Joan Millins Llegará La otra noche, tuvimos a nuestros cinco niños acurrucados en nuestra habitación. Llegaron con sus edredones y sacos de dormir. Es asombroso ver a cinco niños y darse cuenta de que son nuestros hijos. Recuerdo cuando eran bebés, y los miro con tanto amor. Ver crecer a los hijos es una de las experiencias más gratificantes que hay en este mundo. Sin embargo, en algún momento en la vida de mis hijos me pregunté: «¿Este niño llegará a aprender a utilizar la bacinilla?» O «¿Mi hijo será un inadaptado social?» He aprendido que, a la larga, si un niño crece en el entorno adecuado, dejará de usar pañales, aprenderá a compartir sus juguetes y a hacer todo lo que los padres tienen tanta prisa por que los niños lleguen a dominar. Nunca es tiempo perdido el que se pasa dándoles amor y enseñándoles. Amado esposo… ¡Me dejas fascinada! A modo de ejemplo, hablaré de lo que ocurrió hoy. Teníamos opiniones distintas acerca de lo que sería tiempo de calidad dedicado a los niños. Siempre dije que tiempo de calidad debía ser preparar algo juntos, una nueva experiencia, o un intercambio de corazón a corazón. ¡Reconozco mi error! Hoy te vi conducir el tractor para cortar el césped. Lo hiciste durante horas con Shawn, de tres años, en tu regazo. Shawn estuvo encantadísimo con la experiencia; para él fue algo excepcional y para mí, una revelación. No hubo diálogo entre ustedes la mayoría de ese tiempo. No fue una tarea complicada; solo un padre con su hijo; y los dos disfrutaron de la compañía mutua. Eres un padre estupendo para nuestros hijos. ¡Gracias por amarlos y desvivirte por ellos! La guerra y los juguetes Duplo Reglas del juego: Encontrar un blanco y lanzarle juguetitos. Blanco: Mamá, ¿quién más podría ser? Empezó como algo inocente. Los niños necesitaban ordenar los juguetes Duplo, después de haber pasado un rato entretenido. Así pues, hicimos que la tarea fuera un juego. Tenían que lanzar las piezas desde el otro lado del cuarto para que cayeran en el balde donde se guardaban. Claro, la mayoría de las piezas cayeron fuera del balde. De broma, lancé a Tracy, mi marido, una pieza. Debería haber pensado en lo que pasaría. Empezó la guerra. Las armas fueron los juguetes Duplo, con la participación de todos los niños. A mí me lanzaban todos los proyectiles, hasta que mi hijito de tres años, todo un caballero con su reluciente armadura, llegó a defenderme. La guerra con los juguetes Duplo duró cinco minutos. Todo el piso quedó cubierto de piezas Duplo. Sin embargo, con la espontaneidad y prisa que teníamos todos de hacer algo fuera de lo corriente y que no se permitiría más de una vez, fue divertido y nos unió. Después, todos cooperamos para ordenar el cuarto. Lo dejamos impecable de inmediato. La enseñanza que me dejó aquel episodio fue que está bien suspender las reglas temporalmente, mientras no se pierda el control, y que nadie salga herido ni se ofenda. Me vino a la memoria que algunas de las experiencias que recuerdo con más cariño de mi niñez fueron las locuras que mis padres me permitieron que hiciera. Por ejemplo, cuando tenía cuatro años vivíamos en la India, y observé a la gente muy humilde que caminaba descalza por las calles y quise intentarlo. Mi mamá me explicó que la calle era sucia y hacía mucho calor, pero insistí y entonces ella me dejó hacer la prueba. Mi madre me llevó los zapatos, mientras vivía mi experiencia de caminar al estilo de la India. ¡Me sentí genial! Sabía que no me permitirían hacerlo de nuevo, así que disfruté de cada momento. Me quemé los pies. Eso no fue divertido. ¡Pero qué recuerdo me quedó!
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