Versión navideña de 1 Corintios 13 Si adorno mi casa a la perfección con cintas de raso, guirnaldas de luces y brillantes esferas, pero no manifiesto amor, no soy sino una decoradora. Si me esclavizo en la cocina, horneo docenas de galletas navideñas, preparo cenasgourmet y las sirvo en mesas exquisitamente dispuestas, pero no manifiesto amor, no soy sino una cocinera. Si me ofrezco de voluntaria para servir en comedores solidarios, canto villancicos en hogares de ancianos y doy todo lo que tengo para obras de caridad, pero no manifiesto amor, de nada me sirve. Si arreglo el árbol con ángeles resplandecientes y copos de nieve tejidos a crochet, asisto a innumerables celebraciones y participo en la cantata de la iglesia, pero no pienso en Cristo, olvido lo principal. El amor deja de cocinar para abrazar a un hijo. El amor deja de lado la decoración para besar al esposo. El amor es bondadoso, aunque esté abrumado y cansado. El amor no envidia la casa del vecino o pariente donde se sirve la cena navideña en platos de porcelana fina sobre manteles bordados. El amor no grita a los niños para que dejen de estorbar; más bien agradece que estén ahí, por más que impidan el paso. El amor no da solo a quienes tienen medios para devolver el favor, sino que se alegra de ser generoso con los desfavorecidos. El amor todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta. El amor nunca decae. Los teléfonos inteligentes se rompen, los juguetes se olvidan, las bufandas y sombreros se pierden, la nueva computadora quedará desfasada; pero el don del amor perdurará. Gentileza de la revista Conéctate. Usado con permiso. Foto: Krystine Lovett/Flickr
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Renée Chang Ninguno de sus amigos y familiares entiende por qué decidió hacerlo. A la mayoría le gustaría despertarla de su insensatez. Sus objeciones tienen sentido. Al fin y al cabo, May ya tiene cerca de 45 años y vive sola desde que su hija se mudó a otra parte. Además se ha endeudado. El caso es que May está criando a una niña que su ex marido tuvo con otra mujer. May se casó joven y se divorció antes de los 25 años. Desde antes de separarse ya criaba sola a su primera hija, pues su marido era narcodependiente, y no hacía otra cosa que entrar y salir de la cárcel. Unos veinte años después, él reapareció de la nada y le pidió un favor. Había tenido una hija con otra mujer y quería que ella le gestionara la internación de la niña en un orfanato antes que él volviera a la cárcel. La pequeña Joline (se pronuncia Yolín) había sido abandonada por su madre y parecía destinada a pasar su vida en una institución. May optó por hacer las gestiones para quedarse con ella. Ya lleva cinco años criándola. No le ha resultado fácil. Trabaja arduamente para pagar las cuentas, y Joline no le da tregua. Sin embargo, nada la hace desistir. «Todos me dicen que Joline es una carga enorme y que no valen la pena los sacrificios que hago para criarla. Pero nadie me pregunta qué siento yo ni toma en cuenta las razones por las que lo hago. »Cuando terminó mi última relación, sentí que mi vida había perdido todo sentido, y que nunca tendría una familia normal. Sin embargo, la primera vez que vi la sonrisa de Joline y que ella me agarró un dedo con su manito, supe que había alguien que me quería y me necesitaba. Joline no es una carga; me trae amor y alegría». En ese momento Joline se acercó, echó sus brazos al cuello de May y le llenó las mejillas de besos. «Te quiero, mami. Eres la mejor del mundo». Como madre orgullosa que es, a May se le iluminó el rostro. Entonces caí en la cuenta de que May tenía razón, y de que las críticas que había recibido eran injustas. En lugar de dejar que las vicisitudes y avatares de la vida la sumieran en una espiral de autocompasión, optó por dar de lo que aún tiene. Y gracias a ello ha hallado la felicidad que tan esquiva le había sido. Gentileza de la revista Conéctate. Foto de Wilson Corral via Flickr.
Cuando de ser padres se trata, no hay fórmulas mágicas. Soy imperfecta como madre, y por lo tanto criaré hijos imperfectos. Debo apoyarme completamente en Jesús y andar por fe, seguir Su guía al criar a mis hijos. A lo que debo aspirar es a ser fiel. A tener fe y mantenerme fiel. Erika Dawson * Los padres exitosos disfrutan de ser padres. Disfrutan de ser padres no porque sea fácil ni porque reporte recompensas inmediatas sino por el puro gozo y privilegio que implica colaborar con Dios en la formación de otra vida más, única y preciosa. Cualquier padre de familia puede dar fe de que «crecen muy rápido». Los padres exitosos se lo recuerdan a sí mismos constantemente y procuran disfrutar de cada día con sus hijos. Se zambullen completamente en la crianza de sus hijos, todo lo posible, y se dedican a disfrutarlos, inclusive en las etapas de los pañales sucios, las enfermedades y las desilusiones. No solo aman a sus niños sino que los disfrutan y esperan con ilusión pasar tiempo con ellos. Los padres exitosos no esperan perfección, ni por parte de ellos mismos ni por la de sus hijos. Ser padres es un arte, no una ciencia. Los padres exitosos entienden que, al igual que ellos, sus hijos no son perfectos. Esto les permite amar a sus hijos libremente, sin reservas. Los padres exitosos no temen a los fracasos ocasionales. Les queda claro que es normal cometer errores, es más, que es saludable cometerlos, que son gajes del oficio. Tratan de tomar las mejores decisiones que pueden, y cuando se equivocan, aprenden de sus errores y tratan de hacerlo mejor la próxima vez. Los padres exitosos no albergan la falsa ilusión de que todo saldrá a la perfección. Los niños tienen opiniones propias, personalidades únicas y preferencias particulares. Inevitablemente, hacen que nos preguntemos de dónde sacan semejantes ocurrencias. Es nuestra responsabilidad fijarles ciertos límites y marcarles pautas que en algunos casos chocarán con sus crecientes anhelos de independencia. Los padres exitosos no se sorprenden ante las dificultades y los conflictos que se presentan; se los esperan. Sin embargo, los padres exitosos entienden que la responsabilidad que tienen para con sus hijos no es la de agradarlos siempre y hacer lo que los pone contentos: es tomar las decisiones difíciles que a la larga les convendrán. Los padres exitosos no hacen las cosas solos. Saben que nadie tiene toda la experiencia ni las solucionesa todos los retos que se presentan al educarlos. Los padres exitosos no se muestran reticentes a buscar la asesoría de otros. Saben que, al fin y al cabo, la decisión está en sus manos, pero que antes de tomarla, pueden asesorarse aprovechando la sabiduría que hay a su disposición. Richard Patterson, Jr. * En cierta ocasión, un grupo de madres discutía con gran solemnidad el valor de dedicar «momentos provechosos» a sus niños de edad preescolar. El consenso parecía ser que, por muy aburrido que fuese empujar carritos por el piso, jugar a las muñecas o armar una nave espacial con Legos, dichas actividades tenían algo de sagrado, que eran fundamentales para fortalecer lazos con sus pequeños. De pronto, se escuchó la voz de una madre por encima del resto, y dijo: «Lo siento, pero yo soy tajante con mi hija mayor en estas cosas. Simplemente le digo que no juego a las Barbies». Lo dijo con tanta convicción que todas las demás se quedaron descolocadas… y terminamos hablando de qué podían considerarse «momentos provechosos». Conversamos sobre cómo eso de aspirar a pasar momentos provechosos puede convertirse en una verdadera carga, un concepto estresante cargado de exigencia y sentido del deber que hace que se pierda la parte del disfrute en las actividades que realizamos con nuestros hijos. A veces, los mejores momentos con nuestros niños se dan cuando no están presentes los elementos de la obligación o el sacrificio. Los momentos placenteros que se dan espontáneamente siempre parecen ser más significativos que las horas jugando a las Barbies o a las figuritas. Como dijo alguien una vez: «La felicidad se disfruta, no se enseña». Nancy Samalin con Catherine King * La manera más segura de enseñarles algo a sus hijos es por medio del ejemplo que les dan; no de lo que les predican ni lo que les dicen que deben hacer, sino de aquello en lo que ustedes creen y aplican. Jesús, hablando en profecía * Cuando los padres tienen suficiente valor como para disculparse con sus hijos por sus errores o falencias, modelan muy efectivamente lo que significa depender de Dios. Cuando uno es abierto y transparente ante Dios y sus hijos, lo que transmite es que, «a pesar de ser mucho mayor, yo también dependo de Jesús, y es así como quiero que también dependan ustedes de Él». Otro beneficio de mostrar apertura ante Dios y sus hijos es que los motivará a acercarse a ustedes y buscarlos para hablar de sus sentimientos más profundos. Es más probable que les cuenten sus problemas y debilidades si les consta que ustedes también han transitado ese camino. Pensarán: «Mamá no se enojará conmigo porque a ella también le pasó algo similar…». Muéstrale a tu niño o niña tu dependencia del envolvente amor de Dios y de Su fuerza en tu vida. Sé modelo de la sumisión al Señor para que tus hijos al verla aprendan a someterle también su vida a Dios. Kevin Leman * ¿Alguna vez has observado a una pata con sus patitos? La pata parece de lo más serena, tranquila y despreocupada nadando por la laguna con sus pequeñuelos. Sin embargo, los vigila en todo momento. Ella es la viva imagen de cómo deseo que seas tú. La serenidad de espíritu reflejada por esa patita es lo que va a ayudar a tus pequeños a sentirse seguros. Nunca te va a alcanzar el tiempo para hacer todo lo que tienes que hacer, pero no dejes que eso te ponga nerviosa y frenética. Haz un esfuerzo por conservar la calma y transmitirle ese mismo espíritu al niño. Cuando las presiones se multipliquen, detente un momento y cierra los ojos. Pídeme que te llene de la perfecta paz que proviene de confiar en Mí. Jesús, hablando en profecía * A las montañas levanto mis ojos; ¿de dónde ha de venir mi ayuda? Mi ayuda proviene del Señor, creador del cielo y de la tierra. Salmo 121:1–2 * Él fortalece al cansado y acrecienta las fuerzas del débil. Aun los jóvenes se cansan, se fatigan, y los muchachos tropiezan y caen; pero los que confían en el Señor renovarán sus fuerzas; volarán como las águilas: correrán y no se fatigarán, caminarán y no se cansarán. Isaías 40:29–31 Text courtesy of www.anchor.tfionline.com. Photo copyright: alexandralexey / 123RF Stock Photo Llevé de compras a mi hija Helen (de ocho años), y a mi hijo Brandon (de cinco) a la plaza comercial Cloverleaf, en Hattiesburg. Cuando nos acercábamos a la plaza, de pronto vimos un inmenso camión tipo tráiler —de esos de dieciocho ruedas— con un enorme letrero que decía «zoológico interactivo», estacionado en la entrada. De inmediato los niños, emocionados, empezaron a preguntarme: —Papá, papá, ¿podemos ir? ¡Por favor! ¡Déjanos ir! —Claro —les respondí. Y enseguida les di unas monedas y seguí camino hacia la tienda departamental. Salieron disparados, cosa que me dio el tiempo justo que necesitaba para ponerme a buscar una caladora —una sierra especial para contornos— que quería comprar. Los zoológicos interactivos se montan colocando una cerca portátil en un centro comercial para cerrar un espacio y echando unos quince centímetros de aserrín donde ponen varios animalitos de todo tipo. Pagando unas monedas, a los niños les dan acceso al área cercada donde pueden acariciar, felices, a las criaturitas mientras sus padres se dedican a hacer compras. Unos minutos más tarde, me volví y vi que Helen caminaba detrás de mí. Me sorprendió que hubiese preferido venir a la ferretería conmigo en vez de ir a ver los animales del zoológico interactivo. Además, pensaba que los niños tenían que esperar a que sus padres pasaran a recogerlos para poder salir. Me incliné a preguntarle qué había pasado. Me miró con sus enormes ojos marrones y me dijo con tristeza: —Lo que pasa, papi, es que cuesta cincuenta centavos. Y como nos diste veinticinco a cada uno, yo le regalé mi parte a Brandon para que le alcanzara para entrar—. Tras lo cual dijo la frase más hermosa que haya escuchado jamás. Repitió el lema de nuestra familia: «¡El amor es acción!» Le había dado su parte a Brandon, cuando no hay ser humano en esta tierra que tenga la fascinación por los animalitos que tiene Helen. Nos había visto a mí y a mi esposa practicar y decir «el amor es acción» por años en casa. Lo había escuchado y ahora lo había incorporado a su joven vida. Se había vuelto parte de ella. ¿Qué creen que hice? Pues bien, seguramente no lo que imaginan. Primero, nos dirigimos hacia el zoológico, ya que Brandon se había quedado solo. Nos situamos junto a la cerca y miramos cómo Brandon acariciaba a los animales, fascinado. Con las manos y la barbilla apoyadas sobre la cerca, Helen se quedó mirando a Brandon. Mientras tanto, los cincuenta centavos que yo tenía en el bolsillo por poco me quemaban, pero en ningún momento se los ofrecí a Helen, ni ella me los pidió. Porque ella sabía bien que el lema familiar no rezaba en realidad «el amor es acción», sino «el amor es una acción que conlleva SACRIFICIO». Al amar siempre se paga un precio. Amar cuesta. Amar sale caro. Cuando uno ama, los beneficios se acumulan en cuenta ajena. El amor es para el otro, no para uno mismo. El amor da, no toma. Helen le dio su moneda a Brandon y quiso llevar las cosas hasta el extremo, hasta haber aprendido la lección. Quiso experimentar ese lema familiar. El amor es una acción que conlleva sacrificio. - Dave Simmons, «Papá, el coach de la familia». Gentileza de Anchor. Usado con permiso. Tammy Matsuoka En un colegio de enseñanza elemental, durante una semana de clases sobre moralejas, se pidió a los alumnos de primer grado que formularan la que a su juicio sería la mejor conclusión de la conocida fábula de la Cigarra y la Hormiga. En la conocida fábula de Esopo, la Cigarra deja pasar inútilmente los meses del verano tocando el violín mientras la Hormiga almacena con laboriosidad alimento para el invierno. Cuando por fin llegó el frío, la laboriosa Hormiga y sus compañeras estaban a salvo y con todo lo que necesitaban, mientras la Cigarra tuvo que buscarse la vida y acabó por morirse de hambre. Se pidió a los niños que dibujaran y reescribieran a su manera el final del cuento, con la diferencia de que la Cigarra debía pedir ayuda a la Hormiga. Aproximadamente la mitad adoptó la opinión general de que como la Cigarra no se lo merecía, la Hormiga no le quiso ayudar. La otra mitad cambió el final de modo que la Hormiga dijera al otro insecto que tenía que aprender esa lección, y luego le dio la mitad de lo que tenía. Seguidamente, un niño se puso de pie y dio esta versión: cuando la Cigarra rogó a la hormiga que le diera alimento, esta le dio sin vacilar todo lo que tenía. No la mitad ni la mayor parte, sino todo. Sin embargo, el niño no terminó ahí el relato, y alegremente continuó: «Como la Hormiga no tenía comida, se murió. Pero entonces la Cigarra se quedó tan triste que le dijo a todo el mundo lo que había hecho la Hormiga para salvarle la vida. Y así fue una cigarra buena.» Cuando me contaron esta anécdota, pensé dos cosas: en primer lugar me recordó lo que significó para Jesús entregarse. No se quedó corto a la hora de salvarnos ni dijo que no nos lo merecíamos; se entregó de lleno para que aprendiéramos a ser buenos. Gracias a que sacrificó del todo Su vida obtuvimos el regalo de la vida eterna. Como cuando la Hormiga murió por la Cigarra en la nueva versión de la clásica fábula según aquel niño de seis años. Y para nosotros tampoco debería ser ese el final. Por gratitud, deberíamos imitar el ejemplo del Señor y entregarnos de lleno hablando de las muchas maravillas que ha hecho por nosotros. En segundo lugar, aprendí lo que significa entregarse del todo. No se da de verdad hasta que duele. Eso sí, cuando se da de verdad se multiplica muchas veces. Gentileza de la revista Conéctate. Foto de Wikimedia Commons.
P.: Creo que algo anda mal, pero mi hijo no me quiere decir lo que es. Me gustaría creer que no me oculta nada. ¿Qué puedo hacer para que se anime a sincerarse conmigo y me cuente lo que le ocurre? ¿Cómo lo convenzo de que, pase lo que pase, siempre lo querré, y de que puede hablarme con franqueza? Ir aprendiendo y madurando juntos en vez de distanciarse Es muy penoso sentirse cada vez más rechazado y terminar totalmente excluido de la vida interior de un hijo o de un amigo con el cual se ha disfrutado de una estrecha relación y buena comunicación. Muchos padres pasan por esa experiencia cuando sus hijos se hacen mayores y se van transformando. Se produce un distanciamiento gradual y una separación. Pero esa separación no tiene por qué ser dolorosa. Padres e hijos pueden ir aprendiendo y madurando juntos en vez de distanciarse. Para eso hace falta mucha comunicación y comprensión, y que unos y otros estén dispuestos a hacer concesiones. Los padres deben actualizar continuamente su manera de pensar, evaluar cada cierto tiempo su función y reconocer en sus hijos las personas en que se están convirtiendo. Los chicos están cambiando, desarrollándose y creciendo ante sus propios ojos. No es fácil seguir su ritmo de crecimiento y cambio. No se trata únicamente de cambios físicos y hormonales, sino también de muchas grandes transformaciones que tienen lugar en el plano emocional, mental, social y espiritual. Para mantenerse al tanto de la evolución de un joven, los padres deben reevaluar constantemente su papel, hacer un esfuerzo por comprenderlo, buscar nuevas formas de relacionarse con él e ir modificando sus expectativas. Si no quieren quedarse atrás, tienen que adaptarse y cambiar junto con él. Modifica tu rol a medida que se hacen mayores Tu relación con tus hijos adolescentes no puede seguir siendo la misma que tenías con ellos cuando eran niños; tiene que pasar a ser una relación de padre a amigo, o de amigo a amigo. Si deseas que tus hijos te escuchen y quieres poder comunicarte con ellos, debes abandonar un poco tu papel de padre. Ellos tienen que percibir que los entiendes como personas. Les parece que su individualidad e independencia sólo pueden florecer dejando atrás la relación padre-hijo que tenían contigo. Creen que deben salirse de ese molde para poder desarrollarse y tener un pensamiento autónomo. Los padres que desean mantener invariable su relación con sus hijos y quieren que estos sigan sujetos a ellos y a su forma de hacer las cosas encuentran cada vez más dificultades para comunicarse con sus niños. No tienen en cuenta que éstos están cambiando y haciéndose mayores. Actualiza tus tácticas y programas La clave para salvaguardar la comunicación es estar al tanto de lo que sucede en su vida. Mantente al corriente de lo que hacen. Asómate a su mundo para ver cómo les va y en qué andan. Realiza con ellos actividades que les gusten. Sé considerado. Evalúa tu relación con ellos regularmente, y procura estrecharla. Fíjate bien en lo que haces con ellos y en cuánto tiempo les dedicas. ¿Cómo los tratas? ¿Cómo les hablas? La relación de los padres con sus hijos es comparable a un programa computacional que hay que actualizar con frecuencia para satisfacer necesidades cambiantes y ajustarse a la demanda. Los jóvenes crean situaciones límite que ponen a prueba nuestra última versión del programa. Por eso, si deseas tener una excelente comunicación con tus hijos debes dedicar tiempo a enterarte de sus necesidades. No puedes seguir tal como estás, sin avanzar. Tienes que actualizarte. Eso da bastante trabajo y representa una inversión de tu parte. Sintoniza con ellos, ponte al corriente de cómo están y de lo que ocurre en su vida. Si no tienes ni idea, tómate tiempo para averiguarlo. Fomenta el entendimiento A veces la falta de comunicación de los jóvenes se debe a que algo anda mal o a que te quieren ocultar algún hecho. Es frecuente que los adolescentes no se comuniquen con sus padres porque ya no tienen mucho en común con ellos. Si les parece que no hay muchos puntos de coincidencia, se imaginan que no los vas a comprender. Hay muchas maneras de fomentar el entendimiento. Interésate, por ejemplo, en el grupo etario de tus hijos. Pidiéndoles que te ayuden a comprender a los chicos de su edad sentarás las bases para una comunicación más profunda y personal. Hazles preguntas sinceras y deja que te expliquen, por ejemplo, por qué las cosas son como son, o por qué la gente de su edad piensa, actúa o se viste de cierta forma. Si tus hijos ven que tus preguntas están motivadas por un auténtico deseo de entenderlos, se sentirán honrados de que los respetes como individuos y consideres que te pueden ayudar a comprender ciertas cosas. Muchas veces, al explicarte algo, ellos mismos llegarán a entenderlo mejor. En los momentos en que trates de entablar comunicación con ellos, evita hacer declaraciones tajantes. Si te parece que debes dar una opinión, hazlo sin apasionamiento, indicando claramente que el debate sigue abierto. En tales situaciones, evita emitir juicios e imponer reglas. Concéntrate en comprender a tus hijos y establecer comunicación. Valóralos como personas Cuando tus hijos ven que tratas de acercarte a ellos, que te esfuerzas por entenderlos y que hasta les pides ayuda, se sienten maduros y se dan cuenta de que son importantes para ti. Se sienten a gusto al ver que los valoras como personas, que respetas su visión de las cosas y sus opiniones y que consideras que se les puede pedir ayuda y consejo. Entienden, entonces, que no solo los ves como tus hijos, sino más que eso: como amigos. Es de suma importancia manifestar respeto a los jóvenes para sentar las bases de una buena comunicación. Si tus hijos ven que los respetas, se animarán a confiarte sus asuntos personales y las situaciones más peliagudas que se les presenten. Gánate su confianza respetando sus confidencias Para saber cómo reaccionarás con ellos, los jóvenes se guían por tus reacciones ante otras personas en situaciones parecidas o con un problema semejante. Así es como deducen si es seguro plantearte determinada cuestión. Así saben ellos lo que pueden hacer, o en todo caso lo que no te pueden decir que hacen. Cuando un joven se siente a gusto consigo mismo es menos probable que se sienta atraído por corrientes negativas. A los jóvenes les gusta tener la seguridad de que mantendrás en la mayor reserva lo que te cuentan, que no lo comentarás por ahí, y menos a personas que ellos no quieren que lo sepan o en quienes no confían tanto. Si te confiesan algo íntimo, esperan que guardes el secreto. Es muy importante respetar la confianza que depositan en ti y no cometer el desliz de revelar lo que te cuenten en secreto a personas que no necesitan saberlo ni tienen nada que ver con ello. Aunque a ti no te parezca muy grave, para ellos sí lo es. En qué casos no se debe intervenir A veces, cuando un joven habla con sus padres de una dificultad que tiene, éstos se apresuran a tomar las riendas de la situación y resolverla por él. Pero por lo general no es eso lo que el chico quiere. Si vas a resolver asuntos suyos, consúltales primero. Diles tu parecer y, antes de actuar, pregúntales cuál es el suyo y pide su consentimiento. Con frecuencia, los jóvenes tienen una opinión muy formada sobre cómo quieren que participes y los ayudes, y desean que tu intervención no pase de ciertos límites. En la mayoría de los casos sólo necesitan a alguien que los escuche, que les dé una recomendación sin meterlos en líos. Tu función consiste en apoyarlos, prestarles oído y ayudarlos a decidir lo que deben hacer. No necesariamente quieren que intervengas tanto como cuando eran niños. Es posible que tus hijos vacilen en confiarte cuestiones serias porque temen que te lanzarás a la carga con la caballería y será difícil detenerte; o que una vez que te enteres de la situación escapará de su control. No quieren que te metas de golpe y les hagas pasar vergüenza, ni que los excluyas de lo que consideran que es su vida y sus asuntos privados. Sé una influencia positiva, pero no intimidante No es que no puedas hablar con ellos libremente de las cosas que te preocupan, pero es importante que busques el momento oportuno y que las presentes como es debido. A veces tendrás que preguntarles directamente algo que te inquieta; pero no des la impresión de que sospechas de ellos ni hagas que se sientan acusados. Puedes preguntarles a quemarropa si se drogan, pero también puedes ser menos directo y decir: «Algún día te ofrecerán drogas. Las drogas destrozan a muchos jóvenes casi sin que se den cuenta. Espero que las rechaces; pero en todo caso, dímelo, que quiero ayudarte.» A nadie le gusta encontrarse solo cuando se mete en un lío, y menos a los adolescentes. No quieren perder todo lo que han ganado en cuanto a madurez recibiendo un montón de ayuda de sus padres. Debes intentar ayudarlos con delicadeza. Si los tratas con respeto, ellos a la vez confiarán en ti y te respetarán. Te verán como una influencia positiva, pero no intimidante; como un amigo estable, de confianza, dispuesto a dar una mano. Extraído de "Urgente, Tengo Un Adolescente" por Derek y Michelle Brookes. © Aurora Productions. Foto de photostock / freedigitalphotos.net
Theresa Leclerc Cuando era adolescente estaba convencida de que me las sabía todas. Aunque me sentía muy insegura, tenía opiniones sobre todo, opiniones tajantes. En retrospectiva, me da pena por mis padres. No me cabe duda de que les di mucha guerra, sobre todo durante la adolescencia. No me gustaba que fueran más estrictos que los de otros jóvenes. Eso me llevó a alejarme de ellos, como hacen muchos chicos a esa edad. Estaba segura de que no me entendían, y en realidad así era. Ninguno de mis hermanos mayores se había sentido como yo. Yo lo cuestionaba todo, y me costaba acatar las reglas. Sin embargo, por fuerte que fuera mi carácter, lo único que deseaba era encontrar a alguien que realmente me comprendiera. Una vez asistí a una reunión en la que yo era la única joven. Mientras las personas mayores conversaban en pequeños grupos, me senté sola en un rincón a observar. En eso se acercó una señora llamada Joy, y nos pusimos a charlar. Al cabo de un rato le abrí el corazón y le conté mis cuitas. Pensé que me iba a sermonear, pero no hizo otra cosa que escucharme. Con su actitud me dio a entender que se interesaba por mí. En ningún momento me puso en mi lugar ni trató de hacerme cambiar de opinión; simplemente procuró comprenderme. A raíz de esa conversación nació entre nosotras una amistad que duró siete años, hasta que ella falleció. Me apoyó tanto en la fortuna como en la adversidad. Dábamos caminatas juntas y a veces nos escribíamos notitas sobre cosas que nos resultaba difícil decirnos en persona. Aun cuando se trasladó a otra ciudad, lejos de donde yo vivo, nos mantuvimos en comunicación por teléfono y por correo electrónico. Buena parte de esos siete años ella estuvo tan enferma que la muerte la acechaba en todo momento. Sin embargo, nunca la oí quejarse. Siempre estaba chispeante y se interesaba profundamente por los demás. Ella me hizo ver algo importante: que mi personalidad no tenía nada de malo. Al mismo tiempo me enseñó a procurar entender los sentimientos de la gente, a no prestar tanta atención a las apariencias y a veces ni siquiera a las palabras que se dicen, a aceptar a las personas tal como son y manifestarles amor incondicional. Aunque damos la impresión de ser muy diferentes unos de otros, en el fondo no es así: todos ansiamos el cariño, la comprensión y la aprobación de los demás. Cuando alguien ve nuestra necesidad y la satisface, nos transformamos. Gentileza de la revista Conéctate. Foto: Photostock/Freedigitalimages.net
La Navidad tiene por objeto el amor. Tiene por finalidad la alegría, la generosidad, la risa, el reencuentro de parientes y amigos en medio de luces y adornos multicolores. Pero ante todo la Navidad tiene por objeto el amor. No quedé convencida de ello hasta que un alumno vivaracho, algo travieso, candoroso y de sonrosadas mejillas me hizo un regalo maravilloso cierto año por esas fechas. Mark era un huérfano de 11 años que vivía con una tía de mediana edad, amargada por tener que haberse hecho cargo del hijo de su hermana cuando ésta murió. Constantemente le recordaba al pequeño Mark que de no haber sido por la generosidad de ella, él habría terminado abandonado en la calle. Pero a pesar de la frialdad y las continuas regañinas, era un chiquillo encantador y servicial. No había reparado en Mark de manera especial hasta que empezó a quedarse todos los días al terminar la clase (a riesgo de enojar a su tía, según descubrí más tarde) para ayudarme a limpiar y poner en orden el aula. Lo hacíamos tranquilamente y sin hablar mucho, pero disfrutando de la soledad de aquella hora del día. Las pocas veces que conversábamos, Mark me hablaba más que nada de su madre. Aunque era bastante pequeño cuando ella falleció, la recordaba como una señora muy tierna y cariñosa que pasaba mucho tiempo con él. Cuando faltaba poco para Navidad, Mark dejó de quedarse después de clase. Siempre esperaba con ilusión su llegada, y cuando vi que pasaban los días y seguía marchándose tan frescamente al final de la jornada, le pregunté una tardé por qué no me ayudaba como antes. Le dije que lo extrañaba, y se le iluminaron sus grises ojazos mientras me preguntó: —¿De verdad? Le expliqué que había sido mi mejor ayudante. —Es que le estoy preparando una sorpresa —susurró en todo confidencial para Navidad. Se ruborizó y salió disparado. No volvió a quedarse más después de clase. Por fin llegó el último día de escuela antes de las vacaciones navideñas. Hacia el final de la tarde, Mark entró sigilosamente en el aula. Traía algo oculto a sus espaldas. —Le traigo su regalo —dijo con voz tímida cuando alcé la vista—. Espero que le guste. Alargó las manos hacia mí, y en sus pequeñas palmas sostenía un cofrecito de madera. —Es precioso, Mark. ¿Tiene algo dentro? —le pregunté mientras lo abría para mirar su interior. —Lo que guarda es invisible —repuso en voz baja—; tampoco se puede tocar, probar ni sentir. Pero mi madre siempre decía que es algo que te hace siempre feliz, te arropa cuando hace frío y te protege cuando estás solo. Observando el interior del cofre, le pregunté: —¿Y qué es eso que me hará tan feliz, Mark? —Amor —respondió bajito—. Mamá siempre decía que lo mejor es regalarlo. Y dando media vuelta, salió del aula en silencio. Desde entonces tengo un cofrecito de madera sobre el piano de la sala de estar y me limito a sonreír cuando las visitas ponen cara de asombro cuando les explico que contiene amor. Pues sí, la Navidad es tiempo de alegría, de cantares y de buenos regalos. Pero ante todo es un tiempo de amar. - Laurie. Gentileza de www.anchor.tfionline.com
¿Qué es el amor incondicional? Es, simplemente, lo que implica la frase: amar a una persona sin condiciones, por lo que es esa persona y no por lo que hace. Zig Ziglar * Los niños excepcionales son justamente eso: excepciones. ¡La gran mayoría de nuestros hijos no son particularmente brillantes, increíblemente sagaces, super coordinados, increíblemente talentosos ni universalmente populares! Son chicos comunes y corrientes con una enorme necesidad de que se los ame y acepte tal como son. James Dobson * Verse a sí mismo o a su hijo desde una perspectiva analítica o negativa y desear que su hijo sea así o asá puede robar la felicidad, motivación, paz interior y satisfacción, y no hablemos ya del efecto que tendrá en el hijo. Los niños recuerdan con mucha claridad, y los afectan de forma muy directa las actitudes de los padres, la manera en que estos los perciben y lo que piensan de ellos.Por eso, si constantemente se expresa fe con las palabras y se dicen cosas positivas del hijo, tanto ante él como ante los demás, y si se piensan cosas positivas de él, el efecto será bueno y positivo porque le infundirá fe y probablemente se ajustará más al concepto que se tiene de él y lo que se espera de él. En cambio, si se piensa o habla mal de él, ya sea de forma directa o indirecta, podría hacerle tener un concepto negativo de sí mismo, no podrá ser feliz, se socavará su autoestima, se dificultará su desempeño y afectará la forma en que se vea a sí mismo. La fe engendra fe; las actitudes positivas fomentan más actitudes positivas tanto en uno mismo como en quienes lo rodean. Para que se manifiesten las mejores cualidades de una persona suele ser necesario demostrar fe en ella. Jesús, hablando en profecía * Lo esencial de la aprobación estriba en que uno ame a sus hijos aun cuando se rebelen o estén de mal humor. Deben tener muy en claro que su valor como personas no depende de su atractivo físico, su inteligencia ni su comportamiento, sino del simple hecho de que son criaturas de Dios. Dan Benson * Para establecer una relación de amor y respeto, es preciso recordar que sus hijos reaccionarán según como se sientan con respecto a usted. Si sienten respeto y amor por usted, tendrán actitudes obedientes y afectuosas, porque es lo que desean. […] No hay verdadera unión sin respeto. Zig Ziglar * A los niños les encanta que les digan que han hecho algo bien. Es más importante elogiar a un niño por sus buenas obras y por su buena conducta que regañarle cuando se porta mal. Siempre hay que procurar resaltar el lado positivo de las cosas. David Brandt Berg * Maneras de manifestar amor y respeto a los niños * No hagan caso omiso de los sentimientos de su hijo. Respondan con amor. * No den órdenes a su hijo ni le exijan que les preste atención sin darle explicación alguna. Diríjanse a él con respeto y amor cuando tengan que pedirle un favor. Procuren ser sensibles y manifestar un espíritu amable. * Miren a su hijo a los ojos, agachándose para estar a su nivel cuando le hablen; por ejemplo, cuando le digan algo o le den instrucciones. * Tómense un poco más de tiempo para detenerse y concentrarse de verdad en él. Den importancia a las ideas de su hijo. No las rebatan de buenas a primeras. Si expone una idea poco razonable, aunque el niño no entienda todos los detalles, procuren explicar todo lo que puedan. * No se burlen del niño cuando se equivoque o cuando haga algo un poco tonto. Eso puede lastimarlo profundamente. Esto no significa que no deban enseñar a su hijo a aprender a tomarse las cosas con buen humor cuando algo les salga mal, pero oren por discernimiento, pues a veces tal vez lo único que necesita el niño es un poco de comprensión. * Cuando su hijo necesite corrección, corríjanlo en privado para evitarle pasar vergüenza, según pida el caso. * Encuentren la forma de establecer vínculos personales con cada niño. * Demuéstrenles que los valoran con la manera en que los tratan. Préstenles la misma atención que quieren que les presten ellos a ustedes. * Cuando su hijo se les acerque para decirles algo, hagan una pausa y escúchenlo. Denle toda su atención y respóndanle. No escuchen a medias mientras piensan en otra cosa y siguen con sus actividades. * Deténganse a saludar a su hijo. María Fontaine * Fomenten las capacidades y características únicas de sus hijos: Conocer bien a cada niño como individuo. No se puede ayudar a un niño a adquirir confianza en sus dones y habilidades naturales a menos que uno sepa cuáles son esos dones. Hay dos maneras de aprenderlo: 1) En charlas privadas con el niño, observando y apreciando sus cualidades cuando uno pase tiempo con él; y 2) apartando marido y mujer un tiempo determinado para hablar de cada uno de los hijos, compartir impresiones, tomar notas, descubrir entre ambos algo más acerca de la personalidad y el carácter individual de cada niño. Respetar genuinamente a cada niño y sus dotes personales. Nuestros hijos son seres humanos que merecen no solamente nuestro amor sino también nuestro respeto. Con eso en mente, se hace a veces un poco más fácil 1) manifestar mayor confianza en ellos después de algún fracaso; 2) comentar nuestras propias fallas con ellos y contarles qué aprendimos de cada una; 3) alabar sus realizaciones generosa y sinceramente, sobre todo sus logros en aspectos que les notamos especial aptitud; y 4) no criticar ni apabullar jamás a ninguno de los niños. Más bien, debemos señalar sus malas conductas pero haciéndole sentir que no lo privamos de nuestro amor. Nunca critique en público: «alabe en público, corrija en privado». [Inculcarle] independencia, confianza en sí mismo y responsabilidad a temprana edad. La confianza y la alegría que ella depara tienen mucho que ver con la capacidad de hacer cosas útiles. Cada hijo debe tener un trabajo en la familia y para la familia (sobre todo tareas diarias o semanales) por el cual se lo elogia y se lo hace sentirse muy capaz y muy importante, por no decir parte clave de la familia. Ayude a los niños a descubrir sus propios dones y a darse cuenta de que los suyos son tan valiosos como los de cualquier otra persona. Linda y Richard Eyre * Sus niños dependen de que ustedes encarnen Mi amor para ellos de una manera que puedan comprender, captar y sentir. Si no les manifiestan Mi amor, ¿cómo sabrán que los amo? Ustedes son una manifestación de Mi amor por ellos. Los niños tienen unos sentimientos muy tiernos y delicados, aun los que no los exteriorizan mucho, y quiero demostrarles que los amo, velo por ellos y quiero estar unido a ellos y tener gestos lindos con ellos. El amor que manifiestan dedicándole tiempo es una de las mejores formas en que un niño siente Mi amor a través de ustedes. Y así como los amo entrañablemente a ustedes, también los amo a ellos; más de lo que ustedes pueden imaginar. Jesús, hablando en profecía Gentileza de http://anchor.tfionline.com/es/post/amor-que-fortalece-los-ninos/. Foto tomado por Stenly Lam / Flickr.
El amor es la piedra angular.
Debemos superar nuestras diferencias con amor.
Padres, traten a sus hijos con amor y ternura. Colosenses 3:21 - Padres, no exasperen a sus hijos, no sea que se desanimen. Efesios 6:4 - Y ustedes, padres, no hagan enojar a sus hijos. Más bien edúquenlos y denles enseñanzas cristianas. Tito 2:4-5 - Aconsejar a las jóvenes a amar a sus esposos y a sus hijos, a ser... bondadosas Los padres deben gobernar a sus hijos con autoridad templada por la paciencia, la misericordia y la verdad.
Todos los versos de la Nueva Versión Internacional y Traducción en Lenguaje actual (TLA). Publicado originalmente en la revista Conéctate. |
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