Al acercarse a la adolescencia (a veces desde los 9 años o antes) en muchos niños nace el deseo de formar parte de un grupo, un club o algún tipo de red social. La mayoría siente interés por comunicarse con otros chicos de su misma edad mediante el chateo, el correo electrónico y demás medios. En cada familia los padres deciden cuánto tiempo pueden destinar a eso y a qué hora del día.
¿Cuáles son los riesgos? Muchos jóvenes no están al tanto de que cualquier cosa que den a conocer en las redes sociales es totalmente público. Incluso lo que compartan en un círculo privado —con unos pocos amigos-- es muy fácil que termine a la vista del mundo entero. Ese desconocimiento de los riesgos que implican esas indiscreciones es muy evidente en las redes sociales, donde algunos jóvenes dan a conocer su dirección, número de teléfono, información privada o detalles íntimos que resultan sumamente comprometedores para su reputación y que les pueden restar oportunidades en el presente y en el futuro. Por tanto, lo principal que debemos enseñar a los niños y jóvenes a este respecto es que ¡en la Internet no hay nada privado! Cada minúsculo detalle de información que se publica en línea o se envía por internet es de carácter público, o puede volverse público fácilmente. Antes de mandar o publicar nada hay que pensárselo bien. En el mundo real lo que uno dice o enseña a sus amigos queda básicamente entre las personas presentes en ese momento. Esa información tiene un alcance muy limitado, y no es tan fácil demostrar lo que uno dijo, hizo o mostró. En claro contraste, en internet es muy fácil documentar lo que uno hace y publicar datos privados, y muchas veces lo hace uno mismo. En cierto sentido, todo el que se integra a una red social se convierte en una persona pública. Por lo mismo, debe considerar todas las implicaciones que ello conlleva. Recomendaciones * Asesorar a los hijos para que sus perfiles y cuentas sean lo más seguros posibles. * Los niños deben entender que uno visitará su página en la red social, su blog, etc., y saber qué tipo de cosas uno no considera aceptables. * Hacer ver a los niños que lo que uno ponga en Internet estará a disposición de todo el mundo, por lo que se debe tener mucho cuidado con las fotos y textos que se publiquen ahí. Por regla general, no se debe divulgar en internet nada que no se querría mostrar o decir a alguien que uno acaba de conocer en la calle. * Estar al tanto de las personas con las que sus niños se comunican en internet, y de la información que dan a conocer o que publican sus amigos en sus comentarios. * Explicar a los chicos que las numerosas encuestas que circulan en las redes sociales son técnicas para obtener información de los consumidores. Las grandes empresas se valen de ellas para averiguar qué tipo de productos se venderán más y cómo les interesa formular sus campañas publicitarias.
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Curtis Peter Van Gorder La generosidad de una madre es inmensa. Su vida entera es un obsequio de amor para su familia. Peregrinamos lejos de nuestros orígenes, y entonces algo nos tira del corazón y nos trae de vuelta a casa para redescubrir quiénes somos y de dónde venimos. Unos meses antes que mi madre pasara a mejor vida, me senté con ella y le planteé algunas preguntas sobre su vida. Si nunca has hecho algo así, te lo recomiendo. Seguramente aumentará el aprecio que ya le tienes a tu madre. Mamá me contó muchas cosas sobre su vida y sus sueños, tanto los que se habían cumplido como los que no. —¿Hay algo de lo que te arrepientes? —le pregunté—. Si pudieras volver a vivir, ¿en qué te concentrarías? Me respondió mostrándome algo que había escrito en su diario: «Si pudiera, buscaría más senderos campestres por los que caminar, haría más galletas, plantaría más bulbos en primavera, nadaría en el atardecer, caminaría bajo la lluvia, bailaría bajo las estrellas, recorrería la Gran Muralla, pasearía por playas arenosas, recogería conchas marinas y vidrios, navegaría por fi ordos de regiones septentrionales, cantaría baladas, leería más libros, borraría pensamientos sombríos, soñaría fantasías». —¿Hay algún mensaje que te gustaría transmitirles a tus hijos o a tus nietos? —fue la siguiente pregunta. Volvió a revisar su diario y volvió a encontrar la respuesta allí: «Disfrutar de la vida no es algo que puedas dejar para cuando hayas terminado de pagar el auto o conseguido una casa nueva, para cuando los hijos hayan crecido, para cuando puedas volver a la universidad, terminar esto o aquello o perder cinco kilos». Unas cuantas páginas más adelante encontró lo siguiente: «Reza por lo que deseas. A Dios le encanta contestar, pues la oración respondida afianza la fe y glorifica Su nombre». Y también este pasaje: «Disfruta de cada momento. Disfruta caminando y conversando con amigos, disfruta de las sonrisas de los niños pequeños. Goza de la deslumbrante luz de la mañana que envuelve la senda multicolor, de la vastedad de la Tierra que Dios creó, de las colinas, las aves y las flores, de las gotas de rocío que resplandecen como diamantes sobre un manzano silvestre, de todos los portentos que hizo Su mano». Articulo gentileza de la revista Conectate. Petra Laila Ahora que Chris, mi hijo mayor, tiene 13 años, he descubierto que tengo que cambiar mi estilo de comunicarme con él. Ya no es el niño de hace unos pocos años. De golpe está más alto que yo. ¡Cómo ha pasado el tiempo! Si parece que apenas ayer era un inquieto chiquillo de dos años que se metía en todo. Yo instintivamente -me imagino que eso les sucede a muchos padres- tiendo a pensar que sé lo que más conviene a mis hijos, y baso mis actos en ese suposición. Eso estaba bien cuando Chris era pequeño; pero ahora que ha llegado a una etapa en que quiere reafirmar su identidad y tomar más sus propias decisiones, veo que tengo que adoptar otra táctica y darle más participación en las mismas, es decir, tratarlo menos como a un niño y más como a un compañero de equipo. Ahora, cuando surge una situación conflictiva, cobra más importancia que nunca tomarme tiempo para escuchar su parecer y entender su punto de vista y sus necesidades, además de explicar las mías. Juntos tratamos de encontrar entonces una solución que resulte satisfactoria para ambos y para cualquier otra persona afectada. Cuando caigo en mi vieja costumbre de imponerle mi parecer sin considerar su perspectiva, el chico se siente sofocado, se retrae y lo privo de una oportunidad de aprender. Por mi parte, yo pierdo su apoyo y su deseo de colaborar. En cambio, cuando me acuerdo de consultar con él en vez de darle órdenes, todo resulta mejor. El muchacho progresa un poquito más en el proceso de aprender a tomar decisiones atinadas, maduras y amorosas, y nuestros vínculos de amor y respeto mutuo se ven fortalecidos. *** Se puede establecer una analogía entre el acróbata que se desplaza sobre una cuerda floja a gran altura y la transición entre la niñez y la edad adulta. En esas circunstancias, los adolescentes necesitan una compañía, un sostén, un modelo claro de conducta, que puede ser uno de los padres u otra persona de su entorno a la que respeten. Cuando mis cuatro primeros hijos desembarcaron en la adolescencia, yo procuré aconsejarlos y orientarlos. No obstante, dejaba que, en definitiva, ellos decidieran lo que iban a hacer. Muchas veces pretendían que su madre o yo decidiéramos por ellos, para eludir toda responsabilidad en caso de que las cosas no salieran bien. Yo me limitaba a decirles: «No me pregunten a mí. Ustedes saben discernir entre lo que está bien y lo que está mal. ¿Qué creen ustedes que sería correcto?» Después se alegraban de que hubiéramos dejado la decisión en manos de ellos; sabían que así tenía que ser. Además, ese gesto les demostraba que los respetábamos y les teníamos confianza, algo muy importante a esa edad. - D. B. Berg Tomado de la revista Conectate. Usado con permiso. Uno de los mitos más extendidos de la educación moderna es que darle a un niño todo lo que quiere y dejarle obrar a su antojo lo hace feliz, y a la larga le enseña a tomar buenas decisiones. Según los defensores de esta doctrina, el niño al que se consiente de tal forma se convertirá en un adulto feliz, productivo, de espíritu libre e independiente. En realidad es al contrario. Los niños necesitan límites. Es preciso definirles claramente el comportamiento que se les exige. Es menester impartirles principios morales que diferencien entre el bien y el mal. Un niño consentido y caprichoso se convierte en un adulto exigente y malcriado. Si bien es cierto que se debe dar a los niños la libertad de elegir lo que quieren en muchas esferas, también se les debe enseñar a responsabilizarse de sus decisiones. Cuando los padres son capaces de combinar la libertad y las restricciones de forma equilibrada, los hijos aprenden a escoger bien. Aprenden a ser independientes por el camino de la dependencia guiada. Se hace de la siguiente manera: En primer lugar, hay que enseñar al niño ciertos principios fundamentales de obediencia, la diferencia entre el bien y el mal y que sus decisiones afectan a los demás y pueden tener buenas o malas consecuencias. Luego, poco a poco, a medida que demuestra que es capaz de asumir responsabilidad en cuestiones de poca monta, se le puede dar más independencia y permitir que tome decisiones más importantes, observando en todo momento cómo va madurando, y ayudándolo a entender y aceptar las repercusiones de lo que decida. Así, adquiere la independencia que quiere y necesita, pero no sin antes haber aprendido a hacer uso de ella con buen criterio. Una vez que los hijos demuestran que son responsables, tenemos que manifestar fe en ellos evitando supervisarlos muy estrechamente o repetirles a cada rato las instrucciones, o retomar las riendas cuando nos parece que deberían haber actuado de otra manera. Una transición gradual y asistida de la dependencia a la independencia da como resultado un adulto más equilibrado y competente, que ni depende excesivamente de los demás ni es tan independiente que no pueda relacionarse y llevarse bien con sus semejantes. Si desde temprana edad se le enseña a ser responsable y se lo ayuda con amor a atenerse a las consecuencias de sus actos, madurará rápidamente y adquirirá un cimiento firme que le permitirá hacer frente a las turbulencias típicas de la adolescencia y a toda una vida de decisiones, algunas de las cuales no son nada fáciles de tomar acertadamente. Tomado del libro "La formación de los niños", escrito por Derek y Michelle Brooks. © Aurora Producciones. Usado con permiso.
Establecer Pautas para el uso de la Internet
Lo que se busca al establecer pautas para el uso de la Internet no es imponer incontables reglas, sino enseñar a los niños a escoger lo que les conviene, lo cual los protegerá durante toda la vida. Una de sus responsabilidades más importantes es enseñar a sus hijos a escoger bien. Los niños tienen que llegar a comprender por qué algo está bien o está mal, y aprender a tomar sus decisiones partiendo de ahí. Lo que los motivará a tomar decisiones acertadas en cuanto a su uso de la Internet será distinguir entre lo que es bueno y sano y lo que es peligroso y nocivo para su intelecto. Hay que enseñar a los chicos a sacar provecho de las ventajas del internet, de modo responsable. La red global es parte integral de esta era tecnológica, y eso no va a cambiar. Los conocimientos prácticos que los niños adquieran sobre la Internet los prepararán para el uso que inevitablemente harán de ella. Recomendaciones * Siempre que sea posible conviene tener el computador en un lugar donde sea fácil supervisar lo que hagan los menores. También se puede restringir el tiempo que el computador está conectado a la red, de forma que no todo el tiempo que pasen en el computador sea en Internet. * A medida que van creciendo hay que enseñarles a usar bien la Internet, a acceder a ella con un propósito, a fin de evitar distraerse con la gran cantidad de información y atracciones que tiene. Los niños deben entender que la Internet no es un conjunto de información precisa bien organizada de la que uno se puede fiar, sino una gigantesca red de computadores que ponen a la disposición de todo el mundo una cantidad exorbitante de información. Una parte de ella es buena y beneficiosa; pero otra no, y en algunos casos hasta es falsa o perjudicial. * Una posibilidad es marcar como «favoritos» algunos portales educativos de confianza o algunas enciclopedias virtuales y que los niños se dirijan directamente a esos sitios cada vez que busquen algo, en vez de hacerlo mediante un motor de búsqueda. Aunque tome un tiempo escogerlos, vale la pena por el bien de ellos. Lo mismo se puede hacer con los portales recreativos, los hobbies y los intereses personales de cada chico. * Cuando los niños se van haciendo mayores hay que enseñarles a no desperdiciar el tiempo en Internet. Resulta muy fácil dejarse absorber por el caudal de información que contiene, por las vías fáciles de comunicación electrónica, el chateo y otros intereses personales, al punto de que las horas se pasan volando. En esta época marcada por la tecnología, es muy importante enseñar a nuestros hijos (y aprender uno mismo) a usar la Internet con buen juicio. Si inculcamos esos principios a los niños durante la niñez, adquirirán buenos hábitos que los acompañarán toda la vida. Contenidos Nocivos Otro de los riesgos de la Internet es encontrarse inadvertidamente con imágenes o textos no aptos para menores. ¿Cuáles son los Riesgos? Los estudios demuestran que el 90% de los niños de entre 8 y 16 años han visto contenido sexual explícito al navegar por internet. ¿Qué hacían cuando sucedió eso? Según una de las investigaciones, la mayor parte de ellos se encontró con ese tipo de contenido al: * Navegar * Equivocarse en una letra al escribir la dirección de una página * Hacer clic en un enlace en una página web Recomendaciones * Emplear estrategias para reducir la exposición a contenido nocivo. Se les debe enseñar a los niños técnicas para realizar búsquedas de manera eficiente, navegar por Internet y procesar el correo electrónico. * Enseñar a los niños y jóvenes a reaccionar rápidamente (por ejemplo: reiniciando el navegador) para minimizar el daño de ese tipo de contenido. Hay que ayudarles a adquirir integridad moral de forma que decidan ignorar las páginas web perniciosas y pasar rápidamente a otra cosa. * Muchos buscadores ya vienen con la opción del filtro o modo de búsqueda segura escogido, pero por si acaso, se recomienda asegurarse. Ello brinda bastante protección contra textos o imágenes explícitos. * Explicar a los hijos que aunque busquen información empleando palabras completamente inocentes, los resultados de la búsqueda pueden llevarlos a páginas web dañinas. Una forma de evitarlo es leer detenidamente la descripción de la página o portal, y sólo entrar si están completamente seguros de que no hay peligro. Si no están seguros, no deben acceder a esa página sin antes preguntar a sus padres. Qué Hacer Cuando Sucede En algún momento los niños se encontrarán con algo indebido, ya sea en internet, en revistas, televisión u otros medios. No es sino cuestión de tiempo. No hay que hacer un drama cuando ocurre eso, sino más bien aprovechar la oportunidad para hablar del tema, inculcar valores y explicar a los hijos por qué conviene seguir las recomendaciones. A los niños hay que darles explicaciones, consejos y orientación, en función de sus necesidades y de su edad. Si alguien no sabe cómo abordar esos temas con sus niños y adolescentes puede buscar consejos e ideas en Internet, consultar libros sobre el tema o acudir a personas capacitadas. Hoy en día el uso generalizado de Internet forma parte de nuestra vida diaria, permitiéndonos acceder a información que en otros tiempos habría sido difícil o costosa de obtener. Esta red mundial de intercambio y comunicación ha aumentado y mejorado las oportunidades de aprendizaje. Ahora se puede fácilmente desde estudiar hasta hacer juegos educativos, mirar obras de consulta, buscar datos e información de todo tipo, encontrar consejos para hacer casi cualquier cosa, ver videos y cantidad de cosas más, en línea. Además nos permite estar en contacto con nuestros familiares y amigos.
Sería irracional descartar los numerosos beneficios que ofrece Internet; no obstante, puede ser también puerta abierta para toda clase de influencias malsanas y hay que cuidarse de eso, y además nos conviene tomar medidas prácticas de seguridad y protección. Inculcar Valores Como los niños carecen de experiencia, necesitan que les enseñemos gradualmente los valores por los que uno se debe guiar cuando se mueve por la red mundial. A la larga, esos principios morales que les hayan inculcado serán su mayor protección; es mucho más eficaz hacer eso que imponerles una serie de reglas. Porque llegará el día en que no podremos continuar supervisándolos; dentro de poco se convertirán en adolescentes y adultos y van a tener que tomar decisiones acertadas por su cuenta y escoger alejarse del peligro por convicción personal; ya no servirá el temor al castigo. Mientras nuestros hijos son chicos tenemos el honor de formar sus valores y principios; hagámoslo sabiamente. Riesgos de Carácter Social Desde un punto de vista social, la Internet puede volverse un mundo aparte ya que ofrece todo un caudal de posibilidades y descubrimientos a los niños y jóvenes. A veces los que son tímidos, a los que les cuesta expresarse en la vida real, pueden hacerlo con mayor facilidad en un mundo virtual; y en otros casos la Internet promueve mayor timidez, inseguridad y baja autoestima, puesto que no los motiva a esforzarse por mejorar su comunicación verbal y su forma de expresarse. Por otra parte está el peligro de la adicción a la Internet, y además la necesidad de que los menores tengan otro tipo de experiencias y realicen actividades variadas para desarrollarse óptimamente en todos los sentidos. Es importantísimo para los niños vivir experiencias de la vida real, que no impliquen el uso de una computadora y que les permitan cultivar sus habilidades prácticas y sociales, disfrutar del deporte y los juegos al aire libre, y mucho más. Las computadoras y la Internet jamás deberían reemplazar esos elementos que son fundamentales para los niños porque suponen vivir la vida plenamente y les aportan experiencia y perspectiva. ¿Cuánto Tiempo es Suficiente? Otro aspecto del uso de la Internet que los padres debemos tener en cuenta es la cantidad de tiempo que los chicos pasan frente al monitor. El contacto desmedido o innecesario con los computadores a una temprana edad puede inducir en los niños un apetito por estimulación visual constante que les quita las ganas de llevar un estilo de vida físicamente activo y entorpece su desarrollo social. Brindar a los hijos una amplia gama de actividades en la vida real es una de las estrategias más importantes para no sólo reducir los peligros de que hablábamos, sino también promover un buen desarrollo armonioso de todas las facetas de su mente, cuerpo y espíritu. La infancia debería ser una etapa llena de actividad, diversión, emociones, aventuras, y desafíos; no de la influencia aletargante que ejercen en los niños las computadoras. Cuando los niños todavía son pequeños, su personalidad está en formación; están viendo cómo encarar la vida y qué hacer con ella. Es muy triste que se pasen horas y horas ante un monitor. Los mayores deben inculcarles una forma de vida activa realizando actividades con ellos que los mantengan espabilados. Los chicos se quejarán y querrán volver a sentarse ante el computador, pero de ustedes depende descubrir formas de hacer más dinámica la vida de ellos, de motivarlos a salir a divertirse al aire libre en lugar de pasarse el día sentados en casa perdiendo el tiempo. Supervisión de los Padres Una de las mejores formas de proteger a los niños de las malas influencias de la Internet es simplemente supervisarlos. Los padres sabemos lo que es apropiado para los niños y lo que no lo es. Hay numerosos programas disponibles para controlar el uso de la Internet por parte de los hijos. Son programas diseñados para llevar a cabo distintas funciones, desde filtrar los portales que no son aptos para menores hasta poner un límite a la cantidad de tiempo que los niños pasan en línea. Los propios buscadores (Google, Firefox, Yahoo, etc.) tienen filtros opcionales incorporados. Pero cualquier medida de seguridad que se emplee no debería ser sino un complemento a la supervisión personal de los padres y a las pautas que se hayan establecido en cuanto al tiempo que pueden dedicar a la Internet, el uso que le van a dar, etc. La Internet puede ser una herramienta educativa fenomenal, por lo que emplear algún medio de filtrar las páginas inapropiadas incrementará la calidad de los resultados de sus búsquedas virtuales. Si optan por instalar un programa de seguridad en el computador que emplean sus hijos, aprovechen la oportunidad para enseñarles por qué lo hacen. Existe el riesgo de pensar que tras la instalación de esos programas sus hijos ya están a salvo y no necesitarán más supervisión ni instrucción de su parte. Pero los programas sólo protegen hasta cierto punto; aunque alivien ciertas inquietudes, sigue recayendo sobre nosotros la principal responsabilidad, que es asegurarnos de que aprendan ellos mismos a defenderse de las influencias nocivas. Cuando sus hijos crezcan no tendrán esos filtros ni otras restricciones externas, y para entonces lo único que funcionará es que tengan convicciones personales y entiendan por qué se deben evitar ciertos portales y páginas de Internet. Un proverbio chino dice «regala un pescado a un hombre y le darás comida para un día; enséñale a pescar y le darás de comer para el resto de su vida». Este refrán se puede aplicar a enseñar a nuestros jóvenes buenas técnicas para resolver problemas. Al principio puede que tome tiempo enseñar a los hijos a resolver problemas, pero cuenta con que se cosecharán dividendos a largo plazo a medida que aprenden a solucionarlos y tomar decisiones acertadas. Con frecuencia, los padres quedan atónitos al descubrir que si les brindan a sus hijos la oportunidad de resolver sus problemas a su manera son muy capaces e ingeniosos. Inevitablemente, todos los niños encaran innumerables problemas a lo largo de la vida. Son parte de su desarrollo. A medida que enfrentan esos retos aprenden a solucionarlos, lo cual es esencial para tener éxito en la vida. Los niños tienen una capacidad increíble y en buena parte desaprovechada para resolver situaciones. Vale la pena dedicar tiempo a enseñarles a resolver los problemas que se presentan. Saber solucionar problemas es una capacidad que vale la pena que cultiven mientras son pequeños y les será de gran utilidad en la vida. Sin embargo, los padres tendemos a intentar arreglar rápidamente el problema o darle al niño la solución en el acto. Si siempre tratas de resolver todos los problemas de tus hijos, atrofiarás su capacidad para resolver problemas por sí mismos. No trates de solucionar algo a menos que no tengas más remedio. Ayuda al niño a descubrirpor sí mismo la solución. Así demuestras que confías en que es capaz de resolverlo bien. Al principio tendrás que acompañar a tu hijo paso a paso mientras resuelve el problema, y puede que te tome mucho más tiempo que si lo resolvieras tú o le dieras la solución. Pero cuando resuelves el problema por tu hijo lo privas de la oportunidad de aprender una valiosa lección. Aunque es lento, el proceso de aprendizaje forma parte del desarrollo y crecimiento del niño. Sarita le pidió prestada una muñeca a su amiga, y mientras jugaba, le rompió el vestido a la muñeca. —¡Mamá, le rompí el vestido a la muñeca! —gimoteó Sarita. —No te preocupes. Esta noche lo coso y se la devuelves más tarde. Mamá solucionó el problema y Sara está contenta. Pero, ¿qué aprende Sara con este asunto? «Cuando tengo un problema, acudo a Mamá y lo soluciona.» La próxima vez que surja un contratiempo, Sarita correrá a Mamá para que lo resuelva. En este caso en que se rompió el vestido de la muñeca, la forma de solucionar el problema podría ser así: —¡Mamá, le rompí el vestido a la muñeca de Melisa! —Ay, caramba. Es un desgarrón bastante grande. Hum, ¿qué podemos hacer? —No sé. ¿Pedirle perdón a Melisa? —Eso estaría bien. Pero, ¿cómo crees que se sentirá si le devuelves la muñeca con el vestido roto? —Se pondrá triste. —¿Podemos hacer algo para evitarlo? —A lo mejor podríamos arreglarlo. ¿Podemos coserle el vestido? —¡Buena idea! ¿Qué te parece si esta noche le cosemos juntas el vestido a la muñeca? —¡Bueno! Mamá le ha enseñado a Sara a encontrar soluciones. Y al ayudar a su mamá a coser el vestido, Sara participa en la solución. La próxima vez que Sara enfrente un problema, seguramente acudirá a mamá para que la ayude, pero sabrá que hay formas de encontrar el remedio, y que ella puede y debe ocuparse en ello. A medida que ponga en práctica cada día este método de solucionar problemas, aprenderá a descubrir las soluciones por sí misma y adquirirá una destreza muy valiosa para toda la vida. No todos los problemas se resuelven tan fácilmente en la vida, y hay que ayudar a los hijos a entenderlo mientras encaran desafíos mayores. Los pasos que des a diario para animarlos a aprender cómo resolver los problemas les brindarán un recurso mejor para capear los obstáculos y dificultades cada vez más complejos que surjan a medida que se vuelven adultos. Enseña a tus hijos a asumir el reto de descubrir la solución a sus problemas, y les enseñarás una valiosa técnica que los beneficiará a lo largo de la vida. © La Familia Internacional. Usado con permiso. Es asombrosa la lucidez mental que tengo. Parece que el mundo de pronto aminorara la velocidad de su alocada marcha. Cada segundo se me hace una hora. El tiempo se ha detenido para observar mi caída. El mundo a mi alrededor es un caleidoscopio de colores que giran vertiginosamente. El cielo azul se funde con el repulsivo gris de la acera, y luego reaparece de nuevo. Me daría pánico si no fuera porque todavía no soy muy consciente de la realidad, seguramente a consecuencia del whisky.
Voy a morir. Es curioso, pero no tengo miedo. No sé por qué, me parece que en realidad no estoy aquí. Es como si observara a otro por una ventana. Es otro el que está a punto de morir. Pensarán que lo mío ha sido otro suicidio. Otro rico aproblemado que se tiró de un rascacielos. Buscarán en el lujoso ático donde vivía y encontrarán la botella medio vacía de whisky. Tal vez se publique una nota en el diario interpretando los motivos por los que salté. Pero en eso se equivocarán. No salté. Ojalá lo pudiera aclarar. Demostrar que estaba sentado en la baranda. Que lo que pasó fue que me incliné un poco más de la cuenta. Que no tengo ganas de matarme. Pero ya es tarde para eso. Lo que me molesta es que me recordarán así. Mis hijos crecerán pensando que su padre se quitó la vida. Jaime solo tiene cinco años. Mari Ángela apenas tiene dos. ¿Cómo se le explica algo así a una nena de dos años? Ojalá hubiera pasado más tiempo con ellos. También con mi esposa Celia. Quién sabe si no se habría ido ayer de haber pasado más tiempo con ella. Al fin y al cabo, ¿para qué? ¿El ascenso? Ya trabajo tantas horas extras que a este paso voy a batir un récord. Tratar de impresionar al jefe. ¿Cuándo fue eso? ¿Hace tres años? Heme aquí, socio en uno de los principales bufetes de abogados de la ciudad. Podrido de dinero. «El hombre del año» de la revista Time. Me tomó tanto tiempo llegar a la cumbre y, cuando por fin lo logré, me di cuenta que había abandonado todo lo que de verdad importa. De ahí el whisky. Los seres humanos somos muy poco inteligentes. Somos demasiado orgullosos para aprender de los errores ajenos; tenemos que meter la pata nosotros mismos. ¿Cuántos me habrán contado la tragedia de cómo perdieron a su familia por matarse de trabajar? Pero no, yo estaba seguro de que a mí jamás me pasaría. Parece mentira que Celia me soportara por tanto tiempo. ¿Es que estaba loco? Tenía una bella esposa y dos hijos encantadores con los que nunca pasaba tiempo. Antes de que ellos se levantaran ya estaba en el trabajo. Solo me veían si estaban despiertos cuando llegaba tarde por la noche. Ni siquiera estaba en casa los fines de semana. Mi jornada laboral era de 16 horas. ¿Cómo he podido ser tan estúpido? Es que creía que el dinero nos haría felices. Lamentable. Y luego ya no nos quedó nada que comprar. ¿Qué habré puesto en mi testamento? Ni lo recuerdo. Se lo habré dejado todo a Celia. ¿Qué hará con tantos millones? Regalarlos, probablemente. Nunca le importó el dinero. Casi todas las semanas me decía que el dinero no hace la felicidad. Y yo no la creía. Estoy acercándome al suelo; ya veo las hendiduras que separan las losas de la acera. Cierro los ojos y espero. Será de un momento a otro… Transcurre un minuto, luego otro. No quiero abrir los ojos, así que espero. Otro minuto, y otro más. Por fin, abro los ojos. Estoy en la cama. En casa. No estoy desparramado sobre la acera. Celia está acostada junto a mí. Un ruido molesto y persistente atrae mi atención. Es el despertador, avisándome que son las 5:30. Hora de levantarme para ir a la oficina. ¿Qué acaba de ocurrir? ¿Lo habré soñado? No puede haber sido un sueño. Lo recuerdo todo con claridad meridiana. La notificación de la demanda de divorcio que me había entregado Celia, el whisky que había estado bebiendo, la caída. Apago el despertador. Si no fue un sueño, la única conclusión es que se me ha dado otra oportunidad. Parecía una película. Lo que sea que fuera, me alegro de que no fuera real. Desconecto el teléfono que está junto a la cama y apago el despertador. Celia no se lo podrá creer cuando vea que todavía estoy aquí más tarde cuando se levante. Hace tres años que no me tomo unas vacaciones. Mañana iremos a la playa y nos quedaremos una semana. Si a mi jefe no le gusta, que me despida. No me importa. Total, quizá renuncie de todos modos. Le diré que me he dado cuenta de que en la vida hay cosas que valen más que el dinero. Josie Clark
Me crié entre arroyos y lagos. Tenía dieciséis años cuando fui a un balneario del Atlántico y vi el mar por primera vez. La noche en que llegamos iba caminado por el paseo marítimo y me aventuré hasta la punta de un muelle de madera. Cuando las primeras olas rompieron estruendosamente justo delante de mí, me aferré aterrorizada a la baranda. Desde entonces he sentido por el mar una mezcla de cariño y respeto. No soy buena nadadora, pero me encanta mirar el mar y sentir la arena entre los dedos de los pies. Me gusta incluso la sensación de ingravidez que tengo cuando una ola pequeña me levanta, siempre y cuando haya a mi lado algún objeto flotante al que pueda asirme. Así pues, cuando fuimos a pasar un verano junto al mar y mis dos hijos adolescentes se interesaron en una modalidad de surf llamada bodyboard, entendí su entusiasmo. Me parecía bien que se fueran a unos 100 metros de la playa, bien sujetos a sus tablas, a esperar la ola perfecta. Pero con el transcurso del tiempo se volvieron más audaces y empezaron a insistir en que la ola perfecta se hallaba cada vez más lejos. Yo me quedaba sentada en la playa observando aquellos puntitos —mis hijos— en medio de la inmensidad del mar, y pugnaba por controlar mi ansiedad. A veces los padres permitimos que nuestra inquietud dicte lo que les dejamos hacer a nuestros hijos. Si algo nos causa preocupación, automáticamente les prohibimos hacerlo, lo cual es un error. Pero en realidad la ansiedad tiene su lugar. Es señal de amor e interés. Es como una luz roja que nos indica que es necesario orar. A mí me parece que la preocupación puede ser beneficiosa cuando nos lleva a convertir nuestros pensamientos negativos, nuestra ansiedad, en una oración que puede generar un resultado positivo en determinada situación. Si bien es nuestro deber instruir a nuestros hijos y encaminarlos bien, en cierto momento conviene que nos retiremos y confiemos en que el Señor evitará que les pase algo grave. A medida que los niños crecen, necesitan verse expuestos a una gama cada vez más amplia de experiencias. Es preciso que aprendan a responsabilizarse de sus actos y a orar por sí solos cuando estén en medio de la inmensidad del mar. De todos modos, se sienten más seguros si saben que sus padres están en la orilla, que velan por ellos y no cejan de orar por su bienestar. Uno de mis hijos vivió un momento de pánico cuando una ola lo tomó por sorpresa y lo revolcó, y se le soltó la cuerda que lo sujetaba a la tabla. Temió que se fuera a ahogar, pero recordó que yo estaba en la playa orando por él, y él también rogó a Dios. En ese instante, tuvo la certeza de que se salvaría; y así fue. A medida que mis hijos van haciéndose mayores e independizándose, pienso en lo importante que es que sepan que tienen una madre que ora por ellos. Eso les recuerda que deben acudir a Dios en los momentos de angustia. Yo no puedo estar con ellos y sostenerlos, pero Él sí. No puedo satisfacer todas sus necesidades ni resolver todos sus problemas, pero Él puede obrar milagros por ellos si ponen su fe en acción y oran. Publicado originalmente en la revista Conectate. Usado con permiso. Josie Clark
Creo que con mis hijos he cometido demasiadas veces el error de expresar mi empatía de formas que ellos interpretaron como asunción de responsabilidad. Por ejemplo, cuando mi hijo tenía cinco años sufrió una vez un accidente. Acabábamos de conseguirle una bicicleta usada, y yo le había dicho claramente que no subiera a cierta loma hasta que su padre revisara los frenos y le enseñara a manejarlos. Pero desobedeció y lo hizo de todos modos. Los frenos funcionaban, pero él se asustó y no supo reaccionar. Bajó la cuesta a gran velocidad, se desvió hacia un maizal, volvió a meterse en la carretera y se cayó. No recuerda nada de lo que sucedió después. Lo encontraron con el mentón contra el asfalto y hubo que darle unos puntos. Yo luego quise mostrarme comprensiva y le dije: «Lo siento, hijo». Claro que lo sentía. Me sentía culpable por no haberlo vigilado más de cerca. Sentí su dolor cuando lo llevamos a toda prisa al hospital. Hasta el día de hoy me apena ver la cicatriz que le quedó. Pero de algún modo, el decirle: «Lo siento» ocasionó un malentendido. Hace unas semanas hablamos de ese accidente, que se produjo años atrás. Él todavía pensaba que por alguna razón había sido culpa mía. No recordaba la clara advertencia que yo le había hecho. No recordaba haber desobedecido. Solo recuerda que le dije: «Lo siento», y en aquel momento pensó que eso significaba que yo tenía la culpa, no él. Es fácil caer en el hábito de echarnos la culpa de cosas que en realidad no son culpa nuestra. Con el tiempo, eso puede llevar a los adolescentes a responsabilizar a sus padres de las malas consecuencias de las decisiones que ellos mismos tomaron. En realidad, si los padres se han encargado de enseñar a sus hijos a tomar decisiones atinadas y prudentes, cuando se producen accidentes o algo sale mal, normalmente la culpa es de los hijos por no haber hecho caso. Siento mucho que mi hijo desobedeciera. Siento mucho que se lastimara. Y siento mucho que se produjera ese malentendido. Siento mucho haberle dado la impresión de que era culpa mía cuando no lo era. Lo que debí haberle dicho es: «Lamento mucho que hayas desobedecido. Me apena mucho que no me escucharas. Me entristece mucho que haya sucedido esto; pero estoy segura de que has escarmentado y de que no volverás a cometer el mismo error». El final feliz de este episodio es que pude aclarar el malentendido con mi hijo, que hoy es un joven que se enfrenta a decisiones mucho más importantes que dónde andar en bicicleta. Sabe que siempre podrá contar con mi ayuda, mi amor y mi comprensión, pero también entiende que en última instancia es el responsable de las decisiones que tome. Tomado del Conectate. |
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