* Desde muy temprano debemos esforzarnos por crear una atmósfera de comunicación sincera y abierta con nuestros niños. Debemos animar al niño a comunicarnos cómo se siente. Por supuesto, es muy importante evitar reaccionar con actitud crítica, condenatoria o de superioridad ante un niño que está contando cómo se siente, confesando un error, o manifestando un temor. Si el niño ve una reacción negativa por nuestra parte, probablemente lo pensará mejor antes de venir a contarnos algo en otra ocasión. ¡Ddedicarles "momentos especiales" de charlas sinceras, combinadas con abundantes muestras de cariño, le dan al niño una sensación de seguridad acerca de nuestro amor y consideración hacia sus problemas! Esto se logra cuando nos esforzamos por escucharlos y comprenderlos. El niño jamás olvidará esos momentos especiales que pasa con nosotros. En la mayoría de los casos, esos eran los momentos que nosotros valorábamos más cuando niños: cuando nuestros padres nos manifestaban su amor dedicando parte de su tiempo a pasarlo con nosotros, simplemente charlando. Por supuesto, antes de esperar que nuestros niños sean sinceros con nosotros, nosotros debemos mostrarnos sinceros con ellos. A los niños les anima mucho saber que sus padres no son perfectos (¡Por otra parte, es seguro que ya se dieron cuenta!) ¡Al admitir sinceramente nuestros errores y debilidades, damos mejor ejemplo de sinceridad y humildad, y debido a ello nuestros hijos nos querrán más! Para cualquier tipo de comunicación sincera, es esencial saber prestar oído. Un padre o madre que sepa escuchar no se dedicará a leer el periódico o a prepararse una taza de té mientras su hijo le cuenta cómo se siente acerca de la pérdida de un buen amigo, o manifiesta sus más íntimos temores y preocupaciones. Uno de los regalos más valiosos que los padres podemos dar a nuestros niños, es interesarnos sinceramente en sus problemas, y la mejor manera de manifestarlo es prestarles toda nuestra atención y escucharlos solícitamente siempre que sea posible. Con el simple hecho de escucharle, estamos diciéndole al niño: "Quiero comprenderte y ayudarte. Considero que vale la pena escucharte y quiero que sepas que tengo fe en ti. Siempre podrás charlar conmigo porque te quiero mucho." * Debemos hacer preguntas. (¡Los niños no deberían ser los únicos!) En cualquier tipo de comunicación sincera con un niño --o para el caso, con cualquiera-- que le hagamos preguntas le ayuda a abrirse y demuestra nuestro interés. Debemos hacer que sea él quien hable. Cuando nos haga preguntas debemos evitar ponernos a filosofar o fingir ser lo que no somos. ¡Debemos mantenernos sencillos! Tampoco debemos darles ningún tipo de consejo que no estaríamos dispuestos a poner en práctica nosotros mismos. * Tenemos que aprender a dar nuestros consejos de manera que les sea fácil aceptarlos. Debemos hacer que les "resulte fácil portarse bien", presentándoles las ideas como si fueran parcialmente suyas. Por ejemplo: "Me gustó tu comentario acerca de la necesidad de cambiar un poco las cosas. Probemos tu idea"; o, "¿Qué te parece si probamos esta idea?"; o, "¿No te parece que tal cosa da mejor resultado?" * Cuando algo sale mal, es importante no juzgar el asunto demasiado pronto. Toda historia tiene por lo menos dos enfoques, y ayuda mucho escuchar todas las versiones de las personas afectadas. Casi todos hemos cometido alguna vez el error de juzgar a la ligera o actuar impulsivamente, con el resultado de que el niño fuera acusado injustamente y quedara profundamente herido. Supongamos que una madre escuchara un ruido en un cuarto, y al entrar corriendo encontrara a su hija llorando junto a un jarrón hecho pedazos. La primera reacción podría ser darle un coscorrón sin pedirle explicaciones, pero eso sólo empeoraría las cosas. ¡Preguntarle primero qué había ocurrido, le daría a la niña la oportunidad de explicarle, tal vez, que trataba de evitar que el gato se trepara a la mesa, y que al hacerlo, el gato, y no ella, había tirado el jarrón al suelo! Debemos ser justos y misericordiosos con nuestros niños como sea posible. Si constantemente estamos juzgándoles a la ligera y con severidad, ellos podrían perder fácilmente esa confianza en nosotros. ¡De esa manera, acabarían tal vez teniendo temor de confiar en nosotros y de confesar las faltas que realmente cometan, o su necesidad de ayuda! Extraído de los escritos de D.B. Berg. © La Familia Internacional. Usado con permiso.
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