Misty Kay
Daniel y yo vivimos con nuestros cuatro hijos en el décimo tercer piso de un edificio en la ciudad de Taichung, en Taiwán. Huelga decir que el ascensor forma parte de nuestra vida cotidiana. Había sido un típico día ajetreado. Había dedicado la mayor parte de mi tiempo y energías a entretener a los niños, darles de comer y evitar riñas entre ellos. Habíamos salido todos juntos —ni siquiera recuerdo para qué— y ya regresábamos a casa. Entramos al ascensor vacío, y uno de los niños apretó el botón. Se encendió el número 13 en el panel, y las puertas se cerraron. —Niños, mamá y yo tenemos un importante anuncio — declaró mi marido en un tono que captó enseguida la atención de todos. Yo no tenía ni idea de lo que iba a decir. Daniel es una persona espontánea. Siempre saca sorpresas de la manga, y nunca se sabe qué esperar de él. Por impulso, decidí enseguida acoplarme a su iniciativa y puse mi brazo en el suyo para agregar autoridad a lo que fuera a decir. —Mamá y yo queremos que sepan que al cabo de catorce años de matrimonio todavía estamos total y absolutamente enamorados. Entonces se volvió hacia mí y me besó como novio en ceremonia nupcial. Aquel gesto me tomó completamente desprevenida. Los niños se rieron un poco y luego preguntaron: —Y ¿por qué ese anuncio es tan importante? Daniel respondió que con tantos conflictos matrimoniales y tantos divorcios como hay hoy en día en el mundo, los niños necesitan saber que sus padres se aman. En ese momento miró a nuestro hijo a los ojos y le dijo: —El día de mañana, cuando te cases, debes tratar bien a tu mujer. El timbre anunció el arribo al piso trece, y se abrieron las puertas del ascensor. Cuando entramos al departamento, los niños seguían chachareando y riéndose. Daniel y yo nos retiramos a nuestra habitación para disfrutar de unos momentos íntimos. En los 36 segundos transcurridos entre la planta baja y el piso 13, Daniel nos unió como familia, nos hizo sonreír, le pasó a nuestro hijo una enseñanza para toda la vida e hizo que yo me sintiera de maravilla de pies a cabeza. Gentileza de la revista Conectate. Usado con permiso.
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Reflexión para padres Jesús habla en profecía Piensen en los hijos con que los he bendecido como Mis hermosos regalos de amor. Cada uno es tan preciado para ustedes, tan querido. Su bienestar, felicidad y crecimiento son de suma importancia para ustedes. También son importantísimos para Mí, pues también son Mis hijos. Piensen en mi interés por ellos y en cómo los cuido, y la forma en que se lo manifiesto a ustedes y a ellos: por medio de momentos de felicidad, risas, bendiciones y diversión; momentos de aprendizaje, experiencias y cambios; momentos que suponen un reto para su corazón y mente, y que los hacen conocerme mejor a Mí y Mis caminos. Piensen en que he prometido cuidar de los Míos, y sus hijos son Míos. Piensen en el amor perfecto que siento por ellos y en que comprendo cada una de sus necesidades y deseos, tanto los actuales como los futuros. Mediten en mi capacidad de cuidarlos, sean cuales sean las circunstancias en las que se encuentren. *** Dije en la Biblia: «¿No se venden cinco pajarillos por dos cuartos? Con todo, ni uno de ellos está olvidado delante de Dios. Pues aun los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis, pues; más valéis vosotros que muchos pajarillos» (Lucas 12:6,7; RV 1960). Me preocupo mucho por cada detalle, y en lo que se refiere a tus hijos, me intereso personalmente en ellos y cuido de ellos. «Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?» (Mateo 6:26; RV 1960) Si Mi Padre y Yo conocemos a cada gorrión y velamos por él, ¿no te parece que he de preocuparme por tus hijos y de velar por ellas? Ellas son también Mis hijos. Un gorrión es un ave muy pequeña y Mis hijos valen para Mí más que todos los gorriones del mundo. © La Familia Internacional El obsequio más exquisito que se puede entregar a alguien son unas palabras de aliento. Sin embargo, casi nadie recibe el aliento que necesita para desarrollar plenamente su potencial. Si todos recibieran el aliento que necesitan para crecer, la inventiva de casi cada persona se agudizaría a tal punto que el mundo produciría una abundancia nunca antes imaginada. - Sidney Madwed
* Muy a menudo subestimamos el poder de una caricia, una sonrisa, una palabra bondadosa, de un rato en el que prestamos oído a alguien, de un elogio sincero o de un pequeño acto que manifieste interés por los demás, todo lo cual puede transformar una vida. - Dr. Leo Buscaglia * Charles Schwab, un exitoso empresario, dijo en cierta ocasión: «Aún no encuentro a un hombre, por elevada que sea su posición, que no haga un trabajo todavía mejor y ponga mayor empeño cuando se encuentra en un ambiente de aprobación que bajo una nube de críticas.» Todo el mundo quiere y necesita que se lo elogie por sus logros. Un niño que jugaba a los dardos con su padre le dijo: «Juguemos a los dardos. Yo los lanzo y tú dices “¡buen tiro!”» Eso hace por los demás una persona motivadora. Tendemos a convertirnos en lo que la persona más importante de nuestra vida cree que seremos. Piensa lo mejor, cree lo mejor y expresa lo mejor de tus niños. Tus afirmaciones no solo te harán más atractivo para ellos, sino que cumplirás un importante papel en su desarrollo personal. - John C. Maxwell (Tomado de Be a People Person: Effective Leadership Through Effective Relationships) * La película Con ganas de triunfar (Stand and Deliver) trata sobre la vida de Jaime Escalante, un inmigrante boliviano que enseñaba en un colegio para alumnos de escasos recursos de Los Ángeles. Logró resultados muy destacados con alumnos que eran conocidos por ser particularmente difíciles. Un relato que no aparece en la película es el del «otro Juanito». Escalante tenía a dos alumnos llamados Juanito. Uno siempre obtenía las máximas notas; el otro siempre sacaba malas notas. El estudiante del promedio elevado se llevaba bien con los demás, cooperaba con los maestros, ponía empeño y era querido por todos. El Juanito que sacaba malas notas era hosco, gruñón, no cooperaba, alteraba el orden y en general no gozaba de las simpatías de los demás. Cierta noche, durante una reunión de padres y profesores, una madre se acercó emocionada a Escalante y le preguntó: —¿Cómo le va a mi Juanito? Escalante supuso que la madre del alumno de las malas notas no haría una pregunta así, por lo que describió con grandes elogios al Juanito de las buenas notas, diciendo que era un estupendo alumno, gozaba de muchas simpatías en la clase, cooperaba y trabajaba con empeño y que seguramente llegaría muy lejos en la vida. A la mañana siguiente, Juanito —el de las malas notas— se le acercó a Escalante y le dijo: —Agradezco mucho lo que le dijo a mi madre sobre mí y quiero que sepa que me voy a esforzar para que todo lo que dijo sea cierto. Para fines del periodo el Juanito desaplicado había subido claramente sus notas. Al final del año escolar se encontraba ya entre los alumnos más destacados. Si tratamos a nuestros niños como si fueran el otro Juanito las posibilidades de que mejoren su desempeño aumentarán visiblemente. Alguien dijo con mucha razón que son más las personas que han logrado el éxito gracias a los elogios que las que lo han conseguido merced a los continuos regaños. Nos resta preguntarnos qué ocurriría con todos los demás juanitos del mundo si alguien los encomiara y los ponderara. - Zig Ziglar Lo que hay que hacer:
Lo que no hay que hacer:
Tina Kapp
Entre los primeros recuerdos que tengo de mi infancia están los paseos que hacía en el asiento posterior de la motocicleta que conducía mi mamá. Y no eran para dar una vuelta a la manzana. Éramos una familia misionera y vivíamos en países en que ese era el medio de transporte más práctico y económico. (En mi niñez estuve en Hong Kong, Tailandia, Indonesia, Filipinas, Malasia y Singapur.) Sin embargo, aquello no era lo único sui géneris ni excepcional de mi madre. Siempre se esmeraba por aprender todo lo que podía de la cultura del lugar donde vivíamos y amoldarse a ella. Le encantaba comunicarse con la gente en su propio idioma. También era experta en organizar paseos entretenidos de contenido didáctico para nosotros, y nos instaba a probar platos, deportes y costumbres autóctonos. Cuando era una joven adulta me mudé a Uganda, y al cabo de un tiempo mamá se fue a vivir conmigo. Fue increíble lo rápido que se adaptó a África después de haber vivido numerosos años en Japón. Como siempre, se mostraba ansiosa por aprender cosas nuevas, estudiar los dialectos locales y familiarizarse lo más posible con la cultura ugandesa. Al poco tiempo ya saludaba a los vendedores ambulantes en su propia jerga. Llegó a conocer bien a todos nuestros vecinos ugandeses, inclusive detalles relacionados con los estudios e intereses de sus hijos. Nunca vacilaba a la hora de ayudar a un amigo o desconocido que padecía necesidad. Tampoco había perdido su faceta divertida y ligeramente temeraria. En sus días libres se iba hasta el Lago Victoria en su moto todoterreno, alquilaba motocicletas para que los demás aprendiéramos a manejarlas, o se dedicaba a una de sus actividades preferidas: andar en kayak por el Nilo. Según lo veo yo, las mejores madres no son necesariamente perfectas cocineras y amas de casa, pero aman a sus hijos de corazón, a su manera. Su coherencia con lo que predican es ejemplar, y no tienen miedo de dejar que sus hijos prueben cosas nuevas y desarrollen su propio modo de ser. Y en el ínterin, disfrutan de la vida como ellas solas. Gentileza de la revista Conectate. Usado con permiso. Una presentación en powerpoint, dedicado a las madres en todas partes. ¡Feliz Día de la Madre! La buena comunicación con cualquier persona - con tu cónyuge, tu jefe, tus compañeros de trabajo, tus hijos, tus padres o tus amigos - depende de unos pocos principios fundamentales que rigen las relaciones humanas. Si aprendes a aplicarlos, tienes grandes posibilidades de que tus relaciones sean felices y productivas. Sinceridad. La buena comunicación se basa en el respeto mutuo, y éste va de la mano con la sinceridad. Tacto. Aunque es imperativo ser sincero, también es importante expresarse de forma cuidadosa y considerada, sobre todo cuando se trata de temas delicados. Prudencia. La prudencia te enseña a tener tacto. Amor. Cuando un niño se siente amada o percibe que sus padres se preocupan por él, ve todo lo demás en su debida perspectiva. Puede que no hagamos ni digamos todo a la perfección; pero si los niños ven que estamos motivados por el amor, los problemas o malentendidos de poca monta no pasan a mayores. Optimismo. El afrontar las cosas con una actitud positiva normalmente suscita una reacción igualmente positiva. Los elogios y las palabras de aliento siempre son bienvenidos. Sentido de la oportunidad. Lo que se dice es tan importante como el momento que se escoge para decirlo. «El corazón del sabio discierne el tiempo y el juicio» (Eclesiastés 8:5). Sensibilidad. En vez de estar muy preocupado de las propias necesidades y sentimientos, y en consecuencia ser propenso a ofenderse con facilidad, es preferible ser sensible a lo que complace o desagrada a los demás, sus necesidades y estados de ánimo. Amplitud de miras. Las opiniones de las personas y su manera de abordar los problemas son tan diversas como las personas mismas. El hacer a un lado nuestros pensamientos y guardar silencio hasta que la otra persona haya expresado lo que piensa es una manifestación de respeto, y propicia los intercambios positivos y fructíferos. Un niño se siente mucho más cómoda con nosotros y acude a pedirnos consejo si sabe que la escucharemos, aunque no siempre coincidamos con él. Empatía. Ponte en el lugar de tus hijos y procura entender los sentimientos que motivan sus palabras. Paciencia. A veces resulta difícil escuchar lo que los niños quieren decir sin interrumpirlos, ni tratar de apurarlos, ni terminar las frases por ellos. Sin embargo, es una demostración de amor y respeto, que a la larga da fruto. Sentido del humor. Unas risas pueden ser muy oportunas para evitar que un intercambio dificultoso se torne demasiado intenso. No te tomes las cosas a la tremenda. Mostrarse accesible. El diccionario define a una persona accesible como «de fácil acceso o trato». Claridad. Habría menos malentendidos entre las personas si éstas se dejaran de indirectas y de tantas insinuaciones. No dejes a tu hijo tratando de adivinar lo que piensas: dilo sin rodeos. Si no estás seguro de que entendió lo que querías decir, pregúntaselo. Esfuerzo. A veces cuesta trabajo comunicarse, pero bien vale la pena por los beneficios que reporta. Constancia. Padres y niños que se comunican con frecuencia se entienden mejor y tienen mayores probabilidades de resolver sus diferencias en cuanto surgen. Artículo original gentileza de la revista Conectate. Usado con permiso. La sencillez del experimento llevado a cabo en el centro de cuidados diurnos y la crudeza de los resultados dejó a los padres atónitos. Cuando un curso de niños de entre dos y cinco años vieron en televisión el programa «Barney», el dinosaurio violeta de corazón tierno, cantaron con él, marcharon con él, se tomaron de la mano y rieron juntos. Al día siguiente, la misma clase vio un capítulo de los agresivos jóvenes «Power Rangers». Al cabo de apenas unos minutos ya estaban pegándose golpes de karate y dando patadas voladoras al aire y unos a otros. «Aunque el contenido de esos programas no es educativo, nuestros hijos aprenden de ellos, porque los niños siempre están aprendiendo», dice David Walsh, del National Institute on Media and the Family (Instituto Nacional para el estudio de los medios y la familia), que condujo el experimento. Según un estudio de la violencia en la televisión llevado a cabo a escala nacional —tanto en la televisión abierta como en los canales de cable— las escenas de violencia que se transmiten en los horarios de mayor teleaudiencia se han incrementado desde 1994. El estudio arrojó también el resultado que la forma en que se presenta la violencia en muchos casos —exaltada, aséptica y sin consecuencias negativas— supone un grave riesgo para los niños. «Esos patrones enseñan a los niños que la violencia es deseable, necesaria e indolora», dice Dale Kunkel, de la Universidad de California (Santa Bárbara) donde se condujo el estudio. ***** Los niños imitan lo que ven y escuchan, y por naturaleza tienden a copiar lo negativo. Los más pequeños, sobre todo, no siempre son capaces de distinguir entre el bien y el mal, y les resulta aún más difícil cuando se ensalza a los culpables de conductas réprobas haciéndolos parecer envidiables y buenos en otros sentidos. Los muestran bien parecidos, prósperos, simpáticos, más listos que las personas mayores y con plena libertad para hacer lo que les plazca. Los niños se encuentran en un proceso de formación de los valores sobre los cuales fundamentarán su conducta el resto de su vida. Es obligación de los padres orientarlos a través de ese proceso. Los cabezas de familia están faltando a su deber si dejan a sus hijos ver lo que quieran en la televisión sin ningún tipo de orientación ni explicación sobre lo que es y lo que no es socialmente aceptable. Eso vale también para los programas orientados a los niños, incluidos los que ostentan la etiqueta de didácticos. El solo hecho de que una película o serie de televisión esté catalogada de apta para niños no significa que sea buena para los tuyos. Corresponde a los padres tomar esa decisión. Ellos tienen también el deber de apartar a sus hijos de lo negativo, ya sea evitando exponerlos a esas influencias, o bien explicándoles por qué son perjudiciales y no conviene imitarlas. Los padres de familia debemos revisar detenidamente las influencias a las que están expuestos nuestros hijos y decidir si esos son los modelos de conducta que queremos para ellos. No olvidemos que el día de mañana ellos serán el producto de lo que vean, escuchen y emulen hoy. – D.B. Berg |
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