Casi todo el mundo cuenta a un maestro entre las personas que más han influido en su vida. ¿Qué clase de maestros? Los que emplean sus talentos en cultivar los de los alumnos; los que no solo se preocupan por moldear la mente, sino también el corazón. En mi caso, fue una profesora a la que los alumnos llamábamos con afecto tía Marina. Era sensata y más estricta que la mayoría de nuestros demás maestros y cuidadores, firme en su sentido del bien y el mal, y al principio los niños nos quejábamos de eso. Sin embargo, no tardamos en aprender a confiar en ella porque nos parecía que le importaba qué clase de personas llegáramos a ser. Nos sentíamos seguros con la tía Marina porque definía claramente los límites. Aunque tía Marina fijaba límites y hacía respetar las reglas, demostraba igual medida de actitud positiva y amor. Y también tenía un buen sentido de la diversión. No limitaba las clases a los cuadernos y los libros de texto. Nos llevaba a excursiones y a paseos por el parque, y nos hacía partícipes de su talento artístico a fin de interesarnos en las manualidades. Tenía talento para hacernos sentir muy apreciados a todos. Siempre hablaba positivamente de nosotros a los demás en nuestra presencia. Todavía recuerdo el orgullo que sentí al oírla por casualidad decir a otra profesora que yo tenía muy buena ortografía. Era grato saber que mis esfuerzos no pasaban desapercibidos. El cariño e interés de tía Marina se prolongó más allá de nuestros años escolares. Durante bastante tiempo después de que nuestra familia se fue de Taiwán, siguió enviándome notas y tarjetas. Diez años después, aún conservo algunas. Hace poco releí una y quedé maravillada con el gran interés que había manifestado al escribir a una niña de ocho años: «Ayer vi tu foto mientras preparaba un álbum con las de los niños a los que he cuidado y enseñado durante años, y recordé cuánto te quiero, amiguita». Cuando cumplí nueve años, me escribió: «Te deseo un cumpleaños muy feliz. Pido a Dios que sea un día inolvidable para ti y este nuevo año de tu vida esté lleno de sorpresas agradables y tiernas experiencias. ¡Cómo me alegra conocerte!» El 9 de junio de 2005, tras una larga batalla con el cáncer, Marina pasó a mejor vida. Soy solo una entre las muchas personas en las que influyó positivamente su amor, amor que Marina siempre nos recordó que era el de Dios manifestado a través de ella. - E.S. Gentileza de la revista Conéctate.
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