Dar a luz a un bebé y criar un niño es la experiencia más grandiosa de la vida natural. Un niño es un regalo eterno. No lo tenemos por una temporada, sino para siempre. Es obvio que un niño no solo es un regalo divino, sino también una tarea. Aunque se trata de una labor que exige plena dedicación, trae consigo grandes recompensas y beneficios. Debemos estar muy orgullosos de ser padres, porque la nuestra es la tarea más importante del mundo. Al fin y al cabo, labramos el futuro. El mundo del mañana será lo que los padres de hoy hagan de él. Lo forjan los padres según la crianza que den a sus hijos. Nunca debemos menospreciar la formación de nuestros hijos. ¿Sabías que, de todo lo que un niño aprende, lo más importante lo asimila antes de los cinco años? Piensa entonces en lo crucial que es impartirle la debida instrucción y enseñanza durante esos primeros años formativos. Por eso dice la Biblia: «Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él» (Proverbios 22:6). No se puede esperar a que el niño cumpla cinco años para empezar a educarlo. Cada día cuenta, y lo que aprende a diario es fundamental. Además de velar por que el niño esté bien alimentado, vestido y protegido, y de asegurarnos que goce de buena salud, los padres tenemos el deber de enseñarle la Palabra de Dios, de adoctrinarlo en Su verdad y estimularlo con Su amor. Algunos padres asumen una postura equivocada. Se imaginan que si el niño aprende, bien, y si no, también. Aunque a los pequeños no se los debe obligar a aprender lo que no quieren, lo cierto es que todos los niños arden en deseos de aprender. Aprender cosas nuevas les reporta mucha felicidad y satisfacción. Al mismo tiempo, son capaces de asimilar mucho más con la guía y estímulo de sus padres que si se los deja aprender por su cuenta. Mi madre y mi padre hacían mucho hincapié en enseñarnos la Biblia, hablarnos del Señor, los valores espirituales y las verdades bíblicas. Los relatos de la Biblia y la Biblia misma tuvieron una influencia enorme en mi vida. Me encantaban y creía en ellos porque sabía que eran la voz de Dios y el Libro de Dios. En consecuencia, mis conocimientos de la Palabra de Dios y sus verdades me sirvieron de guía en mis decisiones y me ayudaron a superar muchas situaciones difíciles cuando me hice más grande. Es fácil enseñar la historia de Jesús a un niño pequeño. Hazlo espontáneamente. Condúcelo a Jesús con tu ejemplo y tu amor, y hablándole de Sus hechos y Su vida. En cuanto tenga edad para entender el concepto de papá y mamá —unas personas que lo quieren, que velan por él, que participaron en su creación y lo trajeron al mundo—, ya está en condiciones de aceptar a Jesús y Su regalo de salvación. Explícale que tenemos un Padre invisible que está en todas partes y nos quiere mucho, pero como todos nos hemos portado mal y merecemos que nos castiguen, envió a Jesús a sufrir el castigo por nosotros. Después anímalo a repetir una oración sencilla como la que sigue: Jesús, perdóname por portarme mal. Te pido que entres en mi corazón y me ayudes a portarme bien. Eso es todo lo que hay que hacer. Jesús dijo: «Dejad a los niños venir a Mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios» (Marcos 10:14). Él ansía llegar a ser su mejor amigo y su salvador. Que Dios nos ayude a cuidar bien del más precioso don que nos ha concedido: nuestros hijos. Escrito por D.B. Berg. Extraído de la revista Conectate. Utilizado con permiso.
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Es asombrosa la lucidez mental que tengo. Parece que el mundo de pronto aminorara la velocidad de su alocada marcha. Cada segundo se me hace una hora. El tiempo se ha detenido para observar mi caída. El mundo a mi alrededor es un caleidoscopio de colores que giran vertiginosamente. El cielo azul se funde con el repulsivo gris de la acera, y luego reaparece de nuevo. Me daría pánico si no fuera porque todavía no soy muy consciente de la realidad, seguramente a consecuencia del whisky.
Voy a morir. Es curioso, pero no tengo miedo. No sé por qué, me parece que en realidad no estoy aquí. Es como si observara a otro por una ventana. Es otro el que está a punto de morir. Pensarán que lo mío ha sido otro suicidio. Otro rico aproblemado que se tiró de un rascacielos. Buscarán en el lujoso ático donde vivía y encontrarán la botella medio vacía de whisky. Tal vez se publique una nota en el diario interpretando los motivos por los que salté. Pero en eso se equivocarán. No salté. Ojalá lo pudiera aclarar. Demostrar que estaba sentado en la baranda. Que lo que pasó fue que me incliné un poco más de la cuenta. Que no tengo ganas de matarme. Pero ya es tarde para eso. Lo que me molesta es que me recordarán así. Mis hijos crecerán pensando que su padre se quitó la vida. Jaime solo tiene cinco años. Mari Ángela apenas tiene dos. ¿Cómo se le explica algo así a una nena de dos años? Ojalá hubiera pasado más tiempo con ellos. También con mi esposa Celia. Quién sabe si no se habría ido ayer de haber pasado más tiempo con ella. Al fin y al cabo, ¿para qué? ¿El ascenso? Ya trabajo tantas horas extras que a este paso voy a batir un récord. Tratar de impresionar al jefe. ¿Cuándo fue eso? ¿Hace tres años? Heme aquí, socio en uno de los principales bufetes de abogados de la ciudad. Podrido de dinero. «El hombre del año» de la revista Time. Me tomó tanto tiempo llegar a la cumbre y, cuando por fin lo logré, me di cuenta que había abandonado todo lo que de verdad importa. De ahí el whisky. Los seres humanos somos muy poco inteligentes. Somos demasiado orgullosos para aprender de los errores ajenos; tenemos que meter la pata nosotros mismos. ¿Cuántos me habrán contado la tragedia de cómo perdieron a su familia por matarse de trabajar? Pero no, yo estaba seguro de que a mí jamás me pasaría. Parece mentira que Celia me soportara por tanto tiempo. ¿Es que estaba loco? Tenía una bella esposa y dos hijos encantadores con los que nunca pasaba tiempo. Antes de que ellos se levantaran ya estaba en el trabajo. Solo me veían si estaban despiertos cuando llegaba tarde por la noche. Ni siquiera estaba en casa los fines de semana. Mi jornada laboral era de 16 horas. ¿Cómo he podido ser tan estúpido? Es que creía que el dinero nos haría felices. Lamentable. Y luego ya no nos quedó nada que comprar. ¿Qué habré puesto en mi testamento? Ni lo recuerdo. Se lo habré dejado todo a Celia. ¿Qué hará con tantos millones? Regalarlos, probablemente. Nunca le importó el dinero. Casi todas las semanas me decía que el dinero no hace la felicidad. Y yo no la creía. Estoy acercándome al suelo; ya veo las hendiduras que separan las losas de la acera. Cierro los ojos y espero. Será de un momento a otro… Transcurre un minuto, luego otro. No quiero abrir los ojos, así que espero. Otro minuto, y otro más. Por fin, abro los ojos. Estoy en la cama. En casa. No estoy desparramado sobre la acera. Celia está acostada junto a mí. Un ruido molesto y persistente atrae mi atención. Es el despertador, avisándome que son las 5:30. Hora de levantarme para ir a la oficina. ¿Qué acaba de ocurrir? ¿Lo habré soñado? No puede haber sido un sueño. Lo recuerdo todo con claridad meridiana. La notificación de la demanda de divorcio que me había entregado Celia, el whisky que había estado bebiendo, la caída. Apago el despertador. Si no fue un sueño, la única conclusión es que se me ha dado otra oportunidad. Parecía una película. Lo que sea que fuera, me alegro de que no fuera real. Desconecto el teléfono que está junto a la cama y apago el despertador. Celia no se lo podrá creer cuando vea que todavía estoy aquí más tarde cuando se levante. Hace tres años que no me tomo unas vacaciones. Mañana iremos a la playa y nos quedaremos una semana. Si a mi jefe no le gusta, que me despida. No me importa. Total, quizá renuncie de todos modos. Le diré que me he dado cuenta de que en la vida hay cosas que valen más que el dinero. El factor primordial para la formación de un niño es el amor. Si los padres aprenden a tratar a sus hijos con amor y consideración, éstos se sienten amados y seguros.
La mayoría de los padres no pueden estar con sus hijos todo el tiempo. A los pequeños les cuesta entender eso. Les parece que para sus padres ellos deberían ser lo más importante del mundo. Y cuando éstos no pueden prestarles atención constante a causa de sus otras obligaciones, los niños se sienten rechazados. Como es natural, cuanto más niños se tienen, menos tiempo y atención individual se puede prestar a cada uno. De ahí la importancia de que los padres se interesen por sus hijos y les dediquen amor y atención siempre que tengan ocasión de hacerlo. A cada uno se le debe demostrar mucho amor y estimularlo, pues las palabras tienen la virtud de reforzar la autoestima y contribuyen a que el niño se sienta querido. «¡Mira qué grande estás! ¡Estamos orgullosos de ti! ¡Has aprendido muchísimo!» Diles cosas que les hagan saber que ellos tienen mucha importancia para ti. Los niños pequeños, en particular, todavía no tienen una noción concreta del tiempo. Si le das algo a un niño y a los demás les dices que a ellos les tocará la próxima vez, se imaginan que será dentro de mucho tiempo, les suena muy vago, muy impreciso. Por eso, en la mayoría de los casos, cuando le das algo a uno de ellos, conviene hacer alguna cosita especial para los demás también. No se puede ni se debe tratar a todos los hijos de igual forma todo el tiempo. Cada uno tiene que saberse especial y distinto de los demás. Cuando uno necesita algo que a los demás no les hace falta, hay que enseñarles que se actúa conforme a la necesidad, no es que se quiera más a nadie. Si sales con uno a comprarle zapatos, por ejemplo, y les traes a los demás un juguetito que no te cueste más que unos pocos pesos, eso les demuestra que los quieres y que te acordaste de ellos también. Muchas personas mayores no se dan cuenta de lo importante que es ofrecer explicaciones a los niños. No podemos dar por sentado que lo entienden todo. Difícilmente entenderán algo a menos que se lo expliquemos. La mayoría de las personas mayores no aceptan las cosas sin que se les dé una explicación; los niños tienen el mismo derecho. Si te parece que pueden albergar alguna duda o que se podrían sentir heridos, explícales la situación. Aunque no logren entender todo lo que les digas, el solo hecho de haber intentado explicárselo les transmite que tienes consideración por sus sentimientos. Y eso ayuda mucho. Los sentimientos de los niños son iguales a los de los mayores. Solo que las situaciones difíciles pueden ser aún más traumáticas para ellos porque no han experimentado antes esas cosas y por ende no tienen la seguridad de que a la larga todo se va a solucionar. Eso hace que los niños sean mucho más vulnerables que los adultos: su limitada experiencia. Por ese motivo es imperativo tratarlos con más cuidado, ternura y consideración que a una persona mayor. Me rompe el alma ver a un padre darle un coscorrón en la cabeza a su hijo en público o reprenderlo con aspereza por algo que a lo mejor el pobre niño ni siquiera entendió. ¡Es lamentable! Los niños son más susceptibles que las personas mayores, se los hiere con más facilidad. Por instinto, quieren a sus padres y confían en ellos, y es muy triste que éstos socaven esos sentimientos. ¡Un poquito de amor llega muy lejos! Es inevitable que un niño tenga sus complicaciones, pero sea cual fuere el origen de las mismas, el amor es capaz de remediarlas. «El amor cubrirá todas las faltas» (Proverbios 10:12). Apenas un poco de amor y sincero interés son capaces de corregir y remediar muchos errores y fallos, sean cuales fueren las causas o los culpables de los mismos. El amor es la solución. Tomado de la revista Conectate. Usado con permiso. Hace poco, Stephen Glenn me contó una anécdota sobre un científico que tiene en su haber muchos avances de gran importancia en el terreno de la medicina. En una ocasión en que lo estaba entrevistando un periodista, este le preguntó a qué atribuía el hecho de tener más inventiva que el ciudadano promedio. ¿Qué lo hacía tan distinto de los demás?
El científico respondió que, a su modo de ver, todo se lo debía a una experiencia que vivió con su madre cuando apenas contaba dos años, y que le dejó una profunda enseñanza. Él había intentado sacar una botella de leche del refrigerador. La botella se le escurrió de las manos y cayó, derramándose todo el contenido en el piso de la cocina, que quedó anegado en leche. Cuando su madre entró a la cocina, en vez de gritarle y soltarle un sermón o castigarlo, le dijo: «¡Qué desorden tan estupendo, es magnífico! No recuerdo haber visto nunca un charco de leche tan grande. Bueno, el daño ya está hecho. ¿Qué te parece si juegas un rato en la leche antes de que limpiemos el piso? Cómo no, el niño aceptó ponerse a jugar. Al cabo de unos minutos, su madre le dijo: «Sabes que cuando ensucias algo te toca a ti limpiarlo y dejarlo todo en orden. ¿Cómo prefieres hacerlo? Puedes hacerlo con una esponja, una toalla o un trapeador.» Escogió la esponja y, con ayuda de la madre, recogieron la leche derramada. Seguidamente, ella le explicó: «Mira, lo que ocurrió aquí es un experimento fallido. Lo que pasa es que intentaste, sin conseguirlo, llevar una botella grande de leche con unas manos muy chiquititas. Vamos al patio de atrás, llenemos la botella de agua y veamos si se te ocurre una manera de llevarla sin derramarla.» El pequeñín aprendió que si la agarraba con firmeza por el cuello con las dos manos, podía llevarla sin que se le cayera. ¡Qué enseñanza tan estupenda! Aquel célebre científico recalcó que en ese momento comprendió que no debía tener miedo de cometer errores. Al contrario, aprendió que las equivocaciones no eran sino oportunidades de aprender algo nuevo, que es al fin y al cabo lo que hace el científico con sus experimentos. Incluso cuando un experimento no sale se aprende algo valioso. ¿No sería extraordinario que todos los padres reaccionaran de la misma manera que la madre de aquel científico? - Jack Canfield No solo los niños crecen; también los padres. Los niños nos observan para ver qué hacemos con nuestra vida tanto como nosotros a ellos. No puedo pedir a mis hijos que tengan grandes sueños y luchen para concretarlos. Solo puedo hacer yo lo mismo. - Joyce Maynard
No sé en qué planeta vivía cuando pensé que el día que tuviera un hijo todas las habilidades que se requieren para criarlo me vendrían como por arte de magia. No tardé en darme cuenta de que los hijos, por mucho que proporcionan incomparables alegrías, también representan bastante trabajo. En mi caso tuve que ajustar mis aspiraciones y mi orden de prioridades a mi nueva realidad. Todos los días paso por un proceso de aprendizaje para adaptarme a sus nuevas necesidades. - Katiuscia Giusti Los niños nos mantienen a raya. Su risa nos impide endurecernos. Sus sueños garantizan que nunca perdamos las ganas de forjar un mundo mejor. Son quienes mejor nos imponen disciplina. - Rania, reina de Jordania, en la revista «Hello» Si pudiera empezar de nuevo con mi hijo, primero construiría su autoestima; después, nuestra casa. Usaría más el índice para pintar y menos para acusar. Sería menos inflexible y más accesible. Apartaría los ojos del reloj y los pondría más en él. Haríamos más caminatas y, por supuesto, más fogatas. Dejaría de hacerme la seria y me tomaría en serio el juego. Correríamos más por el campo y miraríamos más las estrellas. Le daría más abrazos y menos tironazos. - Diane Loomans Nadie me prometió que sería fácil, y sin duda no lo es. Pero ver crecer a los hijos, verlos tomar por sí mismos decisiones importantes y lanzarse a la vida como seres humanos independientes, fuertes y agradables es una enorme recompensa. Al mismo tiempo, me gusta cómo me estoy volviendo yo. Tener hijos me ha hecho más humano, más flexible y humilde, más inquisitivo. - Padre anónimo Si consideramos que nuestra labor consiste simplemente en presidir el crecimiento y la educación de nuestros hijos, la tarea puede resultarnos desalentadora y pesada. En cambio, si la tomamos como una oportunidad de crecimiento personal, se convierte en una de las experiencias más creativas y asertivas que nos ofrece la vida. Servir de modelo de las cualidades que queremos que ellos tengan nos da ocasión de superarnos y ampliar nuestros horizontes. A algunos, los hijos nos dan la oportunidad de ser los padres que hubiéramos querido tener. - Jack Westman Publicado originalmente en la revista Conectate. Usado con permiso. Josie Clark
Me crié entre arroyos y lagos. Tenía dieciséis años cuando fui a un balneario del Atlántico y vi el mar por primera vez. La noche en que llegamos iba caminado por el paseo marítimo y me aventuré hasta la punta de un muelle de madera. Cuando las primeras olas rompieron estruendosamente justo delante de mí, me aferré aterrorizada a la baranda. Desde entonces he sentido por el mar una mezcla de cariño y respeto. No soy buena nadadora, pero me encanta mirar el mar y sentir la arena entre los dedos de los pies. Me gusta incluso la sensación de ingravidez que tengo cuando una ola pequeña me levanta, siempre y cuando haya a mi lado algún objeto flotante al que pueda asirme. Así pues, cuando fuimos a pasar un verano junto al mar y mis dos hijos adolescentes se interesaron en una modalidad de surf llamada bodyboard, entendí su entusiasmo. Me parecía bien que se fueran a unos 100 metros de la playa, bien sujetos a sus tablas, a esperar la ola perfecta. Pero con el transcurso del tiempo se volvieron más audaces y empezaron a insistir en que la ola perfecta se hallaba cada vez más lejos. Yo me quedaba sentada en la playa observando aquellos puntitos —mis hijos— en medio de la inmensidad del mar, y pugnaba por controlar mi ansiedad. A veces los padres permitimos que nuestra inquietud dicte lo que les dejamos hacer a nuestros hijos. Si algo nos causa preocupación, automáticamente les prohibimos hacerlo, lo cual es un error. Pero en realidad la ansiedad tiene su lugar. Es señal de amor e interés. Es como una luz roja que nos indica que es necesario orar. A mí me parece que la preocupación puede ser beneficiosa cuando nos lleva a convertir nuestros pensamientos negativos, nuestra ansiedad, en una oración que puede generar un resultado positivo en determinada situación. Si bien es nuestro deber instruir a nuestros hijos y encaminarlos bien, en cierto momento conviene que nos retiremos y confiemos en que el Señor evitará que les pase algo grave. A medida que los niños crecen, necesitan verse expuestos a una gama cada vez más amplia de experiencias. Es preciso que aprendan a responsabilizarse de sus actos y a orar por sí solos cuando estén en medio de la inmensidad del mar. De todos modos, se sienten más seguros si saben que sus padres están en la orilla, que velan por ellos y no cejan de orar por su bienestar. Uno de mis hijos vivió un momento de pánico cuando una ola lo tomó por sorpresa y lo revolcó, y se le soltó la cuerda que lo sujetaba a la tabla. Temió que se fuera a ahogar, pero recordó que yo estaba en la playa orando por él, y él también rogó a Dios. En ese instante, tuvo la certeza de que se salvaría; y así fue. A medida que mis hijos van haciéndose mayores e independizándose, pienso en lo importante que es que sepan que tienen una madre que ora por ellos. Eso les recuerda que deben acudir a Dios en los momentos de angustia. Yo no puedo estar con ellos y sostenerlos, pero Él sí. No puedo satisfacer todas sus necesidades ni resolver todos sus problemas, pero Él puede obrar milagros por ellos si ponen su fe en acción y oran. Publicado originalmente en la revista Conectate. Usado con permiso. Si vivo en una casa de belleza impecable y con todo en su sitio,
y no tengo amor, soy un ama de llaves, y no un ama de casa. Si dedico la vida a encerar, pulir y decorar, y no tengo amor, mis hijos aprenderían lo que es la limpieza, y no lo que es la devoción. El amor deja el polvo para ir en pos de la risa de un niño. El amor sonríe al ver en el cristal de una ventana limpia las huellas de los deditos de sus hijos. El amor enjuga las lágrimas antes de recoger la leche derramada. El amor toma en brazos al niño antes de recoger los juguetes dispersos. El amor se hace presente en los momentos difíciles. El amor reprende, exhorta y muestra interés. El amor gatea con el bebé, camina con el pequeñín y corre con el niño. Después se hace a un lado para dejar que el niño progrese hasta la edad adulta. El amor es la llave que abre la puerta del corazón del niño a fin de que éste acepte el mensaje de la salvación. Antes de ser madre, me gloriaba en la perfección en que se hallaba mi casa. Ahora me glorío al ver la perfección de Dios reflejada en mis hijos. Por ser madre, tengo mucho que inculcar a mis hijos, pero el amor está por encima de todo. Anónimo (paráfrasis del capítulo 13 de la 1ª Epístola a los Corintios) En cierta ocasión, un niño con un defecto de audición llegó a su casa con una nota de la directora del colegio en la que ésta recomendaba a los padres que sacaran al pequeño del centro docente, ya que era «muy bruto para aprender».
La madre del niño leyó la nota y dijo: «Mi hijo Tom no es ningún bruto; él es capaz de aprender. Yo misma le enseñaré». Y eso hizo. Muchos años después, cuando Tom murió, los estadounidenses le rindieron homenaje apagando todas las luces del país durante un minuto. Resulta que el tal Tom fue nada más y nada menos que el inventor de la lámpara incandescente, del fonógrafo y de un rudimentario proyector de películas. En total, Thomas Edison patentó más de mil inventos. ***** «Mi madre fue la que me forjó. La gran certeza y confianza que ella depositó en mí me transmitieron el sentimiento de que tenía a alguien por quien vivir, de que existía alguien a quien no podía defraudar. La memoria de mi madre siempre será una bendición para mí». - Thomas Edison (1847-1931) ***** En su adolescencia Jim trabajaba para un tendero de Missouri. Le gustaba el trabajo y pensaba abrirse camino con dicho oficio. Cierta noche regresó a casa y le contó orgulloso a su padre los astutos manejos de su patrón. Este tenía la costumbre de mezclar el café barato con el de mayor precio, obteniendo así más ganancias. Jim contó el hecho riendo a la hora de la cena. Su padre, sin embargo, no le vio gracia al asunto. Le dijo: —Dime, si el tendero descubriera que alguien le está colando mercadería de mala calidad al precio de la buena, ¿crees que le parecería astuto y que le causaría gracia? Jim se dio cuenta de que su actitud había defraudado a su padre. —Creo que no— respondió. —No lo había visto de ese modo. Al día siguiente su padre le dijo que acudiera a la tienda, reclamara la paga que se le adeudaba e informara al tendero que no volvería a trabajar para él. El trabajo no abundaba en la zona, pero el padre de Jim prefería ver a su hijo cesante antes que relacionado con un comerciante tramposo. Así de cerca estuvo J.C. Penney de convertirse en tendero. En cambio, fundó la cadena minorista que todavía lleva su nombre. Revela el secreto de su éxito en el título de su autobiografía: Cincuenta años con la Regla de Oro. ***** Un padre explicó cómo se había percatado de su hipocresía. Resulta que su hijo obtenía calificaciones muy bajas en lenguaje. A pesar de las reprimendas y de las horas adicionales de estudio, no mejoraba. Un día le dijo a su padre: —Me imagino que tú siempre sacabas la nota máxima en lenguaje. ¿Qué te hace pensar eso? preguntó el papá. —De lo contrario no me regañarías tanto. Su forma de corregir al chico le había dado a entender algo que no era verdad.El padre dijo —Lo cierto es que a mí también me costaba mucho el lenguaje admitió el padre, sobre todo la ortografía. A partir de aquel momento el chico mejoró, pues dejó de sentirse inferior y fracasado. Viendo que su papá había logrado superar la misma dificultad, recobró la esperanza. - Anónimo Tomado de la revista Conectate. Usado con permiso. |
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