Eso además te da ocasión de charlar sobre actitudes o conductas controvertidas desde la perspectiva de una tercera persona. «¿Qué te parece que debió haber hecho el personaje en esa situación?» Con el tiempo ello contribuye a que los niños se formen valores personales firmes y a la vez les enseña a escoger con más criterio lo que ven. Siempre que sea posible, es importante revisar previamente lo que van a ver, o al menos leer una reseña objetiva para estar al tanto del contenido. Así puedes asegurarte de que sea apropiado para su edad o apto para niños. También te da tiempo para reflexionar sobre las enseñanzas o la información que se puede sacar de ello. Piensa de qué forma puede resultarles beneficioso. Si no das con nada, es posible que no valga la pena que lo vean. Procura que lo que ven y la conversación posterior se ajuste a su edad. Los videos tienen una ventaja sobre la TV: puedes pausarlos para responder sus preguntas. Por eso, siempre que te sea posible graba los programas y preséntaselos después a los niños. (Así también se evitan los avisos publicitarios nocivos, los que por ejemplo presentan productos que a tu juicio no serían buenos para ellos.) En caso de que un niño pequeño vaya a asustarse o no vaya a entender ciertos pasajes, detén la película y sáltate esas partes. Los niños mayores generalmente prefieren ver toda la película y conversar después sobre ella. El debate tiene por objeto que los niños reflexionen acerca de lo que acaban de ver y lleguen a conclusiones más maduras de las que sacarían por su cuenta. Los niños aprenden mejor haciendo preguntas y razonando las cosas que cuando se les dan todas las respuestas servidas en bandeja. Además, suelen aceptar mejor la orientación que se les brinda cuando ésta les llega por conducto de respuestas a sus preguntas o como consecuencia de preguntas que tú mismo les plantees y que los lleven a reflexionar. Tienden a aceptar mejor las cosas de ese modo que cuando, según su percepción, los estamos sermoneando. Mientras ven la película también puedes tomar nota de cosas que te puedan servir de base para interactuar con tus hijos de formas entretenidas, positivas y didácticas, por ejemplo leyendo cosas interesantes sobre personajes, sitios o acontecimientos históricos, realizando actividades que aparezcan en el programa u organizando una salida relacionada con el tema. Te sorprenderá cuánto se pueden beneficiar los niños de una película o documental si tienen un poquito de orientación. Pueden aprender mucho sobre la vida y la naturaleza humana. Pueden aprender a lidiar con crisis y dificultades y a establecer lazos de empatía con otras personas. Pueden tomar conciencia de que las decisiones erróneas tienen sus consecuencias y así escarmentar en cabeza ajena. Así, pues, aunque las películas y la TV son potencialmente nocivas, en realidad pueden convertirse en un medio didáctico eficaz y estrechar los lazos familiares si se escoge bien lo que se ve. Extraído de la revista Conectate. Usado con permiso.
Para dar a los niños un buen fundamento y prepararlos para la vida es de suma importancia ayudarlos a entablar una relación personal con Dios por medio de Jesús. Conviene que aprendan que Él les tiene un cariño especial; que pase lo que pase, Él siempre estará a su lado, porque los ama. Cuando son chiquitines es muy sencillo llevarlos a aceptar a Jesús como Salvador. Y una vez que lo conocen, disfrutan más y entienden con mayor facilidad Sus Palabras. Desde pequeños, los niños pueden rezar para aceptar la salvación eterna que Dios les ofrece y abrirle a Jesús la puerta de su corazón. Difícilmente puede encontrarse a alguien más sincero y dispuesto a creer que un chiquitín. Por eso dijo Jesús que debemos hacernos como niños para ir al Cielo. Si un niño es capaz de hacer una oración sencilla, ya puede recibir a Jesús. Cuando le haya enseñado quién es Jesús (para ello es estupenda una biblia infantil ilustrada), explíquele: «Jesús quiere vivir en tu corazón. Él te quiere mucho. Quiere ser tu mejor amigo y estar siempre contigo. Si le pides que entre en tu corazón, entrará. ¡Y ya nunca te dejará! ¿Quieres que entre en tu corazón?» Seguidamente haga una pequeña oración para que el niño la repita como buenamente pueda. Aunque él sea muy pequeño y no consiga decir más que la última palabra de cada frase, es suficiente, porque para Jesús lo que cuenta es el deseo del corazón. La oración puede ser algo así como: «Jesús, entra en mi corazón. Creo en Ti y quiero amarte, así como Tú me amas. Perdona mis faltas y dame vida eterna. Amén». Y con eso, Jesús entrará en el corazón del niño, y éste será salvo para siempre. Dios lo ha prometido. A los niños más mayorcitos conviene darles una explicación más completa de lo que es la salvación. Veamos un ejemplo: «Nadie es perfecto. Todos tenemos nuestros puntos flacos, y a veces hacemos cosas que nos apartan de Dios. Pero Él nos quiere tanto que desea perdonarnos y ayudarnos a cambiar. Para ello hizo un gran milagro: pensó un plan muy sencillo para que cualquiera pudiera salvarse. Lo único que tenemos que hacer es aceptar a Jesús. Cuando Él entra en nuestra vida, aparte de ayudarnos en la Tierra, también nos da vida eterna en el Cielo. La salvación es un regalo sensacional que Dios hace a todos los que aman a Jesús y creen en Él. Dios desea que todo el mundo se salve, pero deja que cada uno escoja. Cada uno decide si acepta a Jesús y la vida eterna que Él nos ofrece». Para los padres es una experiencia maravillosa participar en el descubrimiento de Jesús y Su salvación por parte de uno de sus hijos. Extraído del libro "Apacienta Mis corderos: Guía para padres y maestros", escrito por Derek y Michelle Brookes. © Producciones Aurora J. Dias Aquel día no me podía haber sentido más deprimida. Mi marido había tenido que viajar nuevamente, y por enésima vez me había quedado sola con nuestros cuatro hijos. Andábamos mal de dinero, y mi salud flaqueaba. Una de nuestras hijas estaba pasando por una crisis de la adolescencia. Oré, ¡cuánto oré!, para que Dios me lo hiciera todo un poco más soportable. Me puse a mirar por la ventana el bosquecillo que hay frente a nuestra casa. Los árboles se mecían con la suave brisa veraniega. En ese momento observé una ardillita que subía y bajaba chillando por los troncos y las ramas. La envidié, pues parecía contenta y despreocupada. De pronto el animalito decidió cambiar de táctica. En vez de subir y bajar por los troncos, se puso a saltar de árbol en árbol. Al llegar al último del bosquecillo, se fijó en otro que quedaba un poco más lejos, separado de la arboleda. Me dio la impresión de que estaba ponderando si saltar o no. Medí mentalmente la distancia que tendría que salvar. Era como dos o tres veces lo que había estado saltando hasta entonces. Se trataba de un enorme desafío. En voz baja mascullé: -¡No me digas que estás considerando hacerlo, chiquitita! En cualquier caso el animalito no pensaba pedirme consejo. Corrió varias veces de un extremo a otro de la rama chillando frenéticamente. Luego se detuvo, estudió la distancia, se agazapó y pegó el salto. Quise apartar la vista para no ser testigo de una dolorosa tragedia. Pero no. La ardilla no solo recorrió volando tan tremenda distancia, sino que aterrizó en el otro árbol con la gracia y la satisfacción del que sabe que ha sido creado para tales proezas. Chilló victoriosa y se fue correteando hacia arriba, como si fuera en busca de su premio. Entonces me percaté de lo que me faltaba. Había estado tan preocupada con mis problemas, midiendo la distancia entre los árboles, que no me atrevía a relajarme y dar el salto. Había perdido la confianza en mi creador, salvador y mejor amigo. Levanté la vista y observé a la ardilla parloteando alegremente en la parte superior del árbol. Comprendí que el Señor había respondido a mi oración. No fue un milagro espectacular, pero las cabriolas de aquella ardillita me convencieron de que el mismo Dios que velaba por ella velaría también por mí. Gentileza de la revista Conectate. Usado con permiso. Para un niño no hay en todo el mundo nadie más hermoso que su madre. Los niños pequeños no conceptúan a su mamá según su apego a la moda, su buen gusto por las joyas, su cabello o sus uñas perfectas. Tampoco notan las estrías ni las canas. Su mentecita no advierte ninguna de esas cosas que suelen afectar la percepción y las expectativas de las personas mayores con relación a la belleza física. Por eso son en realidad mejores jueces de lo que hace verdaderamente bella a una mujer. ¿Dónde encuentran los niños la belleza? En los ojos que se enorgullecen de lo que ellos logran, en los labios que los instruyen y les infunden ánimo, en los besos que hacen soportables los pequeños dolores, en la voz tranquilizadora que los vuelve a dormir después de una pesadilla, en el amor que los envuelve en un cálido y tierno abrazo. ¿De dónde proviene esa belleza? La maternidad conlleva sacrificios, pero esos sacrificios conducen a la humildad, la humildad se adorna de gracia, y la gracia otorga verdadera belleza. Una madre que se entrega a sus hijos encarna la vida, el amor y la pureza. De esa manera llega a ser un reflejo del amor que tiene Dios por Sus hijos. Por eso estoy convencida que nada hace más bella a una mujer que la maternidad. – Saskia Smith En la mano que mece la cuna está el destino del mundo ¡Qué tarea tan importante la de una madre! Las madres de la siguiente generación son las que moldean el futuro. Puede decirse que la maternidad es la vocación más sublime del mundo. Aunque cuidar de un bebé no siempre parezca muy importante, no lo tengas en poco. Sabe Dios la influencia que puede ejercer ese niño algún día en la vida de muchas personas. Ese espíritu abnegado que lleva a las madres a sacrificar su tiempo, sus fuerzas y hasta su propia salud por el bien de sus hijos es lo que las hace maravillosas. Cualquier mujer puede tener un hijo, pero hay que ser una madre de verdad para «instruir al niño en su camino» (Proverbios 22:6). – D.B. Berg Gentileza de la revista Conectate. Usado con permiso.
Tradicionalmente, los chinos consideran que al momento de nacer un bebé ya tiene un año. En realidad tienen bastante razón. El nene está con vida desde antes de nacer; lo único que cambia es su entorno. Gracias a procedimientos de vanguardia en el campo de la imagenología, tales como las ecografías cuatridimensionales, podemos observar a un feto chuparse el pulgar, pestañear, bostezar, sonreír y moverse dentro del útero de su madre, lo cual no deja lugar a dudas de que se trata de un ser dotado de vida desde antes de nacer. Abi May * Imagínate que eres el rascacielos más alto del mundo, construido en nueve meses a partir de un solo ladrillo. A medida que ese ladrillo se divide, va creando los otros materiales necesarios para construir y poner en servicio el edificio: un millón de toneladas de acero, hormigón, argamasa, aislantes, tejas, madera, granito, solventes, alfombras, cables, caños y vidrio, así como todos los muebles, las instalaciones telefónicas y eléctricas, las unidades de calefacción y refrigeración, la grifería, los cuadros y las redes informáticas, con sus programas de computación. Alexander Tsiaras y Barry Werth, «El misterio de la vida: De la concepción al nacimiento» * La ciencia tiene su explicación de cómo se forma un niño. Así y todo, la primera vez que alzamos a nuestro bebé y lo miramos a los ojitos, sabemos que estamos en presencia de un milagro. Nos hallamos ante uno de los grandes misterios del universo, una vislumbre del Cielo y del poder creador de Dios. En nuestros brazos se encuentra la prueba tangible del amor que nos prodiga el Altísimo, pues nos ha escogido por padres de una nueva alma. Derek y Michelle Brookes, «Disfruta de tu bebé» * Hay un milagro que me resulta incomprensible y que se produce a diario. Un espermatozoide se une a un óvulo para formar una célula más pequeña que un gránulo de sal. Esa única célula contiene el complejo mapa genético y cada detalle del desarrollo de un ser humano: su género, el color de sus ojos y su cabello, su estatura, el tono de su piel y mucho más. En apenas cuatro días, el óvulo fertilizado llega al útero. A las tres semanas se forman los rudimentos del cerebro, la médula y el sistema nervioso, y el corazón comienza a latir. Al cabo de un mes, ya empiezan a verse los brazos, las piernas, los ojos y las orejas. El corazón ya bombea sangre a través del sistema circulatorio. Pasadas seis semanas, el cerebro —que se desarrolla a paso acelerado— comienza a controlar el movimiento de músculos y órganos. A partir de la novena semana, ese embrión en desarrollo se denomina feto, vocablo que en latín significaba cría. A los tres meses el bebé está perfectamente formado. Ya tiene uñas en los dedos de las manos y de los pies. Puede alzar las cejas, fruncir el ceño y girar la cabeza. Cumplidas 16 semanas, el bebé ya ha alcanzado poco más de un tercio del tamaño que tendrá al momento de nacer. A los cinco meses de su concepción, le crecen el pelo y las pestañas. El resto del tiempo que pasa en el vientre se va preparando para el día del alumbramiento, que generalmente se produce a las 40 semanas, aunque hoy en día los bebés que nacen con apenas 22 semanas tienen posibilidades de sobrevivir. Finalmente llega el momento de abandonar la seguridad del vientre materno y salir al mundo. Se le abre entonces a ese nuevo ser humano todo un universo de oportunidades, de dichas y sinsabores. ¿Cómo es posible que en apenas nueve meses una sola célula se convierta en un bebé completamente desarrollado? De todos modos, aunque no lo entendamos, podemos regocijarnos por el sublime don de la vida que el Creador nos ha concedido. – Abi May Extraído de la revista Conectate. Usado con permiso. La infancia se da una vez en la vida y no vuelve. Y justamente en esos años se forma el carácter. Podemos optar por dar a nuestros hijos oportunidades de descubrir sus talentos y cultivar hábitos físicos, mentales y espirituales sanos que les duren toda la vida. O bien, podemos dejar que se pierdan esos momentos inapreciables porque estamos demasiado atareados por no tener claro el orden de prioridades, o por pasar demasiado tiempo en formas de entretenimiento que nos impidan relacionarnos.
*** Los niños necesitan una actividad, les hacen falta otros medios de desarrollarse además de lo que puedan aprender de los videos. Desgraciadamente, en la vida actual de los niños, otras actividades son cada vez más escasas. Los niños necesitan tener un equilibrio en su vida, aunque eso signifique limitar el tiempo que pasen cada día o cada semana mirando videos o ante la computadora. Aunque la sociedad en general sigue ese rumbo, no olviden que el efecto de lo que enseñen a los niños pequeños durará toda la vida. *** Al pensar en los años preescolares nos acordamos de las siestas, de los juegos en cajas de arena y de cuando aprendimos a contar. En la actualidad, los dedos de los niños escriben en un teclado y hacen clic con el ratón, y eso también es parte de la experiencia educativa inicial. Sin embargo, hay críticos que afirman que si los niños empiezan a utilizar computadoras a una edad muy temprana pueden verse perjudicadas capacidades mentales importantes como la atención auditiva y visual y la facilidad de concentración. Según una educadora el empleo de computadoras puede alterar el desarrollo del cerebro del niño. «Con la computadora no se ejercitan el cerebro y el cuerpo conjuntamente como ocurre en un juego normal de niños», sostiene dicha educadora, la sicopedagoga y escritora Jane Healy. Según ella, para los niños, aprender a atrapar, lanzar y escalar son destrezas que tienen más importancia que manipular un ratón de un computador. Es más importante que aprendan a expresarse y a jugar con imaginación. Por ejemplo, si se toma una pinza para ropa y se emplean las manos a fin de confeccionar una muñeca, se estimulará más el ingenio que si se hace clic en la pantalla para elegir el color de pelo de una muñeca. «Los niños están hechos para aprender con avidez, no para esperar a que aparezca la siguiente imagen en la pantalla», sostiene Healy. «El niño necesita imaginar algo por sí mismo sin íconos diseñados de antemano». Healy puntualiza que cultivar una buena capacidad de relacionarse es también muy importante en la edad preescolar. Si el niño vive pegado a la pantalla dedicará menos tiempo a aprender a relacionarse, conversar y expresarse. (Tomado de un artículo de Katie Dean publicado en la revista Wired.) Observaba a unos niños que jugaban fútbol; los más pequeños tendrían cinco o seis años, y algunos eran un poco mayores. Se tomaban el partido muy en serio. Eran dos equipos completos con entrenadores, camiseta y todo, y los padres, que eran parte del público. Como no conocía a ninguno, disfruté del partido sin la distracción de preocuparme por el resultado del encuentro. Lo único que me habría gustado era que los padres y los entrenadores hubieran hecho lo mismo que yo. Los equipos estaban bien distribuidos. Por llamarlos de alguna manera, me referiré a ellos como Equipo Uno y Equipo Dos. En el primer tiempo nadie marcó un gol. Era bastante gracioso. Los chiquillos eran torpes y serios a la vez como solo pueden serlo los niños. Tropezaban con sus propios pies, se caían encima de la pelota y la pateaban sin llegar a tocarla. Pero nada de eso les importaba; ¡se lo estaban pasando en grande! Para el segundo tiempo, el entrenador del Equipo Uno retiró a los que debían de ser sus mejores jugadores y sacó a los de reserva. Solo dejó al mejor, al que puso de portero. El partido experimentó un giro dramático. Será que ganar es importante aunque se tengan cinco años, porque el entrenador del Equipo Dos dejó a sus mejores jugadores, y los suplentes del Equipo Uno no podían competir con ellos. Los jugadores del Equipo Dos se concentraron en torno al chico de la portería contraria. Era bastante bueno para su edad, pero no podía con tres o cuatro que eran tan buenos como él. El Equipo Dos empezó a meter goles. El solitario guardameta puso todo su empeño, tirándose sin parar hacia la pelota cada vez que esta se acercaba al arco, lanzándose de modo temerario e intentando con valentía detenerla. El Equipo Dos metió dos goles consecutivos. El pequeño arquero se enfureció. Fuera de sí, gritaba, corría y se arrojaba con todas sus fuerzas. En un esfuerzo supremo, consiguió por fin marcar a uno de los chicos que se acercaba a la meta. Pero este pasó el balón a otro que estaba cerca y, cuando volvió a su posición, ya era tarde. Metieron el tercer gol. No tardé en darme cuenta de quiénes eran los padres del portero. Parecían personas agradables y decentes. Se veía que el padre venía de la oficina, pues andaba de traje y corbata. Los padres animaban a su hijo con voces. Yo estaba embebido contemplando al chico en la cancha y a sus padres a un lado del campo de juego. Después del tercer gol, el niño ya no era el mismo. Se daba cuenta de que no tenía caso; no lograría detener los goles. Siguió jugando, pero se veía que interiormente estaba desesperado. Se le notaba en el rostro que estaba convencido de que todos sus esfuerzos serían inútiles. El padre también cambió. Hasta ese momento había instado a su hijo a esforzarse más, le daba consejos a voces y lo animaba. Ahora se veía ansioso. Intentó decirle que no se preocupara ni se diera por vencido. Sufría por el dolor que sabía que experimentaba su hijo. Luego del cuarto gol, adiviné lo que pasaría a continuación. No era la primera vez que lo presenciaba. El niño necesitaba ayuda y no era posible dársela. Sacó la pelota del arco, se la entregó al árbitro y se puso a llorar. Se quedó allí de pie mientras le rodaban gruesos lagrimones por las mejillas. Luego se puso de rodillas y vi que el padre se acercaba a la cancha. La esposa lo asió de la muñeca y le suplicó: —Jim, no lo hagas. Lo vas a avergonzar. El padre se soltó y corrió hacia el campo de juego. No debía hacerlo, porque el partido no había terminado. Iba vestido de traje, corbata y zapatos finos. Se lanzó hacia la cancha y tomó en brazos al niño. En ese momento todos comprendieron que era su hijo. ¡Lo abrazó, lo besó y lloró con él! Jamás me he sentido tan orgulloso de nadie como me enorgullecí en aquel momento de ese padre. Lo sacó en brazos del terreno de juego. Cuando llegaron cerca de la línea de banda, alcancé a oír que le decía: —Estoy orgulloso de ti. Has estado fabuloso. Quiero que todos sepan que eres hijo mío. —Papá —contestó el niño entre sollozos—, no podía parar los goles. Hacía lo que podía, pero me los metían. — Scotty, da igual cuántos goles te hayan metido. Eres mi hijo y estoy orgulloso de ti. Quiero que vuelvas a la cancha y te quedes hasta el final del partido. Ya sé que quieres darte por vencido, pero no puedes. Te van a seguir metiendo goles, pero no importa. Anda, ve. Aquellas palabras fueron decisivas; no me cupo duda de ello. Cuando no tenemos a nadie que nos ayude y no podemos evitar que nos metan un gol tras otro, es muy importante saber que ello no importará a nuestros seres queridos. El chiquillo volvió corriendo al campo de juego. El Equipo Dos metió dos goles más, pero ya no era tan trágico. Greg Lucas
La tragedia de la discapacidad no es la discapacidad en sí, sino el aislamiento que a menudo conlleva. Es una de las mayores lecciones que tuvimos que aprender como familia. Desafortunadamente, tuvimos que aprenderla a las malas. Pero las enseñanzas más difíciles por lo general conducen a una mayor comprensión y en los últimos años tuvimos la maravillosa oportunidad de crecer en sabiduría al aprender de diversas familias de varias comunidades. Si bien aún queda mucho por descubrir al respecto, a continuación enumeramos 7 premisas útiles extraídas de la comunidad de los discapacitados, las cuales han tenido un profundo impacto en nuestra familia. 1. Dios es soberano y bueno a la vez. Cuando se nos entrega un niño con una grave discapacidad, es imprescindible que podamos ver en él la mano y obra de un Dios soberano en el seno de nuestra familia. Las Escrituras establecen que ese niño no es producto de un accidente ni es una tragedia, sino que fue maravillosamente formado a propósito y conforme a un diseño del plan de Dios desde la fundación de la tierra (Salmos 139:13–17; Efesios 1:3–12). La discapacidad no es una maldición; es la bondad y la gracia de Dios ampliadas de formas que muchas familias convencionales nunca llegan a conocer. 2. Hay una razón por la cual uno forma parte de una comunidad así. Hasta que empecé a compartir nuestras experiencias, me resultó muy difícil darme cuenta del propósito y posibilidades del sufrimiento y tribulaciones de nuestra familia. 2 Corintios 1:3–7 cobró vida para nosotros durante esa época. El sufrimiento nos conduce a la íntima presencia de Dios donde tiene lugar el más dulce de los consuelos. Pero no se nos consuela para estar cómodos; se nos consuela para que seamos consoladores. Cada episodio de nuestra experiencia como familia en torno a la discapacidad fue una muestra de la gracia de Dios para que la compartiéramos con aquellos que necesitan con urgencia Su consolación. 3. La discapacidad amplía nuestra perspectiva del gozo por las cosas insignificantes. La mayoría de las familias que conviven con la discapacidad les dirán que algunas de sus mayores victorias fueron momentos que la mayoría de las familias comunes y corrientes dan por sentado. Recuerdo la primera vez que nuestro hijo pudo utilizar el baño en un establecimiento público (tenía 17 años). Acabábamos de entrar a Walmart y Jake me tomó de la mano y me llevó a los baños para hombres. Se bajó los pantalones y trató de orinar en el inodoro. La dirección le falló por completo; se orinó sobre la tapa, el piso, la pared y el cubículo. ¡Pero no se orinó en los pantalones! Nos pusimos a reír, aplaudir, gritar y a alabar a Dios en un cubículo todo orinado de un baño de un Walmart. La mayoría de las personas no llega a entender la enormidad de aquella victoria, pero la discapacidad a menudo nos permite ver cosas que los demás no pueden ver. Es un don maravilloso. 4. La comunidad nos aporta una muy necesaria objetividad. Como mencioné anteriormente, el peligro de la discapacidad es el aislamiento. El peligro del aislamiento es la idolatría (así es, nuestros hijos discapacitados pueden convertirse en ídolos). La bendición de la comunidad es que nos aporta objetividad. Todos necesitamos ser objetivos para no caer en la autocompasión y el egocentrismo. Justo cuando uno empieza a pensar que nadie sufre mayores penurias que las de la familia de uno, se topa con una madre soltera con un par de mellizos con grave autismo. Y justo cuando la madre soltera piensa que no puede seguir adelante, se encuentra con una abuela que trata de criar a una niña de 10 años que tiene síndrome de alcohol fetal. La abuela de pronto ve una pareja joven que trata de alimentar en medio de episodios compulsivos con un tubo a un niño que no responde. Estas familias están aprendiendo de las demás algo tremendamente valioso: La objetividad redirecciona nuestro enfoque introspectivo hacia la comunidad externa. Y al interior de la comunidad, la discapacidad se convierte en un ministerio. 5. Los hombres que son abiertamente francos por lo general son minoría. Aunque no siempre es así, a menudo en lo que respecta al liderazgo de la familia, las mujeres son las defensoras más prominentes de sus hijos discapacitados. La tenacidad de una madre parece ser la reacción más natural ante dicha condición en un hijo (más les vale no meterse con «Mamá oso»), pero cuando dicha tenacidad proviene de un padre indiferente o desilusionado, puede dar lugar a una debilidad desigual dentro de la estructura familiar. Una familia que convive con la discapacidad necesita de un padre que sea confiable. Dicha confiabilidad a menudo se cultiva y fortalece a través de otros hombres masculinos dentro de la comunidad de personas discapacitadas. 6. Cuando el matrimonio le cede la prioridad a la discapacidad, termina en el último lugar. Como reza el dicho: «La mejor manera de amar a tus hijos es amando a tu mujer». Aunque muy pocas parejas admiten que niegan esta verdad en principio, muchos lo hacen en la práctica. Las buenas intenciones, a menos que exista una inquebrantable voluntad para aplicar este principio, deterioran el matrimonio. El incesante cuidado de un niño con discapacidad, sumado al cuidado de otros niños del hogar que no las tienen, además de las horas extras que hay que trabajar para atender el pago de cuentas médicas y terapéuticas, sumado al estrés, la depresión y la fatiga, no contribuyen al mantenimiento del matrimonio. Un matrimonio al que no se le hace mantenimiento es como un carro que tiene una fuga de aceite. Tarde o temprano los cilindros ceden, el motor se funde y el daño causado es irreversible. Hagan todo lo que puedan para encontrar espacios en medio de su apretada agenda para pasar ratos de calidad con el cónyuge. Esposos: no esperen a que sus esposas se lo soliciten; tomen la iniciativa. Puede ser algo tan complejo como planificar un momento de respiro mediante una cita cada dos semanas, o tan sencillo como finalizar cada jornada sentados en el sofá riéndose (o llorando) mientras pasan revista a los acontecimientos del día. Aparte de los momentos de intimidad con el Señor y Su Palabra, es lo más eficaz que pueden hacer para evitar que la familia se convierta en la lamentable estadística alternativa. 7. Los niños que tienen un hermano discapacitado de ninguna forma son comunes y corrientes. Cuanto más tiempo paso con niños que tienen hermanos discapacitados, más me doy cuenta de que no son comunes y corrientes. He podido observar con asombro a hermanos y hermanas de niños discapacitados afrontando situaciones difíciles con un heroísmo que rivaliza con el de soldados, bomberos y policías. He visto a adolescentes torpes y retrasados descubrir el don y vocación maravillosos de estos chicos como cuidadores compasivos. Y muchas veces cuando empecé a sentir lástima por uno de esos niños sin discapacidad pude sentir el suave regaño del Señor que me decía: «Presta atención. Estoy haciendo algo increíble en la vida de este chico al convertirlo en la imagen de Mi Hijo.» No hay colegio —público o privado— que pueda impartir las lecciones de vida que se aprenden en la escuela de la discapacidad. Puedo afirmar sin lugar a dudas que mis hijos llegarán a ser mejores hombres gracias a su relación con su hermano discapacitado. La convivencia con Jake no solo los ha preparado para las más duras pruebas, sino que les ha permitido adquirir una profunda sensibilidad para reconocer la mano intencional de Dios en los detalles más pequeños de la vida. ¡Qué don más extraordinario ha sido su hermano! Estas enseñanzas están lejos de ser exhaustivas. Se siguen dando y desarrollando a nuestro alrededor. La apremiante búsqueda y el lozano descubrimiento de cada perla de sabiduría fortalecen nuestra familia y nos permiten verterla sobre la vida de los demás. Si están leyendo este artículo y son nuevos en la comunidad de los discapacitados, ¡bienvenidos a la familia! Es una jornada maravillosa, gloriosa, impresionante, que les abrirá los ojos a las cosas más preciadas de la vida a medida que se acercan cada vez más a la verdad más preciada durante la eternidad. Tomado de http://sheepdogger.blogspot.com/2012/02/7-lessons-from-community-of-disability.html. |
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