Bonita Hele
Bendice a las madres, Jesús, que anoche -de nuevo- se quedaron sentadas y calmaron a los bebés que lloraban debido a los cólicos. Bendice a las madres que leen el mismo cuento noche tras noche, el favorito de los niños, incluso cuando podrían recitarlo mientras duermen. Bendice a las madres que guardan como un tesoro la colección de los dibujos de sus niños, desde los primeros garabatos hasta el último y esmerado dibujo. Bendice a las madres que ayudan a sustentar a sus familias, incluso cuando significa que van al trabajo con la blusa manchada de un poco de flema del bebé, o con pañales en el bolso y chupadores en los llaveros. Bendije a las madres que animan al hijo que logró llegar a una meta, y bendice a las madres que animan al hijo que nunca ha alcanzado un objetivo. Bendice a las madres que atienden a sus hijos enfermos, que atesoran el tiempo adicional que pasan juntos en vez de quejarse porque tienen más trabajo. Bendice a las madres que a diario enseñan a sus hijos a tener amor, paz, perdón, tolerancia y humildad, y que lo hacen al darles un ejemplo. Bendice a las madres que enseñan a sus hijos a unir las manos para orar, incluso antes de que los niñitos aprendan a hablar. Bendice a las madres que reconocen sus errores y te piden, Jesús, que compenses por lo que les falta. Bendice a las madres que nunca se cansan de orar por sus hijos. Bendice a las madres que no son un modelo de perfección, sino una personificación del amor. Gracias, Señor, por las madres -las que son madres desde hace mucho tiempo, las que acaban de ser madres, o las que pronto lo serán, las ricas y las pobres, las madres de sus propios hijos o las madres de los niños que han perdido a su progenitora- porque sin ellas, no conoceríamos ese algo bellísimo: el amor de madre.
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