Padre celestial, te pido que me ayudes a entender a mis hijos, a escucharlos con paciencia y a responder a todas sus preguntas con amabilidad. Recuérdame que no debo interrumpirlos ni contradecirlos. Haz que actúe con ellos con la misma consideración que de ellos espero. Que no me ría jamás de sus errores, ni me burle de ellos, ni los ponga en ridículo cuando me contraríen. No permitas jamás que los castigue sólo por satisfacer mis apetitos o demostrarles mi autoridad.
No dejes que los tiente a robar o a mentir. Y guíame momento a momento para que les demuestre con todas mis palabras y mis actos que la honradez y la sinceridad son el origen de la felicidad. Te pido que suavices mi rudeza de carácter; y cuando esté de mal humor, Señor, ayúdame a refrenar la lengua. Que no olvide jamás que son niños y que no debo esperar de ellos criterios de adulto. Que no los prive de la oportunidad de cuidarse y de tomar decisiones por su cuenta. Concédeme grandeza para acceder a todos sus pedidos que sean válidos, y por otra parte negarles todo aquello que en mi opinión les resultaría perjudicial. Haz que sea imparcial y que los trate con justicia y bondad, que me merezca su amor y respeto y sea un modelo para ellos. Amén. Abigail Van Buren (1918- ), de la famosa columna Dear Abby
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Sara Kelley
Entre las inversiones más importantes que podemos hacer en la vida de nuestros hijos, el tiempo ocupa un lugar preponderante. No cabe duda de que los padres necesitamos refrescar a menudo ese principio elemental. Cuando llevamos un ajetreado calendario de trabajo y los niños pasan la mayor parte del día en el colegio, deberíamos valorar y aprovechar el escaso tiempo que pasamos juntos al final del día o en feriados y fines de semana. Esos ratos en familia debieran ser sagrados. Es el momento de manifestar a nuestros hijos lo importantes y especiales que son para nosotros. Tanto padres como hijos deben dar importancia a la cantidad de tiempo que pasan en familia y las actividades que realizan juntos. Sin embargo, de los padres depende que ese tiempo sea divertido y provechoso para todos. Un factor que demuestra a los niños lo valiosos que son para sus padres es cuando estos hacen un esfuerzo para que esos momentos en familia estén libres de interrupciones. En muchos hogares, el primer momento del día en que todos los componentes de la familia se reúnen es a la hora de la cena. Las conversaciones de sobremesa son provechosas, pero no suficientes. Algunos padres que han establecido vínculos firmes con sus hijos descubrieron que la mejor forma de mantener y estrechar esos lazos es apartar una hora después de cenar para pasar en familia, y asegurarse de que sean ratos constructivos, que tengan verdadero valor. Han acordado entre sí que durante esa hora no se van a distraer el uno al otro con asuntos pendientes de otra índole. Así, los niños saben que cuentan con toda la atención de sus padres. Sea que invirtamos una hora o que dediquemos más tiempo a ello, depende de cada uno de nosotros hacer un esfuerzo por dejar de lado nuestro trabajo y otras preocupaciones para dedicar a nuestros hijos el 100% de nuestro tiempo y atención. Tal vez resulte inconveniente o signifique un sacrificio, pero si lo hacemos con constancia y ponemos el empeño necesario, se notarán los buenos resultados en la vida de los chicos, que nos lo agradecerán con su amor. Para que el tiempo en familia sea provechoso, debemos entregarnos realmente a nuestros hijos. No se trata sólo de estar en el mismo cuarto, viendo juntos la televisión, por ejemplo; hay que interactuar y conversar con ellos, averiguar qué piensan. Sal del mundo de las personas mayores e intérnate en el de ellos. Diviértete. Relájate. Aprende a disfrutar de ellos. Si tienes hijos de diversas edades, conviene que realices actividades diferentes con unos y con otros. Por ejemplo, una noche mamá puede jugar con los más pequeños o leerles un cuento mientras papá hace una manualidad o labor de carpintería con los mayores, o los ayuda con sus tareas escolares. La noche siguiente pueden intercambiar papeles. Si estás solo, quizá tengas que dedicarte a los más pequeños primero, y luego que éstos se hayan ido a la cama, a los mayores. El asunto es pasar un poco de tiempo cualitativamente bueno con cada uno. La clave del éxito es tener lo que se va a hacer planeado y organizado de antemano. No hace falta un sinfín de habilidades ni aparatos sofisticados para mantener felices y estimulados a los niños durante las horas en familia. Así como tus hijos son muy queridos para ti, tú lo eres también para ellos. Lo más importante, y lo que tiene el efecto más duradero, es simplemente estar juntos. Si te esfuerzas un poco, ¡todos verán los ratos en familia como la oportunidad de hacer sus actividades preferidas con las personas que más quieren! Tomado de la revista Conectate. Usado con permiso. Catherine Neve
Créase o no, a los niños pequeños les gusta ayudar. ¡Es cierto! A los niños en realidad les encanta ser serviciales y se enorgullecen de ello hasta que se les enseña lo contrario. Colaborar se convierte en una tarea cuando escuchan a sus padres o hermanos quejarse de tener que hacer esto o lo otro en la casa. Planteándolo de forma positiva, ayudar en la casa puede volverse un juego. Además contribuye mucho a la autoestima y a inculcar otras cualidades que les resultarán muy útiles en el colegio y a lo largo de toda la vida, tales como la autodisciplina, la iniciativa, la diligencia, la perseverancia, la autosuficiencia y el sentido de la responsabilidad. La cocina es un sitio estupendo para que el niño colabore. Los pequeños de edad preescolar pueden ayudar con labores sencillas. Por ejemplo, pueden lavar las verduras, untar la mantequilla en los panes o mezclar masa de galletitas o de panqueques. Hay que poner la mesa y retirarla después de comer, además de limpiar lo que se haya caído. A los niños pequeños les gustan las escobas y las palitas de basura. Además les encanta meterse debajo de la mesa y en rincones de difícil acceso para los mayores. También se les puede encargar que clasifiquen y guarden los cubiertos (o platos y tazas irrompibles) después de lavar y secar la vajilla. Si se les presenta de un modo divertido y se los recompensa con elogios y reconocimiento, el día que se gradúen y empiecen a lavar la vajilla a tu lado —y más tarde, por su cuenta— no cabrán en sí de emoción. Y no tiene por qué circunscribirse a la cocina. Hasta los niños de uno y dos años son capaces de ayudar a ordenar su cuarto, guardar sus cosas y doblar sus pijamas o la ropa limpia. Tampoco tiene por qué interrumpirse cuando llegan a la edad escolar. Para los míos fue todo un hito el día que se les dijo que ya eran mayorcitos y que les podíamos confiar el empleo de la aspiradora. A algunos niños les gusta limpiar el lavabo del baño y cambiar las toallas de mano. Otros prefieren rastrillar las hojas del jardín o la hierba cortada, o ayudar a lavar el auto. A algunas niñas más mayores les fascina coser botones o hacer remiendos sencillos. La lista es interminable. Basta echar un vistazo a nuestro alrededor. Una buena estrategia de marketing consiste en poner nombres de juegos a los quehaceres domésticos. El primer juego que enseñé a mis hijos cuando eran pequeños fue el hormiguero. Hacían de cuenta que eran hormiguitas y correteaban de aquí para allá llevando todos los juguetes, bloques y peluches al hormiguero (lugar donde se guardaban). Hasta un bebé es capaz de aprender ese juego. Lo puedes sentar en tu falda o a tu lado y enseñarle a poner cubos u otros juguetes pequeños en una caja. Luego basta con elogiarlo profusamente. A continuación algunos escollos que pueden presentarse y formas de evitarlos:
Extraído de la revista Conectate. Utilizado con permiso. Si algo malo nos enseña fe, paciencia, amor y perseverancia, cabe arribar a la conclusión de que no fue malo, porque su mal efecto quedó opacado por el bueno. En la vida, la mayor parte de las cosas tienen su pro y su contra. Cada vez que lo positivo compense con creces lo negativo, podemos y debemos decir que lo ocurrido fue bueno.
La mayoría de las situaciones adversas tienen también su lado bueno. Cuando los niños se desaniman o adoptan una perspectiva pesimista sobre algo que les sucedió, procuremos dirigir sus pensamientos hacia los aspectos positivos. A continuación se presentan algunos cuentos y canciones para niños que les pueden ayudar a aprender a tener una perspectiva positiva. Historias “Esto es Bueno” - http://freekidstories.com/2011/02/23/esto-es-bueno_this-is-good/ Dios es Bueno - http://freekidstories.com/2011/06/02/dios-es-bueno-god-is-good/ ¿Que Aqueja la Abeja? - http://freekidstories.com/2011/03/29/%C2%BFque-aqueja-a-la%C2%A0abeja_-grumble-bumble-bee/ La Historia de la Ostra - http://freekidstories.com/2011/05/07/la-historia-de-la-ostra_-the-oyster-story/ Platerito - http://freekidstories.com/2011/05/26/platerito/ Canciones Ser Optimista - http://www.youtube.com/watch?v=Xbb0s4aNg0M Tratare una y Otra Vez - http://www.youtube.com/watch?v=v7huDwy-BJY ¡Pégate una Carcajada! - http://www.youtube.com/watch?v=a5byGolzAYo Sonríe - http://www.youtube.com/watch?v=_xW96pmJt3I Dos Sapos - http://www.youtube.com/watch?v=NGUVfpNiXHo Calmate - http://www.youtube.com/watch?v=XayzaxIh1ek Gabriela DeLorenzo
El día tiene 1,440 minutos. Si a eso le resto las aproximadamente nueve horas que duermen mis hijos, me quedan 900 minutos al día en que me bombardean con preguntas, pedidos, lloriqueos, risas, besos, abrazos y desastres. A veces me siento sobrepasada. Tengo tres niños pequeños. Cuidarlos bien es lo más importante que hago en la vida. Caigo tan fácilmente en eso de enfrascarme en las tareas que a veces descuido el aspecto más importante de la vida en familia: el amor. Fueron mis hijos los que hace poco me recordaron cuáles son los minutos mejor empleados de mi jornada. Estaba muy ajetreada tratando de limpiar la habitación antes que el bebé se despertara de la siesta. En ese momento entró Charlotte de seis años con una sonrisa encantadora y me preguntó si podíamos armar un rompecabezas juntas. Traté de convencerla de que lo hiciera sola y le expliqué que en ese momento yo no tenía tiempo. Su mirada de decepción me dio a entender que más que ayuda con el rompecabezas, lo que quería era pasar un ratito conmigo. Me detuve a pensar en lo que estaba por hacer. «Cuando Charlotte piense en su infancia, ¿qué quiero que recuerde? ¿Lo limpia que siempre estaba la habitación, o los ratos que pasábamos juntas?» Armé el rompecabezas con ella, nos reímos y le di un abrazo cuando terminamos. Diez minutos bien empleados. ¡Mamá, mamá, léeme este libro, por favor! Aquella noche ya le había leído tres cuentos a Cherise, que entonces tenía tres añitos. Yo estaba cansada y necesitaba ocuparme de unos quehaceres antes de irme a la cama. Quise decirle amablemente que no, pero insistió. «Lo que quiere en realidad pensé es que le preste un poco más de atención, que esté con ella unos momentos más para que pueda demostrarme cuánto me quiere y sentirse segura de que yo la quiero». Le leí otro cuento, arropaditas las dos debajo de las mantas de mi cama, y se quedó dormida sobre mi hombro. Quince minutos bien empleados. Había sido una semana particularmente intensa: estaba colaborando en la preparación de una función para 100 niños de escasos recursos, y ese día tenía invitados. Mi lista de quehaceres era interminable. A mis hijas se les ocurrió preparar unas galletas para las visitas. Procuré razonar con ellas. No era necesario, puesto que ya teníamos unas que habíamos comprado. Además no me quedaba tiempo. Pero no pude resistirme a sus expresiones angelicales. Llenas de satisfacción por haber horneado las galletas casi sin ayuda mía, se las sirvieron a los invitados. Me alegré de haber accedido. Treinta minutos bien empleados. Mi nene de nueve meses Jordán me tiene siempre en ascuas. No puedo quitarle el ojo de encima: va de travesura en travesura. Me la paso sacándole cosas de la boca y resguardándolo de nuestras impetuosas mascotas. En cierta ocasión en que no se quedaba quieto ni un minuto jugando con algo, me exasperé. Se había puesto a lloriquear y estaba de mal humor. A mí me estaba dando dolor de cabeza. En medio de aquel frenesí, me di cuenta de que tal vez necesitaba un poco más de cariño, así que se lo demostré. Lo tomé en brazos y dejé que recostara su cabecita en mi hombro mientras bailaba suavemente con él. ¡Le encantó! Después de una pequeña merienda, jugó solito de lo más contento el tiempo suficiente para que yo pudiera ayudar a las niñas con sus tareas escolares. Quince minutos correctamente empleados. En medio de todos nuestros quehaceres y nuestras obligaciones de adultos, no olvidemos que cada momento que se dedica a los hijos es una inversión a futuro. Las recompensas son eternas. Tomado de la revista Conectate. Usado con permiso. |
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