Anna Perlini Era un día de verano particularmente bochornoso. Tras varias horas de viaje, Jeffrey y yo nos sentamos en la sala de espera de una estación de autobuses del norte de Italia donde el ambiente estaba muy cargado. —¿Era necesario que te acompañara? —musitó. ¿Cómo pudo ocurrírseme semejante idea? Alejar de sus amigos a un chico de 14 años y llevarlo a visitar a sus abuelos. ¡No es precisamente el panorama más entretenido para un adolescente! Teníamos que esperar una hora antes de subirnos al autobús en el que haríamos el último trecho. Yo no sabía qué era peor, si el aire viciado de la sala de espera o el ambiente cargado entre él y yo. —¿Quieres un helado? —le pregunté. Eso casi siempre lo arreglaba todo. Esta vez no hubo caso. —No —respondió tajante—, no tengo ganas. Mi chiquillo estaba creciendo. A mí ya se me agotaba la paciencia. —Pues yo me voy a comprar uno. Tomé el bolso y me dirigí a la cafetería de la terminal de autobuses. En el camino le pedí a Jesús que hiciera algo para restablecer la buena comunicación entre Jeffrey y yo. Al volver lo encontré conversando con un chico uno o dos años mayor que él. —Emanuel es rumano —me explicó al presentarnos—, pero habla bien el italiano. Vive en una casa rodante con su madre y sus dos hermanas menores. Hace trabajitos por aquí y por allá para mantener a su familia. Emanuel parecía un joven inteligente y bien educado, y estaba dispuesto a trabajar en lo que fuera, según sus propias palabras. Ambos chicos prosiguieron la animada conversación que yo había interrumpido. Cuando Jeffrey le dijo a Emanuel que había asistido a un campamento de verano en Timişoara (Rumania), a este se le iluminó el rostro. —¡De allí soy yo! —exclamó. Noté que para Emanuel había sido una dicha encontrar un chico más o menos de su edad con el que hablar distendidamente. Además, Jeffrey se interesó mucho en su vida, sorprendido de haber conocido a alguien de su edad que se encargaba de mantener a su madre y sus hermanas. Llegó el momento de despedirnos y subir a nuestro bus. Jeffrey le entregó a Emanuel uno de los folletos cristianos que teníamos para oportunidades así, además de un donativo para su familia. —Mamá —me dijo Jeffrey en voz baja mientras nos sentábamos en el autobús—, eso fue cien veces mejor que un helado. A veces, cuando estamos molestos o desanimados, no hay mejor remedio que preocuparnos por otra persona y ofrecerle ayuda. Anna Perlini es cofundadora de Per un mondo migliore (http://italiano.perunmondomigliore.org/), organización humanitaria que desde 1996 lleva a cabo labores en la ex Yugoslavia. Gentileza de la revista Conéctate. Usado con permiso.
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o ¡Nunca debemos perder la fe en nuestros niños! Si no podemos saber la verdad acerca de algún asunto, cuando el niño dice ser inocente y no hay manera de probar lo contrario, la mayoría de las veces es mejor dejarlo pasar y no correr el riesgo de castigarlo o juzgarlo injustamente. ¡Debemos tratar de confiar en que nos dicen la verdad! Esa manifestación de amor les demostrará que tenemos fe en ellos, y les inspirará a no defraudar la confianza que hemos depositado en ellos. Mostrarle a un niño que confiamos y tenemos fe en él, es mostrarle que le amamos. o Es conveniente tratar de ponerse en lugar del niño siempre que sea posible. Esto nos ayudará a comprenderle mejor. Cultivar el hábito de ver las cosas desde su punto de vista y forma de razonar suele dar muy buen resultado. Conviene preguntarse: "¿Qué pasaría si se tratara de mí? ¿Cómo me gustaría que me trataran si yo estuviera en esta situación? Si yo tuviera 5 años, ¿cómo me sentiría si los adultos se rieran de mí?" Algo que a nosotros tal vez nos parezca muy bonito o gracioso puede resultar muy humillante y vergonzoso para un niño. La mayoría de nosotros sabemos lo que es sentirse humillado, ofendido o desairado. Si tomamos conciencia de que esas experiencias pueden ser mucho más traumáticas y dolorosas para un niño pequeño que no las ha experimentado antes, haremos todo lo posible por tratar de evitar tales incidentes. Si imaginamos una situación lo más parecida posible a la del niño, y nos ponemos en su lugar, tratando de suponer cómo nos sentiríamos nosotros, podremos comprender más profundamente al niño y sus sentimientos. o El elogio y el ánimo son algunas de las cosas más importantes en la formación de un niño. Es importante elogiar al niño y demostrarle que apreciamos sus buenas intenciones y su buen comportamiento. Por ejemplo, si ha sido recibido una mala calificación en la escuela, aún podemos hallar algo por lo cual podamos elogiarle, como su buena caligrafía, tal vez. Siempre habrá algo digno de elogio y aprecio. Los elogios hacen que los niños den lo mejor de sí. Es más importante elogiar al niño por sus actos de bondad y su buen comportamiento que regañarle por su mal comportamiento. ¡Es mejor tratar siempre de acentuar lo positivo! Por supuesto, cuando elogiamos al niño o le mostramos aprecio, tenemos que ser sinceros, y el elogio debe ser justificado. Por ejemplo, si un padre cree sinceramente que su hija adolescente es hermosa, y en realidad no lo es tanto al compararla con otras chicas de su edad, ella podría llegar a pensar que su padre la engaña con adulaciones si éste no cesa de repetirle lo bella que es, por más sincero que sea. Mejor sería elogiarla por alguna otra cosa en la que se destaque más: su elocuencia, o sus buenas calificaciones, o su carácter afable y amoroso. No nos ahorremos las palabras de elogio y de aliento a nuestros niños. Casi todo el mundo quiere a los niños, pero es muy importante que ellos lo sepan, de manera que es conveniente decírselo y demostrárselo. Todas estas sugerencias y consejos son maneras de poner nuestro amor en acción. El amor no es "real", ni tiene aplicación práctica a menos que nosotros, los padres que hoy estamos moldeando el futuro, demos un ejemplo viviente de él. El mundo de mañana lo estamos forjando los padres y madres de hoy: ¡según cómo educamos a nuestros hijos! Escrito por D.B. Berg. © La Familia Internacional. Usado con permiso.
El amor tiene poder creativo. En una familia, el amor obra su magia propiciando actos de generosidad y ayudando a cada miembro a ver a los demás con buenos ojos. Todas las personas anhelan sentirse comprendidas, aceptadas y queridas por lo que son. El hogar es un ámbito que Dios ha creado donde se puede vivir así. Naturalmente, hay cosas que en un hogar obran en contra del amor. Son los enemigos del amor, si se quiere. Por ejemplo, los desacuerdos entre padres e hijos y entre hermanos. Sin embargo, hay lacras más sutiles y, por ende, más peligrosas: el egoísmo, la pereza, la indiferencia, las críticas, los regaños, el desprecio, los pensamientos y comentarios negativos sobre los demás… Y hay otras. Los conflictos suelen iniciarse con incidentes pequeños y aparentemente inocuos: una excusa para no prestar ayuda, una discusión por una tontería, unas palabritas irónicas y denigrantes. Pero si no reconoces que el amor y la unidad de la familia están en juego, esas faltas se van arraigando hasta convertirse en malos hábitos que a la larga perjudican gravemente a todos. No basta con salir del paso enviando a las partes en conflicto cada una a su rincón, o silenciando al irónico, o presionando al haragán para que dé una mano. Eso es atacar los síntomas, no la raíz del problema, que es la falta de amor. Lo único que cura la falta de amor es el amor mismo. Por eso, pide a Dios que lleve más amor a tu hogar. Entonces cultivar ese afecto por medio de pensamientos, palabras y acciones que lo manifiesten. *** Los niños recuerdan con mucha claridad, y los afectan de forma muy directa las actitudes de los padres, la manera en que estos los perciben y lo que piensan de ellos. Por eso, si constantemente se expresa fe con las palabras y se dicen cosas positivas del hijo, tanto ante él como ante los demás, y si se piensan cosas positivas de él, el efecto será bueno y positivo porque le infundirá fe y se ajustará más al concepto que se tiene de él y lo que se espera de él. En cambio, si se piensa o habla mal de él, ya sea de forma directa o indirecta, terminará teniendo un concepto negativo de sí mismo, no podrá ser feliz, se socavará su autoestima, se dificultará su desempeño y afectará la forma en que se vea a sí mismo. La fe engendra fe; las actitudes positivas fomentan más actitudes positivas tanto en uno mismo como en quienes lo rodean. Para que se manifiesten las mejores cualidades de una persona hay que tener fe en ella. © Aurora/La Familia Internacional. Usado con permiso. Mary Roys Todos los años en diciembre pido a mis hijos, Toby y Kathy -de siete y nueve años- que revisen sus juguetes y su ropa y separen todo aquello que ya no usan o que les queda chico. Luego repaso lo que seleccionaron y descarto lo que está muy desgastado. En algunos casos ejerzo mi poder de veto. Lo mejor de lo que queda lo embalo en una caja para donarlo a personas menos afortunadas que nosotros. Además de que así les inculco a los niños una actitud dadivosa, he descubierto que es una buena táctica para que su dormitorio no esté tan atiborrado de cosas y al mismo tiempo dar buen uso a artículos que ya no necesitan y todavía están en buen estado. La Navidad pasada noté que los dos se pusieron un poco más materialistas. Estaban muy pendientes de los regalos que esperaban recibir y muy poco preocupados de lo que podían dar. La cuestión me intrigó. También me pregunté si eran conscientes de su cambio de actitud. Opté por abordar el tema de forma indirecta. -¿Cuál piensan ustedes que es el verdadero sentido de la Navidad? Naturalmente, tenían claro que se trataba de la celebración del nacimiento de Jesús; pero eso fue lo único que atinaron a decir. -¿Creen que Dios nos envió algo defectuoso, algo que le sobraba? -les pregunté. -No -respondió Toby reflexivamente-. Nos dio lo que más quería, Su mayor tesoro. -Ese es el verdadero sentido de la Navidad -les expliqué-. Dar a los demás de lo mejor que tenemos, igual que hizo Dios. Los chicos se lo pensaron un rato e hicieron un plan para obsequiar algunos de sus juguetes preferidos en lugar de entregar los que ya no les interesaban. Toby optó por dar algunos de los autitos de su colección que más le gustaban. Kathy, por su parte, decidió regalar una de sus muñecas. Empacamos esto con el resto de los artículos que habíamos separado, y me llevé a los niños conmigo el día que fui a entregar nuestra donación navideña. Uno de mis principales deberes como madre es inculcar valores a mis hijos. Enseñarles a pensar en los demás antes que en sí mismos constituye una parte importante de ese cometido. Como es lógico, no basta con dar una vez al año algo que nos cuesta un sacrificio. De todos modos, la Navidad es una oportunidad perfecta para ello. Mary Roys se dedica alcoachingde padres de familia en el Sureste Asiático. Gentileza de la revista Conectate. Usado con permiso.
(Haz clic aquí para ver parte uno) Ponerse en Su Lugar Procuremos ver el mundo desde la perspectiva de nuestros pequeños. Naturalmente, la mejor forma de lograrlo es pedirle al Señor que nos haga ver las cosas desde el punto de vista del niño. Dios conoce a nuestros hijos al revés y al derecho. Sabe exactamente lo que sienten y lo que pasa en su interior y, si se lo pedimos, nos lo comunicará. En el caso de los niños pequeños, a veces conviene situarnos físicamente a su altura cuando les hablamos. Podemos ponernos de cuclillas, arrodillarnos o sentarnos en el suelo a su lado. Si nos ubicamos a la altura de sus ojos, a ellos ya no les parecemos tan distantes. El hecho de ver el mundo desde la perspectiva de los chiquitines también nos ayuda a entender por qué a veces se sienten intimidados cuando los demás son mucho más altos y la mayor parte de la acción ocurre fuera de su alcance. Para ellos unos estantes altos bien son algo así como cornisas en una pared rocosa; los adultos, titanes de doble altura que llenan sus casas de muebles igualmente gigantescos e instalaciones que les resultan completamente inaccesibles. Una casa desconocida puede darle a un niño la impresión de encontrarse en tierra de colosos. Es buena idea procurar que la mayor parte posible de las pertenencias de nuestros chiquitines estén a su alcance. Tal vez no podamos tener una habitación y muebles a escala infantil, pero al menos proporcionémosles banquetas (o cajas firmes) a las que puedan subirse para llegar al lavabo o a otros accesorios. Tomar Conciencia de que Su Experiencia es Limitada Aun los incidentes de poca monta a menudo se ven exageradamente grandes desde el punto de vista de un niño. La experiencia contribuye a poner las cosas en perspectiva. Todos hemos aprendido por experiencia que no vale la pena alterarse por ciertas cosas. Sabemos que cuando nos hacemos un raspón, enseguida dejará de sangrar y de doler; que el pesar que nos causa una decepción o el haber perdido algo importante pasa relativamente pronto, y en su lugar descubriremos nuevas alegrías; que el mal tiempo no dura para siempre. Pero los niños pequeños no tienen esa confianza en que los problemas generalmente se solucionan. No cuentan con ese marco de referencia porque aún no han acumulado suficientes experiencias en la vida. Necesitan que los tranquilicemos. Necesitan que les expliquemos las cosas y los consolemos. Los niños pequeños viven en el presente. Para ellos todo sucede ahora. El presente es lo único que les importa. A medida que crecen van entendiendo el concepto del tiempo y de palabras como «mañana», «después», «más tarde», etc. A base de tiempo y experiencia, y a veces de sufrimiento, aprenden a superar las decepciones, muchas de ellas provocadas por cuestiones cotidianas que a nosotros nos parecen nimias. En ocasiones el proceso resulta doloroso para los padres también. Nos duele ver a nuestros hijos tristes, inseguros o desilusionados cuando no se cumplen sus expectativas. De todos modos se puede acelerar el proceso de cicatrización mostrándose comprensivos y rezando con ellos. Es igualmente importante animarlos y recompensarlos cuando manifiestan fe y confianza en que las cosas se van a resolver. Cuando sabemos que algo le va a resultar difícil de aceptar a un niño, conviene prepararlo un poco de antemano para que no le tome por sorpresa. Muchas veces se pueden prever las crisis y procurar evitarlas: «Pronto mamá tendrá que apagar el video porque ya casi es la hora de la siesta. Puedes verlo un ratito más, y luego tendremos que apagarlo». Como más Enseñas es con Tu Ejemplo Por mucho que los padres hablen, sólo enseñan con lo que hacen. Los niños son imitadores natos. La mayoría de las cosas las aprenden así: por imitación. Casi nunca se olvidan de lo que ven. Se dejan llevar más por lo que ven que por lo que escuchan. Prestan más atención a nuestras acciones y actitudes que a nuestras palabras. Nuestros hijos son un reflejo de nosotros. Nuestra actitud y ejemplo de fe son el modelo que ellos siguen, y sus actos y reacciones dependen en gran medida de los nuestros. Muy pocas personas tendrán mayor impacto en la vida de nuestros hijos que nosotros mismos. Sin embargo, el ejemplo de otros puede ejercer una gran influencia. Ver televisión puede tener un marcado efecto en los niños. En la actualidad la TV es la nana más práctica y económica, la más socorrida, pero eso no quiere decir ni mucho menos que sea la más confiable e idónea. Muchos de los malos hábitos y actitudes poco sanas que preocupan a los padres de hoy son el resultado de que los pequeños imitan los ejemplos negativos que ven en televisión. Conviene restringir la influencia televisiva y prestar atención a lo que los niños ven y a lo que nosotros mismos vemos en presencia de ellos, ciñéndonos a los programas que conocemos y que no son perjudiciales para ellos. Lo que los niños ven por televisión y los malos ejemplos que ven en la gente que los rodea -sobre todo en niños de su propia edad o en niños mayores a quienes admiran- son capaces de echar por tierra todos los buenos hábitos y conductas que tanto trabajo ha llevado inculcarles. Hay que estar alerta. Los Elogios A los niños les sientan de maravilla los elogios. Es mucho más importante alabar a un pequeño por su buen comportamiento que regañarlo cuando se porta mal. Hay que procurar hace hincapié en lo positivo. Elogiar a los niños por sus buenas cualidades es la mejor forma de conseguir que se esfuercen por portarse bien. Cuando les expresamos qué nos agrada de su comportamiento, hacen casi cualquier cosa con tal de seguir complaciéndonos. Además, los elogios sinceros y específicos contribuyen a elevar su autoestima, que es crucial para que se desarrollen felices y equilibrados. Tomado del libro "Preescolares", que forma parte de la serie "Soluciones para Padres". Utilizado con permiso. Para comprar la serie, visite www.es.auroraproduction.com El factor primordial para la formación de un niño es el amor. Si los padres aprenden a tratar a sus hijos con amor y consideración, éstos se sienten amados y seguros.
La mayoría de los padres no pueden estar con sus hijos todo el tiempo. A los pequeños les cuesta entender eso. Les parece que para sus padres ellos deberían ser lo más importante del mundo. Y cuando éstos no pueden prestarles atención constante a causa de sus otras obligaciones, los niños se sienten rechazados. Como es natural, cuanto más niños se tienen, menos tiempo y atención individual se puede prestar a cada uno. De ahí la importancia de que los padres se interesen por sus hijos y les dediquen amor y atención siempre que tengan ocasión de hacerlo. A cada uno se le debe demostrar mucho amor y estimularlo, pues las palabras tienen la virtud de reforzar la autoestima y contribuyen a que el niño se sienta querido. «¡Mira qué grande estás! ¡Estamos orgullosos de ti! ¡Has aprendido muchísimo!» Diles cosas que les hagan saber que ellos tienen mucha importancia para ti. Los niños pequeños, en particular, todavía no tienen una noción concreta del tiempo. Si le das algo a un niño y a los demás les dices que a ellos les tocará la próxima vez, se imaginan que será dentro de mucho tiempo, les suena muy vago, muy impreciso. Por eso, en la mayoría de los casos, cuando le das algo a uno de ellos, conviene hacer alguna cosita especial para los demás también. No se puede ni se debe tratar a todos los hijos de igual forma todo el tiempo. Cada uno tiene que saberse especial y distinto de los demás. Cuando uno necesita algo que a los demás no les hace falta, hay que enseñarles que se actúa conforme a la necesidad, no es que se quiera más a nadie. Si sales con uno a comprarle zapatos, por ejemplo, y les traes a los demás un juguetito que no te cueste más que unos pocos pesos, eso les demuestra que los quieres y que te acordaste de ellos también. Muchas personas mayores no se dan cuenta de lo importante que es ofrecer explicaciones a los niños. No podemos dar por sentado que lo entienden todo. Difícilmente entenderán algo a menos que se lo expliquemos. La mayoría de las personas mayores no aceptan las cosas sin que se les dé una explicación; los niños tienen el mismo derecho. Si te parece que pueden albergar alguna duda o que se podrían sentir heridos, explícales la situación. Aunque no logren entender todo lo que les digas, el solo hecho de haber intentado explicárselo les transmite que tienes consideración por sus sentimientos. Y eso ayuda mucho. Los sentimientos de los niños son iguales a los de los mayores. Solo que las situaciones difíciles pueden ser aún más traumáticas para ellos porque no han experimentado antes esas cosas y por ende no tienen la seguridad de que a la larga todo se va a solucionar. Eso hace que los niños sean mucho más vulnerables que los adultos: su limitada experiencia. Por ese motivo es imperativo tratarlos con más cuidado, ternura y consideración que a una persona mayor. Me rompe el alma ver a un padre darle un coscorrón en la cabeza a su hijo en público o reprenderlo con aspereza por algo que a lo mejor el pobre niño ni siquiera entendió. ¡Es lamentable! Los niños son más susceptibles que las personas mayores, se los hiere con más facilidad. Por instinto, quieren a sus padres y confían en ellos, y es muy triste que éstos socaven esos sentimientos. ¡Un poquito de amor llega muy lejos! Es inevitable que un niño tenga sus complicaciones, pero sea cual fuere el origen de las mismas, el amor es capaz de remediarlas. «El amor cubrirá todas las faltas» (Proverbios 10:12). Apenas un poco de amor y sincero interés son capaces de corregir y remediar muchos errores y fallos, sean cuales fueren las causas o los culpables de los mismos. El amor es la solución. Tomado de la revista Conectate. Usado con permiso. María Fontaine
Una cosa que los niños hacen continuamente es discutir entre sí. Muchas veces es más bien contradecirse, casi por el gusto de llevar la contraria. En muchos casos lo hacen para demostrar su superioridad, para que se vea que el otro está equivocado y quedar ellos bien. Los niños caen en eso prácticamente a cada momento. Por eso es preciso enseñarles que está mal creerse superiores y rebajar a los demás. Puede que en algunos casos tengan razón: a lo mejor su punto de vista es acertado. Generalmente se enzarzan en una discusión porque creen que tienen razón. El caso es que, tengan razón o no, deben aprender que está mal discutir. Es importante que los niños aprendan a ponerse en el lugar de los demás. Pregúntale a tu hijo: “¿Cómo te sentirías si respondieras mal a una pregunta o dijeras algo equivocado, y alguien soltara: “¡Qué tontería! ¿Cómo puedes ser tan idiota? Pues así se sienten tus hermanos o tus amigo cuando los contradices o les señalas sus faltas.” Conviene ilustrarles con un ejemplo cómo hacen que se sientan los demás. Una vez que se dan cuenta del efecto que tienen sus palabras en las personas que los rodean, la mayoría procuran ser más cuidadosos con lo que dicen y la forma en que lo expresan. Se les puede explicar: «Cada vez que haces eso de rebajar a un amigo para quedar tú mejor, lo dejas en ridículo. Así sólo conseguirás perder amigos». O: «Piensa en lo mal que se siente tu hermanita cuando haces eso. No tendrá ganas de volver a abrir la boca. Lo peor es que le das a entender que no la quieres, pues no te importa herir sus sentimientos». Es preciso que las personas mayores nos esforcemos por no caer en lo mismo. Y también debemos hacerles ver a los chicos que el no hacer eso es una forma de manifestar amor, de ser considerados con sus amigos y con los niños pequeños. El amor no humilla ni avergüenza, sino que levanta el ánimo y hace que la gente se sienta bien por dentro. En cambio, contradiciendo y discutiendo ponemos en evidencia a los demás o les hacemos sentirse inferiores. A veces los chicos no se dan cuenta de eso hasta que les sucede a ellos. Asi y todo, les cuesta entender que los demás se puedan sentiré igual de mal en esa situación. Si las personas mayores tenemos tendencia a contradecir automáticamente a los demás, señalar sus errores y ponernos a discutir —todos lo hacemos—, no podemos recriminar a los chicos cuando caen en lo mismo. Lo que sí podemos hacer es esmerarnos por darles mejor ejemplo y enseñarles a conducirse con más amor y consideración en ese aspecto. Es notable la diferencia entre los niños que discuten, pelean, riñen y se contradicen, y los que se quieren de verdad, colaboran unos con otros y se relacionan armoniosamente. Por supuesto, el amor y la consideración tienen muchas facetas más. No deja de ser un tema bien complejo. Lo que está claro es que es uno de los principios más importantes que podemos enseñar a nuestros hijos: los que de pequeños no aprenden a ser amorosos y considerados de palabra y de hecho, de mayores conservan la costumbre de discutir y contradecir. Si queremos que nuestros hijos tengan éxito en la vida, nada reviste más importancia que enseñarles a conducirse con amor. Enseñando Consideración – Recursos Cuentos para niños: El Cachorro Scott Arturo el Inseguro Guarda tu Lengua Videos: Nos Llevemos Bien Los Ciegos y el Elefante * No hagan caso omiso de los sentimientos de los niños ni los traten con brusquedad. Respondan con amor.
* No den órdenes a los niños ni les exijan que les presten atención sin darles explicación alguna. Diríjanse a ellos con respeto y amor cuando tengan que pedirles un favor. Procuren ser sensibles y manifestar un espíritu amable. * Miren a los niños a los ojos, agachándose para estar a su nivel cuando les hablen; por ejemplo, cuando les digan algo o les den instrucciones. * Tómense un poco más de tiempo para concentrarse de verdad en ellos. * Oren pidiendo más ojos espirituales para ver las buenas cualidades de sus niños. * Demuéstrenles que los valoran con la manera en que los tratan. Presten la misma atención que quieren que les presten ellos a ustedes. * Cuando un niño se les acerque para decirles algo, hagan una pausa y escúchenlo. Denle toda su atención cuando lo escuchen y respóndanle. No escuchen a medias mientras piensan en otra cosa y siguen con sus actividades. * Deténganse a saludar a los niños. |
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