Laura Boggess Cuando era niña, solía correr tan rápido como podía con los brazos estirados. Jugaba a que eran alas y que el viento me levantaba en ellas. Era un avión, un pájaro, un dragón que alzaba vuelo sobre reinos fantásticos. Cuando la luna se asomaba entre las oscuras nubes, mis alas me elevaban de la tierra al cielo, donde surcaban ardientes cometas y bailaba el polvo de estrellas. Las cortinas de los cielos se abrían para recibirme. Allí me encontraba con Dios. Volaba a Sus brazos y me arrullaba en Su enorme regazo. Pero al crecer aprendí los límites impuestos por el orden natural de las cosas. El mundo se volvió más pequeño y Dios se alejó a miles de años luz. Comprendí que la fe es la convicción de lo que no se ve. Las escapadas nocturnas con un Dios invisible fueron relegadas a un dulce recuerdo de mi niñez. Mi conocimiento y fe aumentaron con el paso de los años, pero añoraba cada vez más la íntima comunión de antaño. Hace unos años, salí a pasear con mis dos hijos jóvenes una tarde de frío invernal. Recuerdo como se alejaron corriendo, perdidos en la emoción del juego común entre hermanos, mientras yo reía. A solas bajo un manto de cielo blanco, levanté la mirada. ¿Era cierto que una vez surqué esos mismos cielos, con las mejillas sonrosadas y polvo de estrellas en la mirada? ¿Cuándo rechacé la noción de que para Dios todo es posible? ¿De qué manera se redujo mi imaginación al punto que dejé de aguardar lo aparentemente imposible? ¿Por qué permití que la gravedad y el peso del mundo anclaran mis pies y limitaran mi concepto de Dios? Lo más probable es que fuera a los siete u ocho años. Es lo que sugiere la teoría de desarrollo cognitivo de Jean Piaget. El autor asegura que la etapa preoperacional —la cual se da entre los dos y siete años de edad— se caracteriza por el desarrollo del pensamiento simbólico, la memoria y la imaginación. Todo ello estimula la participación infantil en juegos de imaginación. La base del pensamiento basado en la intuición en vez de en la lógica entorpece la comprensión de causa y efecto, tiempo y comparación. Los expertos lo denominan una limitación evolutiva, pero en mi diccionario la intuición es la percepción de la verdad que pasa desapercibida por la mente consciente. Me parece que es el lugar donde el Espíritu Santo toca la conciencia y la dirige hacia donde lo desee. Si bien el mundo lo considera una limitación, no puedo dejar de pensar… Cuando el cerebro empieza a utilizar la lógica, ¿las estructuras que fomentan el asombro disminuyen para dar lugar al raciocinio? En dado caso, ¿cómo volver a expandirlas? ¿Cómo puede el ser humano, una vez superada la etapa preoperacional que sugiere Piaget, recuperar la alegre capacidad de asombro? ¿Cómo volver a la etapa en la que el Espíritu Santo toca la conciencia, dirige los pasos y ofrece su intuición y perspicacia? Jesús nos advierte en Mateo 18 que a menos que nos volvamos como niños no podremos entrar al reino de los cielos. El que se humilla como este niño será el más grande en el reino de los cielos. ¿Cómo se logra eso? ¿De qué manera debo acercarme a Jesús como un niño? Encontré la respuesta esa fría tarde de febrero, entre las risas y la nieve. Juega. Pero, ¿cuánta aceptación gozan los juegos en un mundo de adultos? En el libro Jugar moldea el pensamiento, abre la imaginación y vigoriza el alma, el Dr. Stuart Brown asegura que participar enteramente de juegos disminuye nuestra inhibición y nos ayuda a perder la noción del tiempo. Jugar nos permite vivir cada momento a plenitud. Desde entonces he vuelto a jugar. Me pierdo en mis pensamientos mientras observo por la ventana a un jilguero picar una semilla de girasol. Las horas que dedico a remover la maleza del jardín parecen segundos. El aroma de las plantas de tomate es embriagador. Contemplo con asombro el rastro del sol en el agua, y me siento atraída por la refracción de sus rayos en cada gota. El juego me recuerda lo que es ser un niño. El mundo desborda inocencia y esconde maravillas por descubrir. Dios me invita a jugar cada vez que me muestra algo hermoso. Aquella tarde escuché Su voz en las risas de mis hijos y en las calles cubiertas de nieve. Fue una invitación. Una vez más, levanté los brazos y desplegué mis alas. Una mamá —ya en sus cuarenta— se permitió volar en círculos y dejó que el viento acariciara sus alas. Y levanté vuelo. Derecho a los brazos de Dios. * El juego es distinto para cada persona. ¿Qué actividades sencillas y divertidas encajan con tu personalidad y te ayudan a acercarte a Dios de manera íntima, volviéndote como un niño pequeño? Gentileza de Anchor; usado con permiso. Foto de Lesley Snow via Flickr.
0 Comments
Leave a Reply. |
Categories
All
LinksCuentos bilingües para niños Archives
March 2024
|