Megan Dale Eran las seis y media de la mañana. Me había levantado para ir al baño, solo para encontrarme con el panorama lluvioso de un día en que nuestro clan familiar había planeado una salida. La lluvia era lo de menos. El cielo sabía que la lluvia era necesaria en nuestro pequeño lugar en el sur de California. Al volver a la cama hice una pausa y miré el jardín. Un pajarillo regordete de color marrón observaba el suelo húmedo con la esperanza de darse un suculento festín con un gusano desventurado a punto de ahogarse. En aquel momento me sentía como ese pobre gusano. Durante los últimos meses había visto negros nubarrones que lentamente se acumulaban sobre mi pequeña familia. Nuestro hijo pequeño tenía demoras de desarrollo que afectaban su felicidad a diario, y a veces cada hora, manifestándose con rabietas que evidenciaban dolor y frustración. Solía despertar gritando en mitad de la noche. Normalmente era un chiquillo tierno, sensible, cariñoso y encantador. No obstante, teníamos que saber más de los obstáculos que afrontaba para poder proporcionarle mejor lo que necesitaba en su etapa de crecimiento, mientras era todavía pequeño y dócil, antes de que llegaran a su vida los efectos secundarios -y a veces trágicos- de la poca autoestima y depresión a raíz de esos desafíos. Para colmo de males, hacía cuatro días que a mi esposo y a mí nos habían comunicado que en poco tiempo él se quedaría sin trabajo; en consecuencia, tendría que buscarse otro empleo y deberíamos buscarnos otra casa. Hasta entonces siempre había acogido con ilusión las sorpresas que me depararía el futuro. Recorría el mundo buscando mi destino por dondequiera que me llevara la vida. Pero ahora me acobardaba al afrontar una novedad importante que surgió en un momento decisivo de la vida de mi hijo. Durante cuatro días que me parecieron como cuatro años me aferré hora tras hora a una pequeña esperanza, por lo general en forma de un pasaje de las Escrituras o una frase que me sirviera de tabla de salvación. Tantos grandes personajes a lo largo de la historia atravesaron épocas difíciles y a raíz de ello escribieron anécdotas, poemas e himnos; cómo me aferraba entonces a esas citas y pasajes. A veces repetía un versículo como si fuera un mantra para no perder el aplomo mientras me ocupaba de mis hijos y los quehaceres domésticos. Y me daba buenos resultados. Desde la puerta, observaba al pajarillo. Entonces oí la voz de consuelo que he llegado a reconocer como la de mi Salvador: «No eres el gusano, Mi amor; eres el pajarillo. Las lluvias y tormentas que he permitido que lleguen a tu mundo te han dado un festín; si no, habrías tenido que escarbar para conseguirlo.» De repente, mi perspectiva cambió. Tesoros que normalmente habríamos tenido que desenterrar afloraban a la superficie. Esos tesoros eran los regalos extraordinarios de una relación estrecha entre nosotros, un aprecio y amor más grande hacia nuestros amigos y familiares. Y, por medio de la oración, un deseo ferviente de encomendar a Jesús mis necesidades y temores de cada día. ¿Ha dejado de llover? Todavía no. Aún debemos enfrentar desafíos en muchos sentidos. Pero seguiremos alegres, felices como pajarillos aun en medio de la lluvia, porque aunque suene raro, ¡tenemos un festín de gusanos! P.D.: Justo un día después de aquella revelación en un día lluvioso, el hijo del vecino -un niño de ocho años-, se me acercó y me mostró un montón de gusanitos que se revolvían, y me dijo: «Si quiere gusanos, los hay a montones en esa pila de hojas». No importa; me quedo con la metáfora. ***** Lo nuevo me desestabiliza Las dificultades que tienen nuestros hijos en su etapa de desarrollo influyen en nosotros casi tanto como en ellos. Como es imposible eludir los cambios, conviene que aprendamos a sacarles el máximo provecho. He aquí algunas propuestas: Haz una distinción. Separa aquello sobre lo que tienes una medida de control de lo que no puedes controlar, y encomiéndaselo todo a Dios, que en última instancia es señor de todo. Razona. Discrimina entre los aspectos prácticos y los emocionales, y aborda cada uno como corresponda. Juntos pueden parecer abrumadores, pero por separado suelen ser más abordables. No te cierres. Puede que lo que haces y tu forma de actuar te hayan dado resultados bastante buenos hasta ahora; pero también es posible que haya alternativas mejores. Recaba la ayuda de Dios. Las circunstancias lo pueden rebasar a uno, pero no a Él. «Para los hombres esto es imposible; mas para Dios todo es posible». Aprovecha el factor Dios. Sé optimista. Concéntrate en las oportunidades en vez de fijarte en los obstáculos. Busca y brinda apoyo. Comunícate e investiga soluciones que terminen por beneficiar a todos. Ten paciencia. El progreso suele constar de tres fases: un paso para atrás y dos para adelante. Piensa a largo plazo. «[Dios] que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo». Gentileza de la revista Conectate. Usado con permiso.
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