Catherine Neve
Créase o no, a los niños pequeños les gusta ayudar. ¡Es cierto! A los niños en realidad les encanta ser serviciales y se enorgullecen de ello hasta que se les enseña lo contrario. Colaborar se convierte en una tarea cuando escuchan a sus padres o hermanos quejarse de tener que hacer esto o lo otro en la casa. Planteándolo de forma positiva, ayudar en la casa puede volverse un juego. Además contribuye mucho a la autoestima y a inculcar otras cualidades que les resultarán muy útiles en el colegio y a lo largo de toda la vida, tales como la autodisciplina, la iniciativa, la diligencia, la perseverancia, la autosuficiencia y el sentido de la responsabilidad. La cocina es un sitio estupendo para que el niño colabore. Los pequeños de edad preescolar pueden ayudar con labores sencillas. Por ejemplo, pueden lavar las verduras, untar la mantequilla en los panes o mezclar masa de galletitas o de panqueques. Hay que poner la mesa y retirarla después de comer, además de limpiar lo que se haya caído. A los niños pequeños les gustan las escobas y las palitas de basura. Además les encanta meterse debajo de la mesa y en rincones de difícil acceso para los mayores. También se les puede encargar que clasifiquen y guarden los cubiertos (o platos y tazas irrompibles) después de lavar y secar la vajilla. Si se les presenta de un modo divertido y se los recompensa con elogios y reconocimiento, el día que se gradúen y empiecen a lavar la vajilla a tu lado —y más tarde, por su cuenta— no cabrán en sí de emoción. Y no tiene por qué circunscribirse a la cocina. Hasta los niños de uno y dos años son capaces de ayudar a ordenar su cuarto, guardar sus cosas y doblar sus pijamas o la ropa limpia. Tampoco tiene por qué interrumpirse cuando llegan a la edad escolar. Para los míos fue todo un hito el día que se les dijo que ya eran mayorcitos y que les podíamos confiar el empleo de la aspiradora. A algunos niños les gusta limpiar el lavabo del baño y cambiar las toallas de mano. Otros prefieren rastrillar las hojas del jardín o la hierba cortada, o ayudar a lavar el auto. A algunas niñas más mayores les fascina coser botones o hacer remiendos sencillos. La lista es interminable. Basta echar un vistazo a nuestro alrededor. Una buena estrategia de marketing consiste en poner nombres de juegos a los quehaceres domésticos. El primer juego que enseñé a mis hijos cuando eran pequeños fue el hormiguero. Hacían de cuenta que eran hormiguitas y correteaban de aquí para allá llevando todos los juguetes, bloques y peluches al hormiguero (lugar donde se guardaban). Hasta un bebé es capaz de aprender ese juego. Lo puedes sentar en tu falda o a tu lado y enseñarle a poner cubos u otros juguetes pequeños en una caja. Luego basta con elogiarlo profusamente. A continuación algunos escollos que pueden presentarse y formas de evitarlos:
Extraído de la revista Conectate. Utilizado con permiso.
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