Joyce Suttin
Bo era nuestro perro labrador. Le encantaba nadar en la piscina. El ejercicio era su vida, y la piscina, su dominio. Cierto día mi hijo estaba aprendiendo nuevos estilos de natación y probó a hacer el muerto. Bo pensó que el chico estaba en inminente peligro y se lanzó a rescatarlo. Instintivamente alzó la cabeza del niño y se aferró a él con las patas en un intento de salvarle la vida. El pobre chico se atoró tratando de alejar a Bo. Terminó con agua en los pulmones y el pecho todo arañado. El perro, en su celo por obtener mi aprobación por lo que había hecho, se sacudió el agua y me dejó toda mojada. Yo lo felicité. Sabía que era más el daño que el bien que había hecho, pero me identifiqué con él, pues con frecuencia me ha pasado lo mismo en mi trato con los demás. El otro día conversaba con alguien acerca de su relación con su hijo adolescente y le ofrecí un consejo. Tras cuarenta y tantos años de ser madre, abuela y docente de jóvenes, mi recomendación es en realidad bastante sencilla: «No te tomes las cosas tan a pecho». Es difícil no reaccionar con fastidio, enojo o susceptibilidad cuando sientes que te rechazan. Cuesta no tomarse a pecho las palabras y gestos ásperos, y no pensar en todas las veces en que tú querías hacer otra cosa y, sin embargo, te tomaste la molestia de escuchar y atender las necesidades de tus hijos. Cuesta también quedarse fuera de la piscina para observar y orar, sabiendo que has dicho y hecho todo lo que podías. Llega un momento en que simplemente debes dejar que se defiendan por su cuenta. Déjalos lanzarse al agua torpemente. Que prueben nuevas brazadas. Que imiten a sus amigos. Pero no te tires a la piscina como Bo para rescatarlos prematuramente. Limítate a observarlos y a estar pendiente por si piden ayuda. Y reza. A la larga, la oración y el amor incondicional son los factores determinantes. Si terminan llamándote, no los regañes por todas las veces en que no lo hicieron. Si tocan a tu puerta, no les digas que no tienes tiempo. Haz las veces de ancla, de roca, de plataforma estable en medio de este mundo inestable, y diles que todo saldrá bien. Valora esos momentos en que vuelves a estrecharlos entre tus brazos e infúndeles fe para volver a lanzarse a la piscina.
Foto y artículo gentileza de la revista Conéctate.
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