Habiendo nacido antes de que se inventara la Internet, a veces, cuando veo a alguien escribiendo frenéticamente mensajes de texto, me pregunto cómo habría sobrevivido en los tiempos de Maricastaña, cuando para comunicarse por escrito se necesitaba una maquinita de 15 kilos, líquido corrector o una goma de borrar, ir a correos, hacer cola para comprar una estampilla, esperar una semana o dos a que la carta llegara a su destino, y otras dos semanas a que nos llegara la respuesta.
¿Por qué estará todo el mundo tan ocupado? Hoy hasta el conductor del mototaxi que tomé andaba haciendo varias cosas al mismo tiempo. Mientras esquivaba el tráfico, iba negociando un acuerdo con su celular. ¿Tendría edad suficiente para recordar la época en que hacer una llamada telefónica en la calle significaba buscar una cabina, tener sencillo y meter más monedas si la llamada se pasaba de tres minutos? Lo que no me explico es: ¿qué hacemos con el tiempo que ganamos al librarnos de todo eso? ¿No deberíamos disponer de cantidad de ratos de esparcimiento gracias a todas las maravillas modernas que nos ahorran horas y horas? ¿Será una simple cuestión de mala administración del tiempo? Abundan los buenos consejos: priorizar, delegar, hacer primero lo más difícil, desembarazarse de lo superfluo, aprender a decir que no… El tema, sin embargo, tiene otras aristas. A veces la cuestión no es tanto lo que hacemos, sino lo que vamos camino de ser. Como dijo el sabio hindú Rabindranath Tagore: «El que está demasiado ocupado haciendo el bien no encuentra tiempo para ser bueno». ¿Cómo podemos reducir un poco la marcha y disfrutar más de la vida sin dejar de atender a todas nuestras obligaciones? El otro día me marchaba a una reunión cuando mi nieta me tomó de la mano y me preguntó con entusiasmo: -¿Te muestro los pasos que aprendí en mi clase de baile? Antes de contestarle impulsivamente: «Lo siento, cariño, estoy muy ocupado. En otro momento me los enseñas», me trasladé cinco años hacia el futuro en la imaginación y la oí decirme mientras salía presurosa por la puerta: «¡Lo siento, abuelo! Estoy muy ocupada con mi rollo adolescente». -Claro -le dije-, muéstrame tus pasos. Al cabo de cinco minutos de danza bien dinámica y largos aplausos, me fui a mi reunión menos estresado y más optimista. Se me aclaró la incógnita. Si nos detenemos a oler las flores, su fragancia nos acompañará todo el día, recordándonos que la vida es muchísimo más que andar corriendo de una cosa a otra. - Curtis Peter van Gorder, gentileza de la revista Conéctate *** Según un reportaje publicado en el Express de Easton (Pensilvania), estudios realizados por la empresa de consultores Priority Management revelan que el promedio de los matrimonios pasa cuatro minutos al día enfrascado en una conversación valiosa, y si los dos trabajan, pasan 30 segundos al día conversando con sus hijos. Michael Fortino, gerente de la empresa, observa: «La mayoría de la gente dice que su familia es importante, pero en la práctica no lo demuestra».
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