Los padres que se preocupan de los progresos que hacen sus hijos en cada etapa de su desarrollo —como es el caso de la mayoría— deben tomar conciencia de lo importante que es la imagen que éstos tengan de sí mismos. En efecto, los que tienen una impresión favorable de sí mismos, que se consideran capaces de sacar buen puntaje en la escuela de la vida, tienen muchas más posibilidades de lograrlo.
Es en el hogar donde una persona se forma su primer concepto de sí misma y de su capacidad. Todos los días los padres tenemos ocasión de reforzar la confianza en sí mismos de nuestros hijos, lo que con el tiempo redundará en que lleguen a ser personas bien adaptadas y equilibradas. Resolución de problemas Los padres muchas veces se sorprenden de lo hábiles y recursivos que son sus hijos para resolver sus propias dificultades; basta con ofrecerles un poco de orientación. Todos los chicos se enfrentan a situaciones complicadas: es parte integral de su desarrollo. Encarando esos retos adquieren experiencia en la resolución de problemas, un elemento esencial para tener éxito en la vida. Aunque requiere tiempo y paciencia ir guiándolos para que aprendan a salir de los aprietos por sus propios medios, es una excelente inversión que da grandes dividendos cuando crecen y se ven en situaciones más complejas en las que hay mucho más en juego. Así y todo, los padres somos muy proclives a intervenir para sacar a nuestros hijos rápidamente de los apuros o facilitarles las soluciones. Puede que eso sea satisfactorio en el momento, pero entorpece el proceso de aprendizaje. Viene a cuento el dicho: «Quien recibe un pez como limosna volverá a tener hambre, pero no quien aprenda a pescar». Enseñar a los hijos a superar obstáculos resulta a la larga más importante y beneficioso que darles las soluciones en bandeja. Además, así uno les manifiesta que tiene fe en ellos, lo que aumenta su autoestima y seguridad en sí mismos. Inseguridad Independientemente de cuánto amemos a nuestros hijos y cuánto nos esmeremos en satisfacer sus necesidades, siempre surgirán situaciones que los hagan sentirse inseguros. En muchos casos esa inseguridad deriva en problemas de conducta. Aunque es preciso corregir la mala conducta, si los padres no entienden qué la indujo, el correctivo puede ser más perjudicial que otra cosa. ¿Fue la mala conducta consecuencia del deseo innato que tienen los chicos de experimentar, una travesura que en el momento parecía inocente o divertida? ¿O fue motivada por la inseguridad, por el ansia de sentirse aceptado, impresionar o ganar amigos, por ejemplo después de mudarse a un nuevo vecindario o cambiar de colegio? La mala conducta no es más que un síntoma. Limitarse a aplicar una medida disciplinaria es pretender eliminar una mala hierba cortándole el tallo: tarde o temprano reaparecerá. Es preciso que los padres determinen la raíz del asunto, la causa subyacente, y se aboquen a resolverla. Hay que ayudar al chico a llegar a sus propias conclusiones, siempre teniendo en cuenta su edad y madurez y abordando el conflicto desde un ángulo positivo, es decir, concentrándose en las soluciones y no en los problemas. Puede que eso no sea fácil cuando los ánimos están caldeados, pero recordemos que el objetivo es remediar lo que anda mal, no castigar. Al establecer una clara distinción entre el problema y el menor, y luego motivar a éste a aprender de lo sucedido, es posible mejorar su valoración de sí mismo en lugar de socavarla, aun en situaciones de tinte irremediablemente negativo. No todos se portan mal cuando se sienten inseguros; algunos se retraen o rinden por debajo de su capacidad. De todos modos, independientemente de cómo se manifieste la inseguridad, el primer paso para rectificar el problema es reconocerlo; y el segundo, buscar la causa del mismo con un enfoque positivo. Tomado d
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