Mucho se ha escrito sobre el valor de un padre... ¿pero cuántas veces nos hemos detenido a apreciar de veras las cualidades de quien se sacrificó infatigable y a veces tercamente por mantenernos y educarnos? No en vano se ha dicho: «Padre diestro, el mejor maestro».
Me vienen al pensamiento varios padres ejemplares que he conocido, uno de ellos en particular que luego de una agotadora jornada de trabajo se desvela hasta pasada la media noche para ayudar a sus hijas a pegar con minuciosidad las piezas de una maqueta que les dejaron de tarea en el colegio. La influencia que puede llegar a tener un padre es incalculable. El amor paterno es uno de esos inestimables dones del Cielo; y la paternidad, una sagrada vocación. Algunos hemos tenido padres admirables, y otros no tanto. Pero creo que todos valoramos las figuras paternas, llámense padre, padrastro, tío, abuelo o profesor, hombres que nos dieron el empujoncito que necesitábamos para lograr alguna empresa que nos parecía irrealizable o el aliento para cruzar una meta que nos figurábamos inalcanzable. ¡Qué importantes son esas personas que han contribuido a moldear nuestro carácter! A todos debemos honrar, y todos tienen su lugar.
Gentileza de la revista Conéctate. Usado con permiso. Foto: Pat Belanger/Flickr
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Bil Keane En los casi treinta años que llevo dibujado la caricatura The Family Circus he aprendido muchísimo acerca del amor. Lo he descubierto en mi familia, y muchas veces me he basado en situaciones reales para hacer las caricaturas. No es ningún secreto. En lo que se refiere a amor, mi máxima inspiración y el modelo para el personaje de la madre ha sido mi esposa Thel. Tenemos cinco hijos y cuatro nietos. Cuando nuestros hijos eran pequeños, la gente con frecuencia se preguntaba cómo se las arreglaba Thel para cuidar de todos. Siempre podíamos contar con ella, ya fuera para aliviar el dolor de un rasguño en la rodilla, sentarse entre el público en una representación de teatro escolar o ayudar a los niños a hacer las tareas del colegio en la mesa de la cocina. Y mientras más hacía por nosotros, más podía dar de sí. Así descubrí las paradójicas leyes del amor de Dios. El amor no se raciona. Nunca se agota. Al contrario, de una manera que desafía a las leyes de la física, mientras más amor se da, más se puede dar. Así como el entusiasmo se contagia y genera más entusiasmo, la amabilidad ayuda a ser amable y la alegría se comunica, el amor aumenta cuando se regala. Intenté poner todo eso en una de mis caricaturas. En ella aparece la madre con una bolsa llena de comestibles en un brazo y el bolso en la otra mano, mientras los cuatro chiquillos están agarrados de sus rodillas. A la izquierda hay una señora que le pregunta: «¿Cómo hace para repartir amor entre cuatro niños?» Y la madre responde con una frase digna de reflexión: -Verá usted, señora, es que no divido el amor, lo multiplico. ***** La esencia del amor En la vida, lo mejor siempre trae en su envoltorio una etiqueta que advierte de sus riesgos. Se desata el regalo, y junto con el riesgo se asume la alegría. La paternidad es así. El matrimonio es así. La amistad también. Para vivir la vida a plenitud, hay que exponerse ante el abismo sin fondo de la vulnerabilidad. Esa es la esencia del amor verdadero. Kristin Armstrong Un hombre me escribió una carta en la que me contaba ciertas experiencias que vivió de jovencito. Desde niño había sido un delincuente. No obstante, cuando su padre empezó a pasar más tiempo con él, experimentó una impresionante transformación. Reproduzco a continuación unos pasajes de su carta: «Desde los ocho hasta los catorce años fui un maleante. Mi padre se iba a trabajar a las tres de la tarde y volvía a las tres de la mañana. Cuando yo me levantaba él estaba durmiendo, y cuando yo llegaba del colegio, él ya se había ido a trabajar. Casi nunca lo veía, a excepción de unos minutos los fines de semana. »Me metí en muchos problemas. Robaba todo lo que necesitaba o quería: cigarrillos, dinero, caramelos, comida, etc. Era incorregible, y en el colegio me iba pésimo. »A los catorce una vez más me detuvieron por robar y me enviaron a un reformatorio. La primera reacción de mi padre fue de enojo; pero después se dio cuenta de que en parte la culpa había sido suya por no haber desempeñado mejor su papel de padre. Reevaluó su vida y decidió ayudarme. »Dejó su empleo nocturno y tomó uno diurno. Aunque ganaba menos, eso le permitía pasar ratos conmigo diariamente. Cuando yo llegaba del colegio, él estaba en casa. Comenzó a interesarse por mi rendimiento escolar y a ayudarme con mis tareas. Nos hicimos socios de un club masculino. En vez de matar el tiempo en algún sucio salón de billar, iba con él a un centro recreativo donde jugábamos billar, balonmano y baloncesto, los juegos que a mí me gustaban. Me compró un pase de temporada en el club de golf y me llevaba a jugar tres o cuatro veces por semana. Pasábamos mucho tiempo juntos. »Mi vida cambió gracias a que mi padre me manifestó amor y comprensión. En el colegio mis notas mejoraron tanto que llegué al cuadro de honor. Hice nuevos amigos, muchachos estudiosos que no se metían en líos. Aunque exteriormente me mostraba duro, por dentro anhelaba amor, atención y compañía. La clave fue el amor de mi padre, que él me prodigó pasando tiempo conmigo». Todos los niños necesitan un padre o al menos una figura paternal, alguien que sepan que los admira, que tiene fe en ellos, que disfruta de su compañía y tiene ganas de estar con ellos. Todos los niños necesitan a alguien que los comprenda, que se ponga en su pellejo y ore por ellos cuando sufran profundas decepciones, que los sostenga cuando estén por perder la esperanza y que celebre con ellos la materialización de sus sueños. ¿Reciben tus hijos ese amor? En la televisión se ven cantidad de casos de personas comunes y corrientes profesores, sacerdotes, policías, etc. que contribuyen a cambiar notablemente la vida de algún joven, aun de los peores delincuentes. ¿Qué fórmula aplican? Simplemente les dedican tiempo. En un segmento noticioso entrevistaron a una señora que había abierto un hogar para chicos desadaptados fugados de sus casas, prostitutas, pandilleros, de esos que se escurren por las grietas de la sociedad. Ante las cámaras expresó: Los chicos que yo atiendo son los más despreciados, los rechazados de la nación. Cuando el entrevistador preguntó a algunos de los chicos qué hacían antes de llegar al hogar, respondieron: Tomaba drogas. Peleaba todo el tiempo. Explotaba a las chicas. Le disparaba a la gente por diversión. Hablando de los chicos, la señora dijo: Han perdido toda esperanza. No confían en la gente mayor. Los adultos vivimos demasiado ocupados. No les prestamos atención. Ya nadie tiene tiempo para los chicos. Cuando se le preguntó qué necesitaban aquellos jóvenes, respondió: ¿Estos? La fórmula es muy sencilla. ¿Saben lo que necesitan estos chicos? Amor maternal. Quieren modelos que imitar. Personas que se muestren sinceras con ellos. Quieren que alguien los discipline. Alguien que sea capaz de inculcarles un sentido de la responsabilidad, de enseñarles que sus actos traen consecuencias. Alguien que los sostenga, que los abrace. Yo no me doy por vencida con ellos. Si les enseñas a darse por vencidos fácilmente, lo harán. Uno de los mayores la abrazó y dijo: Ella es mi madre. No somos de la misma sangre, pero en cierto sentido, es mi madre. Me cuida. Al preguntar a los chicos qué cambios se habían producido en su vida gracias a aquella mujer, el de aspecto más malvado, el que disparaba a la gente por diversión, respondió: Mírenos por dentro. Tenemos esperanza. Tenemos sueños. Nos interesan las cosas. Ahora quiero ir a la universidad. El mensaje final que aquella mujer dirigió a los padres fue: Amen a sus hijos. No se den por vencidos con ellos. Ámenlos hasta que duela. En eso consiste el amor: en amar incondicionalmente, ¡hasta que duela! Es fácil perder de vista el potencial de un individuo. Dependemos demasiado de la sociedad, de sus instituciones, del Gobierno, del colegio. Eso nos ha llevado a insensibilizarnos. Como individuos no sentimos ya la obligación de velar por los niños, sean nuestros o no, por cualquier niño que se cruce en nuestro camino y que tal vez nos necesite. Puede que formes parte de los designios divinos para llevar amor a un jovencito o una jovencita. Tu amor, tu interés y tu amistad pueden tener un efecto enorme. Escrito por Maria David y publicado originalmente en la revista Conectate. Utilizado con permiso. Padre celestial, te pido que me ayudes a entender a mis hijos, a escucharlos con paciencia y a responder a todas sus preguntas con amabilidad. Recuérdame que no debo interrumpirlos ni contradecirlos. Haz que actúe con ellos con la misma consideración que de ellos espero. Que no me ría jamás de sus errores, ni me burle de ellos, ni los ponga en ridículo cuando me contraríen. No permitas jamás que los castigue sólo por satisfacer mis apetitos o demostrarles mi autoridad.
No dejes que los tiente a robar o a mentir. Y guíame momento a momento para que les demuestre con todas mis palabras y mis actos que la honradez y la sinceridad son el origen de la felicidad. Te pido que suavices mi rudeza de carácter; y cuando esté de mal humor, Señor, ayúdame a refrenar la lengua. Que no olvide jamás que son niños y que no debo esperar de ellos criterios de adulto. Que no los prive de la oportunidad de cuidarse y de tomar decisiones por su cuenta. Concédeme grandeza para acceder a todos sus pedidos que sean válidos, y por otra parte negarles todo aquello que en mi opinión les resultaría perjudicial. Haz que sea imparcial y que los trate con justicia y bondad, que me merezca su amor y respeto y sea un modelo para ellos. Amén. Abigail Van Buren (1918- ), de la famosa columna Dear Abby Cuando me enamoré de la joven viuda que ahora es mi novia, me sentí el hombre más afortunado del mundo. Además de haber encontrado a la esposa de mis sueños, venía con tres hijos estupendos. ¡una familia completa! Quizá mi enfoque no era muy realista, pero el hecho es que ganarme el amor y respeto de los niños no me ha resultado tan fácil como esperaba. ¿Tienen algún consejo para este papá atribulado?
No eres el único. Cuando un papá o una mamá vuelven a casarse, no suele salir todo a pedir de boca desde el principio. Labrar fuertes lazos afectivos con los miembros de una nueva familia lleva tiempo y mucho amor. Es normal que los niños mayores se resientan con el nuevo cónyuge. Para ellos nadie podría jamás tomar el lugar del padre o madre ausente. Puede que a los más pequeños también les cueste tener que compartir el afecto de su padre o su madre con el recién llegado. Muchos padrastros y madrastras cometen el error de sentirse dolidos, ofuscarse, desanimarse y distanciarse de los niños. Esfuérzate por hacer a un lado toda susceptibilidad. Aunque mucho depende de la edad y madurez de los niños, a continuación te brindamos algunas pautas que han dado buen resultado a otras personas en tu situación. Comunícate. La comunicación franca y sincera es el primer paso. Si resulta evidente que solamente uno o dos de los niños no están felices con la nueva situación, probablemente lo mejor será conversar con ellos por separado sobre los conflictos que los perturban y sus posibles soluciones. Es un buen momento para hacer case de la exhortación bíblica de ser «pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse» (Santiago 1:19). Una vez que cada uno de los niños haya tenido ocasión de expresar cómo se siente y tú hayas establecido un clima de confianza, tal vez convenga tener una reunion informal con todos. La ocasión puede ser una comida especial, en la que cada uno explique cómo se siente con la nueva familia y qué cambios o mejoras le gustaría que hubiera. Dedícales tiempo. La mejor inversión que puedes hacer en tu nueva familia es dedicarle tiempo; y una de las mejores formas de empezar es hacer caso de algunos de los «cambios y mejoras» que te propongan,siempre que sean prudenciales y viables. Ora. Los niños necesitan tiempo para adaptarse. Puede que tarden una temporada en superar ciertas actitudes negativas. Pide al Señor que te dote comprensión y de un amor profundo y sincero por los demás, así como también que los ayude a cambiar en lo que sea necesario para que los demás gocen de felicidad y bienestar. Tomado del revista Conectate. Usado con permiso. |
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