Cuando me enamoré de la joven viuda que ahora es mi novia, me sentí el hombre más afortunado del mundo. Además de haber encontrado a la esposa de mis sueños, venía con tres hijos estupendos. ¡una familia completa! Quizá mi enfoque no era muy realista, pero el hecho es que ganarme el amor y respeto de los niños no me ha resultado tan fácil como esperaba. ¿Tienen algún consejo para este papá atribulado?
No eres el único. Cuando un papá o una mamá vuelven a casarse, no suele salir todo a pedir de boca desde el principio. Labrar fuertes lazos afectivos con los miembros de una nueva familia lleva tiempo y mucho amor. Es normal que los niños mayores se resientan con el nuevo cónyuge. Para ellos nadie podría jamás tomar el lugar del padre o madre ausente. Puede que a los más pequeños también les cueste tener que compartir el afecto de su padre o su madre con el recién llegado. Muchos padrastros y madrastras cometen el error de sentirse dolidos, ofuscarse, desanimarse y distanciarse de los niños. Esfuérzate por hacer a un lado toda susceptibilidad. Aunque mucho depende de la edad y madurez de los niños, a continuación te brindamos algunas pautas que han dado buen resultado a otras personas en tu situación. Comunícate. La comunicación franca y sincera es el primer paso. Si resulta evidente que solamente uno o dos de los niños no están felices con la nueva situación, probablemente lo mejor será conversar con ellos por separado sobre los conflictos que los perturban y sus posibles soluciones. Es un buen momento para hacer case de la exhortación bíblica de ser «pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse» (Santiago 1:19). Una vez que cada uno de los niños haya tenido ocasión de expresar cómo se siente y tú hayas establecido un clima de confianza, tal vez convenga tener una reunion informal con todos. La ocasión puede ser una comida especial, en la que cada uno explique cómo se siente con la nueva familia y qué cambios o mejoras le gustaría que hubiera. Dedícales tiempo. La mejor inversión que puedes hacer en tu nueva familia es dedicarle tiempo; y una de las mejores formas de empezar es hacer caso de algunos de los «cambios y mejoras» que te propongan,siempre que sean prudenciales y viables. Ora. Los niños necesitan tiempo para adaptarse. Puede que tarden una temporada en superar ciertas actitudes negativas. Pide al Señor que te dote comprensión y de un amor profundo y sincero por los demás, así como también que los ayude a cambiar en lo que sea necesario para que los demás gocen de felicidad y bienestar. Tomado del revista Conectate. Usado con permiso.
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David B. Berg
La clave para criar niños felices, bien adaptados y de buen comportamiento es en realidad bastante simple: el amor. Lo que no siempre es tan simple ni fácil es saber cómo aplicar ese amor. A continuación reproducimos ocho consejos que sin duda te serán de utilidad. Enséñales a actuar motivados por el amor. Desde muy temprana edad puedes enseñarles a practicar el amor siendo desinteresados y considerados con los sentimientos y necesidades ajenos. La siguiente paráfrasis es un estupendo punto de partida para enseñar a los pequeñitos a tener el amor por motivación: «Trata a los demás como te gustaría que te trataran». Promueve una comunicación franca y sincera. Si tus hijos saben que vas a reaccionar con calma y con amor pase lo que pase, es mucho más fácil que te confíen sus intimidades. Si cultivas una relación de confianza y entendimiento mutuo cuando todavía son pequeños, es mucho más probable que mantengan abierta esa línea de comunicación cuando lleguen a la preadolescencia y la adolescencia, período en que sus emociones y problemas se vuelven mucho más complejos. Ponte en su lugar. Procura relacionarte con tus hijos a su nivel y no esperar demasiado de ellos. Recuerda también que la gente menuda suele ser más sensible que las personas mayores, así que es importante tener mucha consideración con sus sentimientos. Todos sabemos lo descorazonador que es que nos pongan en situaciones embarazosas, que nos ofendan o nos denigren. Si tomamos conciencia de que esas experiencias desagradables pueden ser aún más traumáticas para los niños, haremos todo lo posible por evitarles ese tipo de incidentes. Da buen ejemplo. Sé el mejor modelo de conducta que puedas, pero sin pretender haber alcanzado la perfección. Manifiéstales amor, aceptación, paciencia y perdón, y esfuérzate por practicar las demás virtudes y por vivir conforme a los valores que quieres enseñarles. Establece reglas razonables de conducta. Los niños son más felices cuando saben cuáles son los límites, y esos límites se hacen respetar sistemáticamente, con amor. Un niño malcriado, caprichoso e irresponsable se convierte en un adulto igualmente malcriado, caprichoso e irresponsable. Es, pues, importante que aprenda a responsabilizarse de sus actos. La meta de la disciplina es la autodisciplina, sin la cual un niño se ve en franca desventaja en el colegio, y posteriormente en el trabajo y en la sociedad. Uno de los mejores métodos para establecer reglas es conseguir que los niños mismos ayuden a fijarlas, o al menos que las acepten de buen grado. Requiere más tiempo y paciencia enseñarles a tomar buenas decisiones que castigarlos por decidir mal, pero a la larga es más eficaz. Prodígales elogios y aliento. A los niños les pasa lo que a todos: los elogios y el aprecio los motivan a hacer enormes progresos. Cultiva su autoestima elogiándolos sincera y constantemente por sus buenas cualidades y sus logros. Recuerda también que es más importante y da mucho mejor resultado elogiarlos por su buen comportamiento que regañarlos cuando se portan mal. Si te propones hacer siempre hincapié en lo positivo, tus hijos se sentirán más amados y seguros. Ámalos incondicionalmente. Dios nunca se da por vencido con nosotros ni deja de amarnos por mucho que nos descarriemos. Así también quiere Él que seamos con nuestros hijos. Reza por ellos. Por mucho que te esfuerces y por muy bien que hagas todo lo demás, te verás en situaciones que escapan a tu control o que requieren más de lo que tú puedes aportar. Sin embargo, nada escapa al control de Dios ni supera Su capacidad. Él conoce todas las soluciones y puede satisfacer toda necesidad. «Pedid, y se os dará» (Mateo 7:7). ¡Que lo disfrutes! Publicado originalmente en Conectate. Usado con permiso. Michelle Lynch
Observé desde mi ventana a un grupo de niños del vecindario que se esforzaban por desatascar una pelota que se les había caído en un desagüe. Uno de ellos metió la mano para sacarla y en cambio extrajo un montón de hojas y tierra. Después de ese puñado sacó otro y otro más. Enseguida él y sus amigos se olvidaron del partido y se pusieron a limpiar entusiastamente el desagüe. Trabajaron incansablemente cuatro horas con la orientación de algunos de sus padres. El ver a aquel grupo de niños de cinco a doce años de edad trabajar juntos alegremente me indujo a reflexionar acerca de mi hijo mayor —hoy adolescente— y la confianza que depositaba en él cuando tenía esa edad. En comparación, mis hijos de seis y ocho años eran mucho menos responsables. Me convencí entonces de que no les exigía lo suficiente. La diferencia radicaba en mí. Al igual que muchos chicos de su edad, los dos menores míos a veces eran unos pillos, pero también mostraban inclinación por colaborar y cumplir ciertas obligaciones. Tenía que aprender a canalizar debidamente su energía motivándolos, sin forzarlos. Decidí ponerme a trabajar con ellos cada fin de semana. Emprendimos tareas muy necesarias, tales como desmalezar el jardín, barrer la entrada del auto, rastrillar las hojas, limpiar la alacena y hacer mermelada. La mayoría de esas tareas requerían ejercicio físico, con lo cual quemaban energías. Huelga decir que les encantó. Para mí la ayuda que me prestaban era muy necesaria y la agradecía mucho. Además esas tareas domésticas mantenían a los chicos ocupados y evitaban que se metieran en líos. Pero lo mejor de todo es que descubrimos que trabajar juntos puede ser una experiencia divertida y unificadora. Al cabo de poco tiempo, me preguntaban: «¿Podemos hacer alguna de esas tareas divertidas para no aburrirnos el fin de semana?» Cosas que aprendí y que conviene recordar: - Ser realista a la hora de escoger tareas y fijarse metas. No embarcarse en faenas de tanta envergadura que, en caso de quedarse sin tiempo o sin fuerzas, uno deje un desorden o cause incomodidades o complicaciones. - Pasar juntos un tiempo provechoso es más importante que terminar la tarea. Si emprendo una actividad con el objetivo primordial de dedicar atención a los chicos y fortalecer nuestros vínculos familiares, sin contar con hacer mucho, al final logro más, y la tarea no resulta pesada. - Prodigar elogios y manifestar aprecio. Cuando les agradezco a los chicos su ayuda, procuro ser efusiva y concreta. Les señalo, además, que toda la familia notará las labores que realizan. - Premiar a los niños por las tareas bien hechas. Si ellos saben que al final los padres les daremos algún gusto, harán la tarea con más ganas, aunque el premio no sea más que una colación o un rico bocado que se preparen ellos mismos. Naturalmente, mi meta a largo plazo es que los chicos aprendan a tomar la iniciativa y adquieran un sentido de la responsabilidad, de modo que cumplan con sus deberes cuando yo no esté presente para recordárselo o para trabajar codo a codo con ellos. A medida que se fueron volviendo más responsables, aprendieron a hacer solitos algunas de las cosas que yo hacía por ellos y luego con ellos, como lavar los platos. Podía exigirles más, pero todavía necesitaban mis elogios. Hay una sutil pero importante distinción entre hacer las cosas por sentido de la responsabilidad y por puro sentido del deber. Pronto me di cuenta de que si no los mantenía motivados elogiándolos por ser responsables y trabajar con ahínco, las tareas que inicialmente habían sido divertidas y gratificantes se volvían una pesadez. Era importante no llegar a considerar la ayuda que me prestaban como una simple obligación que tenían conmigo. Otra situación de cuidado se producía cuando los chicos no cumplían con sus nuevas tareas. Por un lado no quería ser dura e inflexible, pero por el otro no podía ser tan blanda que dejaran de tomarse en serio sus obligaciones. En realidad fue mi hijo menor el que me ayudó a resolver ese dilema. Cierta noche me dio un buen motivo por el que no podía colaborar en el lavado de la vajilla, pero me dijo que, si lo dispensaba, al día siguiente haría por mí una tarea sencilla. La forma tan linda en que lo presentó puso todas nuestras tareas domésticas en el contexto de un esfuerzo de conjunto. No pretendía hacer un trueque de tareas con un móvil egoísta, sino compartir la responsabilidad. Naturalmente, estuve más que dispuesta a acceder, y al día siguiente, cuando el chico cumplió con su parte del trato sin que yo se lo recordara, se lo agradecí profusamente. A juzgar por lo que aprendí aquel día observando a unos niños limpiar el desagüe y que desde entonces vengo aplicando con los míos, puedo afirmar sin temor a equivocarme que la mayoría de los niños anhelan que se les confíen tareas de cierta importancia. Están deseosos de colaborar; solo esperan que nosotros, los padres, aportemos la chispa que haga divertida y gratificante la misión. Si aprenden a disfrutar del trabajo y a hacerlo a conciencia cuando pequeños, asumirán con esa misma actitud las obligaciones que tendrán de adultos. Pienso que ello contribuye a nuestra felicidad y bienestar general. Al fin y al cabo, es lo que todos queremos para nuestros hijos. Tomado de la revista Conectate. Usado con permiso. Querido papá:
Me senté a escribirte para el Día del Padre y me vinieron a la cabeza los siguientes pensamientos. Espero que sepas cuánto te quiero, te admiro y te valoro. Gracias todas por las veces en que aguantaste y no dejaste de confiar en que Jesús nos sacaría adelante cuando la situación se veía negra. Gracias por ayudarme a terminar mi tarea para la clase de la Biblia cuando estaba en segundo grado -todavía tengo el librito- aunque ese día tú mismo tenías que entregar un trabajo importante. Gracias por no impacientarte conmigo a pesar de mis preguntas infantiles y parloteo sin sentido. Gracias por todas las veces nos llevaste de viaje -nunca se me olvidarán- y por acarrear nuestro pesado equipaje. Gracias por las meriendas sanas y ricas que nos traías de tanto en tanto y que los niños siempre esperábamos con ilusión. Gracias por llevarme a comprar zapatos y no desistir hasta encontrar el par ideal. Gracias por curarme los raspones en las rodillas, sacarme las astillas y atenderme todas las veces que me enfermé, y por dispensarme toda la atención y apoyo moral que necesitaba en esos momentos. Gracias por todas las anécdotas entretenidas que nos contaste de tu infancia. Gracias por los cuentos que nos leías a la hora de dormir. Ese era uno de los mejores momentos del día. Gracias por hacer que me sintiera segura y protegida en cualquier parte por el solo hecho de que tú estabas presente. Gracias por todos los partidos de baloncesto y softball que hicimos en la época en que esa era mi pasión. Gracias por las veces en que te pusiste firme y me hiciste cumplir las reglas de nuestra familia. Ahora que tengo hijos propios sé lo difícil e importante que es. Gracias por creer en mí cuando me llegó el momento de desplegar las alas y echar a volar, aunque yo no me consideraba capaz. Gracias por enseñarme a negociar el contrato de arriendo de mi primer apartamento. Gracias por ser un abuelo divertido y aventurero para mis hijos. Gracias por los ratos que pasaste conversando a solas conmigo a pesar de tu apretado horario y tu larga lista de tareas pendientes. Siempre significaron mucho para mí. Tu hija Escrito por Angie Frouman. Publicado originalmente en Conectate. Usado con permiso. Mi padre no me habló de cómo debía vivir. Vivió y me dejó observarlo. - Clarence Budington Kelland
*** A mi padre le gustaba jugar con mi hermano y conmigo en el jardín. Mi mamá salía y decía: -Están destrozando el césped. -No estamos criando césped -contestaba mi papá-. Estamos criando niños. - Harmon Killebrew *** Un padre porta fotos donde antes llevaba su dinero. - Anónimo *** Cuando yo tenía 14 años, mi padre era tan ignorante que no lo soportaba. Sin embargo, cuando cumplí 21 me quedé sorprendido de lo mucho que había aprendido él en siete años. - Mark Twain *** Los hijos y el jardín de un hombre reflejan cuánto tiempo ha dedicado al desmalezado durante la temporada de crecimiento. - Anónimo *** El obsequio más preciado que me hayan hecho provino de Dios: yo lo llamo Papá. - Anónimo *** Si de buenos hijos quieres ser padre, sé buen padre. - Refrán español *** La integridad se adquiere mayormente por contacto. El padre y el hogar deben ser grandes focos de contagio. - Frank Cheley *** Se trabaja toda una vida, pero los niños son pequeños una sola vez. - Proverbio polaco *** Inmediatamente después del Dios del Cielo viene un papá. - Wolfgang Amadeus Mozart en su infancia *** Padre de todos los padres, haz de mí un ejemplo para mi hijo. - Douglas Malloch *** Un buen padre vale por cien maestros. - Jean Jacques Rousseau *** Observé a un hombre bajito con gruesos callos en ambas manos trabajar quince y dieciséis horas diarias. En cierta ocasión lo vi sangrar por las plantas de los pies, un hombre que llego aquí [aEE.UU., procedente de Italia] sin educación, solo, sin conocer el idioma, y que sin embargo me enseñó por la elocuencia de su ejemplo todo lo que me hacía falta saber sobre la fe y el trabajo arduo. - Mario Cuomo *** Los padres nobles tienen hijos nobles. - Eurípides *** Hasta que no tengas un hijo no conocerás la alegría, el amor incontenible que retumba en el corazón de un padre cuando mira a su niño. Desconocerás el sentido del honor que hace que un hombre quiera superarse y legar algo bueno y esperanzador a su hijo. - Kent Nerburn, «Cartas a mi hijo» *** Tomado del revista Conectate. Usado con permiso. María Fontaine
Una cosa que los niños hacen continuamente es discutir entre sí. Muchas veces es más bien contradecirse, casi por el gusto de llevar la contraria. En muchos casos lo hacen para demostrar su superioridad, para que se vea que el otro está equivocado y quedar ellos bien. Los niños caen en eso prácticamente a cada momento. Por eso es preciso enseñarles que está mal creerse superiores y rebajar a los demás. Puede que en algunos casos tengan razón: a lo mejor su punto de vista es acertado. Generalmente se enzarzan en una discusión porque creen que tienen razón. El caso es que, tengan razón o no, deben aprender que está mal discutir. Es importante que los niños aprendan a ponerse en el lugar de los demás. Pregúntale a tu hijo: “¿Cómo te sentirías si respondieras mal a una pregunta o dijeras algo equivocado, y alguien soltara: “¡Qué tontería! ¿Cómo puedes ser tan idiota? Pues así se sienten tus hermanos o tus amigo cuando los contradices o les señalas sus faltas.” Conviene ilustrarles con un ejemplo cómo hacen que se sientan los demás. Una vez que se dan cuenta del efecto que tienen sus palabras en las personas que los rodean, la mayoría procuran ser más cuidadosos con lo que dicen y la forma en que lo expresan. Se les puede explicar: «Cada vez que haces eso de rebajar a un amigo para quedar tú mejor, lo dejas en ridículo. Así sólo conseguirás perder amigos». O: «Piensa en lo mal que se siente tu hermanita cuando haces eso. No tendrá ganas de volver a abrir la boca. Lo peor es que le das a entender que no la quieres, pues no te importa herir sus sentimientos». Es preciso que las personas mayores nos esforcemos por no caer en lo mismo. Y también debemos hacerles ver a los chicos que el no hacer eso es una forma de manifestar amor, de ser considerados con sus amigos y con los niños pequeños. El amor no humilla ni avergüenza, sino que levanta el ánimo y hace que la gente se sienta bien por dentro. En cambio, contradiciendo y discutiendo ponemos en evidencia a los demás o les hacemos sentirse inferiores. A veces los chicos no se dan cuenta de eso hasta que les sucede a ellos. Asi y todo, les cuesta entender que los demás se puedan sentiré igual de mal en esa situación. Si las personas mayores tenemos tendencia a contradecir automáticamente a los demás, señalar sus errores y ponernos a discutir —todos lo hacemos—, no podemos recriminar a los chicos cuando caen en lo mismo. Lo que sí podemos hacer es esmerarnos por darles mejor ejemplo y enseñarles a conducirse con más amor y consideración en ese aspecto. Es notable la diferencia entre los niños que discuten, pelean, riñen y se contradicen, y los que se quieren de verdad, colaboran unos con otros y se relacionan armoniosamente. Por supuesto, el amor y la consideración tienen muchas facetas más. No deja de ser un tema bien complejo. Lo que está claro es que es uno de los principios más importantes que podemos enseñar a nuestros hijos: los que de pequeños no aprenden a ser amorosos y considerados de palabra y de hecho, de mayores conservan la costumbre de discutir y contradecir. Si queremos que nuestros hijos tengan éxito en la vida, nada reviste más importancia que enseñarles a conducirse con amor. Enseñando Consideración – Recursos Cuentos para niños: El Cachorro Scott Arturo el Inseguro Guarda tu Lengua Videos: Nos Llevemos Bien Los Ciegos y el Elefante Los hijos nunca olvidan los momentos significativos que pasan con sus progenitores. ¿No son esos los recuerdos de la niñez que evocamos con más cariño, los ratos en que nuestros padres nos demostraban su amor dedicándonos tiempo y atención?
La atención personal que prestamos a los niños contribuye enormemente a su desarrollo. Si los privamos de ella, se consideran desdeñados y poco importantes, y al cabo de un tiempo se sienten rechazados. Eso nos sucede a todos. No siempre es necesario estar mucho tiempo con un niño para que comprenda que se lo quiere y aprecia. Lo que sí es imprescindible es pasar algo de tiempo con él. Y la calidad de los ratos que les dediquemos es tan importante como la extensión de los mismos. Lo mejor que podemos invertir en nuestros hijos es tiempo. Y es también el mejor regalo que les podemos hacer. Ninguna otra cosa tiene un efecto tan duradero en su vida. Alguien dijo sabiamente: «Nuestros hijos necesitan más nuestra presencia que nuestros presentes». Juega con ellos, lee con ellos, abrázalos, anímalos, disfruta de ellos. Sal a pasear con ellos y simplemente pasa un rato con ellos charlando. Hazles preguntas y escucha sus respuestas. Presta atención a lo que dicen. La mayoría de los padres tienen tanto que hacer que no dan abasto. Cuando surgen imprevistos, el tiempo que se pasa con los hijos queda relegado al último lugar. Solemos razonar que ya tendremos tiempo mañana. Pero nuestros hijos nos necesitan hoy. Conviene que determines cuánto tiempo a la semana debes pasar con cada hijo y que busques espacios para ello. Considera que esos ratos son compromisos ineludibles y tienen prioridad sobre todo lo demás. Si surge una situación de verdadero apremio, puede que sea necesario que reprogrames el tiempo que vas a pasar con ellos; pero no lo canceles del todo. Si ves que postergas con frecuencia el tiempo que deberías dedicarles, es necesario que reevalúes tu escala de prioridades y tu plan y que elabores uno que dé resultado. Cuando un niño mayor tiene problemas necesita aún más que se le dedique tiempo, y se hace preciso escucharlo con más atención. No hay que apresurarse a ofrecerle soluciones o consejos, y no conviene sermonearlo, sino escuchar todo lo que quiera decir antes de responderle. De ser posible, hay que ayudarlo a llegar por su cuenta a las mejores conclusiones. Luego, debemos tomarnos un rato para orar y escuchar la apacible voz de Dios en nuestro corazón y nuestra mente. Él siempre está presto a aclarar nuestros interrogantes, y a menudo nos ofrece sorprendentes soluciones. Muchos padres con hijos ya crecidos dicen que una de las cosas que más les pesa es no haberles dedicado más tiempo en sus primeros años. Ello conlleva ciertos sacrificios. Al principio puede parecer que no se está aprovechando el tiempo de la mejor manera; pero vale la pena perseverar. Cada momento que se dedica a los hijos es una inversión a futuro. Las recompensas son eternas. Para los hijos es fundamental saber que pueden contar con nosotros, aun cuando nos parezca que no estamos haciendo gran cosa por ellos ni logrando nada valioso. Tomado del revista Conectate. Usado con permiso. En determinadas situaciones y circunstancias es inevitable que los padres se sientan agobiados. El bebé llora, la niña de ocho años no quiere hacer sus deberes, la música del chico de catorce hace temblar la casa, el de dos añitos se hizo pis en los pantalones y los invitados a cenar van a llegar en cualquier momento. Uno se siente exigido al máximo.
Todos tenemos días así. Tu caso no es único. Y no es preciso que hagas frente a la situación a solas: Jesús está contigo. Ten fe. Él te entiende y quiere darte ánimo y soluciones. Si tienes oportunidad, procura conversar con alguien, tal vez con tu cónyuge o con una amiga; puede contribuir a serenarte y hacerte ver las cosas desde otra perspectiva. Hagas lo que hagas, no te dejes vencer por el sentimiento de fracaso. Eleva una plegaria y pide a Jesús que te conceda fuerzas y gracia en ese preciso momento, y Él lo hará. Ruégale que te ayude a ver a tus hijos como Él los ve, que te abra una ventana al futuro y te permita vislumbrar lo que llegarán a ser. Él te ayudará a enfocar la situación con optimismo y esperanza. Dado que los hijos son un reflejo de los padres, es muy fácil descorazonarse y sentir que uno ha fracasado cuando uno o varios de ellos flaquean en algún aspecto. Lo que no hay que olvidar es que ellos constituyen una obra en curso, igual que nosotros. Lo único que Dios espera de nosotros es que pongamos todo de nuestra parte, que les prodiguemos amor y que dejemos lo demás en Sus manos. Claro que eso no es pretexto para desesperarse y arrojar la toalla en cuanto las cosas se pongan difíciles, pasándole la pelota a Dios. Seguramente la solución que Él tiene requiere nuestra participación activa. Conviene preguntarle qué quiere que hagamos y llevar a la práctica lo que nos indique. De ahí no nos queda más que encomendarle lo que falte, dejar que Él se encargue de lo que está fuera de nuestro alcance. Una Familia Unida El mayor Descubrimiento que podemos hacer en la vida es que todos tenemos acceso a una estrecha relación con el Padre celestial a través de Su Hijo Jesús. Con esa conexión, todo lo demás queda a nuestro alcance. Entablar dicha relación no sólo es factible, sino increíblemente fácil: basta con hacer una breve oración: «Jesús, te necesito. Ven a mi corazón y hazte presente en mi vida. Perdóname mis pecados. Te pido que seas mi Salvador, mi eterno compañero, mi consejero, mi firme amparo. Amén». Para los que somos padres de familia solo hay una cosa más extraordinaria que establecer nosotros mismos esa íntima relación con Dios: saber que también está al alcance de nuestros hijos. «Para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos» (Hechos 2:39). Las familias cuyos integrantes tienen en común esa conexión con Dios, que la Biblia llama sencillamente amor (1 Juan 4:8), están más unidas, tienen menos conflictos graves, y en cambio más cariño y afecto. ¿A qué responde eso? A que tienen en común lo primordial: además de tener criterios muy claros con respecto al bien y al mal, disponen de la orientación y el apoyo que necesitan para tomar buenas resoluciones y cumplirlas. Cuando surgen conflictos o disgustos, basta con elevar una plegaria para obtener soluciones prácticas y auxilio del Cielo. Si deseas que tu familia se enriquezca espiritualmente, conéctate con Jesús. Así todos crecerán en amor y vivirán más unidos. Tomado del revista Conectate. Usado con permiso. |
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