Actualizado Febrero 2023
El día de San Valentín es una celebración tradicional que ha sido asimilada por la Iglesia católica con la designación de San Valentín como patrón de los enamorados. Se celebra el 14 de febrero. En algunos países se conoce como día de los enamorados y en otros como el día del amor y la amistad. (Adaptado de Wikipedia) Historias, devocionales, y presentaciones Para niños de 1 a 4 años
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Actualizado Junio 2021 Historias
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El fruto de la perseverancia ¡A veces los jóvenes son capaces de hacerle perder la paciencia a un santo! Con todo, sigue intentando comunicarte y relacionarte con ellos. Trata de identificarte con ellos y pensar como ellos. Si logras crear un vínculo con ellos, una conexión, lo que les dices empezará a entrarles, y a partir de ahí podrás hacer progresos concretos. Uno de los gajes del oficio de profesora de gente joven es la frustración. Así son las cosas a veces. Así es la vida. Los conocimientos y la experiencia que tienes tú son el fruto de años de altibajos, de triunfos y fracasos, de superar situaciones bastante difíciles; los jóvenes, en cambio, apenas están comenzando. Si tienes eso presente, no se te agotará tan pronto la paciencia. Evita también hacer comparaciones entre este grupo y otros chicos a los que has enseñado. Hay adolescentes que no tienen prisa por hacerse mayores; otros maduran más rápido. No puedes desanimarte tanto por eso. Deja que rompan el molde A medida que los jóvenes van desarrollándose, por lo general necesitan más libertad para tomar decisiones independientes sin que los obliguen a encajar en cierto molde. Algunos no encajan ni quieren encajar en el molde en el que se los quiere meter. Tú tienes tu molde, te has hecho una idea de cómo deben ser y actuar; pero ni siquiera a los hijos se les puede exigir que sean así, que sean iguales a uno y se ajusten en todo a sus ideales. Es posible que tengas que empezar a cambiar de mentalidad. Quizá debas ver a esos jóvenes de otra manera y buscar en ellos rasgos dignos de admiración; por ejemplo, el hecho de que se porten tan bien a pesar de las presiones y las dificultades con que se topan. No tengas miedo de ensuciarte las manos ¡No desistas! Pon manos a la obra, y no te preocupes si te las ensucias. Esto es algo así como la jardinería: uno no puede hacer nada en un jardín si no está dispuesto a llenarse las manos de tierra. Las plantas no medran ni crecen si el jardinero no está dispuesto a hacer algo más que mirarlas y regarlas. A veces es necesario trasplantarlas a otra maceta porque las raíces han crecido mucho, o porque la tierra de la maceta ha perdido nutrientes o se está enmoheciendo. Con los jóvenes pasa lo mismo: es posible que precisen la atención concentrada de alguien que no tenga miedo de ayudarlos a buscar la forma de resolver sus problemas. A veces se enredan y no pueden desenmarañarse solos; les hace falta ayuda del jardinero. Está atenta a ellos del mismo modo que el jardinero examina las plantas para descubrir síntomas peligrosos como hojas que amarillean, que se manchan o se marchitan, tierra mohosa, o plantas mustias por falta de agua. Hay plantas que tienen que estar a la sombra, y otras que quieren sol. Las hay que necesitan mucho riego, y las hay que apenas si requieren agua. A algunas les hacen falta muchos cuidados y hay que rociarlas todos los días; otras, como los cactos, casi no necesitan nada. Tu misión consiste en ser una jardinera diligente, afectuosa, preocupada de sus plantas, que no las pierde de vista y se esmera en atenderlas y cuidarlas. El jardinero averigua lo que puede hacer y se esfuerza por que sus plantas estén bien. Y como cualquier jardinero, después que hayas hecho todo lo que podías, deja lo demás en las manos de Dios. Extraído del libro “Urgente, tengo un adolescente”, © Aurora Productions. Foto de Kristin via Flickr.
La Navidad tiene por objeto el amor. Tiene por finalidad la alegría, la generosidad, la risa, el reencuentro de parientes y amigos en medio de luces y adornos multicolores. Pero ante todo la Navidad tiene por objeto el amor. No quedé convencida de ello hasta que un alumno vivaracho, algo travieso, candoroso y de sonrosadas mejillas me hizo un regalo maravilloso cierto año por esas fechas. Mark era un huérfano de 11 años que vivía con una tía de mediana edad, amargada por tener que haberse hecho cargo del hijo de su hermana cuando ésta murió. Constantemente le recordaba al pequeño Mark que de no haber sido por la generosidad de ella, él habría terminado abandonado en la calle. Pero a pesar de la frialdad y las continuas regañinas, era un chiquillo encantador y servicial. No había reparado en Mark de manera especial hasta que empezó a quedarse todos los días al terminar la clase (a riesgo de enojar a su tía, según descubrí más tarde) para ayudarme a limpiar y poner en orden el aula. Lo hacíamos tranquilamente y sin hablar mucho, pero disfrutando de la soledad de aquella hora del día. Las pocas veces que conversábamos, Mark me hablaba más que nada de su madre. Aunque era bastante pequeño cuando ella falleció, la recordaba como una señora muy tierna y cariñosa que pasaba mucho tiempo con él. Cuando faltaba poco para Navidad, Mark dejó de quedarse después de clase. Siempre esperaba con ilusión su llegada, y cuando vi que pasaban los días y seguía marchándose tan frescamente al final de la jornada, le pregunté una tardé por qué no me ayudaba como antes. Le dije que lo extrañaba, y se le iluminaron sus grises ojazos mientras me preguntó: —¿De verdad? Le expliqué que había sido mi mejor ayudante. —Es que le estoy preparando una sorpresa —susurró en todo confidencial para Navidad. Se ruborizó y salió disparado. No volvió a quedarse más después de clase. Por fin llegó el último día de escuela antes de las vacaciones navideñas. Hacia el final de la tarde, Mark entró sigilosamente en el aula. Traía algo oculto a sus espaldas. —Le traigo su regalo —dijo con voz tímida cuando alcé la vista—. Espero que le guste. Alargó las manos hacia mí, y en sus pequeñas palmas sostenía un cofrecito de madera. —Es precioso, Mark. ¿Tiene algo dentro? —le pregunté mientras lo abría para mirar su interior. —Lo que guarda es invisible —repuso en voz baja—; tampoco se puede tocar, probar ni sentir. Pero mi madre siempre decía que es algo que te hace siempre feliz, te arropa cuando hace frío y te protege cuando estás solo. Observando el interior del cofre, le pregunté: —¿Y qué es eso que me hará tan feliz, Mark? —Amor —respondió bajito—. Mamá siempre decía que lo mejor es regalarlo. Y dando media vuelta, salió del aula en silencio. Desde entonces tengo un cofrecito de madera sobre el piano de la sala de estar y me limito a sonreír cuando las visitas ponen cara de asombro cuando les explico que contiene amor. Pues sí, la Navidad es tiempo de alegría, de cantares y de buenos regalos. Pero ante todo es un tiempo de amar. - Laurie. Gentileza de www.anchor.tfionline.com
Jessica Roberts
En plena clase de matemáticas, uno de mi alumnos de segundo grado hizo una afirmación que me dejó perpleja: -¡Dios no existe! Dado que se trata de un colegio cristiano y que Martín es hijo de un pastor, no entendía cómo había llegado repentinamente a esa conclusión en mi clase. Cuando se lo pregunté, exclamó: -Mi papá dice que está Dios, está Jesús y está el Espíritu Santo; pero a la vez dice que hay un solo Dios. No tiene sentido. ¿Qué hacer? Estaba segura de que antes de Martín otros grandes pensadores habían examinado la cuestión de la Santísima Trinidad y se habían topado con el mismo dilema. En ese momento, sin embargo, yo prefería seguir adelante con las multiplicaciones. -Martín, estamos en clase de matemáticas. Podemos hablar de ese tema después. -Es que es un problema matemático -replicó el chiquillo-. No es lo mismo tres que uno. ¿Qué padre o docente no ha sufrido una emboscada de ese tipo? De la boca de los niños surgen difíciles interrogantes. He aprendido que lo mejor que puedo hacer en esos casos es pedirle a Dios que me dé buen tino, pues lo que yo podría interpretar como altanería o ganas del niño de llevar la contraria bien pudiera ser curiosidad inspirada por Dios y además una extraordinaria oportunidad de transmitirle una valiosa enseñanza. La verdad es que no me sentía muy preparada para presentar el concepto teológico de la Trinidad a Martín y sus compañeros de curso. Sonó el timbre del recreo. ¡Estaba salvada! Los diez minutos siguientes, mientras los niños jugaban, los dediqué a orar. Y me vino una respuesta. Era un poco simplista, y probablemente no hubiera sido la explicación que habrían dado San Agustín u otros pensadores cristianos. Pero resultó satisfactoria para Martín y los demás cuando reanudamos la clase de matemáticas. -La Biblia llama a Jesús la Rosa de Sarón -les dije-. Dios es como quien dice la raíz del rosal. Aunque está oculto, de Él procede la rosa. Jesús es la flor, la parte más vistosa del amor de Dios, la parte que vemos y percibimos. El Espíritu Santo es la savia que fluye por el rosal y lo mantiene vivo. Aunque tiene tres aspectos, el rosal es uno solo. ¿Entienden? Me imagino que Martín planteará preguntas más difíciles en el futuro, y huelga decir que yo misma tengo muchos interrogantes. Menos mal que Dios siempre nos responde cuando le planteamos algo con sinceridad. Puede que nos dé una explicación sencilla y directa, como la que me indicó para Martín, o una que sea más compleja. Otras veces simplemente nos da paz para aceptar lo que aún no entendemos.
Gentileza de la revista Conéctate. Usado con permiso.
Les Brown
En mis tiempos de estudiante fui en una ocasión al aula de un amigo a esperarlo. Entré al aula, y el profesor, un tal Washington, me pidió de pronto que me dirigiera a la pizarra a resolver un problema. Le respondí que no podía, y me preguntó: -¿Por qué no? -Porque no soy de su clase -contesté. -Eso no importa; ve a la pizarra. -No puedo -insistí. -¿Por qué? -preguntó nuevamente. Hice una pausa, pues para entonces ya estaba un tanto avergonzado, antes de añadir: -Porque soy de la clase para alumnos con dificultades de aprendizaje. El profesor se levantó de su escritorio, se acercó a mí y, mirándome, sentenció: -Jamás se te ocurra repetir lo que acabas de decir; eso no es más que la opinión de alguien. No tiene por qué convertirse en tu realidad. Aquel comentario fue muy liberador para mí. Por una parte, me sentía humillado, porque los otros alumnos se burlaban de mí. Sabían que estaba en la clase de educación especial. Por otra, me liberó, pues empecé a reparar en que no tenía por qué vivir conforme al contexto de la opinión que otros tuvieran de mí. El profesor Washington se convirtió en mi mentor. Antes de aquella experiencia, yo había repetido curso en dos ocasiones. Cuando estaba en quinto grado me calificaron de niño que requería atención diferenciada. En octavo grado tuve que repetir otra vez. Por eso, el profesor Washington marcó un hito en mi vida. Afirmo y sostengo que el profesor Washington se guía por lo que aconsejaba Goethe: «Mirad al hombre tal cual es y únicamente empeorará. Miradlo como lo que puede llegar a ser y se convertirá en el hombre que debe ser.» El señor Washington creía que nadie se esfuerza cuando las expectativas son pocas. Por eso siempre daba a los alumnos la impresión de esperar mucho de ellos. Y nos esforzamos. Todos sus alumnos nos esforzamos por estar a la altura de lo que él esperaba de nosotros. En una oportunidad, cuando yo todavía cursaba la enseñanza media, lo escuché dar un discurso de despedida de curso a unos alumnos que se graduaban. Les dijo: «Ustedes llevan la grandeza dentro. Poseen algo excepcional. Si uno solo de ustedes vislumbra un poco más allá de sí mismo y alcanza a ver lo que es en realidad, lo que puede aportar a este planeta, ese algo que hace a cada ser humano tan singular, en un contexto histórico el mundo jamás volverá a ser el mismo. Sus padres, su colegio y su vecindario estarán orgullosos de ustedes. Pueden ejercer influencia en millones de personas.» Aunque estas palabras las decía dirigiéndose a los alumnos de último grado, me daba la impresión de que me las dijera a mí. Recuerdo que todos lo ovacionaron de pie. Cuando terminó el acto, lo alcancé en el estacionamiento y le pregunté: -Profesor, ¿se acuerda de mí? Estaba entre el auditorio cuando dio la charla a los alumnos que se graduaron. -¿Y qué hacías allí? Tú estás en un curso anterior. -Es cierto -respondí-, pero oí su voz desde afuera del auditorio, y me di por aludido. Habló de la grandeza interior que tienen los alumnos. ¿Usted cree, profesor, que yo también la tengo? -Por supuesto, Brown -fue su respuesta. -¿Y qué me dice del hecho de que no aprobé gramática, matemáticas ni historia, y voy a tener que asistir a clases de recuperación durante las vacaciones? ¿Qué piensa de eso, profesor? Soy más lento para aprender que la mayoría. No soy tan inteligente como mi hermano, ni como mi hermana, que va a la Universidad. -Eso no tiene nada que ver. Lo único que significa es que tienes que esforzarte más que ellos. Lo que seas o lo que vayas a hacer en la vida no depende de tus calificaciones. -Me gustaría comprarle una casa a mi madre. -Es posible, Brown, puedes hacerlo. Seguidamente, se dio vuelta y siguió caminando. -¿Profesor…? -¿Qué se te ofrece? -…Este… Tenga la seguridad de que lo conseguiré. Recuérdelo. No olvide mi nombre. Algún día se enterará y estará orgulloso de mí. Saldré adelante, profesor. Los estudios fueron una experiencia sumamente difícil para mí. Aprobaba porque los profesores veían que no tenía mala conducta. Era un chico agradable y simpático. Hacía reír a la gente. También era educado y respetuoso. Así que los profesores me aprobaban, y eso redundó en una desventaja para mí. El profesor Washington, por el contrario, me exigía. Me pedía cuentas. Y además me hizo creer que yo era capaz, que podía salir adelante. Fue mi instructor en el último año de secundaria, a pesar de que yo era un alumno de educación especial. No es habitual que los alumnos de educación especial sigan cursos de oratoria y arte dramático, pero me dejaron asistir a las clases de él. El director se dio cuenta del lazo que nos unía y de la gran influencia que él ejercía en mí, pues empecé a mejorar en los estudios. Por primera vez figuró mi nombre en el cuadro de honor. Quería hacer giras fuera de la ciudad con la compañía de teatro, y para ello había que estar en el cuadro de honor. ¡Aquello fue un milagro para mí! El profesor Washington me cambió todo el panorama referente a mi identidad. Me amplió las miras de lo que soy, por encima de mi capacidad mental y mis circunstancias. Años después, produje cinco programas para la televisión. Pedí a varios amigos que lo llamaran cuando emitieron mi programa Usted se lo merece en un canal educativo de Miami. Estaba sentado junto al teléfono, esperando, cuando él me llamó a Detroit. -¿Puedo hablar con el señor Brown? -preguntó. -¿Quién le llama? -Ya sabes quién llama. -¿Es usted, profesor Washington? -Lo conseguiste, ¿no? -Sí, profesor, lo conseguí. Casi todo el mundo cuenta a un maestro entre las personas que más han influido en su vida. ¿Qué clase de maestros? Los que emplean sus talentos en cultivar los de los alumnos; los que no solo se preocupan por moldear la mente, sino también el corazón. En mi caso, fue una profesora a la que los alumnos llamábamos con afecto tía Marina. Era sensata y más estricta que la mayoría de nuestros demás maestros y cuidadores, firme en su sentido del bien y el mal, y al principio los niños nos quejábamos de eso. Sin embargo, no tardamos en aprender a confiar en ella porque nos parecía que le importaba qué clase de personas llegáramos a ser. Nos sentíamos seguros con la tía Marina porque definía claramente los límites. Aunque tía Marina fijaba límites y hacía respetar las reglas, demostraba igual medida de actitud positiva y amor. Y también tenía un buen sentido de la diversión. No limitaba las clases a los cuadernos y los libros de texto. Nos llevaba a excursiones y a paseos por el parque, y nos hacía partícipes de su talento artístico a fin de interesarnos en las manualidades. Tenía talento para hacernos sentir muy apreciados a todos. Siempre hablaba positivamente de nosotros a los demás en nuestra presencia. Todavía recuerdo el orgullo que sentí al oírla por casualidad decir a otra profesora que yo tenía muy buena ortografía. Era grato saber que mis esfuerzos no pasaban desapercibidos. El cariño e interés de tía Marina se prolongó más allá de nuestros años escolares. Durante bastante tiempo después de que nuestra familia se fue de Taiwán, siguió enviándome notas y tarjetas. Diez años después, aún conservo algunas. Hace poco releí una y quedé maravillada con el gran interés que había manifestado al escribir a una niña de ocho años: «Ayer vi tu foto mientras preparaba un álbum con las de los niños a los que he cuidado y enseñado durante años, y recordé cuánto te quiero, amiguita». Cuando cumplí nueve años, me escribió: «Te deseo un cumpleaños muy feliz. Pido a Dios que sea un día inolvidable para ti y este nuevo año de tu vida esté lleno de sorpresas agradables y tiernas experiencias. ¡Cómo me alegra conocerte!» El 9 de junio de 2005, tras una larga batalla con el cáncer, Marina pasó a mejor vida. Soy solo una entre las muchas personas en las que influyó positivamente su amor, amor que Marina siempre nos recordó que era el de Dios manifestado a través de ella. - E.S. Gentileza de la revista Conéctate. Jessica Roberts Es el final de una larga jornada de cuidar de niños enfermos. No son hijos míos. Son de un matrimonio que, por razones de trabajo, tienen muchas veces que atender a necesidades ajenas y sacrificar algo del tiempo en que podrían estar con sus hijos. Soy la maestra de los niños. Por lo general, me encanta sustituir a los padres, pero esta semana no me hizo mucha gracia. —Estoy agotada, estresada —me quejé—. Me he atrasado en el lavado de los platos y la ropa. Para colmo, me perdí un paseo por la playa con mis amigos para hacerme cargo de un montón de niños que tosen, se sorben los mocos y lloriquean. Ellos duermen la siesta al mediodía, mientras que yo tengo todavía un día trabajo por delante. Hace varios días que no duermo lo suficiente. No tengo que hacer esto. No soy su madre. Las madres tienen paciencia, abnegación y un amor incondicional por sus hijos para aguantar tanto. Yo no. ¡Estos niños están volviéndome loca! Un crujido en los escalones me avisó que alguien se había despertado. Era Susi, de dos años. —¿Qué necesitas, Susana? Se quedó callada por medio segundo. Luego, corrió hacia mí y me echó los brazos al cuello. —¡Te quiero! —dijo bajito. Acto seguido se dio la vuelta y corrió de nuevo a acostarse. Oigo a Martín, de cuatro años. Voy a verlo. Abre un ojo y me dice entre dientes y medio dormido: —¡Eres la más mejor de las profesoras! Tiene una sonrisa tan angelical cuando lo dice… Pienso en esas criaturas sinceras que me han adoptado. Recuerdo las risas, los abrazos, los descubrimientos que hemos hecho juntos. De repente, ya no me siento tan cansada. Recuerdo lo que dijo Jesús de amar a la gente menuda: «En cuanto lo hicisteis a uno de estos Mis hermanos más pequeños, a Mí lo hicisteis» (Mateo 25:40). ¡Va a ser un día inolvidable! Seguro que encuentro una forma de llevar la alegría a un cuarto lleno de enfermos. Y cuando llegue esa hora antes de la cena en que están cansados y de mal humor, pediré al Señor más de Su amor incondicional y le daré gracias por la bendición que es cuidar de estos niños. © La Familia Internacional
Pautas de memorización de padres y maestros con experiencia (Las siguientes ideas sirven para cualquier texto que se quiera aprender de memoria, no únicamente pasajes de la Biblia.) Primeros pasos
Música y gestos
Premios
Tomado del libro "Apacienta Mis corderos: Guía para padres y maestros" © Aurora Productions. El obsequio más exquisito que se puede entregar a alguien son unas palabras de aliento. Sin embargo, casi nadie recibe el aliento que necesita para desarrollar plenamente su potencial. Si todos recibieran el aliento que necesitan para crecer, la inventiva de casi cada persona se agudizaría a tal punto que el mundo produciría una abundancia nunca antes imaginada. - Sidney Madwed
* Muy a menudo subestimamos el poder de una caricia, una sonrisa, una palabra bondadosa, de un rato en el que prestamos oído a alguien, de un elogio sincero o de un pequeño acto que manifieste interés por los demás, todo lo cual puede transformar una vida. - Dr. Leo Buscaglia * Charles Schwab, un exitoso empresario, dijo en cierta ocasión: «Aún no encuentro a un hombre, por elevada que sea su posición, que no haga un trabajo todavía mejor y ponga mayor empeño cuando se encuentra en un ambiente de aprobación que bajo una nube de críticas.» Todo el mundo quiere y necesita que se lo elogie por sus logros. Un niño que jugaba a los dardos con su padre le dijo: «Juguemos a los dardos. Yo los lanzo y tú dices “¡buen tiro!”» Eso hace por los demás una persona motivadora. Tendemos a convertirnos en lo que la persona más importante de nuestra vida cree que seremos. Piensa lo mejor, cree lo mejor y expresa lo mejor de tus niños. Tus afirmaciones no solo te harán más atractivo para ellos, sino que cumplirás un importante papel en su desarrollo personal. - John C. Maxwell (Tomado de Be a People Person: Effective Leadership Through Effective Relationships) * La película Con ganas de triunfar (Stand and Deliver) trata sobre la vida de Jaime Escalante, un inmigrante boliviano que enseñaba en un colegio para alumnos de escasos recursos de Los Ángeles. Logró resultados muy destacados con alumnos que eran conocidos por ser particularmente difíciles. Un relato que no aparece en la película es el del «otro Juanito». Escalante tenía a dos alumnos llamados Juanito. Uno siempre obtenía las máximas notas; el otro siempre sacaba malas notas. El estudiante del promedio elevado se llevaba bien con los demás, cooperaba con los maestros, ponía empeño y era querido por todos. El Juanito que sacaba malas notas era hosco, gruñón, no cooperaba, alteraba el orden y en general no gozaba de las simpatías de los demás. Cierta noche, durante una reunión de padres y profesores, una madre se acercó emocionada a Escalante y le preguntó: —¿Cómo le va a mi Juanito? Escalante supuso que la madre del alumno de las malas notas no haría una pregunta así, por lo que describió con grandes elogios al Juanito de las buenas notas, diciendo que era un estupendo alumno, gozaba de muchas simpatías en la clase, cooperaba y trabajaba con empeño y que seguramente llegaría muy lejos en la vida. A la mañana siguiente, Juanito —el de las malas notas— se le acercó a Escalante y le dijo: —Agradezco mucho lo que le dijo a mi madre sobre mí y quiero que sepa que me voy a esforzar para que todo lo que dijo sea cierto. Para fines del periodo el Juanito desaplicado había subido claramente sus notas. Al final del año escolar se encontraba ya entre los alumnos más destacados. Si tratamos a nuestros niños como si fueran el otro Juanito las posibilidades de que mejoren su desempeño aumentarán visiblemente. Alguien dijo con mucha razón que son más las personas que han logrado el éxito gracias a los elogios que las que lo han conseguido merced a los continuos regaños. Nos resta preguntarnos qué ocurriría con todos los demás juanitos del mundo si alguien los encomiara y los ponderara. - Zig Ziglar |
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