Horace Edwards
En Brooklyn hay un colegio llamado Shush para niños con dificultades de aprendizaje. Algunos asisten a Shush durante todos sus años escolares, mientras que otros se pueden integrar en algún momento a las clases de colegios normales. En una cena de recaudación de fondos para Shush, el padre de un alumno de ese colegio pronunció una charla que jamás olvidarán los asistentes. Tras ensalzar al colegio y a su dedicado personal docente, preguntó a voces: «Dónde está la perfección de mi hijo Shaya? Todo lo que Dios hace lo hace a la perfección. Pero mi hijo no entiende como los otros niños. No recuerda datos y cifras como otros. ¿Dónde está la perfección de Dios?» El público quedó estremecido por estas palabras, apenado por la angustia de aquel padre, apabullado por la desgarradora pregunta. Y añadió: «Yo creo que cuando Dios trae al mundo a un niño así, la perfección que Él busca se manifiesta en la manera en que los demás reaccionan ante ese niño». Seguidamente relató la siguiente anécdota sobre su hijo: Una tarde Shaya caminaba con su padre por un parque donde unos niños que Shaya conocía jugaban béisbol. Este preguntó: «¿Crees que me dejarán jugar?» El padre sabía que su hijo no tenía dotes algunas de deportista y que la mayoría de los niños no querrían que jugara en su equipo. Pero comprendió que quería jugar, y que al hacerlo se sentiría aceptado. Se acercó a uno de los chiquillos que jugaban, y le preguntó si Shaya podía jugar. El niño miró a su alrededor, buscando orientación de sus compañeros de equipo. Como ninguno respondió, tomó la decisión y contestó: «Estamos perdiendo por seis carreras y la partida está en la octava entrada. Creo que puede estar en nuestro equipo; y trataremos de ponerlo a batear en la novena entrada.» El padre quedó encantado, y Shaya sonrió de oreja a oreja. Pidieron a Shaya que se pusiera un guante y se colocara en la segunda base. En la segunda de la octava entrada, el equipo de Shaya anotó unas cuantas carreras, pero todavía le faltaban tres. En la segunda de la novena entrada, el equipo de Shaya anotó de nuevo, y ahora con dos fueras y con la oportunidad de ganar por bases, le tocaba el turno a Shaya. En esta coyuntura, ¿dejaría el equipo que Shaya bateara y renunciaría a su oportunidad de ganar el partido? Sorpresivamente, le dieron el bate. Todos sabían que era una situación del todo imposible, porque Shaya ni sabía empuñar el bate, no digamos dar un buen golpe con él. Sin embargo, se colocó en la base. El lanzador se acercó un poco más a la base y le lanzó la pelota con suavidad de modo que Shaya pudiese por lo menos llegar a tocarla. Llegó el primer lanzamiento, y Shaya se movió torpemente y no acertó. Uno de sus compañeros de equipo se le acercó y sostuvieron juntos el bate y miraron al lanzador, esperando el siguiente lanzamiento. El lanzador dio unos pasos para acercarse más y lanzó la pelota suavemente a Shaya. Cuando llegó el lanzamiento, este y su compañero dieron el batazo juntos lanzaron un roletazo lento al lanzador. Este lo recogió, y fácilmente podría haber lanzado la pelota al jugador de primera base. Shaya habría quedado eliminado y el partido habría terminado. En cambio, el lanzador tomó la pelota y la arrojó trazando un arco alto en el campo derecho, muy lejos del alcance del jugador de primera base. Todos gritaron: «Shaya, corre a la primera base! ¡Corre a la primera!» En su vida había corrido Shaya a la primera base. Se fue correteando a la línea de base boquiabierto y asustado. Cuando llegó, el exterior derecho había arrojado la pelota al jugador de la segunda base, que habría tocado a Shaya eliminándolo. Pero había comprendido las intenciones del lanzador, y arrojó la pelota muy alto y lejos de la cabeza del jugador de la tercera base. Todos gritaron: «¡Corre a la segunda, corre a la segunda!» Shaya corrió a la segunda base mientras los corredores que iban delante de él rodearon como locos las bases hacia la meta. Cuando Shaya llegó a segunda base, el parador en corto corrió hacia él, lo encaminó hacia la tercera base y gritó: «¡Corre a la tercera!» Mientras Shaya llegaba a la tercera, los niños de los dos equipos corrieron detrás de él, gritando: «¡Shaya, corre a la base!» Shaya corrió, puso el pie en la base del bateador y los dieciocho niños lo levantaron en hombros. Shaya era el héroe. Había hecho el jonrón y ganado el partido para su equipo. El padre añadió en voz baja y con el rostro bañado en lágrimas: «Aquel día, los dieciocho niños alcanzaron el nivel de la perfección de Dios».
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