Akio Matsuoka
--He vivido tan ajetreada que no he tenido tiempo de pensar --me comentó una mujer de cuarenta años que padecía una enfermedad terminal cuando visité una residencia para pacientes desahuciados—. Tendida en esta cama me he dado cuenta de que casi no conozco a mi marido, a mis hijos y a mi suegra, que vive con nosotros. He estado pendiente de atenderlos —haciendo las compras, cocinando, lavando la ropa, limpiando, ayudándolos con las tareas escolares— y, sin embargo, no puedo afirmar que sepa lo que piensan o lo que los preocupa. No sabría decirte cuándo fue la última vez que tuve una conversación profunda con uno de ellos. Escuché un lamento parecido hace poco cuando asistí a un seminario. El conferencista terminó su presentación y hubo una sesión de preguntas y respuestas. Un hombre mayor ya jubilado, que había sido presidente de una gran empresa, se levantó y se dirigió a los más de 100 asistentes. —Tengo 70 años. De momento gozo de buena salud y hace poco me jubilé con una buena pensión. Tenía expectativas de poder distenderme por fin y pasar tiempo con mi familia. Sin embargo, ayer mi señora me pidió el divorcio. Trabajé arduamente toda la vida, siempre pensando en el bienestar de mi familia, a la que quiero mucho. ¿En qué me equivoqué? ¿Por qué ha tenido mi vida este desenlace? Oigo a muchos decir que desean que sus seres queridos sean felices y que ese es el motivo por el que trabajan con tanto ahínco. Lamentablemente, cuanto más se acercan esas personas al éxito, más ocupadas están y menos tiempo pasan con su familia; por ende, menos disfrutan de los beneficios que esperaban que les reportara su inversión. Si bien las intenciones de aquella mujer moribunda y de aquel jubilado pueden haber sido nobles en su momento, la vida que llevaron no logró satisfacer las necesidades afectivas de sus seres queridos. La Biblia dice: «No se olviden de hacer el bien y de compartir con otros lo que tienen, porque esos son los sacrificios que agradan Dios»[1]. El término griego traducido en este pasaje comocompartir es koinónia, que significa participación, comunión, fraternidad[2]. Sacrifique algunas cosas a fin de que dispongas de tiempo para ayudar a los demás, participar en su vida, compartir sus triunfos y dificultades, mantener una relación afectiva con ellos… En resumidas cuentas, haga tiempo para amar. Akio Matsuoka ha sido misionero y voluntario durante 35 años, tanto en el Japón —su país natal— como en el extranjero. Vive en Tokio. [1] Hebreos 13:16 (NVI) [2] Concordancia Strong Gentileza de la revista Conéctate. Usado con permiso.
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