Joyce Suttin
Bo era nuestro perro labrador. Le encantaba nadar en la piscina. El ejercicio era su vida, y la piscina, su dominio. Cierto día mi hijo estaba aprendiendo nuevos estilos de natación y probó a hacer el muerto. Bo pensó que el chico estaba en inminente peligro y se lanzó a rescatarlo. Instintivamente alzó la cabeza del niño y se aferró a él con las patas en un intento de salvarle la vida. El pobre chico se atoró tratando de alejar a Bo. Terminó con agua en los pulmones y el pecho todo arañado. El perro, en su celo por obtener mi aprobación por lo que había hecho, se sacudió el agua y me dejó toda mojada. Yo lo felicité. Sabía que era más el daño que el bien que había hecho, pero me identifiqué con él, pues con frecuencia me ha pasado lo mismo en mi trato con los demás. El otro día conversaba con alguien acerca de su relación con su hijo adolescente y le ofrecí un consejo. Tras cuarenta y tantos años de ser madre, abuela y docente de jóvenes, mi recomendación es en realidad bastante sencilla: «No te tomes las cosas tan a pecho». Es difícil no reaccionar con fastidio, enojo o susceptibilidad cuando sientes que te rechazan. Cuesta no tomarse a pecho las palabras y gestos ásperos, y no pensar en todas las veces en que tú querías hacer otra cosa y, sin embargo, te tomaste la molestia de escuchar y atender las necesidades de tus hijos. Cuesta también quedarse fuera de la piscina para observar y orar, sabiendo que has dicho y hecho todo lo que podías. Llega un momento en que simplemente debes dejar que se defiendan por su cuenta. Déjalos lanzarse al agua torpemente. Que prueben nuevas brazadas. Que imiten a sus amigos. Pero no te tires a la piscina como Bo para rescatarlos prematuramente. Limítate a observarlos y a estar pendiente por si piden ayuda. Y reza. A la larga, la oración y el amor incondicional son los factores determinantes. Si terminan llamándote, no los regañes por todas las veces en que no lo hicieron. Si tocan a tu puerta, no les digas que no tienes tiempo. Haz las veces de ancla, de roca, de plataforma estable en medio de este mundo inestable, y diles que todo saldrá bien. Valora esos momentos en que vuelves a estrecharlos entre tus brazos e infúndeles fe para volver a lanzarse a la piscina.
Foto y artículo gentileza de la revista Conéctate.
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Becky Hayes Le había pedido a Dios que mi hijo Denith estableciera una estrecha relación personal con Jesús desde pequeño, aprovechando que a los dos años los niños tienen mucha fe y mucha capacidad para creer. Oré para que no solo lograra comprender que Jesús es su Salvador, sino que viera en Él un amigo muy querido, pues Él desea que todos tengamos una amistad así con Él. Yo quería que Denith percibiera el Espíritu de Dios y escuchara Su voz. Una noche ocurrió algo extraordinario que me animó y me convenció para enseñar a mi hijo a escuchar la voz de Jesús. Resulta que a Denith le habían regalado cuando era un bebé un oso de peluche. Lo llamaba Teddy y le tenía mucho cariño. A donde quiera que iba Denith —al jardín de infantes, a almorzar o al supermercado—, Teddy lo acompañaba. Un día el osito se hizo humo, y no lo encontrábamos por ninguna parte. Estuvimos tres días buscándolo por toda la casa. Hasta saqué las cosas que tenía guardadas debajo de la cama, no fuera a ser que Teddy se hubiera caído por detrás. La tercera noche, cuando estaba acostando a Leilani (de 9 meses) y a Denith, y ya había apagado la luz y todos estábamos arropados en la cama listos para hacer una oración, Denith preguntó: —Mamá, ¿dónde está Teddy? —Mi cielo —le respondí—, Teddy se ha perdido. Tenemos que buscarlo de día, cuando hay luz. Ahora está oscuro, y no se ve nada. ¿Quieres que le pidamos a Jesús que le dé una buena noche a Teddy, y que esté calentito y cómodo y duerma bien? —Mamá, ¿dónde está Jesús? —preguntó Denith. —En tu corazón —le respondí—. También está en el mío y alrededor de nosotros. Cuando le hablas, Él te oye; y si prestas atención, tú también lo oirás cuando te hable. Inmediatamente Denith preguntó en voz alta: —Jesús, ¿dónde está Teddy? Después de una breve pausa Denith exclamó emocionado, pero con mucha seguridad y naturalidad: —Mamá, ¡Teddy está en la cuna! Me quedé electrizada. Sabía que mi hijo había oído la respuesta de Jesús. Sin vacilar ni un instante, busqué entre los juguetes y peluches que había en la cuna de la nena. En efecto, debajo de los otros juguetes estaba Teddy. Me conmovió que Jesús hubiera sido tan amoroso con Denith. Premió su fe respondiéndole claramente. Para mí fue una buena oportunidad de enseñarle que Jesús siempre tiene la solución. Gentileza de Conéctate. Usado con permiso. Foto adaptado de Wikimedia Commons.
No es fácil educar a los hijos en el mundo de hoy. Muchos de los valores cristianos que quieres inculcarles son objeto de persistentes ataques por parte de personas que tiran en sentido contrario. Te preocupa que aun tus más nobles esfuerzos no basten, y que tus hijos den la espalda a los valores que más significan para ti. Sé que a veces sientes el impulso de arrojar la toalla; pero no lo hagas. Tu interés y preocupación no son en vano. Por mucho que te desvivas por hacerlo bien, tus posibilidades tienen un límite. Yo, no obstante, soy capaz de hacer mucho más que tú, y te ofrezco Mi asistencia. Además entiendo a tus hijos mucho mejor que tú y sé cómo resolver sus problemas. Quiero colaborar contigo para convertirlos en las personas de buenos principios que tanto tú como Yo queremos que sean. Encomiéndamelos en tus plegarias. Por medio de ellas puedes desempeñar tu función mucho mejor, guardarlos de perjuicios e influencias perniciosas y hallar soluciones a sus problemas. Asimismo, me darás la posibilidad de intervenir para hacer lo que está fuera de tu alcance. Tómate un rato todos los días para orar por tus hijos. Cada vez que te enfrentes a un asunto espinoso, pídeme la solución. Empieza hoy mismo a valerte de la oración para potenciar tus esfuerzos. A fuerza de oraciones se producirán cambios que nunca creíste posibles. Gentileza de la revista Conéctate.
Bonita Hele
Bendice a las madres, Jesús, que anoche -de nuevo- se quedaron sentadas y calmaron a los bebés que lloraban debido a los cólicos. Bendice a las madres que leen el mismo cuento noche tras noche, el favorito de los niños, incluso cuando podrían recitarlo mientras duermen. Bendice a las madres que guardan como un tesoro la colección de los dibujos de sus niños, desde los primeros garabatos hasta el último y esmerado dibujo. Bendice a las madres que ayudan a sustentar a sus familias, incluso cuando significa que van al trabajo con la blusa manchada de un poco de flema del bebé, o con pañales en el bolso y chupadores en los llaveros. Bendije a las madres que animan al hijo que logró llegar a una meta, y bendice a las madres que animan al hijo que nunca ha alcanzado un objetivo. Bendice a las madres que atienden a sus hijos enfermos, que atesoran el tiempo adicional que pasan juntos en vez de quejarse porque tienen más trabajo. Bendice a las madres que a diario enseñan a sus hijos a tener amor, paz, perdón, tolerancia y humildad, y que lo hacen al darles un ejemplo. Bendice a las madres que enseñan a sus hijos a unir las manos para orar, incluso antes de que los niñitos aprendan a hablar. Bendice a las madres que reconocen sus errores y te piden, Jesús, que compenses por lo que les falta. Bendice a las madres que nunca se cansan de orar por sus hijos. Bendice a las madres que no son un modelo de perfección, sino una personificación del amor. Gracias, Señor, por las madres -las que son madres desde hace mucho tiempo, las que acaban de ser madres, o las que pronto lo serán, las ricas y las pobres, las madres de sus propios hijos o las madres de los niños que han perdido a su progenitora- porque sin ellas, no conoceríamos ese algo bellísimo: el amor de madre. Natalia Nazarova Cuando mi marido tuvo que hacer un largo viaje de tres meses por asuntos de negocios, descubrí las dificultades que afrontan muchas familias monoparentales. Me costó una barbaridad adaptarme a las circunstancias, mantener la casa ordenada y cuidar de los niños por mi cuenta, además de cumplir con mi trabajo. Otros factores también me afectaron emocionalmente, con lo que se me hacía cada vez más cuesta arriba. De día en día la situación parecía empeorar. Aquello me tenía extenuada física y mentalmente. Entonces cayó la gota que hizo rebasar el vaso. Tenía la cena casi lista y faltaban diez minutos para que los niños terminaran sus tareas. Había puesto mi ordenador portátil en la mesada de la cocina para escuchar música mientras preparaba la comida y decidí aprovechar esos diez minutos para revisar mi correo electrónico. Tomé la computadora y me dirigí a la sala; pero en mi frenesí olvidé desconectar el cable de la corriente. Apenas había avanzado unos pasos cuando la tirantez del cable me arrebató el portátil de las manos. Aún ahora puedo revivir la escena como en cámara lenta: el ordenador se cayó, se dio la vuelta, rebotó, y la pantalla se apagó. Me quedé en estado de shock el resto de la noche. No lograba conciliar el sueño. Finalmente, cuando conseguí calmarme me puse a reflexionar sobre lo estresada -y por ende infeliz- que me sentía. Estoy convencida de que Dios quería ayudarme a salir del lío en que me había metido. Y lo hizo. Como estaba destrozada, logró hacerme ver algunos aspectos de mi conducta que dejaban bastante que desear, por ejemplo mi actitud hacia mis hijos mayores y hacia algunos de mis compañeros de trabajo. En aquel rato de quietud y reflexión busqué y hallé el perdón de Dios y recobré la fe y la esperanza. Luego recordé el estado en que había quedado mi computadora. Pero en lugar de la desesperación que había sentido al principio, tuve la corazonada de que el daño no era irremediable. «Si Dios puede componerme a mí -razoné-, sin duda hay esperanzas para mi portátil». A la mañana siguiente lo prendí y se inició bien. Solo se iluminó una pequeña porción de la pantalla, pero el ordenador funcionaba. Apenas se había dañado la pantalla, que no era tan cara de sustituir. Ahora, cada vez que abro el equipo y se enciende la pantalla recuerdo el amor y el perdón infalibles de Dios, la paz que nos ofrece, la transformación que obra en nosotros cuando le encomendamos nuestros problemas. Articulo gentileza de la revista Conéctate. Usado con permiso. Foto tomado de stockimages/freedigitalphotos.net Es natural para los padres desear todo lo mejor para sus hijos: que mejore su relación con Jesús; que estén protegidos de influencias negativas y situaciones peligrosas; que sean personas de provecho y bien formadas. Hay una multitud de ejemplos de lo que quieras que tengan o que experimenten. Y aunque físicamente no puedas darles más allá de ciertos límites, con la oración puedes obtener todo lo que quiere darles Jesús. Para criar bien a los hijos hace falta fuerza, sabiduría, paciencia, fe, comprensión, valentía, espíritu de lucha y el amor de Dios. Pero si quieren darles lo mejor a sus hijos y hacer lo mejor por ellos, ¡entréguenles sus oraciones! Oren en vez de esperar a que surjan problemas, y los eliminarán antes de que ocurran. Si oran, estarás haciendo todo que puedas para preparar a sus hijos para lo mejor de la vida. Como tantos padres saben por experiencia, hay veces en que no les parece que puedan hacer gran cosa para ayudar a sus hijos. Les parecerá que han hecho todo lo posible y no verán que nada dé resultado. La verdad es que siempre pueden hacer algo más. Siempre pueden orar por ellos, y eso sí que dará resultados. Criando niños nunca se quedarán desocupados. Serán sus hijos por el resto de su vida, y aun cuando sean mayores y tengan hijos propios, ustedes todavía pueden orar por ellos. Peticiones de oración por tus hijos Esta lista de ejemplo puedes emplearla cuando ores por tus hijos o adaptarla para que se acomode de manera más exacta a su situación y sus necesidades. Relación con Jesús y crecimiento espiritual * Que lleguen a conocer a Jesús y Su amor y se acerquen a Él de un modo personal. * Que se les desarrolle el amor y aprecio por la Palabra de Dios. * Que maduren y se manifiesten en su vida los frutos del Espíritu: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza. Desarrollo general, inteligencia emocional y relaciones humanas * Que tengan un efecto positivo en sus amigos, personas de su edad y mayores con quienes tengan trato. * Que aprendan a obedecer por amor. * Que traben amistad con quienes ejerzan una influencia positiva en ellos, y a su vez esas personas ejerzan una buena influencia en mis hijos. * Que hagan progreso en todos los aspectos de su desarrollo: espiritual, intelectual, físico, social y emocional. Crianza de los hijos * Que con regularidad busque la ayuda de Jesús, Su comprensión y sabiduría, a fin de que sea el padre o madre que Él quiere que sea. * Que pueda darles la seguridad de que cuentan con mi amor incondicional cualesquiera que sean los problemas o dificultades que surjan; y que pueda ser para mis hijos el reflejo del amor eterno de Dios. * Que transmita con diligencia a mis hijos lo importante que es Jesús para mí y cómo obra en mi vida. * Que enseñe a mis hijos a discernir entre lo que está bien y lo que está mal. Futuro y protección * Que las experiencias de la vida y la madurez de carácter capaciten y motiven a mis hijos para cumplir el destino que les tiene reservado Jesús. * Que el Señor los proteja de daños físicos, accidentes y enfermedades. Text © La Familia Internacional. Image courtesy of David Castillo Dominici at FreeDigitalPhotos.net Basado en los escritos de David Brandt Berg La clave para criar niños felices, bien adaptados y de buen comportamiento es en realidad bastante simple: el amor. Lo que no siempre es tan simple ni fácil es saber cómo aplicar ese amor. A continuación reproducimos diez consejos que sin duda te serán de utilidad. 1. Lleva a tus hijos a aceptar a Jesús. Hay veces en que el amor natural que Dios te ha dado por tus hijos no basta para satisfacer sus necesidades. Les hace falta su propia conexión con la fuente del amor —Dios mismo—, y esa conexión la consiguen aceptando a Jesús. Establecer un vínculo con Jesús es tan sencillo que hasta los niños de dos años son capaces de hacerlo. Basta con que les expliques que si le piden que entre en su corazón, Él se convertirá en su mejor Amigo, los perdonará cuando se porten mal y los ayudará a portarse bien. Luego enséñales a hacer una oración como esta: «Jesús, perdóname por portarme mal a veces. Entra en mi corazón y sé mi mejor Amigo para siempre. Amén». 2. Transmíteles la Palabra de Dios. ¿Qué podría ser más beneficioso para tus hijos que enseñarles a hallar fe, inspiración, orientación y respuestas a sus interrogantes y problemas en la Palabra? «La fe viene por el oír la Palabra de Dios» (Romanos 10:17). La lectura diaria de la Palabra es clave para progresar espiritualmente. Eso es válido a cualquier edad. Si tus hijos son bastante pequeños, puedes empezar por leerles una Biblia para niños o libros de Historia Sagrada, o viendo con ellos videos basados en la Biblia y explicándoles lo que sea necesario. Sé constante y hazlo divertido. En poco tiempo tus hijos estarán «sobreedificados en [Jesús] y confirmados en la fe» (Colosenses 2:7). Así habrá menos probabilidades de que se descarríen a causa de influencias malsanas o de que busquen respuestas en otros sitios, pues su vida estará fundamentada en el cimiento sólido de la Palabra de Dios. 3. Enséñales a actuar motivados por el amor. Dios quiere que todos obremos bien, no por temor al castigo, sino porque lo amamos y amamos al prójimo. Si tus hijos han aceptado a Jesús y les has enseñado a amarlo y respetarlo, y a amar y respetar a los demás, y vas reforzando esos principios, con el tiempo aprenderán a tener esa motivación. Desde muy temprana edad puedes enseñarles a practicar el amor siendo desinteresados y considerados con los sentimientos y necesidades ajenos. Jesús lo resumió en Mateo 7:12, en lo que se conoce como la Regla de Oro. La siguiente paráfrasis es un estupendo punto de partida para enseñar a los pequeñitos a tener el amor por motivación: «Trata a los demás como te gustaría que te trataran». 4. Promueve una comunicación franca y sincera. Si tus hijos saben que vas a reaccionar con calma y con amor pase lo que pase, es mucho más fácil que te confíen sus intimidades. Si cultivas una relación de confianza y entendimiento mutuo cuando todavía son pequeños, es mucho más probable que mantengan abierta esa línea de comunicación cuando lleguen a la preadolescencia y la adolescencia, período en que sus emociones y problemas se vuelven mucho más complejos. 5. Ponte en su lugar. Procura relacionarte con tus hijos a su nivel y no esperar demasiado de ellos. Recuerda también que la gente menuda suele ser más sensible que las personas mayores, así que es importante tener mucha consideración con sus sentimientos. Todos sabemos lo descorazonador que es que nos pongan en situaciones embarazosas, que nos ofendan o nos denigren. Si tomamos conciencia de que esas experiencias desagradables pueden ser aún más traumáticas para los niños, haremos todo lo posible por evitarles ese tipo de incidentes. 6. Da buen ejemplo. Sé el mejor modelo de conducta que puedas, pero sin pretender haber alcanzado la perfección. Manifiéstales amor, aceptación, paciencia y perdón, y esfuérzate por practicar las demás virtudes y por vivir conforme a los valores que quieres enseñarles. 7. Establece reglas razonables de conducta. Los niños son más felices cuando saben cuáles son los límites, y esos límites se hacen respetar sistemáticamente, con amor. Un niño malcriado, caprichoso e irresponsable se convierte en un adulto igualmente malcriado, caprichoso e irresponsable. Es, pues, importante que aprenda a responsabilizarse de sus actos. La meta de la disciplina es la autodisciplina, sin la cual un niño se ve en franca desventaja en el colegio, y posteriormente en el trabajo y en la sociedad. Uno de los mejores métodos para establecer reglas es conseguir que los niños mismos ayuden a fijarlas, o al menos que las acepten de buen grado. Requiere más tiempo y paciencia enseñarles a tomar buenas decisiones que castigarlos por decidir mal, pero a la larga es más eficaz. 8. Prodígales elogios y aliento. A los niños les pasa lo que a todos: los elogios y el aprecio los motivan a hacer enormes progresos. Cultiva su autoestima elogiándolos sincera y constantemente por sus buenas cualidades y sus logros. Recuerda también que es más importante y da mucho mejor resultado elogiarlos por su buen comportamiento que regañarlos cuando se portan mal. Si te propones hacer siempre hincapié en lo positivo, tus hijos se sentirán más amados y seguros. 9. Ámalos incondicionalmente. Dios nunca se da por vencido con nosotros ni deja de amarnos por mucho que nos descarriemos. Así también quiere Él que seamos con nuestros hijos. 10. Reza por ellos. Por mucho que te esfuerces y por muy bien que hagas todo lo demás, te verás en situaciones que escapan a tu control o que requieren más de lo que tú puedes aportar. Sin embargo, nada escapa al control de Dios ni supera Su capacidad. Echa mano de Sus ilimitados recursos por medio de la oración. Él conoce todas las soluciones y puede satisfacer toda necesidad. «Pedid, y se os dará» (Mateo 7:7). «Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto» (Santiago 1:17). ¡Que lo disfrutes! Gentileza de la revista Conéctate. Usado con permiso. Misty Kay Aquella tarde de verano llegué a mi casa como a las ocho. En vez de que me recibiera mi esposo Daniel, una vecina me recibió cuando salí del automóvil. —¿Vio a Daniel en el hospital? —preguntó. —No. ¿Tenía que hacerlo? —¿No se enteró? Toda madre teme oír esas palabras. De inmediato pensé en mi hija Chalsey de ocho años. Ella es propensa a sufrir accidentes. —¡A Chalsey le picó una víbora cabeza de cobre! Daniel se la llevó al hospital hace como una hora. Me dio un vuelco el corazón. En nuestro terreno habíamos matado víboras de esa especie antes de que supiéramos lo peligrosas que eran. Una picadura de ese ofidio podía matar a un niño. Más tarde me enteré de que Chalsey buscaba insectos para alimentar a una iguana que tenía de mascota y levantó para ello una pasarela de madera que se encuentra a un lado de la casa. Cuando gritó de dolor, Daniel llegó rápidamente, vio lo que había pasado, mató a la serpiente y se llevó a la niña y a la serpiente al hospital, donde los médicos saben tratar una picadura. Volví al auto y me dirigí al hospital, que quedaba a unos quince minutos de casa. Yo creo que fueron los quince minutos más largos de mi vida. Por la cabeza se me cruzaron un millón de preguntas. ¿Chalsey tendría mucho dolor? ¿Estaría inconsciente? ¿Estaría siquiera con vida? ¿Cómo pudo haber pasado algo así? Imploré a Dios como solo sabe hacerlo una madre. En ese momento, la cosa se decidía entre Dios y yo. Las manos me temblaban en el volante mientras le suplicaba que tuviera misericordia y curara a mi niña. Corriendo por la autopista, el corazón se me conectó con el de Dios. Recordé el relato bíblico de la sunamita, madre de un solo hijo, y que el niño había muerto de manera repentina (2 de Reyes 4:8-37). La madre lo acostó en la cama del profeta Elías y fue a buscar a éste. Cuando lo encontró, Elías le preguntó: «¿Estás bien? ¿Está bien… tu hijo?» Y ella respondió: «Bien». ¿Por qué respondió: «Bien»? Era bastante evidente que el niño no estaba bien. Pero la madre tenía mucha fe. Dios le había dado ese niño en respuesta a las oraciones del profeta, ya que ella había sido estéril. Creyó que Dios podía devolverle la vida a su hijo, y gracias a la fe de ella, el niño resucitó, completamente sano. El mensaje me resultó claro. Dios quería que confiara en Él, que creyera que ya había escuchado mis oraciones y empezara a darle gracias. Fue un momento muy emotivo para mí. Pasé de las súplicas con lágrimas, a lágrimas de entrega a Dios, que lavan el alma, para terminar con lágrimas apasionadas de alabanza y acción de gracias a mi amoroso Dios. Él haría lo que fuera más conveniente. «La niña está bien», dije en voz alta, como profesión de fe. Al llegar al hospital, sentí un gran alivio al encontrar a Chalsey despierta y hablando. Tenía una mano hinchada —con los dedos de color morado y verde— y le dolía mucho. Pero hasta ese momento la hinchazón no le había llegado más allá de la mano. La serpiente que la había mordido era joven. El médico explicó que las serpientes jóvenes pueden ser las más peligrosas porque todavía no saben regular la emisión de veneno. Pueden inyectar una dosis más alta que una adulta, o bien aplicar una dosis pequeña. ¿Cuánto recibió Chalsey? Con el tiempo se sabría. El médico explicó que si la hinchazón pasaba de la muñeca, sería necesario tomar medidas más drásticas. Durante horas observamos cómo aumentaba de tamaño la mano y le cambiaban de color los dedos. La niña se sentía mal y lloraba de dolor. Llamamos a amigos y familiares para que oraran por ella con nosotros. Rogamos por que el veneno no se extendiera más allá de la mano. Cantamos a Chalsey y le recitamos versículos de la Biblia. Con alivio y alegría, observamos que la hinchazón se le detenía en la muñeca. ¡Dios había escuchado nuestras oraciones! A la mañana siguiente, Chalsey sonreía de nuevo; y con el paso del tiempo desaparecieron la hinchazón y las manchas. Es una niña que se adapta bien a los cambios. Se recupera de cualquier cosa. (Y además le encanta lucir sus cicatrices.) Desde aquella noche en que a mi hija le picó la serpiente y fui a verla al hospital tengo paz interior. Encaré mis temores, y mi fe salió aumentada de la prueba. Copyright © La Familia Internacional. Usado con permiso. No es fácil criar hijos en el mundo de hoy. Muchos de los valores cristianos que quieres inculcarles son objeto de persistentes ataques por parte de personas que tiran en sentido contrario. Te preocupa que aun tus más nobles esfuerzos no basten, y que tus hijos desechen los valores que más significan para ti. Sé que a veces sientes el impulso de arrojar la toalla; pero no lo hagas. Tu interés y desvelo no son en vano. Por mucho que te desvivas, tus posibilidades tienen un límite. Sin embargo, Yo soy capaz de hacer mucho más que tú, y te ofrezco Mi asistencia. Además, entiendo a tus hijos aún mejor que tú y sé la mejor manera de abordar sus problemas. Ansío colaborar contigo para convertirlos en las personas de bien que tanto tú como Yo deseamos que sean. Encomiéndamelos en tus oraciones. Por medio de ellas puedes desempeñar tu función mucho mejor, guardarlos del mal y de influencias malsanas y hallar soluciones a sus problemas. Asimismo, me darás la posibilidad de intervenir para hacer lo que está fuera de tu alcance. Tómate un rato todos los días para orar por tus hijos. Cada vez que te enfrentes a un asunto espinoso, pídeme la solución. Comienza hoy mismo a valerte de la oración para potenciar tus esfuerzos. A fuerza de oraciones se producirán cambios que nunca has creído posibles. Extraído del libro, "De Jesús con cariño, para momentos de crisis". © Aurora Productions. Photo copyright (c) 123RF Stock Photos |
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