Anna Perlini
Mi hijo Jonathan nació en una pequeña aldea de la India en una época en que mi marido y yo hacíamos voluntariado en ese país. Como muchos niños indios, se crio comiendo arroz, dal, chapatis y una increíble y colorida variedad de frutas tropicales que allí se expenden en cada esquina. Aunque todavía no había cumplido los cinco años cuando regresamos a Europa, le llevó un tiempo adaptarse al nuevo entorno y particularmente a las nuevas comidas. Al principio miraba con mucho recelo su plato de fideos y analizaba minuciosamente cada uno. Siempre había sido lento para comer, pero vaya si le tomó tiempo acostumbrarse a la cocina italiana. A la postre sus recuerdos de la India y la gastronomía hindú se desvanecieron. En aquella época la globalización no era como ahora, y los únicos productos disponibles en los supermercados italianos eran los típicos del país en cada estación. No obstante, un día, al pasar frente a una tienda de exquisiteces recién inaugurada, vi un mango. Era bastante caro; pero como Jonathan justo estaba por cumplir 11 años, pensé que sería estupendo que pudiera saborear una de las frutas que más le gustaban de pequeño. Lo compré, lo envolví e invité a mi hijo a dar un paseo. Nos sentamos en un banco y allí le entregué solemnemente mi regalo, mientras le comentaba que le traería recuerdos del pasado. Abrió despacito el paquete y, sosteniendo en las manos la vistosa fruta, la observó inexpresivamente por lo que pareció una eternidad. —Mamá, perdona, pero no lo recuerdo. Me sentí un poco desilusionada. —Deberías probarlo. Te aseguro que te encantaba cuando eras pequeño. Con la misma mirada recelosa con que había probado sus primeros platos italianos, le pegó un mordisquito. Luego otro, y otro. Aun así, seguía impávido. Entonces llegó al hueso, y de golpe se le iluminaron los ojos. —¡Ahora lo recuerdo, mamá! ¡De verdad! ¡Recuerdo que me gustaba chupar el hueso! Muchos recuerdos más inundaron la cabeza pensante de mi muchacho. Hablamos y hablamos rememorando otros sucesos del pasado. A raíz de ese incidente, recuerdo haber reflexionado sobre lo importante que es ser capaz de esperar un poco más cuando las cosas no parecen encajar o tener sentido. Para una madre como yo fue una confirmación más de que lo que sembremos en los primeros años de nuestros hijos nunca será olvidado. Puede que a veces parezca que sí, pero solo tienes que esperar ¡a que lleguen al hueso!
Courtesy of Activated magazine; used by permission. Photo by Free Images via Freepik.com
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