Samuel Keating Para el primer cumpleaños de nuestra hija Audrey, mi mujer y yo teníamos pensada una pequeña celebración en casa con unos pocos amigos y familiares. Terminó siendo una fiesta impresionante con magdalenas a granel en el restaurante que administran sus abuelos. Probablemente los invitados disfrutaron más que mi hija; eso no lo niego. Audrey se pasó gran parte del tiempo observando cautelosamente lo que sucedía desde la seguridad de los brazos de alguien y se negó de plano a posar para una foto junto a su solitaria velita, por mucho que intenté convencerla de que lo hiciera (o tal vez justamente por eso). La gente habla de lo rápido que pasa el tiempo. Lo mismo siento yo, quizá porque me estoy haciendo mayor. Cuando niño me parecía que los días, semanas y meses —sin hablar ya de los años— transcurrían muy lentamente; ahora tengo la impresión de que conocí a Audrey hace apenas unas semanas. Recuerdo patentemente el día en que nació, y las primeras impresiones y emociones que me embargaron mientras observaba a la enfermera darle su primer baño y cuando la nena después se durmió por primera vez en mis brazos. Ya antes de su nacimiento había oído hablar de la alegría de criar hijos, pero no estaba muy convencido. Veía que los padres que hablaban de eso se consideraban realmente felices, pero no entendía por qué. ¿No era acaso su vida más ajetreada, tensa y agotadora que antes? ¿No les quedaba menos tiempo libre? ¿No les daba vergüenza que su hijo volteara el plato de comida? ¿No se hartaban de su lloriqueo cuando estaban cansados? ¿No les molestaba que se pusieran pegajosos y cometieran reiteradas desobediencias? Yo estaba seguro de que sí. Aunque disfrutaba de la compañía de los niños de otras personas, valoraba mucho mi tiempo y mi comodidad como para tener hijos propios. Ahora, sin embargo, no puedo imaginar mi vida sin Audrey. Cada sonrisa, cada carcajada, cada invento que hace, cada juguete que llega a dominar, cada sonido característico de algún animal que se aprende, me llena de profunda alegría y gratitud por su presencia en mi vida. Su último descubrimiento es que un medio muy eficaz de llamar mi atención cuando quiere que juegue con ella o le lea un libro es soltar un chillido. Pero ni eso merma el amor que siento por ella ni la felicidad que me trae. Artículo y foto gentileza de la revista Conéctate. Usado con permiso.
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