Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él. -Proverbios 22:6 Un día no muy distante tus hijos ya serán mayores y se marcharán. Entonces agradecerás haberles dado lo que necesitaban de pequeños. No habrá sido fácil. Te habrá costado muchos sacrificios, pero vale la pena. Joy, misionera y madre de una familia numerosa, lo expresa de la siguiente manera: Actualmente veo la maternidad desde otra perspectiva. Ya pasé la etapa inicial de cambiar pañales y dar de mamar a media noche, de sentar a los niños en la bacinilla y curar innumerables raspones en las rodillas. Ahora soy abuela además de madre. Mis hijos menores todavía viven conmigo, pero los mayores ya se han casado y han empezado a darme nietos. A los matrimonios jóvenes que inician la ascensión de lo que parece una montaña insuperable, quisiera decirles simplemente que vale la pena. Cuando observo a mis hijos que ya son adultos me invade una sensación muy grata, al constatar cómo ha obrado el Señor en su vida. Siento paz y renovado entusiasmo para cuidar de los pequeños que todavía están conmigo… Por eso, la próxima vez que te encuentres a media noche velando a un niño enfermo, sonriendo pese a las ganas de llorar, cantando para no perder la paciencia, limpiando naricitas mientras sueñas con el día en que harás grandes obras para Dios, no olvides que ya las estás haciendo. No lamentaremos una sola oración, una sola canción, una sola palabra de amor. Cada gesto de amor tiene un efecto perdurable en ellos. Al cabo de años de haberlo hecho todo por fe, gozaremos de la bendición de verlos convertidos en hombres y mujeres hechos y derechos. - Derek y Michelle Brookes[1] Si bien es cierto que el amor es un ingrediente esencial en la vida humana, el deber de los padres va mucho más allá. El amor sin instrucción no va a producir niños disciplinados, con dominio de sí mismos y respeto por sus semejantes. El afecto y la calidez son el fundamento de la salud mental y física, pero no sustituto de la buena formación y orientación. La mayor debacle social de este siglo es la creencia de que el amor, prodigado en abundancia, torna innecesaria la disciplina. Los niños respetuosos y conscientes de sus obligaciones provienen de hogares donde hay una buena combinación de amor y disciplina. El amor y la disciplina no se contraponen; la segunda es una función del primero. Los padres deben estar convencidos de que el castigo no es algo que se inflige al niño, sino que lo corregimos para ayudarlo. La actitud del progenitor ante el chico desobediente debe ser: «Te quiero demasiado para permitir que te comportes de esa manera». James Dobson[2] En el Salmo 127, el rey Salomón describe a los hijos como saetas en manos del valiente… Vaya —reflexioné—, debo considerar a mis hijos… ¡como saetas! Se supone que tengan dirección y un propósito, y lleven consigo el potencial de marcar una diferencia y causar un impacto. En cierto modo, yo llevaba a los míos en mi aljaba, esperando que un día crecieran y hallaran su propia aljaba… muy pronto se volvió patente que los objetivos que debía inculcarles eran para cultivar su personalidad, no para empujarles a cierta carrera en particular. No deseo encasillar a mis hijos menores en pequeños moldes que he creado. Hay demasiados padres que crean moldes y tratan de forzar a sus hijos a encajar en ellos. Pero eso solo hiere sus corazoncitos al igual que un par de zapatos inadecuados les harían daño en los pies. Los niños que han sido reprimidos terminan con ampollas emocionales que les dificultan el caminar e incluso el pararse por sí mismos. Decidí atesorar principios, fibra moral e integridad más que calificaciones o notas, triunfos deportivos y pulcros dormitorios. Para no establecer metas demasiado restrictivas, me hice la siguiente pregunta: ¿Mi hijo puede llegar a ser un juez o en humorista; un famoso cirujano o un basurero responsable; un analista de inversiones o un experto jardinero, y aún así alcanzar las metas que le he propuesto? Si mi respuesta es afirmativa, mis objetivos probablemente sean ecuánimes y mi molde más amplio. Decidí cumplir mi meta elaborando una lista de tres a cinco cualidades que deseaba que caracterizaran la vida de cada uno de mis hijos cuando abandonaran el nido. ¡Sabía que no podría manejar más que eso! Incluí en la lista diversos rasgos como honestidad, generosidad, compromiso con su familia, satisfacción y ser independientes. Esto puede variar acorde con la personalidad de cada niño y cambiar con el tiempo, dependiendo en ocasiones de mi madurez como madre… Completar este ejercicio me brindó una guía y un propósito definitivo en mi labor de maternidad. He hallado diversas metas que perseguir. Si notaba en la vida de uno de mis hijos algún rasgo negativo que había decidió no tolerar, sabía que era tiempo de intervenir. - Gwendolyn Mitchell Diaz[3] Si consideras a tus hijos nimios e insignificantes, hablarás con ellos de cosas nimias e insignificantes. Tu comunicación con ellos será trivial y superficial. Y esa dimensión comunicativa se reflejará en su madurez. Dejarás detrás tuyo una generación de enanos atrofiados. Por otro lado, si ves a tus hijos como futuros padres, futuros dirigentes, futuros hombres y mujeres de Dios, y te aseguras de que a diario avanzan en dirección hacia ese papel tan importante, harás todo lo posible por moldear sus vidas hacia el ambicioso objetivo de convertirse en padres, dirigentes, y hombres y mujeres de Dios. - V. Gilbert Beers[4] Amarás, pues, al Señor tu Dios, y guardarás Sus ordenanzas, Sus estatutos, Sus decretos y Sus mandamientos, todos los días… Y las enseñaréis a vuestros hijos, hablando de ellas cuando te sientes en tu casa, cuando andes por el camino, cuando te acuestes, y cuando te levantes. Deuteronomio 11:1, 19 Recompilación gentileza de www.anchor.tfionline.com. Foto de Wikimedia Commons.
[1] ¿De dónde sacar fuerzas? (Aurora Production AG, 2004). [2] Atrévete a disciplinar (Tyndale House Publishers, 1975). [3] Mighty Mom’s Secrets for Raising Super Kids (RiverOak Publishing, 2001). [4] Parents: Talk with Your Children (Harvest House Publishers, 1988).
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Anna Theresa Koltes Era un día primaveral, perfecto. Una brisa suave, cálida y sugestiva anunciaba el comienzo de la estación. Todo el mundo a mi alrededor estaba de buen humor. Pero a menudo sucede que en días así, cuando menos nos lo imaginamos, Dios nos sorprende con pequeñas enseñanzas. Aquella mañana recibí una carta inesperada de un amigo. Contenía un terrible manchón de malas noticias, suficiente para hundir mi nave de felicidad y unas cuantas más. Quedé deshecha. De repente, la alegría de los demás me resultó molesta. Solo deseaba que todos se fueran y se llevaran consigo su buen humor. Todo tipo de pensamientos inquietantes se agolpaban en mi cabeza cuando recibí una llamada de mi vecina. —Me cambiaron la cita con el médico para esta tarde, pero tengo un inconveniente: no habrá nadie en casa para cuidar de Valerie. ¿Crees que podrías pasar un rato con ella hasta que yo vuelva? Con un último petardeo, mi nave se fue a pique. ¿Hacer de niñera? ¿Yo? Lo último que deseaba era contaminar la infantil inocencia de una niña con mi miserable estado de ánimo. Traté de escabullirme, pero finalmente acepté. «Pobre niña», pensé. Al rato estaba en su apartamento, estresada y de mal humor. Valerie entró corriendo —¡Tengo nuevos lápices de colores! —exclamó. Viendo que ella sonreía, esbocé una sonrisa forzada. —¿Quieres decir… que vamos a colorear? La nena asintió con la cabeza antes de desaparecer, y en un abrir y cerrar de ojos regresó con un maletín rojo lleno de útiles de dibujo. La verdad es que yo no tenía muchas ganas de colorear, pero hice de tripas corazón y ayudé a Valerie a volcar todo sobre la mesa. Pusimos un CD de Chaikovski y comenzamos a colorear una imagen de una mujer salvaje de larga cabellera multicolor. Sorprendentemente, el tiempo pasó volando, y me dejé transportar a una utopía de música clásica y creación artística. Bueno, no sé si se podría llamar artística; digamos que fue una terapia. Al cabo de tres horas habíamos creado varias obras abstractas y escuchado un montón de El lago de los cisnes, y yo había encontrado la paz. Ya con la mente despejada me di cuenta de que, aun cuando nos sobrevienen grandes decepciones o contrariedades, siempre hay una solución. La mía fue simple. Inesperada. Revitalizante. Y muy recomendable. Foto y texto gentileza de la revista Conéctate. Usado con permiso.
Procura mirarlos a los ojos. Transmíteles amor con los ojos. No les eches miradas acusadoras u ofendidas, como si quisieras demostrar su culpabilidad o su error. Más bien bríndales cariño, comprensión y aliento con la mirada. Hazles entender con tu tono de voz que los quieres mucho y los comprendes. Lo importante no es cuánto te comuniques con ellos; sólo que te comuniques. Procura entablar contacto con ellos cada día, con una mirada, una palmada o una palabra de ánimo que te sirva de punto de partida. ¡Eso dará lugar a más! Proporciónales la ayuda y el apoyo que necesiten. A esa edad, se sienten muy inseguros, como zarandeados en un mar embravecido. ¡Sé el faro que buscan! Pueden contar contigo Al orientarlos y corregirlos, habrá veces en que tendrás que fijarles límites y ponerte firme con ellos; pero a medida que se hagan mayores, tu influencia en ellos será menos directa. Pasarás de ser padre a ser amigo; pero no uno de esos amigos con los que todo vale, sino uno que sea franco con ellos porque los ama; un amigo con el que puedan contar, que más que juzgarlos, los ayude; un amigo en el que encuentren apoyo, no una persona a la que eviten o a quien le oculten lo que hacen. Que sepan que pueden contar contigo. Si tienes cuidado con todos esos detalles que, a su modo de ver, cuadran con la clase de persona que ellos consideran que debes ser, fomentarás su confianza en ti. En caso de que cometas el error de perder los estribos, de irte a un extremo, de asustarlos o hacer que se encierren en su mundo, tendrás que pedirles perdón. Explícales que quieres cambiar. Si eres humilde y reconoces que tú también tienes tus debilidades y necesitas ayuda en muchos sentidos, ellos se sentirán animados, aunque no lo exterioricen, pues verán que eres sincero y que les confías una parte sensible de tu vida. Está claro que necesitan y quieren que los ayudes; pero tiene que ser según ciertas condiciones, a saber, cuando ellos lo pidan y de la forma que quieran. Naturalmente, si se han metido en un lío o andan muy mal encaminados, y te das cuenta de ello, tienes que intervenir. Dirígete a ellos y explícales la situación tal cual la ves. Otras formas de comunicarse Si no responden a tus esfuerzos para establecer comunicación, puede deberse a que no se atreven a hablarte a la cara, quizá porque no eres muy capaz de controlar tu ira o tus emociones y por ende temen tu reacción. En tal caso, anímalos a escribirte una nota, o a grabar en un dictáfono lo que te quieran decir y entregarte luego el casete para que lo escuches. De esa forma, podrán explayarse sin verse afectados por tu reacción inicial. Tú tendrás tiempo para reflexionar, ellos también y, una vez que los ánimos estén más calmados puedes conversar con ellos o bien contestarles por escrito si prefieres. Orienta sin entrometerte Los jóvenes se sienten inseguros con respecto a muchas cosas, y por eso a veces protegen celosamente el cercado de su vida para evitar intromisiones. No saben a ciencia cierta cuáles son las malas hierbas y cuáles las plantas buenas; pero sí están seguros de que no quieren que irrumpas en su vida y te pongas a arrancar lo que para ti son malezas. Quieren tomar esas decisiones por sí mismos. Aunque les guste que los guíes, por lo general no les agrada que te inmiscuyas constantemente en sus asuntos. Amor a pesar del silencio No dejes que el silencio te disuada. Sigue poniendo todo tu empeño en hablar y comunicarte con ellos. Dales muestras de afecto, como un abrazo, un beso o una palmada. Que sepan que pueden contar contigo, que te preocupas por ellos, que no hay nada que temer, que los escuchas, que estás atento a ellos. Todo eso contribuirá a que se sientan más seguros, aunque no lo admitan abiertamente ni lo demuestren con su reacción. A veces no quieren manifestar mucha debilidad delante de ti por miedo a que te pongas muy paternal y los trates como si fueran niños. Aprecia los momentos que pases con ellos Ten presente que tus hijos están haciéndose mayores y que es posible que no tarden en independizarse, por lo que los momentos que pases con ellos tienen mucho valor y deberían ser experiencias positivas y memorables que les dejen a todos un grato recuerdo. No te acalores por insignificancias. No vale la pena. Aunque te parezca importante discutir por algo, ¡no lo hagas! Primero que nada, manifiesta amor, aun en medio del conflicto. El amor nunca falla. Quizá tú estás muy enojado, pero lo más probable es que ellos también estén preocupados y confundidos. Las discusiones son infructuosas. Las expectativas se frustran. Las órdenes no dan resultado. En cambio, el amor es infalible. Intenta sobreponerte al enojo. Evita ser poco flexible. Que tus hijos no esperen de ti una mala reacción, sino al contrario, que sepan que vas a manifestarles amor. Si tienen la seguridad de que los amas, partiendo de esa base se puede solucionar lo que ande mal. Mantente abierto al diálogo y dales oportunidades de hablar contigo. ¡Hazte a un lado! ¡Déjalos respirar! Sorprende a tus hijos efectuando cambios en tu vida, en tu actitud y en tu visión de las cosas. Sorpréndelos con muchas novedades interesantes. Los jóvenes quieren sentirse orgullosos de sus padres. Les gusta que sean buena onda; pero más que nada lo que quieren es que sean personas cálidas que los apoyen y comprendan, que oren por ellos, que estén bien cerquita, a su lado, no como una manta sofocante, sino como un paraguas protector. Si eres de esos padres a los que les gusta llevar las riendas, que le arrebatan el lápiz al hijo para mostrarle cómo se hace la operación, tendrás que aprender a superar ese impulso de organizar su vida. ¡Hazte a un lado! Déjalos respirar. Ya saben lo que piensas. A estas alturas ya se lo has dicho suficientes veces. Levantar la voz, gritar, obligarlos, ponerte brusco, criticón o negativo, o dar a entender con lo que dices que esperas lo peor, es lo más desaconsejable que puedes hacer y lo que dará peores resultados. Lo más probable será que dejen de escucharte. Su vida es sagrada. No te pertenece; es de ellos. Llega un momento en que tienes que hacerte a un lado y pasarles el timón. Déjales los mandos. Que gobiernen el vehículo de su vida. Eso sí, quédate a su lado para ayudarlos y animarlos mientras aprenden. No te apresures a arrebatarles los mandos. Ya es tarde para eso. Están haciéndose mayores y van a aventurarse por su cuenta, con o sin tu beneplácito. Es difícil dejar de ser el jefe, pero tienes que hacerlo. Claro que tampoco te vayas al otro extremo y te vuelvas tan pasivo e indiferente que piensen que no te importa lo que hagan. Asume la función de amigo, de hincha, de animador, de fan, de admirador que tiene fe en ellos y los ama incondicionalmente aun cuando defrauden sus propias expectativas, o las tuyas. Espera lo mejor Lamentablemente, los jóvenes suelen cumplir las expectativas pesimistas de sus padres. Es preferible que tengas una actitud optimista y disimules tu decepción. Si esperas lo mejor de ellos, los impulsas a obrar bien; y cuando se porten mal les remorderá la conciencia, porque no quieren decepcionarte ni hacerte perder la confianza en ellos. En cambio, si perciben tu suspicacia, si se percatan de tus suposiciones y acusaciones, es posible que obren conforme a ellas. (En otras palabras, es fácil que uno obre mal cuando eso es lo que se espera de él; en cambio, a uno le cuesta menos obrar bien si los demás creen en él y dan por sentado que se portará bien.) Considera los errores como peldaños hacia el éxito Todo el mundo mete la pata. Los padres no pueden esperar que, siendo ellos pecadores, sus retoños sean unos santos. Que tus hijos vean que tú también eres humano y aprendes a fuerza de errores. Los jóvenes se desaniman porque cometen muchas equivocaciones; no se lo eches en cara. Procura hacerles ver lo beneficioso de aprender cosas tan importantes en la juventud. Fíjate en el provecho que se puede sacar de cada situación, y hazles ver que no hay mal que por bien no venga. Si le buscas a todo su lado bueno, incluso a tus hijos, ellos verán mucho de bueno en ti. Deja que lleven el timón mientras tú los animas Trata de ayudar y animar a tus hijos en sus puntos fuertes, pero no les pongas mucha presión. Quizá te gustaría que adquieran preparación o formación en cierto campo, que estudiaran algo que tú no pudiste estudiar. No obstante, llega un punto en que tienes que dejar de lado tus ideas personales y fijarte en lo que ellos quieren y son capaces de hacer. Insistiendo puedes darles la impresión de que haces caso omiso de sus preferencias y derechos. Aunque lo que tengas pensado para ellos sea lo mejor, aquello para lo que están más dotados, a ellos les gusta decidir por sí mismos qué talentos cultivar, ya que eso les brinda satisfacción y forma parte de su desarrollo. Es difícil hacerles cambiar sin cambiar tú mismo. Quizá te parezca que no hay forma de atravesar sus barreras. Por ser hijos tuyos, conocen muy bien cómo ejerces tu rol de progenitor, y han adoptado una actitud defensiva. Pero si te diriges a ellos como un amigo, no se mostrarán tan cerrados. Si los abordas como alguien que los ama y se interesa por ellos, que los valora como personas, eso es precisamente lo que quieren. Aprecian mucho que se les manifieste respeto, reconocimiento, apoyo y comprensión, que son los componentes básicos para que se sientan seguros mientras se hacen adultos. Extraído de "Urgente Tengo un adolescente" por Derek y Michelle Brookes. © Aurora Productions. Foto gentileza de la revista Conéctate.
Es un hecho esencial que crías bien a un hijo requiere tiempo y atención. Mientras tener hijos puede ser “hacer lo que te salga natural” ser un buen padre es mucho más complicado. Aquí hay 10 consejos para criar a un hijo con buen carácter.
Gentileza de http://es.wikihow.com/criar-a-un-ni%C3%B1o. Foto de lorenkerns via Flickr.
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