Podemos mejorar la vida de las personas que nos rodean con nuestros actos de bondad y consideración, y también manifestando fe en ellas. A continuación, algunas fórmulas prácticas para empezar a cambiar nuestro rincón del mundo: • Cultiva la excelencia. Procura pensar como mínimo en un rasgo de tu hijo que te parezca digno de elogio y preocúpate de hacérselo saber. No seas tímido: ya verás que no se cansará de oírlo. Reforzarás su confianza en ese aspecto y, a medida que aumente su autoestima, tu hijo mejorará también en otros aspectos. • Asigna funciones importantes a tus niños. Procura darles facultades y atribuciones en los aspectos que son su fuerte. Demuéstrales que confías en ellos, que los necesitas y los valoras. • Aprecia a tus niños por lo que son. Valorar el desempeño de tu hijo es importante, y a los niños le gusta que le den las gracias y que se le reconozca lo que ha hecho; pero ser estimado por una cualidad particular es mucho más grato que ser aplaudido por las consecuencias de esa cualidad. • Aminora la marcha. Toma tiempo ver a tus niños con nuevos ojos. Ve más despacio en tu trato con los niños y dale a Dios la oportunidad de revelarte cómo las ve Él. • Olvida el pasado. A nadie le gusta que lo etiqueten o lo encasillen. Procura ver cómo son tus niños actualmente o cómo pueden llegar a ser el día de mañana. Adaptado de un articulo publicado en la revista Conéctate.
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Joyce Suttin
Tenía ocho años y estaba aprendiendo a ser diligente en los pocos quehaceres que me habían asignado. Me crié en una granja que se dedicaba a la cría de ganado ovino cerca de Pleasant Hill, al norte del estado de Nueva York. Siempre había mucho trabajo, y los cuatro hijos nos repartíamos las tareas. Yo era la más pequeña y estaba acostumbrada a conseguir lo que quería -las tareas más fáciles-, pero mi hermano mayor y mi hermana estaban más ocupados fuera de la granja por aquellos días, y me quedé a cargo de más. Me sentí muy mayor cuando padre me pidió que hiciera algo nuevo. Quería demostrarle lo responsable que era. Aquella primavera había sido particularmente fría, y la época del parto de las ovejas había empezado en medio de una feroz tormenta de nieve. Papá juntó a los corderos recién nacidos y llevó los más delicados a la cocina, y allí dormían en cajas de cartón alrededor del fogón. Acurrucados entre el heno, sobrevivieron las primeras noches. Papá madrugaba y les daba biberones con leche de sus madres. Los primeros días le ayudé con entusiasmo. Me agradaba mucho sentir la primera lana suave y abrigadora color gris marengo. Me encantaba oír los balidos y la gana con que chupaban el biberón que les ponía en la boca. Me encantaba, pues me sentía mayor y útil. Papá quedó complacido. Aprendía a confiar en que lo ayudaría, en que les daría la leche a los corderos sin que tuviera que recordármelo. Vio mi disposición a aprender, y lo tomó como una señal de que estaba creciendo y saliendo de la primera infancia. Me convertía en una niña grande y dejaba de ser la chiquita de la familia. A medida que los corderos se fortalecían y que el tiempo se volvía algo más apacible, papá los fue llevando de vuelta uno por uno al granero para que se quedara con su respectiva madre. Todos estaban bien, menos uno. La mamá de aquella corderita había muerto en la tormenta; papá necesitaba conseguirle una madre adoptiva. Pero primero la ovejita debía fortalecerse. Sus patitas débiles y temblorosas apenas soportaban su peso. Cuando mi padre la levantaba para que se pusiera de pie, la ovejita volvía a desplomarse sobre el heno. Necesitaba pasar más tiempo en la casa y alimentarse más con biberón para soportar la temperatura más fría del granero o para que la aceptara otra madre. Papá se fue a trabajar a las seis de la mañana. Me había pedido que diera leche a la ovejita antes de irme a clase. La noche anterior me había quedado leyendo hasta tarde y apenas si tuve tiempo más que para vestirme y salir corriendo para tomar el autobús del colegio. Y como a las diez, estando en clase de matemáticas, me acordé de la corderita. Después de salir del colegio, corrí desde la parada de autobús a la casa. Encontré a papá barriendo alrededor del fogón. Levantó la vista y preguntó: -Joyce, ¿te acordaste de dar de comer a la corderita esta mañana? Vacilé antes de responder. Agaché la cabeza y contesté: -No, papá. Perdóname. Se me olvidó. -Mi cielo -me dijo con voz queda- también yo lo lamento. La corderita se murió. Se me llenaron los ojos de lágrimas, y exclamé: -Papá, ¡no lo volveré a hacer! Poniéndome sus manos en los hombros, añadió: -La corderita ha muerto y por mucho que lo lamentes no volverá a vivir. Habrá otros corderos, otras oportunidades. Pero, ¿sabes? Lamentarlo no arregla la situación. Cuando descuidamos un deber, cuando nos olvidamos de hacer algo importante, a veces solo tenemos una oportunidad. Aunque nos arrepintamos, no por ello va a resucitar la ovejita. Fue una dura lección para una niña de ocho años, y nunca olvidé aquella sensación. Me enseñó a cuidarme de lo que no puede arreglarse solo con lamentarlo, en particular cuando sea algo que tendrá impacto en el bienestar y la felicidad ajenos. Nunca podré hacer que vuelva a mi boca una palabra dura, poco amorosa. Nunca podrá vivirse de manera distinta un momento egoísta y desconsiderado. Una palabra amable que podría haberse dicho, podría decirse después, pero no en ese momento ideal en que podía haber hecho el mayor bien. Este día lo viviremos una sola vez. Únicamente tenemos una oportunidad de que salga bien. Jamás seremos perfectos, pero si continuamente nos recordamos a nosotros mismos nuestros deberes para con los demás y en toda oportunidad tratamos de conducirnos con amor serán pocas las ocasiones en que lamentemos sin poderlo arreglar. © La Familia Internacional. Usado con permiso. Al acercarse a la adolescencia (a veces desde los 9 años o antes) en muchos niños nace el deseo de formar parte de un grupo, un club o algún tipo de red social. La mayoría siente interés por comunicarse con otros chicos de su misma edad mediante el chateo, el correo electrónico y demás medios. En cada familia los padres deciden cuánto tiempo pueden destinar a eso y a qué hora del día.
¿Cuáles son los riesgos? Muchos jóvenes no están al tanto de que cualquier cosa que den a conocer en las redes sociales es totalmente público. Incluso lo que compartan en un círculo privado —con unos pocos amigos-- es muy fácil que termine a la vista del mundo entero. Ese desconocimiento de los riesgos que implican esas indiscreciones es muy evidente en las redes sociales, donde algunos jóvenes dan a conocer su dirección, número de teléfono, información privada o detalles íntimos que resultan sumamente comprometedores para su reputación y que les pueden restar oportunidades en el presente y en el futuro. Por tanto, lo principal que debemos enseñar a los niños y jóvenes a este respecto es que ¡en la Internet no hay nada privado! Cada minúsculo detalle de información que se publica en línea o se envía por internet es de carácter público, o puede volverse público fácilmente. Antes de mandar o publicar nada hay que pensárselo bien. En el mundo real lo que uno dice o enseña a sus amigos queda básicamente entre las personas presentes en ese momento. Esa información tiene un alcance muy limitado, y no es tan fácil demostrar lo que uno dijo, hizo o mostró. En claro contraste, en internet es muy fácil documentar lo que uno hace y publicar datos privados, y muchas veces lo hace uno mismo. En cierto sentido, todo el que se integra a una red social se convierte en una persona pública. Por lo mismo, debe considerar todas las implicaciones que ello conlleva. Recomendaciones * Asesorar a los hijos para que sus perfiles y cuentas sean lo más seguros posibles. * Los niños deben entender que uno visitará su página en la red social, su blog, etc., y saber qué tipo de cosas uno no considera aceptables. * Hacer ver a los niños que lo que uno ponga en Internet estará a disposición de todo el mundo, por lo que se debe tener mucho cuidado con las fotos y textos que se publiquen ahí. Por regla general, no se debe divulgar en internet nada que no se querría mostrar o decir a alguien que uno acaba de conocer en la calle. * Estar al tanto de las personas con las que sus niños se comunican en internet, y de la información que dan a conocer o que publican sus amigos en sus comentarios. * Explicar a los chicos que las numerosas encuestas que circulan en las redes sociales son técnicas para obtener información de los consumidores. Las grandes empresas se valen de ellas para averiguar qué tipo de productos se venderán más y cómo les interesa formular sus campañas publicitarias. Michelle Lynch Observé desde mi ventana a un grupo de niños del vecindario que se esforzaban por desatascar una pelota que se les había caído en un desagüe. Uno de ellos metió la mano para sacarla y en cambio extrajo un montón de hojas y tierra. Después de ese puñado sacó otro y otro más. Enseguida él y sus amigos se olvidaron del partido y se pusieron a limpiar entusiastamente el desagüe. Trabajaron incansablemente cuatro horas con la orientación de algunos de sus padres. El ver a aquel grupo de niños de cinco a doce años de edad trabajar juntos alegremente me indujo a reflexionar acerca de mi hijo mayor —hoy adolescente— y la confianza que depositaba en él cuando tenía esa edad. En comparación, mis hijos de seis y ocho años eran mucho menos responsables. Me convencí entonces de que no les exigía lo suficiente. La diferencia radicaba en mí. Al igual que muchos chicos de su edad, los dos menores míos a veces eran unos pillos, pero también mostraban inclinación por colaborar y cumplir ciertas obligaciones. Tenía que aprender a canalizar debidamente su energía motivándolos, sin forzarlos. Decidí ponerme a trabajar con ellos cada fin de semana. Emprendimos tareas muy necesarias, tales como desmalezar el jardín, barrer la entrada del auto, rastrillar las hojas, limpiar la alacena y hacer mermelada. La mayoría de esas tareas requerían ejercicio físico, con lo cual quemaban energías. Huelga decir que les encantó. Para mí la ayuda que me prestaban era muy necesaria y la agradecía mucho. Además esas tareas domésticas mantenían a los chicos ocupados y evitaban que se metieran en líos. Pero lo mejor de todo es que descubrimos que trabajar juntos puede ser una experiencia divertida y unificadora. Al cabo de poco tiempo, me preguntaban: «¿Podemos hacer alguna de esas tareas divertidas para no aburrirnos el fi n de semana?» Cosas que aprendí y que conviene recordar:
Naturalmente, mi meta a largo plazo es que los chicos aprendan a tomar la iniciativa y adquieran un sentido de la responsabilidad, de modo que cumplan con sus deberes cuando yo no esté presente para recordárselo o para trabajar codo a codo con ellos. A medida que se fueron volviendo más responsables, aprendieron a hacer solitos algunas de las cosas que yo hacía por ellos y luego con ellos, como lavar los platos. Podía exigirles más, pero todavía necesitaban mis elogios. Hay una sutil pero importante distinción entre hacer las cosas por sentido de la responsabilidad y por puro sentido del deber. Pronto me di cuenta de que si no los mantenía motivados elogiándolos por ser responsables y trabajar con ahínco, las tareas que inicialmente habían sido divertidas y gratificantes se volvían una pesadez. Era importante no llegar a considerar la ayuda que me prestaban como una simple obligación que tenían conmigo. Otra situación de cuidado se producía cuando los chicos no cumplían con sus nuevas tareas. Por un lado no quería ser dura e inflexible, pero por el otro no podía ser tan blanda que dejaran de tomarse en serio sus obligaciones. En realidad fue mi hijo menor el que me ayudó a resolver ese dilema. Cierta noche me dio un buen motivo por el que no podía colaborar en el lavado de la vajilla, pero me dijo que, si lo dispensaba, al día siguiente haría por mí una tarea sencilla. La forma tan linda en que lo presentó puso todas nuestras tareas domésticas en el contexto de un esfuerzo de conjunto. No pretendía hacer un trueque de tareas con un móvil egoísta, sino compartir la responsabilidad. Naturalmente, estuve más que dispuesta a acceder, y al día siguiente, cuando el chico cumplió con su parte del trato sin que yo se lo recordara, se lo agradecí profusamente. A juzgar por lo que aprendí aquel día observando a unos niños limpiar el desagüe y que desde entonces vengo aplicando con los míos, puedo afirmar sin temor a equivocarme que la mayoría de los niños anhelan que se les confíen tareas de cierta importancia. Están deseosos de colaborar; solo esperan que nosotros, los padres, aportemos la chispa que haga divertida y gratificante la misión. Si aprenden a disfrutar del trabajo y a hacerlo a conciencia cuando pequeños, asumirán con esa misma actitud las obligaciones que tendrán de adultos. Pienso que ello contribuye a nuestra felicidad y bienestar general. Al fin y al cabo, es lo que todos queremos para nuestros hijos. Gentileza de la revista Conéctate. Usado con permiso. Ariana Andreassen Mi hijo Anthony es un chiquillo muy despierto, muy activo, de apenas tres añitos. Le encanta aprender cosas. Hace un tiempo, su tema preferido de conversación eran los rayos. No se cansaba de hablar de las tormentas, de que algunos edificios se incendian cuando les cae un rayo… Cuando le dio por escenificar todo eso con sus figuritas de Playmobile y de Lego, procuré canalizar positivamente sus pensamientos y sus energías enseñándole, por ejemplo, que Benjamin Franklin inventó el pararrayos para evitar esos desastres. Un día, al cabo de unos meses, Anthony hizo una pausa en medio de la cena, me miró pensativo y comentó a su manera que algunos animales están en peligro de extinción porque carecen de comida o de lugares aptos para vivir. Curiosa por saber si él realmente entendía de qué hablaba, le pregunté por qué los animales no tenían dónde vivir. Me explicó que para construir casas y carreteras la gente corta árboles, y por eso animales como el koala no tienen dónde refugiarse. Claro que su pequeña exposición le salió un poco enredada; pero me di cuenta de que en general había captado bien la idea y de que estaba sinceramente preocupado de que los animales fueran a perder su hábitat natural. El tema fue el centro de su interés por varias semanas, hasta que hizo el siguiente gran descubrimiento, que si mal no recuerdo fueron los cinco sentidos. Hablando con mi hijo sobre Benjamin Franklin, las especies en peligro de extinción y los cinco sentidos, me hice cargo de lo fácil que es influir en los niños a temprana edad; de ahí la importancia de enseñarles a tomar decisiones responsables y acertadas. A los niños les fascina contribuir de alguna manera a mejorar el mundo. Así que desde temprana edad podemos inculcarles amor y respeto por el medio ambiente. Ahora a Anthony le apasiona echar cada tipo de basura reciclable en el recipiente que le corresponde, regar las plantas y colaborar en las tareas del jardín. Es consciente de que caminar en vez de desplazarse en auto —siempre que sea práctico— ahorra dinero y no contamina. Hasta se acuerda más que yo de apagar las luces cuando sale de un cuarto. Si bien al principio toma tiempo explicarles a los niños ciertos conceptos de forma que los capten bien, con cuidado para no causarles ansiedad ni preocupaciones, el esfuerzo vale la pena. Es una dicha ver a mi pequeño esmerándose por cuidar su entorno en lugar de atropellarlo o no prestarle ninguna importancia. Ariana Andreassen tiene dos hijos. Vive en Tailandia. Gentileza de la revista Conectate. Usado con permiso. Extraído de un artículo escrito por Maria Fontaine
Una parte de ayudar a sus hijos a crecer y madurar es enseñarles a escoger bien en diversas situaciones y permitirles situaciones y experiencias con las que cobren vida las lecciones. Cuanto antes les enseñen a discernir y a decidir bien ellos mismos, más a salvo estarán y mejor preparados para las decisiones que solo ellos pueden tomar. Un ejemplo práctico de esto se puede dar si tienen piscina. Puede que haga falta una cerca alrededor para evitar accidentes, pero también querrán enseñar a sus hijos a nadar, y con el tiempo ayudarlos a ser buenos nadadores. La valla es la protección inicial, pero al enseñarles a nadar los preparan para desenvolverse sin riesgos en el agua. Estas lecciones de vida que no se pueden enseñar solamente en clase. Se aprenden con el tiempo, y exigen mucha comunicación, debate y experiencias para que los hijos entiendan y maduren en esos aspectos. Pero esas experiencias y enseñanzas los volverán más prudentes, fuertes, equilibrados, maduros, sagaces y comprensivos, y los equiparán mejor para la vida. La experiencia es buena para sus hijos y los prepara para la vida, si los ayudan a aprender de ella. ¿Qué significa preparar a los hijos para la vida? Significa ponerse a pensar en cómo ayudarlos a avanzar por las etapas naturales de crecimiento y desarrollo, conscientes y enterados de lo que pasan sus compañeros, y prepararlos para cuando tengan que encarar situaciones parecidas. Significa enseñarles a ser valientes en las dificultades y a encarar situaciones nuevas de forma responsable y con confianza. Significa que les enseñen a discernir el bien y el mal y a comportarse con integridad, autodisciplina, convicción, amor, tolerancia y fortaleza de carácter. Esas son lecciones de vida que imparten a sus hijos porque son componentes de buen carácter que conformarán la brújula moral de sus hijos para la vida. Esas lecciones de formación del carácter les vendrán muy bien durante toda la vida, y los padres son los instructores clave para educar a sus hijos de esa forma, ya que al transmitirles sus convicciones y valores los ayudan a encontrar el rumbo debido para su vida. Vale la pena esforzarse para enseñarles a abrirse camino entre los aspectos negativos y cuestionables de la sociedad, a discernir con exactitud el bien del mal, y a fundamentar sus decisiones y actos en una ética y una perspectiva cristianas. Los hijos en la actualidad enfrentan muchas influencias y las enfrentarán mucho más a lo largo de su vida. Les convendría tomarse un tiempo para descubrir a qué se enfrentan sus hijos sin que ustedes lo sepan. Podrían hablar con otras personas con las que se relacionen sus hijos y pedirles su opinión. Estar preparados es mucho mejor que llevarse una sorpresa desagradable, y si dedican tiempo a ello, piensan las posibilidades y las conversan, pueden estar mejor preparados para las diversas situaciones con que se puedan ver o se estén viendo ya sus hijos. Es natural que a veces los hijos tomen decisiones no muy buenas o erróneas, porque están experimentando y aprendiendo a aplicar la formación que les han dado. Por eso, si ustedes participan activamente en su vida cuando ellos se topen con influencias diversas, y cumplen así su deber de aconsejarlos cuando tengan dudas y ayudarlos a determinar cómo pueden tomar buenas decisiones, les brindan una preparación constante. Es enseñarles a vivir a diario la teoría de su formación. Concéntrense en ayudarlos a cultivar convicciones, enseñarles a decidir bien ante la presión social o si están en situaciones difíciles y abrir vías de comunicación para que ustedes puedan orientarlos a fin de que superen lo que vayan encontrando. Uno de los mitos más extendidos de la educación moderna es que darle a un niño todo lo que quiere y dejarle obrar a su antojo lo hace feliz, y a la larga le enseña a tomar buenas decisiones. Según los defensores de esta doctrina, el niño al que se consiente de tal forma se convertirá en un adulto feliz, productivo, de espíritu libre e independiente. En realidad es al contrario. Los niños necesitan límites. Es preciso definirles claramente el comportamiento que se les exige. Es menester impartirles principios morales que diferencien entre el bien y el mal. Un niño consentido y caprichoso se convierte en un adulto exigente y malcriado. Si bien es cierto que se debe dar a los niños la libertad de elegir lo que quieren en muchas esferas, también se les debe enseñar a responsabilizarse de sus decisiones. Cuando los padres son capaces de combinar la libertad y las restricciones de forma equilibrada, los hijos aprenden a escoger bien. Aprenden a ser independientes por el camino de la dependencia guiada. Se hace de la siguiente manera: En primer lugar, hay que enseñar al niño ciertos principios fundamentales de obediencia, la diferencia entre el bien y el mal y que sus decisiones afectan a los demás y pueden tener buenas o malas consecuencias. Luego, poco a poco, a medida que demuestra que es capaz de asumir responsabilidad en cuestiones de poca monta, se le puede dar más independencia y permitir que tome decisiones más importantes, observando en todo momento cómo va madurando, y ayudándolo a entender y aceptar las repercusiones de lo que decida. Así, adquiere la independencia que quiere y necesita, pero no sin antes haber aprendido a hacer uso de ella con buen criterio. Una vez que los hijos demuestran que son responsables, tenemos que manifestar fe en ellos evitando supervisarlos muy estrechamente o repetirles a cada rato las instrucciones, o retomar las riendas cuando nos parece que deberían haber actuado de otra manera. Una transición gradual y asistida de la dependencia a la independencia da como resultado un adulto más equilibrado y competente, que ni depende excesivamente de los demás ni es tan independiente que no pueda relacionarse y llevarse bien con sus semejantes. Si desde temprana edad se le enseña a ser responsable y se lo ayuda con amor a atenerse a las consecuencias de sus actos, madurará rápidamente y adquirirá un cimiento firme que le permitirá hacer frente a las turbulencias típicas de la adolescencia y a toda una vida de decisiones, algunas de las cuales no son nada fáciles de tomar acertadamente. Tomado del libro "La formación de los niños", escrito por Derek y Michelle Brooks. © Aurora Producciones. Usado con permiso.
Aseo Personal / Autosuficiencia Cuanto más se le enseñe a un niño a cuidar de sus cosas y ser independiente, más tiempo tendrán los padres para realizar otro tipo de actividades con él. Por otra parte, hay que tener en cuenta que mientras los pequeños estén aprendiendo, a nosotros nos parecerá que cada tarea -como la de vestirse- les toma una eternidad. Y es fácil impacientarse cuando se están preparando para salir, por ejemplo. (Naturalmente, habrá ocasiones en que habrá que hacerlo por ellos, ¡pero por lo general no les hace gracia!) Para que aprenden lo que deben hacer para cuidar y proteger sus cuerpecitos necesitan instrucción y práctica. Hay que explicarles y repetirles muchas veces los principios y pautas de salud, higiene y seguridad: el aseo personal; el cuidado de los dientes, el cabello y la ropa; la limpieza de los oídos (para lo cual no deben usar bastoncillos, sino una toallita y el dedo); el uso del inodoro y lavarse las manos cada vez; el abrochamiento de botones, hebillas, cierres de presión y cremalleras; peinarse y trenzarse el pelo; lustrarse los zapatos; vestirse; comer con buenos modales; cruzar la calle en forma segura, etc. Desenvolvimiento Social (Interés y Consideración por los Demás) Son muchas las destrezas sociales que puede adquirir un niño pequeño. Al permitirle incorporarlas a su conducta canalizamos parte de sus energías en algo positivo. Además hace que se sienta útil y una parte integral de la familia o de una iniciativa determinada emprendida por ésta. Desde temprana edad se debe enseñar a los niños a ser considerados con los demás. Conviene, por ejemplo, que aprendan a respetar los cuartos privados, a pedir las cosas por favor, a dar las gracias, a decir «perdón» cuando tienen que interrumpir una conversación, a saludar a la gente y a guardar su lugar cuando están en presencia de otras personas que están conversando. Otra cosa que pueden aprender a hacer por los demás es poner la mesa debidamente, así como preparar y servir ciertas comidas y bebidas (jugos, leche, sandwiches, etc.). Conviene que usen jarras, platos y vasos irrompibles. Les encanta tomar el té con todo el servicio, para lo cual se puede servir agua, leche, jugo o infusiones de yerbas en lugar de té cafeinado. Es bueno alentar a los niños a tener gestos de consideración con los demás. Se les puede ayudar a preparar una sorpresa para alguien a quien quieren o que necesita una muestra de cariño o un detalle. A los niños les encanta tener gestos bondadosos porque es muy gratificante. La amabilidad y la consideración se aprenden mayormente viendo un buen ejemplo, y cuando la gente espera de uno que manifieste esas cualidades y le estimula en ese sentido. Los niños aprenden enseguida a ser serviciales, a ordenar el cuarto cuando mamá se siente cansada, a traerle a papá sus pantuflas, etc. Cuando sean amables y considerados con otras personas conviene recompensarlos con una gran muestra de afecto, prodigarles elogios y darles las gracias por el bien que han hecho. Eso refuerza el buen comportamiento y fomenta la adquisición de buenos modales. Extraído del libro "Pre-escolares", escrito por Derek y Michelle Brooks. © Aurora Producciones. Usado con permiso.
La vida entraña aprender miles de cosas -desde verter agua hasta apagar las luces cuando ya no las necesitamos-, y los niños de 2 y 3 años están en una edad ideal para empezar a hacerlo. El hogar ofrece incontables oportunidades a los niños pequeños en ese sentido. Con solo detenerse un minuto para enseñarle cómo funciona algo y después dejar que lo intente él, se puede hacer de cada cuarto y de cada objeto de cada cuarto una actividad didáctica. Cuando los niños escuchan explicaciones, intentan hacer cosas nuevas y aprenden a usar algo por primera vez se desarrollan física e intelectualmente. EL CUIDADO DE LAS COSAS Es muy importante aprender a cuidar bien de las pertenencias personales y del entorno. Se debe tener un sitio donde poner los juguetes después de usarlos, donde guardar la ropa cuando el niño se la quita, etc. Conviene ayudar al niño a habituarse a recoger sus cosas cuando termina con ellas; a colgar su chaqueta, a doblar y guardar sus pijamas en la mañana, etc. Haz que lo disfrute prodigándole abundantes elogios cuando haga bien la tarea. Un entorno ordenado hace que el niño se sienta más seguro y le ayuda a empezar desde muy pequeño a adquirir buenos hábitos. El entorno en que vive lo afecta directamente (y también a sus padres), así que hay que procurar mantenerlo limpio, luminoso y alegre. Si se le hace participar en la labor de mantenerlo así -empezando por quehaceres muy sencillos- se le enseña a ser responsable. Al mismo tiempo desarrolla nuevas destrezas, mejora su coordinación y aprende a tener consideración por los demás. Normalmente a los niños pequeños les encanta colaborar en la casa. Son capaces de asistir en pequeños quehaceres que les proporcionan experiencias de aprendizaje. Desde los dos años se les puede enseñar el arte de mover las cosas en forma segura y silenciosa (su mesita y sillitas, por ejemplo). Mientras se cuelga la ropa se le puede enseñar a contar a medida que él te va pasando las pinzas. Que ayude a su papá a lavar el auto. Mientras preparan juntos la ensalada se le puede ir hablando de los alimentos, las vitaminas y la importancia de la higiene. Los quehaceres domésticos pueden resultar actividades didácticas muy divertidas para los niños pequeños: vaciar los papeleros, limpiar, ordenar, barrer, lustrar, desempolvar, doblar la ropa, poner la mesa y hacer las camas. A la hora de hacer el aseo de su cuarto, el niño puede pasar el trapo a la estantería de los juguetes y lavar los juguetes de plástico. Si se colocan unos ganchos y estantes a su altura para que pueda tomar y dejar solito su toalla, su guante de baño, su cepillo de dientes y su ropa es probable que, de ser un nene dependiente y quejica, ¡se transforme en una personita satisfecha y servicial! Se les puede enseñar a realizar cada tarea concienzudamente, bien y hasta el final. Para los niños de dos años y medio a cuatro años de edad, estudiar todos los detalles relativos a doblar la ropa o quitar el polvo puede resultar muy interesante, hasta fascinante. Le llevará tiempo aprender a hacerlo solo. No se puede pedir que sus primeros intentos sean muy eficientes. Sin embargo, a los niños les encanta imitar la forma correcta de hacer las cosas si se les indica detenidamente cuál es. LA VIDA CON OJOS DE NIÑO Recuerda que por lo general los niños hacen las cosas por diferentes motivos que los mayores. No suelen pensar tanto en el propósito de una actividad, sino que hacen las cosas porque disfrutan haciéndolas. La actividad en sí suele ser motivo suficiente para hacer algo. Terminar lo que empezaron no es tan importante para ellos. A veces los mayores nos impacientamos con los niños por la lentitud con que hacen las cosas. No vemos por qué simplemente no se apuran y terminan de una vez. Es posible que un niño tenga una buena capacidad de concentración para su edad, pero tal vez no se esté concentrando en lo mismo que tú. Puede que a ti te interese que termine porque tienen que pasar a otra cosa, pero a lo mejor a él no le interesa terminar rápidamente una actividad que le resulta entretenida o poner fin a un momento agradable sólo para empezar otra cosa. Si es necesario darse prisa, tenemos que tomarnos la molestia de explicarle por qué y en qué se beneficiará él. No conviene andar metiéndole prisa todo el día ni impedirle que absorba las experiencias y disfrute de las actividades que realiza, sino más bien darle tiempo para aprender, observar, explorar y experimentar. Al salir de paseo con él para observar la naturaleza no hay que apurarlo. Puede que tanto él como tú se pierdan algo importante. ¡Ojalá disfruten plenamente la creación divina: las vistas y sonidos, las criaturas pequeñas y grandes, el viento, el sol y la lluvia! Viene bien hacer memoria y evocar las experiencias que tuvimos de niños que se nos quedaron grabadas en la memoria: chapotear descalzos en los charcos, imaginar que las hojas arrastradas por la corriente de un arroyo eran barcos en un río caudaloso. Demos a los niños tiempo y oportunidades para aprender del más fabuloso de todos los maestros: el Creador y Su creación. Tomado del libro "Pre-escolares", escrito por Derek y Michelle Brooks. © Aurora Producciones. Usado con permiso.
Establecer Pautas para el uso de la Internet
Lo que se busca al establecer pautas para el uso de la Internet no es imponer incontables reglas, sino enseñar a los niños a escoger lo que les conviene, lo cual los protegerá durante toda la vida. Una de sus responsabilidades más importantes es enseñar a sus hijos a escoger bien. Los niños tienen que llegar a comprender por qué algo está bien o está mal, y aprender a tomar sus decisiones partiendo de ahí. Lo que los motivará a tomar decisiones acertadas en cuanto a su uso de la Internet será distinguir entre lo que es bueno y sano y lo que es peligroso y nocivo para su intelecto. Hay que enseñar a los chicos a sacar provecho de las ventajas del internet, de modo responsable. La red global es parte integral de esta era tecnológica, y eso no va a cambiar. Los conocimientos prácticos que los niños adquieran sobre la Internet los prepararán para el uso que inevitablemente harán de ella. Recomendaciones * Siempre que sea posible conviene tener el computador en un lugar donde sea fácil supervisar lo que hagan los menores. También se puede restringir el tiempo que el computador está conectado a la red, de forma que no todo el tiempo que pasen en el computador sea en Internet. * A medida que van creciendo hay que enseñarles a usar bien la Internet, a acceder a ella con un propósito, a fin de evitar distraerse con la gran cantidad de información y atracciones que tiene. Los niños deben entender que la Internet no es un conjunto de información precisa bien organizada de la que uno se puede fiar, sino una gigantesca red de computadores que ponen a la disposición de todo el mundo una cantidad exorbitante de información. Una parte de ella es buena y beneficiosa; pero otra no, y en algunos casos hasta es falsa o perjudicial. * Una posibilidad es marcar como «favoritos» algunos portales educativos de confianza o algunas enciclopedias virtuales y que los niños se dirijan directamente a esos sitios cada vez que busquen algo, en vez de hacerlo mediante un motor de búsqueda. Aunque tome un tiempo escogerlos, vale la pena por el bien de ellos. Lo mismo se puede hacer con los portales recreativos, los hobbies y los intereses personales de cada chico. * Cuando los niños se van haciendo mayores hay que enseñarles a no desperdiciar el tiempo en Internet. Resulta muy fácil dejarse absorber por el caudal de información que contiene, por las vías fáciles de comunicación electrónica, el chateo y otros intereses personales, al punto de que las horas se pasan volando. En esta época marcada por la tecnología, es muy importante enseñar a nuestros hijos (y aprender uno mismo) a usar la Internet con buen juicio. Si inculcamos esos principios a los niños durante la niñez, adquirirán buenos hábitos que los acompañarán toda la vida. Contenidos Nocivos Otro de los riesgos de la Internet es encontrarse inadvertidamente con imágenes o textos no aptos para menores. ¿Cuáles son los Riesgos? Los estudios demuestran que el 90% de los niños de entre 8 y 16 años han visto contenido sexual explícito al navegar por internet. ¿Qué hacían cuando sucedió eso? Según una de las investigaciones, la mayor parte de ellos se encontró con ese tipo de contenido al: * Navegar * Equivocarse en una letra al escribir la dirección de una página * Hacer clic en un enlace en una página web Recomendaciones * Emplear estrategias para reducir la exposición a contenido nocivo. Se les debe enseñar a los niños técnicas para realizar búsquedas de manera eficiente, navegar por Internet y procesar el correo electrónico. * Enseñar a los niños y jóvenes a reaccionar rápidamente (por ejemplo: reiniciando el navegador) para minimizar el daño de ese tipo de contenido. Hay que ayudarles a adquirir integridad moral de forma que decidan ignorar las páginas web perniciosas y pasar rápidamente a otra cosa. * Muchos buscadores ya vienen con la opción del filtro o modo de búsqueda segura escogido, pero por si acaso, se recomienda asegurarse. Ello brinda bastante protección contra textos o imágenes explícitos. * Explicar a los hijos que aunque busquen información empleando palabras completamente inocentes, los resultados de la búsqueda pueden llevarlos a páginas web dañinas. Una forma de evitarlo es leer detenidamente la descripción de la página o portal, y sólo entrar si están completamente seguros de que no hay peligro. Si no están seguros, no deben acceder a esa página sin antes preguntar a sus padres. Qué Hacer Cuando Sucede En algún momento los niños se encontrarán con algo indebido, ya sea en internet, en revistas, televisión u otros medios. No es sino cuestión de tiempo. No hay que hacer un drama cuando ocurre eso, sino más bien aprovechar la oportunidad para hablar del tema, inculcar valores y explicar a los hijos por qué conviene seguir las recomendaciones. A los niños hay que darles explicaciones, consejos y orientación, en función de sus necesidades y de su edad. Si alguien no sabe cómo abordar esos temas con sus niños y adolescentes puede buscar consejos e ideas en Internet, consultar libros sobre el tema o acudir a personas capacitadas. |
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