Una nochebuena, bien entrada la noche, me senté en mi sillón. Sentía cansancio y, a la vez, satisfacción. Los niños se habían ido a dormir y los regalos estaban ya envueltos. Mientras contemplaba los adornos del árbol, tenía la sensación de que faltaba algo. Al poco rato, me adormecí con las lucecitas intermitentes del árbol. No sé cuánto tiempo dormí, pero de repente me di cuenta de que no era la única persona en la sala. Es de imaginar la sorpresa que me llevé al abrir los ojos y ver a aquel personaje de pie junto a mi árbol de Navidad. Toda su vestimenta era de pieles. No parecía, sin embargo, el viejito alegre con pinta de duende de la leyenda navideña. El hombre que estaba junto a mí se veía triste y desilusionado. Tenía lágrimas en los ojos. -¿Qué te pasa? -le pregunté-. ¿Por qué lloras? -Por los niños -contestó con un dejo de tristeza. -Pero... los niños te quieren -repuse. -Ay, sé que los niños me quieren y que les gustan los regalos que les traigo -respondió-. Pero, por lo que se ve, los niños de hoy en día no conocen el verdadero espíritu de la Navidad. La culpa no es de ellos. Es que los adultos se han olvidado de enseñárselo. Y a muchos adultos jamás se les inculcó. -¿Qué se han olvidado de enseñar a los niños? -pregunté. Su rostro bondadoso de anciano se volvió más tierno y amable. Los ojos le empezaron a brillar con algo más que lágrimas, y dijo en voz baja: -El verdadero sentido de la Navidad. Que la Navidad es mucho más que la parte que percibimos con la vista, el oído o el tacto. Hay que enseñarles qué simbolizan las costumbres y tradiciones navideñas, lo que todo eso representa en realidad. Metió la mano en su saco, y extrajo un árbol de Navidad en miniatura, que colocó sobre la repisa de la chimenea. Y agregó: -Hay que enseñarles sobre el árbol. El verde es el segundo color de la Navidad. El majestuoso abeto, con su hoja perenne que no pierde el color, representa la esperanza de la vida eterna en Jesús. Al señalar hacia arriba, la punta nos recuerda que el hombre también debe dirigir sus pensamientos al Cielo. Volvió a meter la mano en el saco, y extrajo una estrella que colocó en la punta del arbolito. Añadió: -Dios había prometido un Salvador al mundo. La estrella era la señal del cumplimiento de esa promesa en el nacimiento de Jesús. Hay que enseñar a los niños que Dios siempre cumple lo que promete y que los que son sabios como los Reyes Magos, aún lo buscan. Luego sacó un adorno rojo para el arbolito, y añadió: -El rojo es el primer color de la Navidad. Es un color intenso, vivo. Es el símbolo del más grande regalo que nos ha hecho Dios. Hay que enseñar a los niños que Cristo murió y derramó Su sangre por ellos para que tengan vida eterna. El color rojo debe recordarles del regalo de la vida, que es el más espléndido. Luego, sacó de entre sus cosas una campana y la puso en el árbol, agregando: -Así como la campana guía a las ovejas a un lugar seguro, hoy sigue resonando para conducir a todos al redil. Hay que enseñar a los niños a seguir al verdadero Pastor, que dio la vida por las ovejas. Seguidamente, colocó una vela sobre la repisa de la chimenea y la encendió. El tenue brillo de la llama iluminó la estancia. -El brillo de la vela -explicó- simboliza que el hombre puede manifestar gratitud por el regalo que hizo Dios al enviar a Su hijo. Hay que enseñar a los niños a seguir los pasos de Cristo haciendo el bien. Eso simbolizan las luces que parpadean en el árbol como si fueran cientos de velas. Cada una representa a uno de los valiosos hijos de Dios. Volvió a meter la mano en el costal. Esta vez sacó un diminuto bastón de caramelo a rayas rojas y blancas. Lo colgó en el árbol, y dijo en voz baja: -El bastón es de caramelo duro. El caramelo tiene forma de jota, inicial de Jesús, que vino a la Tierra como nuestro Salvador. Asimismo, representa el cayado con el que el Buen Pastor rescata de los barrancos del mundo a las ovejas extraviadas que cayeron en ellos. Luego, sacó una bella guirnalda hecha con ramas verdes y fragantes que tenía un lazo de color rojo vivo. Explicó: -El lazo nos recuerda el vínculo de perfección, que es el amor. La guirnalda representa todo lo bueno de la Navidad para los ojos que lo ven y los corazones que lo entienden. Es rojo y verde, y las hojas de pino apuntan al Cielo. El lazo es señal de buena voluntad para todos, y su color nos recuerda de nuevo el sacrificio de Cristo. Su misma forma es simbólica. Representa la eternidad y la naturaleza eterna del amor de Cristo. Es un círculo sin principio ni fin. Estas son las cosas que se deben enseñar a los niños. -¿Y qué lugar ocupas tú entre todo esto? -le pregunté. En el rostro se le dibujó una sonrisa. -¡Dios te bendiga! -exclamó riéndose-. Verás... yo no soy más que un símbolo. Represento el espíritu de la diversión familiar y la alegría de dar y recibir. Si a los niños se les inculcara todo esto, no habría peligro de que me volviera más importante de lo debido. Creo que me dormí de nuevo. Al despertar, pensé: «Por fin empiezo a comprenderlo». ¿Fue todo un sueño? No lo sé; pero al despedirse, Papá Noel me dijo: -Si tú no les enseñas esas cosas a los niños, ¿quién se las enseñará? Anónimo
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