(Haz clic aquí para ver parte uno) Ponerse en Su Lugar Procuremos ver el mundo desde la perspectiva de nuestros pequeños. Naturalmente, la mejor forma de lograrlo es pedirle al Señor que nos haga ver las cosas desde el punto de vista del niño. Dios conoce a nuestros hijos al revés y al derecho. Sabe exactamente lo que sienten y lo que pasa en su interior y, si se lo pedimos, nos lo comunicará. En el caso de los niños pequeños, a veces conviene situarnos físicamente a su altura cuando les hablamos. Podemos ponernos de cuclillas, arrodillarnos o sentarnos en el suelo a su lado. Si nos ubicamos a la altura de sus ojos, a ellos ya no les parecemos tan distantes. El hecho de ver el mundo desde la perspectiva de los chiquitines también nos ayuda a entender por qué a veces se sienten intimidados cuando los demás son mucho más altos y la mayor parte de la acción ocurre fuera de su alcance. Para ellos unos estantes altos bien son algo así como cornisas en una pared rocosa; los adultos, titanes de doble altura que llenan sus casas de muebles igualmente gigantescos e instalaciones que les resultan completamente inaccesibles. Una casa desconocida puede darle a un niño la impresión de encontrarse en tierra de colosos. Es buena idea procurar que la mayor parte posible de las pertenencias de nuestros chiquitines estén a su alcance. Tal vez no podamos tener una habitación y muebles a escala infantil, pero al menos proporcionémosles banquetas (o cajas firmes) a las que puedan subirse para llegar al lavabo o a otros accesorios. Tomar Conciencia de que Su Experiencia es Limitada Aun los incidentes de poca monta a menudo se ven exageradamente grandes desde el punto de vista de un niño. La experiencia contribuye a poner las cosas en perspectiva. Todos hemos aprendido por experiencia que no vale la pena alterarse por ciertas cosas. Sabemos que cuando nos hacemos un raspón, enseguida dejará de sangrar y de doler; que el pesar que nos causa una decepción o el haber perdido algo importante pasa relativamente pronto, y en su lugar descubriremos nuevas alegrías; que el mal tiempo no dura para siempre. Pero los niños pequeños no tienen esa confianza en que los problemas generalmente se solucionan. No cuentan con ese marco de referencia porque aún no han acumulado suficientes experiencias en la vida. Necesitan que los tranquilicemos. Necesitan que les expliquemos las cosas y los consolemos. Los niños pequeños viven en el presente. Para ellos todo sucede ahora. El presente es lo único que les importa. A medida que crecen van entendiendo el concepto del tiempo y de palabras como «mañana», «después», «más tarde», etc. A base de tiempo y experiencia, y a veces de sufrimiento, aprenden a superar las decepciones, muchas de ellas provocadas por cuestiones cotidianas que a nosotros nos parecen nimias. En ocasiones el proceso resulta doloroso para los padres también. Nos duele ver a nuestros hijos tristes, inseguros o desilusionados cuando no se cumplen sus expectativas. De todos modos se puede acelerar el proceso de cicatrización mostrándose comprensivos y rezando con ellos. Es igualmente importante animarlos y recompensarlos cuando manifiestan fe y confianza en que las cosas se van a resolver. Cuando sabemos que algo le va a resultar difícil de aceptar a un niño, conviene prepararlo un poco de antemano para que no le tome por sorpresa. Muchas veces se pueden prever las crisis y procurar evitarlas: «Pronto mamá tendrá que apagar el video porque ya casi es la hora de la siesta. Puedes verlo un ratito más, y luego tendremos que apagarlo». Como más Enseñas es con Tu Ejemplo Por mucho que los padres hablen, sólo enseñan con lo que hacen. Los niños son imitadores natos. La mayoría de las cosas las aprenden así: por imitación. Casi nunca se olvidan de lo que ven. Se dejan llevar más por lo que ven que por lo que escuchan. Prestan más atención a nuestras acciones y actitudes que a nuestras palabras. Nuestros hijos son un reflejo de nosotros. Nuestra actitud y ejemplo de fe son el modelo que ellos siguen, y sus actos y reacciones dependen en gran medida de los nuestros. Muy pocas personas tendrán mayor impacto en la vida de nuestros hijos que nosotros mismos. Sin embargo, el ejemplo de otros puede ejercer una gran influencia. Ver televisión puede tener un marcado efecto en los niños. En la actualidad la TV es la nana más práctica y económica, la más socorrida, pero eso no quiere decir ni mucho menos que sea la más confiable e idónea. Muchos de los malos hábitos y actitudes poco sanas que preocupan a los padres de hoy son el resultado de que los pequeños imitan los ejemplos negativos que ven en televisión. Conviene restringir la influencia televisiva y prestar atención a lo que los niños ven y a lo que nosotros mismos vemos en presencia de ellos, ciñéndonos a los programas que conocemos y que no son perjudiciales para ellos. Lo que los niños ven por televisión y los malos ejemplos que ven en la gente que los rodea -sobre todo en niños de su propia edad o en niños mayores a quienes admiran- son capaces de echar por tierra todos los buenos hábitos y conductas que tanto trabajo ha llevado inculcarles. Hay que estar alerta. Los Elogios A los niños les sientan de maravilla los elogios. Es mucho más importante alabar a un pequeño por su buen comportamiento que regañarlo cuando se porta mal. Hay que procurar hace hincapié en lo positivo. Elogiar a los niños por sus buenas cualidades es la mejor forma de conseguir que se esfuercen por portarse bien. Cuando les expresamos qué nos agrada de su comportamiento, hacen casi cualquier cosa con tal de seguir complaciéndonos. Además, los elogios sinceros y específicos contribuyen a elevar su autoestima, que es crucial para que se desarrollen felices y equilibrados. Tomado del libro "Preescolares", que forma parte de la serie "Soluciones para Padres". Utilizado con permiso. Para comprar la serie, visite www.es.auroraproduction.com
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