¿Qué es el amor incondicional? Es, simplemente, lo que implica la frase: amar a una persona sin condiciones, por lo que es esa persona y no por lo que hace. Zig Ziglar * Los niños excepcionales son justamente eso: excepciones. ¡La gran mayoría de nuestros hijos no son particularmente brillantes, increíblemente sagaces, super coordinados, increíblemente talentosos ni universalmente populares! Son chicos comunes y corrientes con una enorme necesidad de que se los ame y acepte tal como son. James Dobson * Verse a sí mismo o a su hijo desde una perspectiva analítica o negativa y desear que su hijo sea así o asá puede robar la felicidad, motivación, paz interior y satisfacción, y no hablemos ya del efecto que tendrá en el hijo. Los niños recuerdan con mucha claridad, y los afectan de forma muy directa las actitudes de los padres, la manera en que estos los perciben y lo que piensan de ellos.Por eso, si constantemente se expresa fe con las palabras y se dicen cosas positivas del hijo, tanto ante él como ante los demás, y si se piensan cosas positivas de él, el efecto será bueno y positivo porque le infundirá fe y probablemente se ajustará más al concepto que se tiene de él y lo que se espera de él. En cambio, si se piensa o habla mal de él, ya sea de forma directa o indirecta, podría hacerle tener un concepto negativo de sí mismo, no podrá ser feliz, se socavará su autoestima, se dificultará su desempeño y afectará la forma en que se vea a sí mismo. La fe engendra fe; las actitudes positivas fomentan más actitudes positivas tanto en uno mismo como en quienes lo rodean. Para que se manifiesten las mejores cualidades de una persona suele ser necesario demostrar fe en ella. Jesús, hablando en profecía * Lo esencial de la aprobación estriba en que uno ame a sus hijos aun cuando se rebelen o estén de mal humor. Deben tener muy en claro que su valor como personas no depende de su atractivo físico, su inteligencia ni su comportamiento, sino del simple hecho de que son criaturas de Dios. Dan Benson * Para establecer una relación de amor y respeto, es preciso recordar que sus hijos reaccionarán según como se sientan con respecto a usted. Si sienten respeto y amor por usted, tendrán actitudes obedientes y afectuosas, porque es lo que desean. […] No hay verdadera unión sin respeto. Zig Ziglar * A los niños les encanta que les digan que han hecho algo bien. Es más importante elogiar a un niño por sus buenas obras y por su buena conducta que regañarle cuando se porta mal. Siempre hay que procurar resaltar el lado positivo de las cosas. David Brandt Berg * Maneras de manifestar amor y respeto a los niños * No hagan caso omiso de los sentimientos de su hijo. Respondan con amor. * No den órdenes a su hijo ni le exijan que les preste atención sin darle explicación alguna. Diríjanse a él con respeto y amor cuando tengan que pedirle un favor. Procuren ser sensibles y manifestar un espíritu amable. * Miren a su hijo a los ojos, agachándose para estar a su nivel cuando le hablen; por ejemplo, cuando le digan algo o le den instrucciones. * Tómense un poco más de tiempo para detenerse y concentrarse de verdad en él. Den importancia a las ideas de su hijo. No las rebatan de buenas a primeras. Si expone una idea poco razonable, aunque el niño no entienda todos los detalles, procuren explicar todo lo que puedan. * No se burlen del niño cuando se equivoque o cuando haga algo un poco tonto. Eso puede lastimarlo profundamente. Esto no significa que no deban enseñar a su hijo a aprender a tomarse las cosas con buen humor cuando algo les salga mal, pero oren por discernimiento, pues a veces tal vez lo único que necesita el niño es un poco de comprensión. * Cuando su hijo necesite corrección, corríjanlo en privado para evitarle pasar vergüenza, según pida el caso. * Encuentren la forma de establecer vínculos personales con cada niño. * Demuéstrenles que los valoran con la manera en que los tratan. Préstenles la misma atención que quieren que les presten ellos a ustedes. * Cuando su hijo se les acerque para decirles algo, hagan una pausa y escúchenlo. Denle toda su atención y respóndanle. No escuchen a medias mientras piensan en otra cosa y siguen con sus actividades. * Deténganse a saludar a su hijo. María Fontaine * Fomenten las capacidades y características únicas de sus hijos: Conocer bien a cada niño como individuo. No se puede ayudar a un niño a adquirir confianza en sus dones y habilidades naturales a menos que uno sepa cuáles son esos dones. Hay dos maneras de aprenderlo: 1) En charlas privadas con el niño, observando y apreciando sus cualidades cuando uno pase tiempo con él; y 2) apartando marido y mujer un tiempo determinado para hablar de cada uno de los hijos, compartir impresiones, tomar notas, descubrir entre ambos algo más acerca de la personalidad y el carácter individual de cada niño. Respetar genuinamente a cada niño y sus dotes personales. Nuestros hijos son seres humanos que merecen no solamente nuestro amor sino también nuestro respeto. Con eso en mente, se hace a veces un poco más fácil 1) manifestar mayor confianza en ellos después de algún fracaso; 2) comentar nuestras propias fallas con ellos y contarles qué aprendimos de cada una; 3) alabar sus realizaciones generosa y sinceramente, sobre todo sus logros en aspectos que les notamos especial aptitud; y 4) no criticar ni apabullar jamás a ninguno de los niños. Más bien, debemos señalar sus malas conductas pero haciéndole sentir que no lo privamos de nuestro amor. Nunca critique en público: «alabe en público, corrija en privado». [Inculcarle] independencia, confianza en sí mismo y responsabilidad a temprana edad. La confianza y la alegría que ella depara tienen mucho que ver con la capacidad de hacer cosas útiles. Cada hijo debe tener un trabajo en la familia y para la familia (sobre todo tareas diarias o semanales) por el cual se lo elogia y se lo hace sentirse muy capaz y muy importante, por no decir parte clave de la familia. Ayude a los niños a descubrir sus propios dones y a darse cuenta de que los suyos son tan valiosos como los de cualquier otra persona. Linda y Richard Eyre * Sus niños dependen de que ustedes encarnen Mi amor para ellos de una manera que puedan comprender, captar y sentir. Si no les manifiestan Mi amor, ¿cómo sabrán que los amo? Ustedes son una manifestación de Mi amor por ellos. Los niños tienen unos sentimientos muy tiernos y delicados, aun los que no los exteriorizan mucho, y quiero demostrarles que los amo, velo por ellos y quiero estar unido a ellos y tener gestos lindos con ellos. El amor que manifiestan dedicándole tiempo es una de las mejores formas en que un niño siente Mi amor a través de ustedes. Y así como los amo entrañablemente a ustedes, también los amo a ellos; más de lo que ustedes pueden imaginar. Jesús, hablando en profecía Gentileza de http://anchor.tfionline.com/es/post/amor-que-fortalece-los-ninos/. Foto tomado por Stenly Lam / Flickr.
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Podemos mejorar la vida de las personas que nos rodean con nuestros actos de bondad y consideración, y también manifestando fe en ellas. A continuación, algunas fórmulas prácticas para empezar a cambiar nuestro rincón del mundo: • Cultiva la excelencia. Procura pensar como mínimo en un rasgo de tu hijo que te parezca digno de elogio y preocúpate de hacérselo saber. No seas tímido: ya verás que no se cansará de oírlo. Reforzarás su confianza en ese aspecto y, a medida que aumente su autoestima, tu hijo mejorará también en otros aspectos. • Asigna funciones importantes a tus niños. Procura darles facultades y atribuciones en los aspectos que son su fuerte. Demuéstrales que confías en ellos, que los necesitas y los valoras. • Aprecia a tus niños por lo que son. Valorar el desempeño de tu hijo es importante, y a los niños le gusta que le den las gracias y que se le reconozca lo que ha hecho; pero ser estimado por una cualidad particular es mucho más grato que ser aplaudido por las consecuencias de esa cualidad. • Aminora la marcha. Toma tiempo ver a tus niños con nuevos ojos. Ve más despacio en tu trato con los niños y dale a Dios la oportunidad de revelarte cómo las ve Él. • Olvida el pasado. A nadie le gusta que lo etiqueten o lo encasillen. Procura ver cómo son tus niños actualmente o cómo pueden llegar a ser el día de mañana. Adaptado de un articulo publicado en la revista Conéctate. Joyce Suttin En la primavera de mi penúltimo año de secundaria, algunas chicas propusieron que nos preparáramos para el partido de baloncesto entre las representantes de nuestro curso y las del curso superior. Me pareció que podía ser entretenido, así que me apunté. No me fue muy bien en los entrenamientos, pues me distraía con mis amigas en vez de concentrarme en el juego; pero a pesar de poner nerviosas a algunas de las jugadoras más competitivas, me propuse seguir y participar en el que sería mi primer y único partido de baloncesto. A lo largo del partido, nuestras rivales nos llevaron ventaja en todo momento. Mis compañeras se esforzaban por darles alcance. Yo había pasado la pelota un par de veces como una papa caliente, feliz de quitármela de encima lo antes posible. Hasta que… Perdíamos por dos puntos y faltaban apenas unos segundos para el término del partido cuando una de mis amigas logró interceptar el balón. Lo tiró lo más lejos que pudo, y con espanto vi que venía directo hacia mí. Lo atrapé con facilidad, pero no sabía qué hacer con él. Ninguna de mis compañeras estaba cerca de la canasta. Me imagino que di la impresión de estar paralizada, sin saber qué hacer. En eso vi la cara de Stan, un compañero de clase de constitución atlética que estaba sentado en la primera fila entre el público. Me gritó: —¡Lánzalo! ¡Dale, que puedes! Recuerdo que miré hacia la canasta desde donde estaba parada en la mitad de la cancha, apunté y lancé la pelota con todas mis fuerzas. Lo que sucedió en ese momento no lo tengo del todo claro. No sé cómo, el balón de milagro entró limpiamente en la canasta en el último segundo, y ganamos el partido. Mientras todos se amontonaban a mi alrededor en aquel momento de gloria, yo busqué a Stan con la mirada entre el gentío. Finalmente se acercó para felicitarme, y le dije: —Gracias por animarme cuando más lo necesitaba. Creíste que yo era capaz de encestar, y lo hice. Todos necesitamos a alguien que nos estimule cuando los rostros de la multitud se difuminan, cuando las voces se vuelven ininteligibles y nos tiemblan las piernas, alguien como Stan que nos anime cuando vacilamos y nos sentimos inseguros, que nos inspire confianza en nosotros mismos y nos impulse a intentar lo imposible, que nos diga: «¡Tú puedes!» ***** Tus niños tienen que ver que ustedes quieren que triunfen y que creen que pueden triunfar. En sus momentos de desespero o de desazón, tienen que demostrarles que pueden rehacerse y comenzar de nuevo. Necesitan saber que por dura que haya sido la caída, o por muchas veces que hayan fallado, pueden volver a incorporarse. Necesitan saber que son ganadores, que son campeones y que ustedes creen en ellos. En la Historia hay muchos ejemplos de personas que hicieron maravillas, que se destacaron, que realizaron descubrimientos, inventaron algo ingenioso, compusieron algo original, cantaron algo hermoso, inspiraron a otros o contribuyeron a mejorar el mundo con sus esfuerzos, gracias en gran parte a la fe que otra persona les tuvo. La fuerza de la fe y confianza que manifestaron los demás fue lo que ayudó a muchos de esos grandes hombres y mujeres a sobreponerse a las imposibilidades, la oposición, el peligro o las dificultades. A lo mejor el mundo nunca habría oído hablar de ellos si alguien no los hubiera inspirado a lograr algo. Gracias a ello se exigieron a sí mismos para desarrollar a fondo su potencialidad. Hubo gente que en un principio pensó que esos grandes hombres y mujeres no tenían potencial. Hubo grandes maestros, científicos e inventores que fueron considerados poco inteligentes de niños. Hubo grandes atletas a los que se les dijo que estaban demasiado enfermos, incapacitados o débiles como para pasar a la primera ronda de una competencia. Ha habido grandes escritores y oradores que cuando comenzaron apenas podían articular palabra. Ha habido bailarines, cantantes y actores ahora reconocidos mundialmente que fueron rechazados en su primera audición por «falta de talento». También hay muchos que fracasaron y se equivocaron incontables veces, que demostraron tener posibilidades, pero que sufrieron una desilusión tras otra, hasta que finalmente alcanzaron el éxito, en parte gracias a que quienes creyeron en ellos les transmitieron el ímpetu para perseverar. Gentileza de la revista Conéctate y sitio web www.anchor.tfionline.com. Les Brown
En mis tiempos de estudiante fui en una ocasión al aula de un amigo a esperarlo. Entré al aula, y el profesor, un tal Washington, me pidió de pronto que me dirigiera a la pizarra a resolver un problema. Le respondí que no podía, y me preguntó: -¿Por qué no? -Porque no soy de su clase -contesté. -Eso no importa; ve a la pizarra. -No puedo -insistí. -¿Por qué? -preguntó nuevamente. Hice una pausa, pues para entonces ya estaba un tanto avergonzado, antes de añadir: -Porque soy de la clase para alumnos con dificultades de aprendizaje. El profesor se levantó de su escritorio, se acercó a mí y, mirándome, sentenció: -Jamás se te ocurra repetir lo que acabas de decir; eso no es más que la opinión de alguien. No tiene por qué convertirse en tu realidad. Aquel comentario fue muy liberador para mí. Por una parte, me sentía humillado, porque los otros alumnos se burlaban de mí. Sabían que estaba en la clase de educación especial. Por otra, me liberó, pues empecé a reparar en que no tenía por qué vivir conforme al contexto de la opinión que otros tuvieran de mí. El profesor Washington se convirtió en mi mentor. Antes de aquella experiencia, yo había repetido curso en dos ocasiones. Cuando estaba en quinto grado me calificaron de niño que requería atención diferenciada. En octavo grado tuve que repetir otra vez. Por eso, el profesor Washington marcó un hito en mi vida. Afirmo y sostengo que el profesor Washington se guía por lo que aconsejaba Goethe: «Mirad al hombre tal cual es y únicamente empeorará. Miradlo como lo que puede llegar a ser y se convertirá en el hombre que debe ser.» El señor Washington creía que nadie se esfuerza cuando las expectativas son pocas. Por eso siempre daba a los alumnos la impresión de esperar mucho de ellos. Y nos esforzamos. Todos sus alumnos nos esforzamos por estar a la altura de lo que él esperaba de nosotros. En una oportunidad, cuando yo todavía cursaba la enseñanza media, lo escuché dar un discurso de despedida de curso a unos alumnos que se graduaban. Les dijo: «Ustedes llevan la grandeza dentro. Poseen algo excepcional. Si uno solo de ustedes vislumbra un poco más allá de sí mismo y alcanza a ver lo que es en realidad, lo que puede aportar a este planeta, ese algo que hace a cada ser humano tan singular, en un contexto histórico el mundo jamás volverá a ser el mismo. Sus padres, su colegio y su vecindario estarán orgullosos de ustedes. Pueden ejercer influencia en millones de personas.» Aunque estas palabras las decía dirigiéndose a los alumnos de último grado, me daba la impresión de que me las dijera a mí. Recuerdo que todos lo ovacionaron de pie. Cuando terminó el acto, lo alcancé en el estacionamiento y le pregunté: -Profesor, ¿se acuerda de mí? Estaba entre el auditorio cuando dio la charla a los alumnos que se graduaron. -¿Y qué hacías allí? Tú estás en un curso anterior. -Es cierto -respondí-, pero oí su voz desde afuera del auditorio, y me di por aludido. Habló de la grandeza interior que tienen los alumnos. ¿Usted cree, profesor, que yo también la tengo? -Por supuesto, Brown -fue su respuesta. -¿Y qué me dice del hecho de que no aprobé gramática, matemáticas ni historia, y voy a tener que asistir a clases de recuperación durante las vacaciones? ¿Qué piensa de eso, profesor? Soy más lento para aprender que la mayoría. No soy tan inteligente como mi hermano, ni como mi hermana, que va a la Universidad. -Eso no tiene nada que ver. Lo único que significa es que tienes que esforzarte más que ellos. Lo que seas o lo que vayas a hacer en la vida no depende de tus calificaciones. -Me gustaría comprarle una casa a mi madre. -Es posible, Brown, puedes hacerlo. Seguidamente, se dio vuelta y siguió caminando. -¿Profesor…? -¿Qué se te ofrece? -…Este… Tenga la seguridad de que lo conseguiré. Recuérdelo. No olvide mi nombre. Algún día se enterará y estará orgulloso de mí. Saldré adelante, profesor. Los estudios fueron una experiencia sumamente difícil para mí. Aprobaba porque los profesores veían que no tenía mala conducta. Era un chico agradable y simpático. Hacía reír a la gente. También era educado y respetuoso. Así que los profesores me aprobaban, y eso redundó en una desventaja para mí. El profesor Washington, por el contrario, me exigía. Me pedía cuentas. Y además me hizo creer que yo era capaz, que podía salir adelante. Fue mi instructor en el último año de secundaria, a pesar de que yo era un alumno de educación especial. No es habitual que los alumnos de educación especial sigan cursos de oratoria y arte dramático, pero me dejaron asistir a las clases de él. El director se dio cuenta del lazo que nos unía y de la gran influencia que él ejercía en mí, pues empecé a mejorar en los estudios. Por primera vez figuró mi nombre en el cuadro de honor. Quería hacer giras fuera de la ciudad con la compañía de teatro, y para ello había que estar en el cuadro de honor. ¡Aquello fue un milagro para mí! El profesor Washington me cambió todo el panorama referente a mi identidad. Me amplió las miras de lo que soy, por encima de mi capacidad mental y mis circunstancias. Años después, produje cinco programas para la televisión. Pedí a varios amigos que lo llamaran cuando emitieron mi programa Usted se lo merece en un canal educativo de Miami. Estaba sentado junto al teléfono, esperando, cuando él me llamó a Detroit. -¿Puedo hablar con el señor Brown? -preguntó. -¿Quién le llama? -Ya sabes quién llama. -¿Es usted, profesor Washington? -Lo conseguiste, ¿no? -Sí, profesor, lo conseguí. En mi niñez conocí a una familia de seis hermanos. Su despreocupación a la hora de tratar de encajar en un grupo o de vestirse a la moda me impresionaba. Parecían muy seguros de sí mismos y sin temor al fracaso. Si bien cada uno poseía una personalidad definida, todos compartían la misma cualidad, la cual llegué a admirar muchísimo. Emanaban una paz especial, una seguridad o naturalidad auténticas. En pocas palabras: tenían confianza. Pero no provenía de su intelecto, capacidades atléticas o belleza; a decir verdad, no sobresalían en ninguno de esos aspectos. Y ello sólo aumentaba mi interés en conocer el motivo de su confianza. Cierto día, sin esperarlo, tuve la ocasión de descubrir la fuente de su serenidad. La familia en cuestión se mudó a una cuadra de mi casa. Desde entonces, no sólo los veía en la escuela, sino también en mi vecindario. ¡Entonces descubrí su secreto! Los integrantes de su familia —padres, hijos, todos— transmitían generosamente su aceptación y confianza. Ese era el secreto que inspiraba tanta confianza en ellos. No es de sorprender que la confianza florezca en un ambiente de seguridad y aceptación. Vale la pena notar que la raíz de la palabra confianza es confiar. Y una de las claves para confiar en alguien es fiarse de esa persona. La intimidad y aceptación mutua que puede llegar a existir entre dos personas genera confianza. La confianza es recíproca: aumenta tanto en la otra persona como en uno mismo. — Deepa Daniels La mejor red de seguridad Muchos chicos no necesitan sino que sus padres les proporcionen una base firme de amor y aceptación. Esa base de amor puede guardarlos de peligros y malas influencias, como la droga y el alcohol, e incluso del sufrimiento que pudiera causarles el rechazo de sus amigos. En tales ocasiones, el amor y la aceptación son como la red de seguridad de los trapecistas. Si tus hijos saben que no los rechazarás aunque metan la pata o hagan alguna estupidez, acudirán a ti, y así se formará ese vínculo que deseas. Tus hijos deben saber que, hagan lo que hagan, siempre los amarás, y nada podrá alterar ese amor. Tienen que saber que siempre pueden conversar contigo; que aunque no estés de acuerdo con ellos, aunque no coincidas con su punto de vista, aunque pienses incluso que han hecho algo muy malo o dañino, nunca dejarás de considerarlos tus hijos. Tienen que saber que siempre los amarás, que siempre podrán recurrir a ti, que aunque ocurra la peor calamidad, siempre podrán contar con tu amor. — Tomado del libro, “Urgente, tengo un Adolescente”, escrito por Derek y Michelle Brookes - "Esta es la confianza" extraído del sitio web http://just1thing.com/podcast/2011/6/15/this-is-the-confidence.html
- "Urgente: tengo un Adolescente" © Aurora Productions Observaba a unos niños que jugaban fútbol; los más pequeños tendrían cinco o seis años, y algunos eran un poco mayores. Se tomaban el partido muy en serio. Eran dos equipos completos con entrenadores, camiseta y todo, y los padres, que eran parte del público. Como no conocía a ninguno, disfruté del partido sin la distracción de preocuparme por el resultado del encuentro. Lo único que me habría gustado era que los padres y los entrenadores hubieran hecho lo mismo que yo. Los equipos estaban bien distribuidos. Por llamarlos de alguna manera, me referiré a ellos como Equipo Uno y Equipo Dos. En el primer tiempo nadie marcó un gol. Era bastante gracioso. Los chiquillos eran torpes y serios a la vez como solo pueden serlo los niños. Tropezaban con sus propios pies, se caían encima de la pelota y la pateaban sin llegar a tocarla. Pero nada de eso les importaba; ¡se lo estaban pasando en grande! Para el segundo tiempo, el entrenador del Equipo Uno retiró a los que debían de ser sus mejores jugadores y sacó a los de reserva. Solo dejó al mejor, al que puso de portero. El partido experimentó un giro dramático. Será que ganar es importante aunque se tengan cinco años, porque el entrenador del Equipo Dos dejó a sus mejores jugadores, y los suplentes del Equipo Uno no podían competir con ellos. Los jugadores del Equipo Dos se concentraron en torno al chico de la portería contraria. Era bastante bueno para su edad, pero no podía con tres o cuatro que eran tan buenos como él. El Equipo Dos empezó a meter goles. El solitario guardameta puso todo su empeño, tirándose sin parar hacia la pelota cada vez que esta se acercaba al arco, lanzándose de modo temerario e intentando con valentía detenerla. El Equipo Dos metió dos goles consecutivos. El pequeño arquero se enfureció. Fuera de sí, gritaba, corría y se arrojaba con todas sus fuerzas. En un esfuerzo supremo, consiguió por fin marcar a uno de los chicos que se acercaba a la meta. Pero este pasó el balón a otro que estaba cerca y, cuando volvió a su posición, ya era tarde. Metieron el tercer gol. No tardé en darme cuenta de quiénes eran los padres del portero. Parecían personas agradables y decentes. Se veía que el padre venía de la oficina, pues andaba de traje y corbata. Los padres animaban a su hijo con voces. Yo estaba embebido contemplando al chico en la cancha y a sus padres a un lado del campo de juego. Después del tercer gol, el niño ya no era el mismo. Se daba cuenta de que no tenía caso; no lograría detener los goles. Siguió jugando, pero se veía que interiormente estaba desesperado. Se le notaba en el rostro que estaba convencido de que todos sus esfuerzos serían inútiles. El padre también cambió. Hasta ese momento había instado a su hijo a esforzarse más, le daba consejos a voces y lo animaba. Ahora se veía ansioso. Intentó decirle que no se preocupara ni se diera por vencido. Sufría por el dolor que sabía que experimentaba su hijo. Luego del cuarto gol, adiviné lo que pasaría a continuación. No era la primera vez que lo presenciaba. El niño necesitaba ayuda y no era posible dársela. Sacó la pelota del arco, se la entregó al árbitro y se puso a llorar. Se quedó allí de pie mientras le rodaban gruesos lagrimones por las mejillas. Luego se puso de rodillas y vi que el padre se acercaba a la cancha. La esposa lo asió de la muñeca y le suplicó: —Jim, no lo hagas. Lo vas a avergonzar. El padre se soltó y corrió hacia el campo de juego. No debía hacerlo, porque el partido no había terminado. Iba vestido de traje, corbata y zapatos finos. Se lanzó hacia la cancha y tomó en brazos al niño. En ese momento todos comprendieron que era su hijo. ¡Lo abrazó, lo besó y lloró con él! Jamás me he sentido tan orgulloso de nadie como me enorgullecí en aquel momento de ese padre. Lo sacó en brazos del terreno de juego. Cuando llegaron cerca de la línea de banda, alcancé a oír que le decía: —Estoy orgulloso de ti. Has estado fabuloso. Quiero que todos sepan que eres hijo mío. —Papá —contestó el niño entre sollozos—, no podía parar los goles. Hacía lo que podía, pero me los metían. — Scotty, da igual cuántos goles te hayan metido. Eres mi hijo y estoy orgulloso de ti. Quiero que vuelvas a la cancha y te quedes hasta el final del partido. Ya sé que quieres darte por vencido, pero no puedes. Te van a seguir metiendo goles, pero no importa. Anda, ve. Aquellas palabras fueron decisivas; no me cupo duda de ello. Cuando no tenemos a nadie que nos ayude y no podemos evitar que nos metan un gol tras otro, es muy importante saber que ello no importará a nuestros seres queridos. El chiquillo volvió corriendo al campo de juego. El Equipo Dos metió dos goles más, pero ya no era tan trágico. Curtis Peter van Gorder Emily Nash es una norteamericana que emplea el arte y el teatro como terapia. Asistí a un seminario suyo en el que relató su experiencia en un centro de tratamiento de niños y jóvenes afectados por diversos traumas. Los muchachos que asistían a su clase muchas veces se mostraban belicosos, propensos a conductas destructivas y a infligirse daño a sí mismos. Eran además incapaces de confiar en la gente mayor y en sus mismos compañeros. Casi todos tenían un historial de graves abusos y abandono emocional. Por norma manifestaban una actitud negativa en clase, lo que se reflejaba en su lenguaje soez y sus gestos groseros. Sentados en círculo, tal como se suelen hacer las terapias grupales, algunos expresaban su agresividad con afirmaciones por el estilo de: «Detesto estar aquí», o: «¡No soporto esto!» -Muy bien -dijo Emily-; pero ¿por qué? Y le pidió a cada uno una respuesta. -¡No hay respeto! -¡Estos estúpidos se ríen de mí! -¡Nadie me escucha! -¡Demasiadas peleas! Después de escuchar sus motivos, Emily explicó: -Yo interpreto que lo que ustedes detestan no es esta clase, sino vivir en un lugar en el que las personas desconfían, se pelean, no se respetan y se burlan de los que no les caen bien. Todos asintieron como diciendo: «¡Por fin alguien nos presta atención!» -¿Qué tal -planteó ella- si creáramos un ambiente en el que se sintieran respetados, un pequeño mundo en el que sus necesidades estuvieran satisfechas y se sintieran seguros? ¿Cómo sería ese mundo? ¡Creémoslo juntos! Eso estimuló la imaginación de los muchachos. -¡Llamémoslo Parkville! -propuso uno. A todos les gustó la idea. El proyecto Parkville cobró fuerza y duró seis meses. La clase confeccionó un cartel que rezaba: «¡Bienvenido a Parkville, donde todas tus necesidades están cubiertas!» Dibujaron un mapa de suciudad en el que incluyeron sitios de interés que reflejaban lo que querían para su localidad. Eligieron a algunos de los chicos para desempeñar diversas funciones en la ciudad: el alcalde, el rector del colegio, el director de la academia de arte, el dueño y chef del restaurante, el gerente de la tienda de videos, etc. Organizaron eventos especiales. Buscaron soluciones a los problemas de la ciudad en reuniones del consejo municipal. Todos dijeron que les encantaría vivir en un lugar así. Muchas expresivas obras artísticas nacieron de la concepción de aquella idílica ciudad imaginaria. El primer paso fue lograr que los jóvenes se abrieran y participaran. Para ello Emily les hacía preguntas y escuchaba atenta y respetuosamente sus respuestas, aunque al principio fueran bastante negativas. El siguiente paso fue estimularlos a canalizar sus energías en proyectos constructivos que despertaran su interés. Emily explica el éxito de Parkville: El proyecto dio a aquellos jóvenes ocasión de experimentar la vida en una colectividad que funcionaba. Para muchos, esa era la primera vez que hacían algo así. Y valió la pena, aunque solo fuera durante su permanencia en el centro. Crearon un entorno solidario en el que podían expresar sus necesidades y en el que los demás prestaban atención y actuaban en consecuencia, una ciudad edificada sobre la base del respeto y la concordia, un mundo de oportunidades. En ese juego de roles descubrieron que podían ser ciudadanos de bien y hacer un aporte a la sociedad. Se relajaron las limitaciones que ellos mismos se imponían y cultivaron nuevos talentos y aptitudes. Un joven que tenía una conducta muy destructiva se convirtió en un referente, un padre cariñoso y una persona muy valiosa para la comunidad. Hoy en día se emplean diversos métodos para formar y orientar a los jóvenes apelando a sus intereses; por ejemplo, programas deportivos, arteterapia, dramaterapia y trabajos colectivos. Gracias a estas actividades, los jóvenes adquieren destrezas que les servirán toda la vida y un concepto positivo de sí mismos. Cuando los ayudamos a definir sus objetivos y superar los obstáculos con que se topan, contribuimos a que se desarrollen plenamente. Curtis Peter van Gorder es integrante de La Familia Internacional en Oriente Medio. Emily Nash es terapeuta y está afiliada a The ArtReach Foundation, organización que capacita a docentes de zonas afectadas por la guerra y las catástrofes naturales en el empleo de terapias de creación y expresión artística. Articulo gentileza de la revista Conectate. El obsequio más exquisito que se puede entregar a alguien son unas palabras de aliento. Sin embargo, casi nadie recibe el aliento que necesita para desarrollar plenamente su potencial. Si todos recibieran el aliento que necesitan para crecer, la inventiva de casi cada persona se agudizaría a tal punto que el mundo produciría una abundancia nunca antes imaginada. - Sidney Madwed
* Muy a menudo subestimamos el poder de una caricia, una sonrisa, una palabra bondadosa, de un rato en el que prestamos oído a alguien, de un elogio sincero o de un pequeño acto que manifieste interés por los demás, todo lo cual puede transformar una vida. - Dr. Leo Buscaglia * Charles Schwab, un exitoso empresario, dijo en cierta ocasión: «Aún no encuentro a un hombre, por elevada que sea su posición, que no haga un trabajo todavía mejor y ponga mayor empeño cuando se encuentra en un ambiente de aprobación que bajo una nube de críticas.» Todo el mundo quiere y necesita que se lo elogie por sus logros. Un niño que jugaba a los dardos con su padre le dijo: «Juguemos a los dardos. Yo los lanzo y tú dices “¡buen tiro!”» Eso hace por los demás una persona motivadora. Tendemos a convertirnos en lo que la persona más importante de nuestra vida cree que seremos. Piensa lo mejor, cree lo mejor y expresa lo mejor de tus niños. Tus afirmaciones no solo te harán más atractivo para ellos, sino que cumplirás un importante papel en su desarrollo personal. - John C. Maxwell (Tomado de Be a People Person: Effective Leadership Through Effective Relationships) * La película Con ganas de triunfar (Stand and Deliver) trata sobre la vida de Jaime Escalante, un inmigrante boliviano que enseñaba en un colegio para alumnos de escasos recursos de Los Ángeles. Logró resultados muy destacados con alumnos que eran conocidos por ser particularmente difíciles. Un relato que no aparece en la película es el del «otro Juanito». Escalante tenía a dos alumnos llamados Juanito. Uno siempre obtenía las máximas notas; el otro siempre sacaba malas notas. El estudiante del promedio elevado se llevaba bien con los demás, cooperaba con los maestros, ponía empeño y era querido por todos. El Juanito que sacaba malas notas era hosco, gruñón, no cooperaba, alteraba el orden y en general no gozaba de las simpatías de los demás. Cierta noche, durante una reunión de padres y profesores, una madre se acercó emocionada a Escalante y le preguntó: —¿Cómo le va a mi Juanito? Escalante supuso que la madre del alumno de las malas notas no haría una pregunta así, por lo que describió con grandes elogios al Juanito de las buenas notas, diciendo que era un estupendo alumno, gozaba de muchas simpatías en la clase, cooperaba y trabajaba con empeño y que seguramente llegaría muy lejos en la vida. A la mañana siguiente, Juanito —el de las malas notas— se le acercó a Escalante y le dijo: —Agradezco mucho lo que le dijo a mi madre sobre mí y quiero que sepa que me voy a esforzar para que todo lo que dijo sea cierto. Para fines del periodo el Juanito desaplicado había subido claramente sus notas. Al final del año escolar se encontraba ya entre los alumnos más destacados. Si tratamos a nuestros niños como si fueran el otro Juanito las posibilidades de que mejoren su desempeño aumentarán visiblemente. Alguien dijo con mucha razón que son más las personas que han logrado el éxito gracias a los elogios que las que lo han conseguido merced a los continuos regaños. Nos resta preguntarnos qué ocurriría con todos los demás juanitos del mundo si alguien los encomiara y los ponderara. - Zig Ziglar A.A. A principios de los años 80 yo era una niña flaquita de ocho años que sufría de asma. Vivía con mi familia en la India. Una antigua amiga de mis padres nos vino a visitar y me dijo sonriente que me había cuidado cuando yo era una bebita. En aquel momento sentí que existía un vínculo especial entre las dos. Mientras ella conversaba con mis padres sobre los viejos tiempos, me arrodillé detrás de ella y silenciosamente le hice una trenza en su cabellera color miel. Era la primera vez que intentaba algo semejante, y me salió bastante suelta y asimétrica. Cuando terminé, le pregunté si le gustaba. Ella la palpó y dijo: «¡Está preciosa! Además, con este calor resulta muy cómoda. Gracias por hacérmela». Así, una niña de ocho años que no se sentía capaz de hacer gran cosa adquirió cierta conciencia de su propia valía y se dio cuenta de que ayudar a los demás en pequeños detalles tiene su recompensa. Un par de años después —también en la India— hicimos una excursión a una montaña que tenía mil escalones de piedra. El asma me obligaba a parar a descansar bastante seguido; pero bien valió la pena el esfuerzo. Cuando llegamos a la cima, exploramos un fascinante museo que había sido en otro tiempo un magnífico palacio. Al pasar por las habitaciones lujosamente amobladas y muy bien conservadas, y por los jardines cuidados con espléndida exquisitez, entendimos el entorno en que había vivido la antigua realeza india. Al día siguiente, nuestra profesora nos pidió que hiciéramos una redacción sobre la excursión. Yo me propuse documentar todos los pormenores de lo que habíamos visto el día anterior: la subida por la escalinata; los monos con que nos topamos en el camino y la forma en que tomaban maní de nuestras manos y se lo comían; la enorme estatua de un temible guerrero a la entrada del palacio, y cada detalle del palacio mismo. Quedé muy complacida con mi redacción, y mi profesora también, aunque me explicó dulcemente que por lo general no conviene empezar cada oración con la palabra entonces. Me recomendó otras opciones que me parecieron interesantes. Esas críticas constructivas eran conceptos nuevos para mí, pero el estímulo y la ayuda que recibí ese día me llevaron a seguir una carrera muy gratificante como escritora y correctora. Así que, independientemente de que seas padre, madre, docente, puericultor o un simple observador, nunca subestimes la influencia que puedes tener en los niños que forman parte de tu mundo. A veces lo único que se necesita es una sonrisa de aprobación o unas palabras de aliento para transformar una vidita. Y el amor que des te vendrá de vuelta. Muchos no comprenden que el mundo del mañana depende de las personas mayores de hoy, de lo que decidan conceder o denegar a la siguiente generación. - David Brandt Berg Gentileza de la revista Conectate. Usado con permiso.
El factor primordial para la formación de un niño es el amor. Si los padres aprenden a tratar a sus hijos con amor y consideración, éstos se sienten amados y seguros.
La mayoría de los padres no pueden estar con sus hijos todo el tiempo. A los pequeños les cuesta entender eso. Les parece que para sus padres ellos deberían ser lo más importante del mundo. Y cuando éstos no pueden prestarles atención constante a causa de sus otras obligaciones, los niños se sienten rechazados. Como es natural, cuanto más niños se tienen, menos tiempo y atención individual se puede prestar a cada uno. De ahí la importancia de que los padres se interesen por sus hijos y les dediquen amor y atención siempre que tengan ocasión de hacerlo. A cada uno se le debe demostrar mucho amor y estimularlo, pues las palabras tienen la virtud de reforzar la autoestima y contribuyen a que el niño se sienta querido. «¡Mira qué grande estás! ¡Estamos orgullosos de ti! ¡Has aprendido muchísimo!» Diles cosas que les hagan saber que ellos tienen mucha importancia para ti. Los niños pequeños, en particular, todavía no tienen una noción concreta del tiempo. Si le das algo a un niño y a los demás les dices que a ellos les tocará la próxima vez, se imaginan que será dentro de mucho tiempo, les suena muy vago, muy impreciso. Por eso, en la mayoría de los casos, cuando le das algo a uno de ellos, conviene hacer alguna cosita especial para los demás también. No se puede ni se debe tratar a todos los hijos de igual forma todo el tiempo. Cada uno tiene que saberse especial y distinto de los demás. Cuando uno necesita algo que a los demás no les hace falta, hay que enseñarles que se actúa conforme a la necesidad, no es que se quiera más a nadie. Si sales con uno a comprarle zapatos, por ejemplo, y les traes a los demás un juguetito que no te cueste más que unos pocos pesos, eso les demuestra que los quieres y que te acordaste de ellos también. Muchas personas mayores no se dan cuenta de lo importante que es ofrecer explicaciones a los niños. No podemos dar por sentado que lo entienden todo. Difícilmente entenderán algo a menos que se lo expliquemos. La mayoría de las personas mayores no aceptan las cosas sin que se les dé una explicación; los niños tienen el mismo derecho. Si te parece que pueden albergar alguna duda o que se podrían sentir heridos, explícales la situación. Aunque no logren entender todo lo que les digas, el solo hecho de haber intentado explicárselo les transmite que tienes consideración por sus sentimientos. Y eso ayuda mucho. Los sentimientos de los niños son iguales a los de los mayores. Solo que las situaciones difíciles pueden ser aún más traumáticas para ellos porque no han experimentado antes esas cosas y por ende no tienen la seguridad de que a la larga todo se va a solucionar. Eso hace que los niños sean mucho más vulnerables que los adultos: su limitada experiencia. Por ese motivo es imperativo tratarlos con más cuidado, ternura y consideración que a una persona mayor. Me rompe el alma ver a un padre darle un coscorrón en la cabeza a su hijo en público o reprenderlo con aspereza por algo que a lo mejor el pobre niño ni siquiera entendió. ¡Es lamentable! Los niños son más susceptibles que las personas mayores, se los hiere con más facilidad. Por instinto, quieren a sus padres y confían en ellos, y es muy triste que éstos socaven esos sentimientos. ¡Un poquito de amor llega muy lejos! Es inevitable que un niño tenga sus complicaciones, pero sea cual fuere el origen de las mismas, el amor es capaz de remediarlas. «El amor cubrirá todas las faltas» (Proverbios 10:12). Apenas un poco de amor y sincero interés son capaces de corregir y remediar muchos errores y fallos, sean cuales fueren las causas o los culpables de los mismos. El amor es la solución. Tomado de la revista Conectate. Usado con permiso. |
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