Cuando de ser padres se trata, no hay fórmulas mágicas. Soy imperfecta como madre, y por lo tanto criaré hijos imperfectos. Debo apoyarme completamente en Jesús y andar por fe, seguir Su guía al criar a mis hijos. A lo que debo aspirar es a ser fiel. A tener fe y mantenerme fiel. Erika Dawson * Los padres exitosos disfrutan de ser padres. Disfrutan de ser padres no porque sea fácil ni porque reporte recompensas inmediatas sino por el puro gozo y privilegio que implica colaborar con Dios en la formación de otra vida más, única y preciosa. Cualquier padre de familia puede dar fe de que «crecen muy rápido». Los padres exitosos se lo recuerdan a sí mismos constantemente y procuran disfrutar de cada día con sus hijos. Se zambullen completamente en la crianza de sus hijos, todo lo posible, y se dedican a disfrutarlos, inclusive en las etapas de los pañales sucios, las enfermedades y las desilusiones. No solo aman a sus niños sino que los disfrutan y esperan con ilusión pasar tiempo con ellos. Los padres exitosos no esperan perfección, ni por parte de ellos mismos ni por la de sus hijos. Ser padres es un arte, no una ciencia. Los padres exitosos entienden que, al igual que ellos, sus hijos no son perfectos. Esto les permite amar a sus hijos libremente, sin reservas. Los padres exitosos no temen a los fracasos ocasionales. Les queda claro que es normal cometer errores, es más, que es saludable cometerlos, que son gajes del oficio. Tratan de tomar las mejores decisiones que pueden, y cuando se equivocan, aprenden de sus errores y tratan de hacerlo mejor la próxima vez. Los padres exitosos no albergan la falsa ilusión de que todo saldrá a la perfección. Los niños tienen opiniones propias, personalidades únicas y preferencias particulares. Inevitablemente, hacen que nos preguntemos de dónde sacan semejantes ocurrencias. Es nuestra responsabilidad fijarles ciertos límites y marcarles pautas que en algunos casos chocarán con sus crecientes anhelos de independencia. Los padres exitosos no se sorprenden ante las dificultades y los conflictos que se presentan; se los esperan. Sin embargo, los padres exitosos entienden que la responsabilidad que tienen para con sus hijos no es la de agradarlos siempre y hacer lo que los pone contentos: es tomar las decisiones difíciles que a la larga les convendrán. Los padres exitosos no hacen las cosas solos. Saben que nadie tiene toda la experiencia ni las solucionesa todos los retos que se presentan al educarlos. Los padres exitosos no se muestran reticentes a buscar la asesoría de otros. Saben que, al fin y al cabo, la decisión está en sus manos, pero que antes de tomarla, pueden asesorarse aprovechando la sabiduría que hay a su disposición. Richard Patterson, Jr. * En cierta ocasión, un grupo de madres discutía con gran solemnidad el valor de dedicar «momentos provechosos» a sus niños de edad preescolar. El consenso parecía ser que, por muy aburrido que fuese empujar carritos por el piso, jugar a las muñecas o armar una nave espacial con Legos, dichas actividades tenían algo de sagrado, que eran fundamentales para fortalecer lazos con sus pequeños. De pronto, se escuchó la voz de una madre por encima del resto, y dijo: «Lo siento, pero yo soy tajante con mi hija mayor en estas cosas. Simplemente le digo que no juego a las Barbies». Lo dijo con tanta convicción que todas las demás se quedaron descolocadas… y terminamos hablando de qué podían considerarse «momentos provechosos». Conversamos sobre cómo eso de aspirar a pasar momentos provechosos puede convertirse en una verdadera carga, un concepto estresante cargado de exigencia y sentido del deber que hace que se pierda la parte del disfrute en las actividades que realizamos con nuestros hijos. A veces, los mejores momentos con nuestros niños se dan cuando no están presentes los elementos de la obligación o el sacrificio. Los momentos placenteros que se dan espontáneamente siempre parecen ser más significativos que las horas jugando a las Barbies o a las figuritas. Como dijo alguien una vez: «La felicidad se disfruta, no se enseña». Nancy Samalin con Catherine King * La manera más segura de enseñarles algo a sus hijos es por medio del ejemplo que les dan; no de lo que les predican ni lo que les dicen que deben hacer, sino de aquello en lo que ustedes creen y aplican. Jesús, hablando en profecía * Cuando los padres tienen suficiente valor como para disculparse con sus hijos por sus errores o falencias, modelan muy efectivamente lo que significa depender de Dios. Cuando uno es abierto y transparente ante Dios y sus hijos, lo que transmite es que, «a pesar de ser mucho mayor, yo también dependo de Jesús, y es así como quiero que también dependan ustedes de Él». Otro beneficio de mostrar apertura ante Dios y sus hijos es que los motivará a acercarse a ustedes y buscarlos para hablar de sus sentimientos más profundos. Es más probable que les cuenten sus problemas y debilidades si les consta que ustedes también han transitado ese camino. Pensarán: «Mamá no se enojará conmigo porque a ella también le pasó algo similar…». Muéstrale a tu niño o niña tu dependencia del envolvente amor de Dios y de Su fuerza en tu vida. Sé modelo de la sumisión al Señor para que tus hijos al verla aprendan a someterle también su vida a Dios. Kevin Leman * ¿Alguna vez has observado a una pata con sus patitos? La pata parece de lo más serena, tranquila y despreocupada nadando por la laguna con sus pequeñuelos. Sin embargo, los vigila en todo momento. Ella es la viva imagen de cómo deseo que seas tú. La serenidad de espíritu reflejada por esa patita es lo que va a ayudar a tus pequeños a sentirse seguros. Nunca te va a alcanzar el tiempo para hacer todo lo que tienes que hacer, pero no dejes que eso te ponga nerviosa y frenética. Haz un esfuerzo por conservar la calma y transmitirle ese mismo espíritu al niño. Cuando las presiones se multipliquen, detente un momento y cierra los ojos. Pídeme que te llene de la perfecta paz que proviene de confiar en Mí. Jesús, hablando en profecía * A las montañas levanto mis ojos; ¿de dónde ha de venir mi ayuda? Mi ayuda proviene del Señor, creador del cielo y de la tierra. Salmo 121:1–2 * Él fortalece al cansado y acrecienta las fuerzas del débil. Aun los jóvenes se cansan, se fatigan, y los muchachos tropiezan y caen; pero los que confían en el Señor renovarán sus fuerzas; volarán como las águilas: correrán y no se fatigarán, caminarán y no se cansarán. Isaías 40:29–31 Text courtesy of www.anchor.tfionline.com. Photo copyright: alexandralexey / 123RF Stock Photo
0 Comments
Chalsey Dooley Algunos días parecen ser mágicos: las cosas me salen bien, pongo en práctica nuevas ideas y el tiempo me rinde. En cambio otros días, cuando llega la noche tengo que hacer un esfuerzo para recordar algo digno de mención que haya hecho. Es cierto que di de comer a los niños, los vestí, los ayudé con sus actividades didácticas y los llevé a jugar a la plaza… pero me quedo con gusto a poco. Tengo ganas de liquidar unos cuanto ítems de mi extensa lista de tareas pendientes. Quisiera poder decir que he hecho grandes progresos. No obstante, me da la impresión de estar atrasándome cada vez más en muchos aspectos de mi vida. Hace unos meses, al terminar una larga jornada, intenté quitarme de encima el peso del abatimiento por tener tanto que hacer y no dar abasto resolviendo problemas. Entré al baño y me encontré con que Patrick (de dos años) había tomado su suave ornitorrinco de peluche, había llenado la pila, le había dado un buen lavado y en ese instante estaba echándole bicarbonato, producto que uso para limpiar la pila. Otro desastre que limpiar no era precisamente lo que más necesitaba; pero él lo había hecho con todo su buen corazón. Así que me reí y me dije para mis adentros: «Aunque no parece que vaya a avanzar mucho en las otras cosas, por lo menos el ornitorrinco está limpio». Más tarde, mientras miraba a los niños contentos y a gusto en la cama esperando su cuento, decidí modificar mi criterio de lo que considero un progreso y un buen día. Así que confeccioné una lista distinta, y cada noche la repaso para ver cuántos ítems puedo marcar como hechos. § ¿Ayudé hoy a mis hijos a sonreír? § ¿Fui paciente cuando me topé con contratiempos? § ¿Les mostré a todos mis hijos que los amo? § ¿Estuve dispuesta a ayudar, escuchar y levantar el ánimo a los demás aun a expensas de dejar cosas sin hacer? § ¿Recé por alguien hoy? § ¿Me reí y decidí tomarme las cosas con calma cuando me sentí exigida al límite? Mañana será otro día. A la larga, las tareas pendientes se harán. Trabaja. Respira, Sonríe. Trabaja. Respira. Sonríe. Tarde o temprano lo lograremos, lo que sea que tenemos que lograr. Chalsey Dooley vive en Australia. Escribe textos motivacionales para niños y educadores y se dedica de lleno a la formación de sus hijos. Echa un vistazo a su sitio web: www.nurture-inspire-teach.com. Gentileza de la revista Conéctate. Usado con permiso. Foto: Kate Henderson via Flickr.
Anna Theresa Koltes Era un día primaveral, perfecto. Una brisa suave, cálida y sugestiva anunciaba el comienzo de la estación. Todo el mundo a mi alrededor estaba de buen humor. Pero a menudo sucede que en días así, cuando menos nos lo imaginamos, Dios nos sorprende con pequeñas enseñanzas. Aquella mañana recibí una carta inesperada de un amigo. Contenía un terrible manchón de malas noticias, suficiente para hundir mi nave de felicidad y unas cuantas más. Quedé deshecha. De repente, la alegría de los demás me resultó molesta. Solo deseaba que todos se fueran y se llevaran consigo su buen humor. Todo tipo de pensamientos inquietantes se agolpaban en mi cabeza cuando recibí una llamada de mi vecina. —Me cambiaron la cita con el médico para esta tarde, pero tengo un inconveniente: no habrá nadie en casa para cuidar de Valerie. ¿Crees que podrías pasar un rato con ella hasta que yo vuelva? Con un último petardeo, mi nave se fue a pique. ¿Hacer de niñera? ¿Yo? Lo último que deseaba era contaminar la infantil inocencia de una niña con mi miserable estado de ánimo. Traté de escabullirme, pero finalmente acepté. «Pobre niña», pensé. Al rato estaba en su apartamento, estresada y de mal humor. Valerie entró corriendo —¡Tengo nuevos lápices de colores! —exclamó. Viendo que ella sonreía, esbocé una sonrisa forzada. —¿Quieres decir… que vamos a colorear? La nena asintió con la cabeza antes de desaparecer, y en un abrir y cerrar de ojos regresó con un maletín rojo lleno de útiles de dibujo. La verdad es que yo no tenía muchas ganas de colorear, pero hice de tripas corazón y ayudé a Valerie a volcar todo sobre la mesa. Pusimos un CD de Chaikovski y comenzamos a colorear una imagen de una mujer salvaje de larga cabellera multicolor. Sorprendentemente, el tiempo pasó volando, y me dejé transportar a una utopía de música clásica y creación artística. Bueno, no sé si se podría llamar artística; digamos que fue una terapia. Al cabo de tres horas habíamos creado varias obras abstractas y escuchado un montón de El lago de los cisnes, y yo había encontrado la paz. Ya con la mente despejada me di cuenta de que, aun cuando nos sobrevienen grandes decepciones o contrariedades, siempre hay una solución. La mía fue simple. Inesperada. Revitalizante. Y muy recomendable. Foto y texto gentileza de la revista Conéctate. Usado con permiso.
No me olvido de aquel sábado lluvioso y triste hace varios años. Los niños no habían podido salir en todo el día y estaban empezando a enervarse unos con otros. Los había distraído, separado y hasta aislado con el deseo de generar un poco de paz y tranquilidad. Para cuando llegó la hora de la cena, todos estaban de mal humor. Las quejas y reclamos no cesaron cuando llegaron a la mesa. Prendí la radio y puse un poco de música antigua en un intento de animar el ambiente, pero ni eso dio resultado. Para colmo de males uno de los niños tuvo la audacia de hacer un comentario despectivo sobre mis habilidades culinarias. Algo así como que si ellos tenían que ir a la escuela para aprender a leer y escribir, quizás yo debería ir a la escuela para aprender a cocinar. No me acuerdo quién lo dijo pero sí recuerdo que el ambiente se puso muy denso a la espera de mi reacción al comentario. Por unos segundos me sentí ofendida. Luego… me empecé a reír. «Tienes razón. Puede que no sepa cocinar, pero sé bailar muy bien», exclamé, y empecé a bailar al ritmo del rock que estaba tocando en el radio. (Todo el mundo sabe que no bailo muy bien.) De pronto cuatro varoncitos estaban bailando en la cocina y subiéndose a las sillas. Todos se echaron a reír y movimos el esqueleto hasta que terminó la canción. Les prometí que les daría helado si se comían todo el brócoli y mi esposo prometió lavar los platos si yo dejaba de bailar. Como por arte de magia ya no se escuchaban más quejas y terminamos de comer. Hasta el último bocado. La dicha es algo que se puede aprender. Es una decisión que podemos tomar en lo más íntimo de nuestro ser, una decisión de encontrar el lado bueno de las cosas. Lo positivo. Lo inusitado de una situación en lugar de concentrarnos en lo malo. […] Quiero que mis hijos recuerden sin sombra de duda que me divertí criándolos. […] Quiero que recuerden con alegría todas las veces que los hice reír y todas las tradiciones, juegos y recuerdos que compartimos juntos. Gwendolyn Mitchell Díaz * Mi buena intención de tomar un té con mis hijas mayores se desvaneció el primer día. Al parecer uno de los menores había escuchado que teníamos planes de tomarnos un té. Desde luego, pensaban que los invitaríamos a tomar el té. El té que habíamos planeado para tres, terminó siendo un té para toda la banda. No era lo que tenía planeado, pero la fiestecita a la hora del té, terminó siendo algo memorable para todos. Briana nos demostró con qué delicadeza podía pedir algo cuando nos dijo: «El té está estupendo. ¿Me podrían servir un poco más?» Hasta los muchachos le entraron a la onda. (No les gusta ser excluidos de nada.) Imaginen la escena: seis niños sentados en la mesa tomando el té con el meñique levantadito. Los recuerdos son diferentes a las tradiciones. Aunque ambos pueden entrecruzarse, las tradiciones se llevan a cabo, los recuerdos se llevan dentro. Algún día, cuando mis hijos vean a sus propios hijos tomando té, me pregunto si se darán un paseo al pasado recordando los meñiques y el té de frambuesas. ¿Esbozarán sus rostros sonrisas incontenibles como si tuvieran un secreto especial? En realidad, eso son los recuerdos… secretos especiales. ¿Recordarán la Navidad que mamá gastó cientos de dólares en regalos? ¿O recordarán solamente el día después de Navidad cuando mami hizo un ángel de nieve con ellos? ¿Se acordarán de la cocina llena de platos sucios? ¿O recordarán todas las comidas con pan integral casero cada vez que huelan pan recién horneado? ¿Se acordarán que comían carne molida cada martes? ¿O recordarán el día que cada comida era azul? Yo todavía recuerdo que mi mamá hizo puré de papas verde cuando yo tenía dos o tres años. Terri Camp * La relación entre un padre y su hija es muy especial, algo que Dios mismo diseño con un propósito, creo. No me extraña que de todos los nombres que Dios escogió, el que más usamos es «Padre». Creo que es porque piensa de su relación con nosotros como pienso yo de mi relación con mis hijos. Creo que la tarea de un padre, cuando la hace bien, es arrodillarse frente a sus hijos y susurrarles al oído: «¿Dónde quieres ir»? Cada día Dios nos invita a una aventura por el estilo. No es un viaje con un itinerario inflexible, simplemente nos invita. Nos pregunta qué nos ha incitado Él a amar, qué nos llama más la atención, qué alimenta esa indescriptible necesidad de nuestra alma de experimentar la riqueza del mundo que creó. Y luego, se nos acerca y nos susurra al oído: «Hagamos eso juntos». Bob Goff * Se logra tener éxito con los hijos haciendo todo lo que se pueda, entregándose de lleno, invirtiendo en ellos y dejando el resultado en Mis manos. La sabiduría que transmites nunca se pierde. No se desperdicia. No desaparece. Nunca deja de ser. Hay ciertas cosas en la vida que nunca se pierden, como el amor, Mi Palabra, la instrucción y formación espiritual, el tiempo dedicado a brindarse a los demás y sobre todo el que se dedica a la formación de los niños. Al volcarte en tus hijos, estás dándoles lo que nunca envejecerá, nunca se desvanecerá; dones vivos que siempre serán parte de su vida, aunque se mantengan latentes durante un tiempo. Los dones que les das de amor, tiempo, formación y verdad son parte fija de la vida de tus hijos y nunca la perderán. Jesús, hablando en profecía * En determinadas situaciones y circunstancias es inevitable que los padres se sientan agobiados. El bebé llora, la niña de ocho años no quiere hacer sus deberes, la música del chico de catorce hace temblar la casa, el de dos añitos se hizo pis en los pantalones y los invitados a cenar van a llegar en cualquier momento. Uno se siente exigido al máximo. Todos tenemos días así. Tu caso no es único. Y no es preciso que hagas frente a la situación a solas: Jesús está contigo. Él te entiende y quiere darte ánimo y soluciones. Si tienes oportunidad, habla con alguien, tal vez con tu cónyuge o con una amiga; puede contribuir a serenarte y hacerte ver las cosas desde otra perspectiva. También es un buen momento para que invoquen juntos la ayuda del Señor. Hasta puedes pedir a tus hijos que recen contigo, incluso los más pequeños. Su fe y sus simples oraciones te infundirán mucho aliento. Hagas lo que hagas, no tires la toalla. No des lugar a la frustración y al abatimiento. Eleva una plegaria y pídele a Jesús que te conceda fuerzas y gracia en ese preciso momento, y Él lo hará. Ruégale que te ayude a ver a tus hijos como Él los ve, que te permita ver lo que llegarán a ser. Él te ayudará a enfocar la situación con optimismo y esperanza. Por muy negras que se vean las circunstancias, si miras hacia arriba (a Jesús) el panorama siempre es luminoso. Dado que los niños son un reflejo de los padres, cuando a uno o a varios de nuestros hijos no les va bien en cierto aspecto es muy fácil descorazonarse y sentir que uno ha fracasado. Pero no hay que olvidar que son también hijos de Dios y que son una obra en curso, igual que nosotros. «Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por Su buena voluntad». Lo único que Él espera de nosotros es que pongamos todo de nuestra parte, que les prodiguemos nuestro amor y que dejemos lo demás en Sus manos. Claro que eso no es excusa para alzar los brazos en señal de impotencia y abandonar en cuanto las cosas se ponen difíciles, pasándole la pelota a Dios. Es probable que Él quiera que formemos parte de la solución. Tenemos que preguntarle qué quiere que hagamos y hacerlo; y a continuación encomendarle a Él lo demás, dejar que haga lo que está fuera de nuestro alcance. Derek y Michelle Brookes Compilación gentileza de Anchor.
La abuela de mi esposo, Nana Mae, jamás perdió de vista la belleza que la rodeaba. Cuando estábamos con ella, no había un momento en que no nos alabara o nos dijera lo bonito que era algo. Nunca olvidaré la ocasión en que Mike y yo la llevamos en el auto a Los Ángeles en Navidad. Estábamos en una gasolinera de la carretera interestatal 5, cuando de repente Nana señaló algo con el dedo por la ventana y comentó: —Hermoso. Miré para saber de qué hablaba… Y todo lo que vi fue un camión verde. Era un camión recolector de basura que se detuvo cerca de la gasolinera. —Ese tono de verde es hermoso —señaló, asintiendo con la cabeza. Miraba directamente hacia el camión. Sonreí. Hablaba de un camión de la basura; sin embargo, ella vio algo bello en ese camión. Como madres que somos, también podemos elegir si vamos a ver la belleza. Podemos buscar lo bello en medio de lo que a veces parece la basura de nuestro día: el desorden por toda la casa, las discusiones de los niños, andar de un lado para otro como locos. Desempeñamos un papel muy importante en cuanto a marcar la pauta para que nuestras familias noten lo bello. ¿Haces notar la belleza? ¿O ves el camión de la basura (como hice yo) en vez de notar el color verde intenso? ¿Atrapas los recuerdos que se forman delante de ti, o pierdes la paciencia y anhelas solo un minuto de soledad? ¿Disfrutas del día de hoy? ¿O solo quieres que el tiempo pase rápido, de modo que tus hijos crezcan y lleguen a la siguiente etapa en la que esperas que todo sea más fácil? ¿Te detienes para amar y empaparte de esos momentos de ser [la madre o el padre] de un recién nacido, un bebé de seis meses, un niño de dos años o hasta de un adolescente? A veces cuesta hacerlo (créeme, lo sé), pero ahí está la verdadera belleza, en los momentos en que intencionalmente te empapas de ello, en los que decides apreciar y maravillarte de todo lo que conlleva ser [madre o padre]. Cuando lo hacemos, lo encontramos. Encontramos lo bello. ¡Te deseo que hoy disfrutes de muchos momentos bellos! Adaptación de un texto de Genny Heikka Adapted from http://www.mamapedia.com/voices/finding-the-beautiful. Photo by D Sharon Pruitt via Flickr.com.
Natalia Nazarova Cuando mi marido tuvo que hacer un largo viaje de tres meses por asuntos de negocios, descubrí las dificultades que afrontan muchas familias monoparentales. Me costó una barbaridad adaptarme a las circunstancias, mantener la casa ordenada y cuidar de los niños por mi cuenta, además de cumplir con mi trabajo. Otros factores también me afectaron emocionalmente, con lo que se me hacía cada vez más cuesta arriba. De día en día la situación parecía empeorar. Aquello me tenía extenuada física y mentalmente. Entonces cayó la gota que hizo rebasar el vaso. Tenía la cena casi lista y faltaban diez minutos para que los niños terminaran sus tareas. Había puesto mi ordenador portátil en la mesada de la cocina para escuchar música mientras preparaba la comida y decidí aprovechar esos diez minutos para revisar mi correo electrónico. Tomé la computadora y me dirigí a la sala; pero en mi frenesí olvidé desconectar el cable de la corriente. Apenas había avanzado unos pasos cuando la tirantez del cable me arrebató el portátil de las manos. Aún ahora puedo revivir la escena como en cámara lenta: el ordenador se cayó, se dio la vuelta, rebotó, y la pantalla se apagó. Me quedé en estado de shock el resto de la noche. No lograba conciliar el sueño. Finalmente, cuando conseguí calmarme me puse a reflexionar sobre lo estresada -y por ende infeliz- que me sentía. Estoy convencida de que Dios quería ayudarme a salir del lío en que me había metido. Y lo hizo. Como estaba destrozada, logró hacerme ver algunos aspectos de mi conducta que dejaban bastante que desear, por ejemplo mi actitud hacia mis hijos mayores y hacia algunos de mis compañeros de trabajo. En aquel rato de quietud y reflexión busqué y hallé el perdón de Dios y recobré la fe y la esperanza. Luego recordé el estado en que había quedado mi computadora. Pero en lugar de la desesperación que había sentido al principio, tuve la corazonada de que el daño no era irremediable. «Si Dios puede componerme a mí -razoné-, sin duda hay esperanzas para mi portátil». A la mañana siguiente lo prendí y se inició bien. Solo se iluminó una pequeña porción de la pantalla, pero el ordenador funcionaba. Apenas se había dañado la pantalla, que no era tan cara de sustituir. Ahora, cada vez que abro el equipo y se enciende la pantalla recuerdo el amor y el perdón infalibles de Dios, la paz que nos ofrece, la transformación que obra en nosotros cuando le encomendamos nuestros problemas. Articulo gentileza de la revista Conéctate. Usado con permiso. Foto tomado de stockimages/freedigitalphotos.net - De Jesús, con cariño Todos los padres, de una u otra forma, en algún momento, se sienten incapaces. Parte del amor que tienen por sus hijos se traduce en el deseo de darles lo mejor de lo mejor, aunque ello les exija una entrega que rebase su capacidad natural. Pero no hagas como muchos padres que cometen el error de pensar que deben asumir toda la carga por sí solos. De lo contrario, en poco tiempo te agotarás. Debes aprender a compartir la carga conmigo. De encontrarte en una situación en que no puedas dar a tus hijos todo lo que quieres día a día, facilítales lo que puedas y encomiéndame a Mí lo demás. Lo más importante que puedes entregar a tus hijos es amor, el tuyo y el Mío. Si lo haces, tendrás niños felices y bien adaptados, y habrás cumplido bien tu labor. Mas para poder manifestar ese amor debes pasar tiempo conmigo, leyendo Mi Palabra, orando y reflexionando. Yo cuento con todas las fuerzas, la paz, la fe, el amor y las soluciones que necesitas. Amo a tus hijos y sé exactamente lo que precisan cada día. Anhelo satisfacer todas tus necesidades para que juntos podamos satisfacer las de ellos; pero para eso debes pasar tiempo conmigo. Cuando te parece imposible dedicarme tiempo es precisamente cuando más falta te hace. Ven a Mis brazos; hallarás reposo. Echa tus cargas sobre Mí. Tengo los hombros bien anchos y los brazos bien fuertes; puedo soportar cualquier cosa que me eches encima. Hazte tiempo para tener comunión conmigo todos los días, y Yo responderé a tus plegarias por tus hijos. Haré que seas para ellos todo lo que quieres ser. Obraré lo que para ti sea imposible. Y por último, aunque no por ello menos importante, tus hijos verán en tu rostro nueva luz, pues me verán a Mí reflejado en él. Gentileza de la revista Conéctate. D.J. Adams (Adaptado)
La Navidad es un momento ideal para compartir, reunirse con viejos amigos, trabar nuevas amistades y redescubrir la importancia de la familia y la espiritualidad. Pero esta temporada de fiestas también puede resultar ajetreada y hasta desesperante si no nos organizamos bien el tiempo o nos dejamos dominar por el estrés. ¡Si lo sabré yo! Tengo una tienda de libros y juguetes que está concurridísima en noviembre y diciembre. Y por si eso fuera poco, mi familia espera que pase más tiempo con ella en esas fechas, y tengo que hacer compras, asistir a fiestas y mucho más. Cada año converso con muchas personas frenéticas en esta temporada. Por ello, puedo brindar unos consejos que -espero- ayuden a aprovechar al máximo esta fiesta tan hermosa sin que sea causa de agotamiento. No pierda la perspectiva. Tenga presente el sentido de la Navidad. Es la celebración del nacimiento de Jesucristo. Conceptos como paz en la Tierra y ser hombres de buena voluntad son universales y vale la pena divulgarlos. A veces cuesta recordarlo mientras se busca un hueco en el estacionamiento de un centro comercial atestado de gente. Pero vale la pena intentarlo. Prepárese con anticipación. ¿Por qué seremos tantos los que cada año caigamos de pronto en la cuenta de que Navidad está a las puertas y no tenemos nada preparado? Aunque se pueda dejar todo para última hora, ¡cuánto mejor y más fácil es escoger con anticipación los regalos y guardarlos! Hasta se pueden empezar en julio las manualidades destinadas a la Navidad. Así, en diciembre no tendrá mucho que hacer, y despertará la envidia de los que nos arrepentiremos de no haber sido más organizados! Sencillez ante todo. La sencillez es una virtud. Las celebraciones no tienen por qué ser complejas. Los regalos deben ser una manifestación de cariño, no un deseo de impresionar haciendo ostentación de una situación económica. Tampoco se agobie ofreciéndose a preparar dos millones de galletas para la fiesta navideña del colegio. Entréguese abnegadamente, por supuesto, pero no ofrezca lo que no se pueda permitir. Su familia, amigos, compañeros de trabajo y otras personas con las que se relaciona lo obligan a dedicarles tiempo; aprenda a administrarlo y establecer prioridades. Sea caritativo. La caridad empieza en casa, pero no termina ahí. Los regalos que más agrada hacer son con frecuencia los que se obsequian a extraños y personas a las que apenas si se conoce. ¿Hay niños en su barrio a los que no vayan a hacer muchos regalos esta Navidad? ¿Por qué no compra un juguete, juego o rompecabezas de más cuando haga las compras de Navidad, y da lo que le sobre a quien nada tiene? Tal vez su colegio o la empresa donde trabaja podría organizar algo así. En tal caso, si le es posible, ofrézcase a hacerlo. Brinda gran satisfacción, y ayudar al prójimo es además una de las formas más eficaces de prevenir el estrés. Reserve tiempo para la tranquilidad. Para algunos, esto podría significar asistir a un encuentro con otros creyentes. Para otros, destinar unos momentos cada día a reflexionar sobre la belleza de la Navidad. En todo caso, acuérdese de incluir en sus planes hacer pausas para orar, manifestar gratitud y llenarse el corazón de las cosas buenas que nos prodiga Dios. La Navidad es una época entrañable; ¡disfrútela! Jeanette Doyle Parr
En los días previos a aquella Navidad me parecía bastante a Scrooge, el personaje gruñón del célebre cuento de Navidad de Dickens. Desde la primera semana de diciembre empecé a refunfuñar como aquel viejo amargado. Física y mentalmente estaba agotada, además de débil porque acababa de tener gripe. Por primera vez en la vida las navidades no me levantaban el ánimo. Me había percatado de las miradas que se intercambiaban mis hijos cada vez que los regañaba por lo que ensuciaban al preparar las galletas de Navidad, o les metía prisa mientras trataban de envolver regalos con sus torpes manecitas. Mi marido empezó a retirarse cada vez que me quejaba del elevado costo de los regalos y de lo comercial que se había vuelto la Navidad. Al poco tiempo, hasta el perro evitaba mi áspera lengua. Cada mañana tomaba la resolución de que ese día sería mejor. Me prometía que sería más paciente. Pero al caer la noche casi siempre me quejaba de alguien. El 22 de diciembre me las vi con otro problema. Por mucho que me esforzaba, no lograba enderezar las alas del traje de ángel de mi hijita. -Kris, ponte otra vez el traje. Mamá está viendo cómo arreglarlo. Muy alegre, Kris se lo puso y se colocó la aureola sobre su rubia cabellera. El ala izquierda se inclinaba hacia el piso. Le dije que se quedara quietecita, y mientras se lo arreglaba, se puso a cantar con su aguda voz infantil: Venid, crueles todos, a Belén marchemos… …en lugar del habitual «Venid, fieles todos…» Las manos se me quedaron inmóviles. No podía contener las lágrimas, que empezaron a rodarme por las mejillas y caer sobre las alas de papel brillante. «Venid, crueles…» La verdad era que sin proponérmelo yo había estado actuando con crueldad. Con razón que aquella Navidad no era como las anteriores. No había ido a Belén. Ni una sola vez en toda la temporada había hecho una pausa para reflexionar en el milagro del portal. Los ratos de meditación que dedicaba normalmente en las mañanas a leer la Biblia y a la oración habían sido sustituidos por actividades como hornear, envolver regalos y coser. Kris se dio la vuelta y me miró a la cara. -¿Lloras pohque canto bonito? -Sí, nena, porque cantas tan lindo como tú… y como la Navidad. Le di un fuerte abrazo y, en silencio, me prometí que el resto de la temporada navideña sería verdaderamente una experiencia excepcional, porque me desharía de mi odiosa actitud yendo a Belén. Sonreí de nuevo. Todos iríamos a Belén en busca del regalo eterno. ***** En Navidad, ¿te parece que fueras una diminuta embarcación flotando en un mar inmenso? Hay fuerte oleaje, marejada, corrientes, mareas y, muchas veces, viento y tempestades. Eres como un bote pequeño que intenta navegar por esa mar de dificultades. Unas veces tienes que disponer las velas de modo que recojan el viento; otras, tienes que plegarlas. En ocasiones tienes que navegar en medio de una tormenta; en otras oportunidades debes dejarte ir a la deriva hasta que pase la tempestad. Lo importante es que te des cuenta de que Jesús te acompañará en tanto que se lo pidas. Él puede calmar las tormentas y sosegar el mar. Si fuera preciso, hasta puede caminar hasta ti sobre el agua. Y si la situación se pone demasiado difícil, puedes invocarlo y pedirle que calme los elementos y haga que los vientos soplen a tu favor. En este momento está contigo y no quiere otra cosa que ayudarte a salir adelante. Y hará lo mismo que cuando caminó sobre el agua: «La barca […] llegó en seguida a la tierra adonde iban» (Juan 6:21). Jesús hará lo mismo por ti si se lo pides. Lo ha hecho otras veces y lo puede hacer de nuevo. - Robert Rider |
Categories
All
LinksCuentos bilingües para niños Archives
March 2024
|