Es asombrosa la lucidez mental que tengo. Parece que el mundo de pronto aminorara la velocidad de su alocada marcha. Cada segundo se me hace una hora. El tiempo se ha detenido para observar mi caída. El mundo a mi alrededor es un caleidoscopio de colores que giran vertiginosamente. El cielo azul se funde con el repulsivo gris de la acera, y luego reaparece de nuevo. Me daría pánico si no fuera porque todavía no soy muy consciente de la realidad, seguramente a consecuencia del whisky.
Voy a morir. Es curioso, pero no tengo miedo. No sé por qué, me parece que en realidad no estoy aquí. Es como si observara a otro por una ventana. Es otro el que está a punto de morir. Pensarán que lo mío ha sido otro suicidio. Otro rico aproblemado que se tiró de un rascacielos. Buscarán en el lujoso ático donde vivía y encontrarán la botella medio vacía de whisky. Tal vez se publique una nota en el diario interpretando los motivos por los que salté. Pero en eso se equivocarán. No salté. Ojalá lo pudiera aclarar. Demostrar que estaba sentado en la baranda. Que lo que pasó fue que me incliné un poco más de la cuenta. Que no tengo ganas de matarme. Pero ya es tarde para eso. Lo que me molesta es que me recordarán así. Mis hijos crecerán pensando que su padre se quitó la vida. Jaime solo tiene cinco años. Mari Ángela apenas tiene dos. ¿Cómo se le explica algo así a una nena de dos años? Ojalá hubiera pasado más tiempo con ellos. También con mi esposa Celia. Quién sabe si no se habría ido ayer de haber pasado más tiempo con ella. Al fin y al cabo, ¿para qué? ¿El ascenso? Ya trabajo tantas horas extras que a este paso voy a batir un récord. Tratar de impresionar al jefe. ¿Cuándo fue eso? ¿Hace tres años? Heme aquí, socio en uno de los principales bufetes de abogados de la ciudad. Podrido de dinero. «El hombre del año» de la revista Time. Me tomó tanto tiempo llegar a la cumbre y, cuando por fin lo logré, me di cuenta que había abandonado todo lo que de verdad importa. De ahí el whisky. Los seres humanos somos muy poco inteligentes. Somos demasiado orgullosos para aprender de los errores ajenos; tenemos que meter la pata nosotros mismos. ¿Cuántos me habrán contado la tragedia de cómo perdieron a su familia por matarse de trabajar? Pero no, yo estaba seguro de que a mí jamás me pasaría. Parece mentira que Celia me soportara por tanto tiempo. ¿Es que estaba loco? Tenía una bella esposa y dos hijos encantadores con los que nunca pasaba tiempo. Antes de que ellos se levantaran ya estaba en el trabajo. Solo me veían si estaban despiertos cuando llegaba tarde por la noche. Ni siquiera estaba en casa los fines de semana. Mi jornada laboral era de 16 horas. ¿Cómo he podido ser tan estúpido? Es que creía que el dinero nos haría felices. Lamentable. Y luego ya no nos quedó nada que comprar. ¿Qué habré puesto en mi testamento? Ni lo recuerdo. Se lo habré dejado todo a Celia. ¿Qué hará con tantos millones? Regalarlos, probablemente. Nunca le importó el dinero. Casi todas las semanas me decía que el dinero no hace la felicidad. Y yo no la creía. Estoy acercándome al suelo; ya veo las hendiduras que separan las losas de la acera. Cierro los ojos y espero. Será de un momento a otro… Transcurre un minuto, luego otro. No quiero abrir los ojos, así que espero. Otro minuto, y otro más. Por fin, abro los ojos. Estoy en la cama. En casa. No estoy desparramado sobre la acera. Celia está acostada junto a mí. Un ruido molesto y persistente atrae mi atención. Es el despertador, avisándome que son las 5:30. Hora de levantarme para ir a la oficina. ¿Qué acaba de ocurrir? ¿Lo habré soñado? No puede haber sido un sueño. Lo recuerdo todo con claridad meridiana. La notificación de la demanda de divorcio que me había entregado Celia, el whisky que había estado bebiendo, la caída. Apago el despertador. Si no fue un sueño, la única conclusión es que se me ha dado otra oportunidad. Parecía una película. Lo que sea que fuera, me alegro de que no fuera real. Desconecto el teléfono que está junto a la cama y apago el despertador. Celia no se lo podrá creer cuando vea que todavía estoy aquí más tarde cuando se levante. Hace tres años que no me tomo unas vacaciones. Mañana iremos a la playa y nos quedaremos una semana. Si a mi jefe no le gusta, que me despida. No me importa. Total, quizá renuncie de todos modos. Le diré que me he dado cuenta de que en la vida hay cosas que valen más que el dinero.
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