La labor de una madre es la más importante que existe. Si dudas de ello, haz un simple sondeo: pregunta a varias personas quién ejerció la mayor influencia en ellas durante su niñez. Da igual que consultes a gente humilde o importante. La respuesta más frecuente será: «Mi madre». Las madres de hoy en día -incluida tú- configuran el mundo del mañana. Cuando tus hijos crezcan, cambiarán el mundo. Puede que no ejerzan influencia en el mundo entero, pero sí en el mundo que los rodea, para bien o para mal. Es tu obligación conducir a tus hijos por buen camino. * Los niños no nacen conociendo las virtudes. Tienen que aprenderlas. * Para ser virtuoso, como para tantas otras cosas en la vida, hace falta mucha práctica. Cuando nos ejercitamos constantemente en las virtudes contribuimos a que echen raíces. Con el tiempo se convierten en algo natural; se vuelven parte de la personalidad. * La familia es la escuela primera y más importante de moral. Es en el hogar donde el niño llega a conocer el bien y el mal mediante la formación y los cuidados protectores de quienes más lo quieren. Los maestros deben ser aliados en la empresa, pero no pueden ser sustitutos. Las escuelas no pueden reemplazar a los padres en la crucial tarea de moldear el carácter del joven. * Enseñe a sus hijos a interesarse mucho en el bien. * «Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él». (Proverbios 22:6) * Quizá te consideras insignificante en la vastedad del universo, pero estás creando el mundo en el que vivirán los niños del mañana. Cada decisión que tomas va forjando el legado que les dejaremos. * Los niños de hoy son los líderes del mañana. La formación que los padres dan a sus hijos determina el futuro del mundo. * Invierte en tus hijos: dedícales tiempo y atención, entrégales amor, pues ellos son el futuro. * Lo que enseñas a un niño, con palabras o con actos, queda en él grabado eternamente. * Haz hincapié en brindar a tus hijos la formación equilibrada que necesitan y merecen durante su infancia y juventud. * Si das buen ejemplo a tus hijos en sus años formativos, forjarás con ellos lazos inquebrantables de amor y respeto; y cuando lleguen a adultos, te enorgullecerás de ellos.
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Un joven y prestigioso fiscal conto: “El mejor regalo que me han hecho en la vida lo recibí una Navidad de manos de mi padre, cuando me entregó una pequeña cajita. Contenía una nota que decía: Hijo, este año te regalaré 365 horas, uno cada día después de la cena. Será toda para ti. Hablaremos de lo que quieras, iremos adonde quieras, jugaremos a lo que quieras. Será tu hora. “Mi padre cumplió su promesa, y además la renovó de año en año. Fue el mejor regalo de mi vida. Yo soy el fruto de su tiempo.” *** Hace algún tiempo, un amigo mío regañó a su hija de tres años por malgastar un rollo de papel de envolver de color dorado. Resulta que la niña había intentado decorar una caja que quería poner debajo del árbol. La situación económica no daba para derroches, y aquel papel era costoso. Pese a ello, la mañana de Navidad la niñita le llevó el regalo a su padre y le dijo: —— Esto es para ti, papi. Primero se sintió incómodo por su exagerada reacción anterior. Sin embargo, volvió a perder la paciencia al comprobar que la caja estaba vacía. ——¿No sabes que cuando haces un regalo debes poner algo dentro de la caja?— —la sermoneó. La niñita lo miró con los ojitos llenos de lágrimas y le dijo: ——Papi, no está vacía. Soplé besitos dentro. Son todos para ti, papi. Esas palabras fueron demoledoras para él. Abrazó a la nena y le rogó que lo perdonara. Me contó que durante años guardó aquella caja junto a su cama. Cuando estaba descorazonado, sacaba de ella un beso imaginario y recordaba el amor de la niña que lo había puesto allí. *** Recibí el regalo perfecto la Navidad pasada: el cariño de una niña. La noche del 25 de diciembre, cuando la celebración y el intercambio de regalos ya habían terminado, llevé a la cama a Jade, mi nena de cuatro años. Mientras la arropaba, soltó estas palabras de la nada: —¡Papi, te quiero más que a todos mis juguetes y cosas! El corazón me dio un vuelco. Varias noches después estábamos de visita en casa de unos familiares y me vi precisado a revisar mi correo electrónico. Encontré donde conectarme a la red de la casa, pero no había ninguna silla a la vista. «No importa —me dije—. En un minuto termino esto». Me senté en el suelo y encendí mi computadora portátil. En ese instante Jade entró corriendo al cuarto, tropezó y cayó de bruces sobre el aparato. La pantalla centelleó con líneas de mil colores. El avalúo que cada cual hizo de los daños no fue nada halagüeño: —El arreglo va a salir carísimo. —¡Qué pena que ya no lo cubra la garantía! Al percatarse de lo que había hecho, Jade se echó a llorar. La tomé en brazos. —No te preocupes, mi cielo —le susurré al oído—. Te quiero más a ti que a todas mis cosas. Gentileza de la revista Conectate. Usado con permiso. Cari Harrop El día del cumpleaños de mi madre me puse a pensar en ella y me di cuenta de que mi infancia estuvo marcada por algo muy particular: los momentos que pasábamos todos juntos. Más concretamente evoqué las Navidades de mi niñez. Lo principal de cada recuerdo no era la cantidad o el valor de los regalos que recibimos en aquella ocasión, ni las celebraciones mismas, sino más bien las cosas sencillas. Hubo una Navidad en que pusimos empeño por hacer cosas juntos en familia. Preparamos un nacimiento con una vieja tabla que cubrimos de pinos en miniatura y figuritas hechas y vestidas por nosotros mismos. Otro año, la fría casita en que vivíamos se llenó de calor gracias a un cassette de villancicos —el primero que tuvimos los niños— y la alegría de encontrarnos naranjas en las botas que habíamos dejado en la sala, además de nueces y pasas envueltas en papel de aluminio. Otra Navidad, cuando yo era aún más pequeña, ensartamos palomitas de maíz en un hilo que colgamos del árbol. Para fines de diciembre ya casi no quedaban palomitas, pues un ratoncito, ingeniosamente disfrazado de niñita de tres años con coletas, se dedicaba a comérselas cuando nadie miraba. También hubo una Navidad, cuando tenía 9 años, en que, al levantarnos por la mañana, mis cinco hermanas y yo nos encontramos con una sorpresa: una fila de cajas blancas de zapatos, cada una con el nombre de una de nosotras y con algunos artículos que necesitábamos o con los que podíamos jugar. Había cuerdas para saltar, chirimbolos de todo tipo, un cepillo para el pelo, horquillas, pequeñas prendas de vestir… de todo un poco. El recuerdo de tantas bellas ocasiones me motivó a esforzarme para que mis dos hijos también conozcan ese mismo cariño y emoción esta Navidad. Quiero que tengan recuerdos entrañables de estas fechas. Y entonces caí en la cuenta de que lo que confirió a aquellos momentos un valor particular fue el amor de mis padres y el tiempo que nos dedicaban. Es cierto que no poseíamos mucho, pero teníamos al Señor y nos apoyábamos unos a otros. Ese era el secreto de que nuestras Navidades fueran las más felices que yo pudiera imaginar. Gentileza de la revista Conectate. Usado con permiso.
Ralph Waldo Emerson dijo: «El único regalo que se puede dar es una porción de uno mismo». Eso precisamente son estos siete regalos: pedazos de nosotros mismos que obsequiamos a los demás. No cuestan nada y, sin embargo, constituyen los presentes más valiosos que podemos dar a nuestros niños. Sus efectos pueden durar toda una vida. Tiempo En nuestro mundo ajetreado, la frase no tengo tiempo ha asumido la característica de un pretexto universal. Como una planta o vegetal que se halla en proceso de crecimiento, toda relación entre dos seres humanos debe cultivarse para que progrese. La mayoría de las relaciones humanas se nutren de un sencillo tónico llamado tintura de tiempo. Buen ejemplo Los niños cultivan sus principales actitudes y comportamiento observando a sus padres. Da buen ejemplo abordando situaciones difíciles con madurez. Ver las cualidades de los niños Cuando esperamos que alguien reaccione de forma positiva, generalmente lo hace. Enseñanza Ayudar a tu niño a aprender algo nuevo es una inversión importante en su felicidad futura. Transmitir nuestros dones y aptitudes a los niños es una bonita forma de manifestarles el amor que les profesamos. Escuchar a tus niños Muy poca gente es diestra en el arte de escuchar. Con mucha frecuencia interrumpimos o mostramos poco interés cuando alguien nos habla. Diversión Hay personas que se especializan en echar a perder la alegría de quienes las rodean; otras, en cambio, llevan a sus niños a encontrar la nota divertida en la monotonía cotidiana. Amor propio Es a menudo difícil abstenerse de ofrecer consejos o asistencia innecesaria. Puede que, sin quererlo, esos consejos menoscaben el amor propio de un niño. Reza un proverbio chino: «No hay nada en la tierra más bendito que una madre, pero no hay nada en el Cielo más bendito que una madre que sabe cuándo soltar la mano.» La Navidad se disfruta más cuando no se centra en los adornos, los regalos y las fiestas, sino en el amor. Su esencia es el amor. Es para pasar buenos momentos con tu familia, para apreciar y celebrar el amor que todos se tienen. Una nochebuena, bien entrada la noche, me senté en mi sillón. Sentía cansancio y, a la vez, satisfacción. Los niños se habían ido a dormir y los regalos estaban ya envueltos. Mientras contemplaba los adornos del árbol, tenía la sensación de que faltaba algo. Al poco rato, me adormecí con las lucecitas intermitentes del árbol. No sé cuánto tiempo dormí, pero de repente me di cuenta de que no era la única persona en la sala. Es de imaginar la sorpresa que me llevé al abrir los ojos y ver a aquel personaje de pie junto a mi árbol de Navidad. Toda su vestimenta era de pieles. No parecía, sin embargo, el viejito alegre con pinta de duende de la leyenda navideña. El hombre que estaba junto a mí se veía triste y desilusionado. Tenía lágrimas en los ojos. -¿Qué te pasa? -le pregunté-. ¿Por qué lloras? -Por los niños -contestó con un dejo de tristeza. -Pero... los niños te quieren -repuse. -Ay, sé que los niños me quieren y que les gustan los regalos que les traigo -respondió-. Pero, por lo que se ve, los niños de hoy en día no conocen el verdadero espíritu de la Navidad. La culpa no es de ellos. Es que los adultos se han olvidado de enseñárselo. Y a muchos adultos jamás se les inculcó. -¿Qué se han olvidado de enseñar a los niños? -pregunté. Su rostro bondadoso de anciano se volvió más tierno y amable. Los ojos le empezaron a brillar con algo más que lágrimas, y dijo en voz baja: -El verdadero sentido de la Navidad. Que la Navidad es mucho más que la parte que percibimos con la vista, el oído o el tacto. Hay que enseñarles qué simbolizan las costumbres y tradiciones navideñas, lo que todo eso representa en realidad. Metió la mano en su saco, y extrajo un árbol de Navidad en miniatura, que colocó sobre la repisa de la chimenea. Y agregó: -Hay que enseñarles sobre el árbol. El verde es el segundo color de la Navidad. El majestuoso abeto, con su hoja perenne que no pierde el color, representa la esperanza de la vida eterna en Jesús. Al señalar hacia arriba, la punta nos recuerda que el hombre también debe dirigir sus pensamientos al Cielo. Volvió a meter la mano en el saco, y extrajo una estrella que colocó en la punta del arbolito. Añadió: -Dios había prometido un Salvador al mundo. La estrella era la señal del cumplimiento de esa promesa en el nacimiento de Jesús. Hay que enseñar a los niños que Dios siempre cumple lo que promete y que los que son sabios como los Reyes Magos, aún lo buscan. Luego sacó un adorno rojo para el arbolito, y añadió: -El rojo es el primer color de la Navidad. Es un color intenso, vivo. Es el símbolo del más grande regalo que nos ha hecho Dios. Hay que enseñar a los niños que Cristo murió y derramó Su sangre por ellos para que tengan vida eterna. El color rojo debe recordarles del regalo de la vida, que es el más espléndido. Luego, sacó de entre sus cosas una campana y la puso en el árbol, agregando: -Así como la campana guía a las ovejas a un lugar seguro, hoy sigue resonando para conducir a todos al redil. Hay que enseñar a los niños a seguir al verdadero Pastor, que dio la vida por las ovejas. Seguidamente, colocó una vela sobre la repisa de la chimenea y la encendió. El tenue brillo de la llama iluminó la estancia. -El brillo de la vela -explicó- simboliza que el hombre puede manifestar gratitud por el regalo que hizo Dios al enviar a Su hijo. Hay que enseñar a los niños a seguir los pasos de Cristo haciendo el bien. Eso simbolizan las luces que parpadean en el árbol como si fueran cientos de velas. Cada una representa a uno de los valiosos hijos de Dios. Volvió a meter la mano en el costal. Esta vez sacó un diminuto bastón de caramelo a rayas rojas y blancas. Lo colgó en el árbol, y dijo en voz baja: -El bastón es de caramelo duro. El caramelo tiene forma de jota, inicial de Jesús, que vino a la Tierra como nuestro Salvador. Asimismo, representa el cayado con el que el Buen Pastor rescata de los barrancos del mundo a las ovejas extraviadas que cayeron en ellos. Luego, sacó una bella guirnalda hecha con ramas verdes y fragantes que tenía un lazo de color rojo vivo. Explicó: -El lazo nos recuerda el vínculo de perfección, que es el amor. La guirnalda representa todo lo bueno de la Navidad para los ojos que lo ven y los corazones que lo entienden. Es rojo y verde, y las hojas de pino apuntan al Cielo. El lazo es señal de buena voluntad para todos, y su color nos recuerda de nuevo el sacrificio de Cristo. Su misma forma es simbólica. Representa la eternidad y la naturaleza eterna del amor de Cristo. Es un círculo sin principio ni fin. Estas son las cosas que se deben enseñar a los niños. -¿Y qué lugar ocupas tú entre todo esto? -le pregunté. En el rostro se le dibujó una sonrisa. -¡Dios te bendiga! -exclamó riéndose-. Verás... yo no soy más que un símbolo. Represento el espíritu de la diversión familiar y la alegría de dar y recibir. Si a los niños se les inculcara todo esto, no habría peligro de que me volviera más importante de lo debido. Creo que me dormí de nuevo. Al despertar, pensé: «Por fin empiezo a comprenderlo». ¿Fue todo un sueño? No lo sé; pero al despedirse, Papá Noel me dijo: -Si tú no les enseñas esas cosas a los niños, ¿quién se las enseñará? Anónimo Mary Roys Todos los años en diciembre pido a mis hijos, Toby y Kathy -de siete y nueve años- que revisen sus juguetes y su ropa y separen todo aquello que ya no usan o que les queda chico. Luego repaso lo que seleccionaron y descarto lo que está muy desgastado. En algunos casos ejerzo mi poder de veto. Lo mejor de lo que queda lo embalo en una caja para donarlo a personas menos afortunadas que nosotros. Además de que así les inculco a los niños una actitud dadivosa, he descubierto que es una buena táctica para que su dormitorio no esté tan atiborrado de cosas y al mismo tiempo dar buen uso a artículos que ya no necesitan y todavía están en buen estado. La Navidad pasada noté que los dos se pusieron un poco más materialistas. Estaban muy pendientes de los regalos que esperaban recibir y muy poco preocupados de lo que podían dar. La cuestión me intrigó. También me pregunté si eran conscientes de su cambio de actitud. Opté por abordar el tema de forma indirecta. -¿Cuál piensan ustedes que es el verdadero sentido de la Navidad? Naturalmente, tenían claro que se trataba de la celebración del nacimiento de Jesús; pero eso fue lo único que atinaron a decir. -¿Creen que Dios nos envió algo defectuoso, algo que le sobraba? -les pregunté. -No -respondió Toby reflexivamente-. Nos dio lo que más quería, Su mayor tesoro. -Ese es el verdadero sentido de la Navidad -les expliqué-. Dar a los demás de lo mejor que tenemos, igual que hizo Dios. Los chicos se lo pensaron un rato e hicieron un plan para obsequiar algunos de sus juguetes preferidos en lugar de entregar los que ya no les interesaban. Toby optó por dar algunos de los autitos de su colección que más le gustaban. Kathy, por su parte, decidió regalar una de sus muñecas. Empacamos esto con el resto de los artículos que habíamos separado, y me llevé a los niños conmigo el día que fui a entregar nuestra donación navideña. Uno de mis principales deberes como madre es inculcar valores a mis hijos. Enseñarles a pensar en los demás antes que en sí mismos constituye una parte importante de ese cometido. Como es lógico, no basta con dar una vez al año algo que nos cuesta un sacrificio. De todos modos, la Navidad es una oportunidad perfecta para ello. Mary Roys se dedica alcoachingde padres de familia en el Sureste Asiático. Gentileza de la revista Conectate. Usado con permiso.
Desde el comienzo de los tiempos, los seres humanos nos hemos caracterizado por nuestro hondo amor y desvelo por los hijos. Todos queremos que nuestros chicos aprendan, que crezcan bien y tengan sus necesidades cubiertas, que estén sanos, sean felices y triunfen en la vida. Desgraciadamente, suelen surgir problemas que obstaculizan o complican esta labor. En efecto, los padres tenemos que aprender a lidiar con dificultades tanto fuera como dentro del hogar -desde pérdidas y reveses devastadores hasta fracasos matrimoniales-, buscar soluciones a cada contrariedad, salir adelante y ayudar a nuestros hijos a hacer lo mismo. Con frecuencia, en las situaciones más negras e imposibles, muchos alzaron los ojos al Cielo, acudieron a Dios en busca de soluciones que no eran capaces de descubrir por sí mismos. Y Él no los decepcionó. Se hizo presente, se puso a su disposición, les tendió la mano, los estrechó en Sus amorosos brazos y les demostró que Él siempre vela por Sus hijos, los protege y está deseoso de responder a sus preguntas y prestarles auxilio.
En estos tiempos duros que vivimos, Dios todavía está con nosotros, todavía está a nuestra disposición. Muchos padres están descubriendo que pueden plantear sus preguntas más difíciles directamente a Dios; que pueden recurrir al Cielo; que es posible dar con soluciones. Tal vez algunos lo consideren sumamente descabellado, casi absurdo; ¡pero están sucediendo cosas increíbles! La gente clama a Dios y descubre que Él está cercano, siempre presto a responder a nuestros interrogantes, por el gran amor que nos tiene y Su vivo deseo de vernos felices. Si no sabes qué hacer, si te sientes agobiado y no encuentras a nadie que te ayude, ¡no te des por vencido! No pierdas la esperanza. Puedes encontrar el remedio para la situación consultando directamente al Cielo. Hay soluciones, y están a tu alcance en este preciso momento. Extraído del libro "Urgente Tengo un Adolescente" por Derek y Michelle Brookes. © Aurora Producciones. Utilizada con permiso. |
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