(Haz clic aquí para ver parte uno) Ponerse en Su Lugar Procuremos ver el mundo desde la perspectiva de nuestros pequeños. Naturalmente, la mejor forma de lograrlo es pedirle al Señor que nos haga ver las cosas desde el punto de vista del niño. Dios conoce a nuestros hijos al revés y al derecho. Sabe exactamente lo que sienten y lo que pasa en su interior y, si se lo pedimos, nos lo comunicará. En el caso de los niños pequeños, a veces conviene situarnos físicamente a su altura cuando les hablamos. Podemos ponernos de cuclillas, arrodillarnos o sentarnos en el suelo a su lado. Si nos ubicamos a la altura de sus ojos, a ellos ya no les parecemos tan distantes. El hecho de ver el mundo desde la perspectiva de los chiquitines también nos ayuda a entender por qué a veces se sienten intimidados cuando los demás son mucho más altos y la mayor parte de la acción ocurre fuera de su alcance. Para ellos unos estantes altos bien son algo así como cornisas en una pared rocosa; los adultos, titanes de doble altura que llenan sus casas de muebles igualmente gigantescos e instalaciones que les resultan completamente inaccesibles. Una casa desconocida puede darle a un niño la impresión de encontrarse en tierra de colosos. Es buena idea procurar que la mayor parte posible de las pertenencias de nuestros chiquitines estén a su alcance. Tal vez no podamos tener una habitación y muebles a escala infantil, pero al menos proporcionémosles banquetas (o cajas firmes) a las que puedan subirse para llegar al lavabo o a otros accesorios. Tomar Conciencia de que Su Experiencia es Limitada Aun los incidentes de poca monta a menudo se ven exageradamente grandes desde el punto de vista de un niño. La experiencia contribuye a poner las cosas en perspectiva. Todos hemos aprendido por experiencia que no vale la pena alterarse por ciertas cosas. Sabemos que cuando nos hacemos un raspón, enseguida dejará de sangrar y de doler; que el pesar que nos causa una decepción o el haber perdido algo importante pasa relativamente pronto, y en su lugar descubriremos nuevas alegrías; que el mal tiempo no dura para siempre. Pero los niños pequeños no tienen esa confianza en que los problemas generalmente se solucionan. No cuentan con ese marco de referencia porque aún no han acumulado suficientes experiencias en la vida. Necesitan que los tranquilicemos. Necesitan que les expliquemos las cosas y los consolemos. Los niños pequeños viven en el presente. Para ellos todo sucede ahora. El presente es lo único que les importa. A medida que crecen van entendiendo el concepto del tiempo y de palabras como «mañana», «después», «más tarde», etc. A base de tiempo y experiencia, y a veces de sufrimiento, aprenden a superar las decepciones, muchas de ellas provocadas por cuestiones cotidianas que a nosotros nos parecen nimias. En ocasiones el proceso resulta doloroso para los padres también. Nos duele ver a nuestros hijos tristes, inseguros o desilusionados cuando no se cumplen sus expectativas. De todos modos se puede acelerar el proceso de cicatrización mostrándose comprensivos y rezando con ellos. Es igualmente importante animarlos y recompensarlos cuando manifiestan fe y confianza en que las cosas se van a resolver. Cuando sabemos que algo le va a resultar difícil de aceptar a un niño, conviene prepararlo un poco de antemano para que no le tome por sorpresa. Muchas veces se pueden prever las crisis y procurar evitarlas: «Pronto mamá tendrá que apagar el video porque ya casi es la hora de la siesta. Puedes verlo un ratito más, y luego tendremos que apagarlo». Como más Enseñas es con Tu Ejemplo Por mucho que los padres hablen, sólo enseñan con lo que hacen. Los niños son imitadores natos. La mayoría de las cosas las aprenden así: por imitación. Casi nunca se olvidan de lo que ven. Se dejan llevar más por lo que ven que por lo que escuchan. Prestan más atención a nuestras acciones y actitudes que a nuestras palabras. Nuestros hijos son un reflejo de nosotros. Nuestra actitud y ejemplo de fe son el modelo que ellos siguen, y sus actos y reacciones dependen en gran medida de los nuestros. Muy pocas personas tendrán mayor impacto en la vida de nuestros hijos que nosotros mismos. Sin embargo, el ejemplo de otros puede ejercer una gran influencia. Ver televisión puede tener un marcado efecto en los niños. En la actualidad la TV es la nana más práctica y económica, la más socorrida, pero eso no quiere decir ni mucho menos que sea la más confiable e idónea. Muchos de los malos hábitos y actitudes poco sanas que preocupan a los padres de hoy son el resultado de que los pequeños imitan los ejemplos negativos que ven en televisión. Conviene restringir la influencia televisiva y prestar atención a lo que los niños ven y a lo que nosotros mismos vemos en presencia de ellos, ciñéndonos a los programas que conocemos y que no son perjudiciales para ellos. Lo que los niños ven por televisión y los malos ejemplos que ven en la gente que los rodea -sobre todo en niños de su propia edad o en niños mayores a quienes admiran- son capaces de echar por tierra todos los buenos hábitos y conductas que tanto trabajo ha llevado inculcarles. Hay que estar alerta. Los Elogios A los niños les sientan de maravilla los elogios. Es mucho más importante alabar a un pequeño por su buen comportamiento que regañarlo cuando se porta mal. Hay que procurar hace hincapié en lo positivo. Elogiar a los niños por sus buenas cualidades es la mejor forma de conseguir que se esfuercen por portarse bien. Cuando les expresamos qué nos agrada de su comportamiento, hacen casi cualquier cosa con tal de seguir complaciéndonos. Además, los elogios sinceros y específicos contribuyen a elevar su autoestima, que es crucial para que se desarrollen felices y equilibrados. Tomado del libro "Preescolares", que forma parte de la serie "Soluciones para Padres". Utilizado con permiso. Para comprar la serie, visite www.es.auroraproduction.com
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Importancia del Aprendizaje Temprano El segundo y el tercer año de la vida de un niño constituyen probablemente una de las etapas más difíciles para los padres y puericultores. El bebito ha crecido y tiene mayor capacidad para explorar el mundo que lo rodea. Como es natural, cuando un chiquillo alcanza ya los 3 ó 4 años su desarrollo motor está mucho más avanzado, pero también suele aceptar encantado toda la atención y enseñanza que se le dispense. Huelga mencionar la importancia que tiene la educación temprana. Actualmente se ha llegado al consenso de que, para cuando un niño cumple cinco años, ya ha aprendido más de la mitad de lo que aprenderá en toda su vida. Por eso es fundamental empezar a enseñarles cosas pronto, así como enseñarles las cosas apropiadas en esos primeros años tan formativos. Todos los días son importantes, porque el aprender cosas nuevas todos los días es la principal ocupación de los niños pequeños. Normalmente aprenden mucho más si cuentan con la guía de una persona mayor que si se los deja descifrar las cosas totalmente por su cuenta. Los aspectos principales en los que conviene concentrarse son el desarrollo motor, el del lenguaje y una gran variedad de destrezas de índole práctica. No se trata de sobrecargar a los niños pequeños con tediosas sesiones a fin de prepararlos para cuando comiencen a ir a la escuela. Sin embargo, es sorprendente la base que se puede cimentar en esos primeros años. Nunca se debe obligarlos a aprender algo que no quieran aprender, pero en seguida se descubre que son muy pocas las cosas en las que no muestran interés. Por lo general se los ve de lo más felices y contentos cuando están aprendiendo algo. Es más, suelen ser tan entusiastas por aprender que agotan a sus tutores. Ayudarlos a Pasarlo Bien, ¡Con Dinamismo! Para conseguir que un niño te preste atención tienes que meterte de lleno en lo que estés haciendo. Los mejores docentes son aquellos que hacen del aprendizaje una actividad entretenida. Lo que los chiquillos disfrutan aprendiendo es lo que aprenden mejor y más rápidamente. Un maestro eficaz es una persona que tiene muchas ideas y es capaz de infundirles a los niños deseos de aprender, que sabe convertir toda situación en una actividad didáctica tan placentera y agradable que los niños se mueren de ganas de aprender. No todos somos así de dotados, pero hay mucho que podemos hacer. A los niños les gusta que los mantengan ocupados. Les encanta hacer cosas, pero a veces no se les ocurre qué hacer. De modo que continuamente hay que crear nuevas formas de canalizar sus energías hacia iniciativas productivas. Tiene que haber animación, entusiasmo, mucha acción, mucho movimiento y efectos de sonido. Hay que ilustrar patentemente lo que se les está enseñando y darle mucho sentido, ¡demostrarles que a uno le parece interesante! Haz clic aquí para ver parte dos Tomado del libro "Preescolares", parte del serie "Soluciones para Padres". Usado con permiso. Sharmini Odhav Antes de que naciera mi nena, traté de imaginarme cómo sería. Cuando no estuviera durmiendo -como esperaba que hiciera la mayor parte del tiempo- la imaginaba sentada pensando con serenidad en el sentido de la vida o contenta observándome cocinar, limpiar o realizar algún otro quehacer, mientras ella aprendía los rudimentos de la feminidad. No tenía la menor idea de que dormir sería lo último que se le ocurriría. Ella no estaba ni con mucho interesada en averiguar mis planes, pero sí en darme a conocer los suyos. Quería que le dedicara cada momento, y no mantenía la atención en nada por más de tres minutos. Cuando se ponía a lloriquear, no paraba en horas, por mucho que yo hiciera de todo menos volar en un trapecio para entretenerla. A veces andaba de cabeza tratando de limpiar, lavar y doblar la ropa y mantenerme al tanto de mis otros quehaceres mientras cuidaba de mi hiperactiva nena. Hubo ocasiones en que no aguantaba más, alzaba los brazos al cielo y me preguntaba por qué me estaría castigando Dios. ¿Cómo lo aguantaban otras madres? ¿Sería yo la única que no era sobrehumana? Mi primera reacción fue tratar de hacer el doble en todo, a fin de poder realizar todos mis quehaceres en las veinticuatro horas que de la noche a la mañana se me habían quedado cortísimas. Parecía que daba más resultado, y me aceleraba para hacer más que antes. Pero el caso es que a los bebés no se les puede meter prisa como al resto de la gente. Debe ser esa la manera en que Dios inculca la paciencia a los padres. Intentar que un bebé duerma a toda prisa, ordenarle que esté contento o esperar que se entretenga por algo más de unos minutos para que yo pudiera hacer otra cosa no resultaba. La consecuencia más corriente era que ella quedaba confundida, contrariada y descontenta, y hasta tomaba más tiempo dormirla o ayudarla a estar contenta otra vez. Tardé un tiempo en comprender que cuanto menos caso le hacía, más irritada se ponía. Con demasiada frecuencia me daba cuenta de que le espetaba órdenes, o, si ella lloriqueaba, le contestaba igual de quejumbrosa. Terminé preguntándome por qué sería así la situación. ¿En qué me había convertido? No quería que mi hijita pasara de esa manera sus primeros años, ¡y desde luego tampoco quería ser una madre así! Un día, mi madre me dijo: «¡Tienes que aprovechar al máximo el tiempo que pases con tu hijita, porque antes de que te des cuenta ya habrá crecido!» Oré por un cambio de actitud, y cambié. Aprendí a disfrutar cada momento con mi bebé, cada sonrisa con la que me indica que está contenta de que la trajera al mundo, cada vez que me recuesta la cabeza en el hombro en confiado reposo, cada vez que sus deditos envuelven los míos o me acaricia la mejilla, cada vez que siento su suave piel o aroma, cada milagro del que soy testigo en su niñez y me estremece de emoción. Hasta aprecio las veces en que llora para pedir algo, porque me recuerda que tengo la bendición de una gran responsabilidad, que se me ha confiado la vida de mi pequeña. Y cuando descubro qué necesita o la arrullo en mis brazos y deja de llorar o de estar inquieta, me queda una sensación asombrosa de satisfacción; me doy cuenta de que para ella soy la persona más importante, amada y apreciada. También me imagino que la manera en que le respondo ahora influirá en cómo me responda más adelante en la vida. Tan pronto dejé de ver a mi nena como una tarea más, mejoró mi calidad de vida. Me doy cuenta de cuánto la quiero y de que ser madre es una experiencia increíble. Ahora, casi sin darme cuenta, estudio formas de pasar más tiempo con ella, porque no quiero perderme un segundo de su vida antes de que se esfume. Agradezco esta oportunidad de transmitirle más enseñanzas. He aprendido que si dejo todo lo demás de lado y atiendo a sus necesidades, me recompensa siendo una niña feliz, satisfecha y atenta. Cuando por fin se queda dormida, tengo tiempo para hacer algo de lo que quiero. Pero hasta entonces, todo lo demás puede esperar. Ella es el tesorito más lindo que podría tener, ¡aunque me lleve tanto tiempo atenderla! Cuando estoy más atareada de lo normal y no encuentro tiempo para dedicarle más atención, me recuerdo que el tiempo que pasamos con nuestros hijos nunca es tiempo perdido. El amor que guardamos en el corazón durará toda la vida y aún después. Si invertimos tiempo y amor en nuestros hijos, pasaremos el resto de la vida recogiendo los beneficios. ***
¿Te gustaría imprimir tu nombre entre las estrellas? Escríbelo con grandes letras en el corazón de los niños. ¡Ellos lo recordarán! ¿Sueñas con un mundo más noble y feliz? ¡Díselo a los niños! Ellos te lo construirán. Anónimo Charles Coonradt y su esposa Carla nos hablan de Shama, una enorme ballena del parque acuático Sea World, en Florida. Pesa más de 8 toneladas y media, y se la enseña a saltar casi siete metros sobre el agua y hacer gracias. ¿Cómo se lo enseñan? Una táctica típica de muchos padres sería colocar una soga de casi siete metros que se extendiera hacia arriba desde la superficie del agua, y animar al cetáceo a saltar sobre ella: «¡Salta!» Tal vez se colocaría arriba un balde con pescado, que sería el premio. ¡Fijar metas! ¡Apuntar alto! Pero cualquiera sabe que la ballena se quedaría donde está. Los Coonradt dicen: «¿Cómo hacen los amaestradores de Sea World? Lo primero es consolidar el comportamiento esperado, en este caso conseguir que la ballena o marsopa salte la cuerda. Se crea el ambiente adecuado para que el cetáceo no falle. Empiezan con la soga debajo de la superficie del agua, en una posición en que la ballena no pueda hacer sino lo que se espera de ella. Cada vez que pasa por encima, se la premia. Le dan pescado, o palmaditas, juegan con ella y, por encima de todo, se le da a entender que se está contento con ella. ¿Y si el animal pasa por debajo de la soga? Nada; no hay choques eléctricos, no hay crítica constructiva, no se le dan consejos ni queda una mancha en su expediente. Se le enseña que si hace otra cosa no se le reconoce. Premiar y elogiar es fundamental, el sencillo principio que da unos resultados tan espectaculares. Conforme la ballena empieza a pasar por encima de la soga con más frecuencia que por abajo, los amaestradores van elevando esta. Hay que hacerlo poco a poco, lo suficiente para que la ballena no pase hambre, ni física ni emocional. «El sencillo principio que se debe aprender de los amaestradores de ballenas es celebrar de más. Dar siempre mucha importancia a cosas sencillas y positivas. En segundo lugar, criticar poco. Cuando uno niño mete la pata se da cuenta. Lo que necesita es ayuda. Si criticamos poco y castigamos y disciplinamos menos de lo esperado, se recordará lo ocurrido y por lo general no se repetirá el error.» Esforcémonos por dificultar el fracaso para que haya menos crítica y más elogio. Otras Formas de Decir «Te Quiero»
Un hombre me escribió una carta en la que me contaba ciertas experiencias que vivió de jovencito. Desde niño había sido un delincuente. No obstante, cuando su padre empezó a pasar más tiempo con él, experimentó una impresionante transformación. Reproduzco a continuación unos pasajes de su carta: «Desde los ocho hasta los catorce años fui un maleante. Mi padre se iba a trabajar a las tres de la tarde y volvía a las tres de la mañana. Cuando yo me levantaba él estaba durmiendo, y cuando yo llegaba del colegio, él ya se había ido a trabajar. Casi nunca lo veía, a excepción de unos minutos los fines de semana. »Me metí en muchos problemas. Robaba todo lo que necesitaba o quería: cigarrillos, dinero, caramelos, comida, etc. Era incorregible, y en el colegio me iba pésimo. »A los catorce una vez más me detuvieron por robar y me enviaron a un reformatorio. La primera reacción de mi padre fue de enojo; pero después se dio cuenta de que en parte la culpa había sido suya por no haber desempeñado mejor su papel de padre. Reevaluó su vida y decidió ayudarme. »Dejó su empleo nocturno y tomó uno diurno. Aunque ganaba menos, eso le permitía pasar ratos conmigo diariamente. Cuando yo llegaba del colegio, él estaba en casa. Comenzó a interesarse por mi rendimiento escolar y a ayudarme con mis tareas. Nos hicimos socios de un club masculino. En vez de matar el tiempo en algún sucio salón de billar, iba con él a un centro recreativo donde jugábamos billar, balonmano y baloncesto, los juegos que a mí me gustaban. Me compró un pase de temporada en el club de golf y me llevaba a jugar tres o cuatro veces por semana. Pasábamos mucho tiempo juntos. »Mi vida cambió gracias a que mi padre me manifestó amor y comprensión. En el colegio mis notas mejoraron tanto que llegué al cuadro de honor. Hice nuevos amigos, muchachos estudiosos que no se metían en líos. Aunque exteriormente me mostraba duro, por dentro anhelaba amor, atención y compañía. La clave fue el amor de mi padre, que él me prodigó pasando tiempo conmigo». Todos los niños necesitan un padre o al menos una figura paternal, alguien que sepan que los admira, que tiene fe en ellos, que disfruta de su compañía y tiene ganas de estar con ellos. Todos los niños necesitan a alguien que los comprenda, que se ponga en su pellejo y ore por ellos cuando sufran profundas decepciones, que los sostenga cuando estén por perder la esperanza y que celebre con ellos la materialización de sus sueños. ¿Reciben tus hijos ese amor? En la televisión se ven cantidad de casos de personas comunes y corrientes profesores, sacerdotes, policías, etc. que contribuyen a cambiar notablemente la vida de algún joven, aun de los peores delincuentes. ¿Qué fórmula aplican? Simplemente les dedican tiempo. En un segmento noticioso entrevistaron a una señora que había abierto un hogar para chicos desadaptados fugados de sus casas, prostitutas, pandilleros, de esos que se escurren por las grietas de la sociedad. Ante las cámaras expresó: Los chicos que yo atiendo son los más despreciados, los rechazados de la nación. Cuando el entrevistador preguntó a algunos de los chicos qué hacían antes de llegar al hogar, respondieron: Tomaba drogas. Peleaba todo el tiempo. Explotaba a las chicas. Le disparaba a la gente por diversión. Hablando de los chicos, la señora dijo: Han perdido toda esperanza. No confían en la gente mayor. Los adultos vivimos demasiado ocupados. No les prestamos atención. Ya nadie tiene tiempo para los chicos. Cuando se le preguntó qué necesitaban aquellos jóvenes, respondió: ¿Estos? La fórmula es muy sencilla. ¿Saben lo que necesitan estos chicos? Amor maternal. Quieren modelos que imitar. Personas que se muestren sinceras con ellos. Quieren que alguien los discipline. Alguien que sea capaz de inculcarles un sentido de la responsabilidad, de enseñarles que sus actos traen consecuencias. Alguien que los sostenga, que los abrace. Yo no me doy por vencida con ellos. Si les enseñas a darse por vencidos fácilmente, lo harán. Uno de los mayores la abrazó y dijo: Ella es mi madre. No somos de la misma sangre, pero en cierto sentido, es mi madre. Me cuida. Al preguntar a los chicos qué cambios se habían producido en su vida gracias a aquella mujer, el de aspecto más malvado, el que disparaba a la gente por diversión, respondió: Mírenos por dentro. Tenemos esperanza. Tenemos sueños. Nos interesan las cosas. Ahora quiero ir a la universidad. El mensaje final que aquella mujer dirigió a los padres fue: Amen a sus hijos. No se den por vencidos con ellos. Ámenlos hasta que duela. En eso consiste el amor: en amar incondicionalmente, ¡hasta que duela! Es fácil perder de vista el potencial de un individuo. Dependemos demasiado de la sociedad, de sus instituciones, del Gobierno, del colegio. Eso nos ha llevado a insensibilizarnos. Como individuos no sentimos ya la obligación de velar por los niños, sean nuestros o no, por cualquier niño que se cruce en nuestro camino y que tal vez nos necesite. Puede que formes parte de los designios divinos para llevar amor a un jovencito o una jovencita. Tu amor, tu interés y tu amistad pueden tener un efecto enorme. Escrito por Maria David y publicado originalmente en la revista Conectate. Utilizado con permiso. Un proverbio chino dice «regala un pescado a un hombre y le darás comida para un día; enséñale a pescar y le darás de comer para el resto de su vida». Este refrán se puede aplicar a enseñar a nuestros jóvenes buenas técnicas para resolver problemas. Al principio puede que tome tiempo enseñar a los hijos a resolver problemas, pero cuenta con que se cosecharán dividendos a largo plazo a medida que aprenden a solucionarlos y tomar decisiones acertadas. Con frecuencia, los padres quedan atónitos al descubrir que si les brindan a sus hijos la oportunidad de resolver sus problemas a su manera son muy capaces e ingeniosos. Inevitablemente, todos los niños encaran innumerables problemas a lo largo de la vida. Son parte de su desarrollo. A medida que enfrentan esos retos aprenden a solucionarlos, lo cual es esencial para tener éxito en la vida. Los niños tienen una capacidad increíble y en buena parte desaprovechada para resolver situaciones. Vale la pena dedicar tiempo a enseñarles a resolver los problemas que se presentan. Saber solucionar problemas es una capacidad que vale la pena que cultiven mientras son pequeños y les será de gran utilidad en la vida. Sin embargo, los padres tendemos a intentar arreglar rápidamente el problema o darle al niño la solución en el acto. Si siempre tratas de resolver todos los problemas de tus hijos, atrofiarás su capacidad para resolver problemas por sí mismos. No trates de solucionar algo a menos que no tengas más remedio. Ayuda al niño a descubrirpor sí mismo la solución. Así demuestras que confías en que es capaz de resolverlo bien. Al principio tendrás que acompañar a tu hijo paso a paso mientras resuelve el problema, y puede que te tome mucho más tiempo que si lo resolvieras tú o le dieras la solución. Pero cuando resuelves el problema por tu hijo lo privas de la oportunidad de aprender una valiosa lección. Aunque es lento, el proceso de aprendizaje forma parte del desarrollo y crecimiento del niño. Sarita le pidió prestada una muñeca a su amiga, y mientras jugaba, le rompió el vestido a la muñeca. —¡Mamá, le rompí el vestido a la muñeca! —gimoteó Sarita. —No te preocupes. Esta noche lo coso y se la devuelves más tarde. Mamá solucionó el problema y Sara está contenta. Pero, ¿qué aprende Sara con este asunto? «Cuando tengo un problema, acudo a Mamá y lo soluciona.» La próxima vez que surja un contratiempo, Sarita correrá a Mamá para que lo resuelva. En este caso en que se rompió el vestido de la muñeca, la forma de solucionar el problema podría ser así: —¡Mamá, le rompí el vestido a la muñeca de Melisa! —Ay, caramba. Es un desgarrón bastante grande. Hum, ¿qué podemos hacer? —No sé. ¿Pedirle perdón a Melisa? —Eso estaría bien. Pero, ¿cómo crees que se sentirá si le devuelves la muñeca con el vestido roto? —Se pondrá triste. —¿Podemos hacer algo para evitarlo? —A lo mejor podríamos arreglarlo. ¿Podemos coserle el vestido? —¡Buena idea! ¿Qué te parece si esta noche le cosemos juntas el vestido a la muñeca? —¡Bueno! Mamá le ha enseñado a Sara a encontrar soluciones. Y al ayudar a su mamá a coser el vestido, Sara participa en la solución. La próxima vez que Sara enfrente un problema, seguramente acudirá a mamá para que la ayude, pero sabrá que hay formas de encontrar el remedio, y que ella puede y debe ocuparse en ello. A medida que ponga en práctica cada día este método de solucionar problemas, aprenderá a descubrir las soluciones por sí misma y adquirirá una destreza muy valiosa para toda la vida. No todos los problemas se resuelven tan fácilmente en la vida, y hay que ayudar a los hijos a entenderlo mientras encaran desafíos mayores. Los pasos que des a diario para animarlos a aprender cómo resolver los problemas les brindarán un recurso mejor para capear los obstáculos y dificultades cada vez más complejos que surjan a medida que se vuelven adultos. Enseña a tus hijos a asumir el reto de descubrir la solución a sus problemas, y les enseñarás una valiosa técnica que los beneficiará a lo largo de la vida. © La Familia Internacional. Usado con permiso. Claire Nichols Me costaba mucho disfrutar realmente de mis hijos. Bregaba y bregaba con ello más de lo que estaba dispuesta a admitirlo. No podía negar que muchos incidentes inesperados desembocaban en gratos momentos que luego yo evocaba con cariño. En muchos otros casos, sin embargo, les aguaba la fiesta a los niños antes que la experiencia llegara a dejarles un lindo recuerdo. Hasta que un día eso cambió. Era un lunes por la mañana. Apenas había partido mi esposo a trabajar y me había quedado sola con los dos niños, me puse a contar las horas que faltaban para que volviera a casa. Para entonces prácticamente sería hora de que los niños se acostaran y todo se volvería más fácil con la ayuda de mi marido. La mañana transcurrió despacio. Por fin llegó la tarde. Aspiraba a dedicarle algo de tiempo a mi trabajo mientras los niños dormían la siesta; pero ese hilillo de esperanza se desvaneció. La más pequeña, Ella, se quedó despierta y quería a toda costa que le dedicara atención y jugara con ella. Cuando finalmente cedió al sueño, yo me desplomé en una silla. Pero no habían pasado más de unos minutos cuando mi hijo de dos años y medio se bajó de la cama y se me sentó en la falda. —¡Ya me desperté, mami! — me anunció como si fuera todo un logro. —Ya veo—le dije, esforzándome por conservar el optimismo, aunque por dentro no podía espantar el pensamiento de que la tarde se me había ido y no había logrado hacer nada. Miré el reloj. —Faltan dos horas para que llegue papá —dije en voz alta—. Vamos a tomarnos una colación. Evan se puso de pie sobre una silla de la cocina y se apoyó sobre la encimera mientras me ayudaba a servir un vaso de leche. Yo habría preferido prescindir de su ayuda, pero recordé algo que me había dicho hacía poco mi madre: —A esta edad quiere hacerlo todo solo. —Pero es exasperante para mí —me quejé—. Hasta las cosas más sencillas se vuelven muy complicadas y toman mucho más tiempo. —Es lo mejor— me dijo mamá.— Considera que es parte de su formación. Todas esas tareas que para nosotros son mecánicas —por ejemplo, cepillarse los dientes, lavarse las manos, vestirse, servirse un refrigerio— son totalmente novedosas para los chiquitines. Constituyen algo nuevo que aprender y experimentar. Esas cositas les enseñan independencia y cierta autosuficiencia; forjan su carácter y su estilo. Recuerda que tú eres la maestra, y tus hijos son alumnos ávidos de aprender en la escuela de la vida. Así que dejé que Evan me ayudara a servir la leche. —Ya está— le dije cuando terminamos. —¿Me das un trozo de pan con mermelada, por favor? Él sabía que si me lo pedía con buenos modos y alegría, yo no se lo negaría. Me dirigí a la nevera, pero él llegó primero y comenzó a sacar la mermelada del estante. «¡Ojalá ese frasco no se le caiga de las manos y se le rompa!», pensé, en el preciso instante en que el chico lo dejaba caer. La mermelada no se esparció mucho, pero el vidrio roto fue otra historia. Se desperdigó en mil pedazos por todo el suelo de la cocina. Me tapé la boca con las manos para que encima no se derramaran mi cansancio y exasperación. —Nunca vuelvas a hacer eso— aventuró Evan con tono de arrepentimiento y algo de preocupación. Me obligué a hacer una breve oración. De golpe recordé las palabras de mi mamá: «Algo nuevo que aprender y experimentar». Levanté a Evan para que no se cortara. —Primero, mejor que vayamos a ponerte unos zapatos. Después te voy a enseñar a limpiar un frasco de mermelada roto. Unos momentos después, mientras barría los restos y Evan aguardaba con el recogedor, le expliqué a mi pequeño alumno la dinámica del vidrio: lo fácil que se rompe y la mejor manera de recogerlo cuando eso ocurre. Los consejos de mamá fueron muy acertados. Al sacar de ese pequeño infortunio una experiencia didáctica para mi hijo, no perdí los estribos y conservé la calma. En lugar de regañarlo y prometerme a mí misma que nunca volvería a cometer el error de dejarlo sacar algo de la nevera por su cuenta, le enseñé a afrontar positivamente un accidente. Sacamos otro frasco de mermelada del armario y juntos untamos la mantequilla y la mermelada en el pan, preparamos café para mamá y lo servimos todo ordenadamente en la mesa para disfrutarlo juntos. En ese momento me di cuenta de que esta vez sí estaba disfrutando de la ocasión. —¡Eres un cocinero estupendo, Evan! Mamá está orgullosa de ti. Sus ojitos brillaban. —Evan está muy orgulloso de ti— me respondió sin vacilar. Sonreí. La verdad es que yo también estaba orgullosa de mí misma. —Creo que voy a comprar otro frasco de mermelada y lo voy a dejar permanentemente sobre la mesada de la cocina— le dije. —Nunca quiero olvidarme de este momento que estoy disfrutando contigo. Tomado de la revista Conectate. Usado con permiso. 1. Saca partido a detalles de la vida diaria. Estudia actividades interesantes que puedan realizar juntos y disfruten de su compañía durante las comidas, a la hora de acostarse y en cualquier otro momento que pasen juntos. 2. Pequeñas costumbres de tu familia sencillas o entretenidas estrechan los lazos y dejan gratos recuerdos. Adopten una canción o tema para su familia (o invéntense uno). Escojan una comida que sea del gusto de todos y sírvanla cuando quieran celebrar una ocasión extraordinaria. 3. Reserva una hora del día para dedicarla a tus niños. Apaga la televisión, el teléfono celular y todo lo que pueda causar distracción, y dedícales toda tu atención. 4. Planifica ratos en familia con anticipación para que sean entretenidos y provechosos. Puedes incluir a los niños en la elaboración de los planes. La sola planificación de actividades semanales o mensuales puede ser entretenida. 5. Adopta un pasatiempo que puedas disfrutar con tus hijos. Descubre lo que les interesa, e inicia una actividad a largo plazo con ellos. Participen juntos de la experiencia de aprendizaje. 6. Si tienes más de un hijo, además de los ratos que pasen todos juntos procura pasar tiempo con cada uno y hacerlo con frecuencia. Ese momento contigo hará que se sienta amado y apreciado de manera personal. 7. Lean juntos. Hay una gran variedad de historias para niños aqui. Brindan una lectura entretenida y enseñan buenos valores morales. 8. ¡Diviértete con tus hijos! No tengas miedo de pasarlo bien y jugar con ellos. Necesitan y quieren esos ratos de juego en tu compañía. 9. De vez en cuando, haz algo espontáneo y diferente, como una cena improvisada al estilo de un almuerzo campestre. O vayan al campo un fin de semana y soleado. 10. Sé cariñoso. Un abrazo o una caricia en la cabeza son expresiones de afecto muy eficaces para aumentar la confianza y seguridad en sí mismo de tu hijo. ¡Tú también necesitas cariño! Articulo © TFI. Usado con permiso.
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