Las únicas personas que ven las pataletas infantiles como algo divertido son los abuelos –– porque por fin ha llegado la hora de la venganza al ver ahora a sus hijos batallando con sus propios pequeños monstruos. Lamentablemente, las pataletas son inevitables en la vida cotidiana de cualquiera que tenga niños. Usualmente empiezan alrededor de los 2 años de edad, cuando los niños experimentan diferentes maneras de comunicarse con otros para obtener lo que quieren. Las pataletas son menos frecuentes cuando alcanzan los 4 años, pero algunos niños continúan haciéndolo años después - incluso cuando son adultos. ¡Uff! Pero no te debes preocupar. Las pataletas hasta cierto punto no son evitables, pero siguiendo algunos simples pasos puedes evitar la mayoría de ellas y ayudar a tu niño a que aprenda un mejor mecanismo para sobrellevar la adversidad. Pasos
Gentileza de Wikihow. Foto de Mindaugas Danys via Flickr.
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P.: Creo que algo anda mal, pero mi hijo no me quiere decir lo que es. Me gustaría creer que no me oculta nada. ¿Qué puedo hacer para que se anime a sincerarse conmigo y me cuente lo que le ocurre? ¿Cómo lo convenzo de que, pase lo que pase, siempre lo querré, y de que puede hablarme con franqueza? Ir aprendiendo y madurando juntos en vez de distanciarse Es muy penoso sentirse cada vez más rechazado y terminar totalmente excluido de la vida interior de un hijo o de un amigo con el cual se ha disfrutado de una estrecha relación y buena comunicación. Muchos padres pasan por esa experiencia cuando sus hijos se hacen mayores y se van transformando. Se produce un distanciamiento gradual y una separación. Pero esa separación no tiene por qué ser dolorosa. Padres e hijos pueden ir aprendiendo y madurando juntos en vez de distanciarse. Para eso hace falta mucha comunicación y comprensión, y que unos y otros estén dispuestos a hacer concesiones. Los padres deben actualizar continuamente su manera de pensar, evaluar cada cierto tiempo su función y reconocer en sus hijos las personas en que se están convirtiendo. Los chicos están cambiando, desarrollándose y creciendo ante sus propios ojos. No es fácil seguir su ritmo de crecimiento y cambio. No se trata únicamente de cambios físicos y hormonales, sino también de muchas grandes transformaciones que tienen lugar en el plano emocional, mental, social y espiritual. Para mantenerse al tanto de la evolución de un joven, los padres deben reevaluar constantemente su papel, hacer un esfuerzo por comprenderlo, buscar nuevas formas de relacionarse con él e ir modificando sus expectativas. Si no quieren quedarse atrás, tienen que adaptarse y cambiar junto con él. Modifica tu rol a medida que se hacen mayores Tu relación con tus hijos adolescentes no puede seguir siendo la misma que tenías con ellos cuando eran niños; tiene que pasar a ser una relación de padre a amigo, o de amigo a amigo. Si deseas que tus hijos te escuchen y quieres poder comunicarte con ellos, debes abandonar un poco tu papel de padre. Ellos tienen que percibir que los entiendes como personas. Les parece que su individualidad e independencia sólo pueden florecer dejando atrás la relación padre-hijo que tenían contigo. Creen que deben salirse de ese molde para poder desarrollarse y tener un pensamiento autónomo. Los padres que desean mantener invariable su relación con sus hijos y quieren que estos sigan sujetos a ellos y a su forma de hacer las cosas encuentran cada vez más dificultades para comunicarse con sus niños. No tienen en cuenta que éstos están cambiando y haciéndose mayores. Actualiza tus tácticas y programas La clave para salvaguardar la comunicación es estar al tanto de lo que sucede en su vida. Mantente al corriente de lo que hacen. Asómate a su mundo para ver cómo les va y en qué andan. Realiza con ellos actividades que les gusten. Sé considerado. Evalúa tu relación con ellos regularmente, y procura estrecharla. Fíjate bien en lo que haces con ellos y en cuánto tiempo les dedicas. ¿Cómo los tratas? ¿Cómo les hablas? La relación de los padres con sus hijos es comparable a un programa computacional que hay que actualizar con frecuencia para satisfacer necesidades cambiantes y ajustarse a la demanda. Los jóvenes crean situaciones límite que ponen a prueba nuestra última versión del programa. Por eso, si deseas tener una excelente comunicación con tus hijos debes dedicar tiempo a enterarte de sus necesidades. No puedes seguir tal como estás, sin avanzar. Tienes que actualizarte. Eso da bastante trabajo y representa una inversión de tu parte. Sintoniza con ellos, ponte al corriente de cómo están y de lo que ocurre en su vida. Si no tienes ni idea, tómate tiempo para averiguarlo. Fomenta el entendimiento A veces la falta de comunicación de los jóvenes se debe a que algo anda mal o a que te quieren ocultar algún hecho. Es frecuente que los adolescentes no se comuniquen con sus padres porque ya no tienen mucho en común con ellos. Si les parece que no hay muchos puntos de coincidencia, se imaginan que no los vas a comprender. Hay muchas maneras de fomentar el entendimiento. Interésate, por ejemplo, en el grupo etario de tus hijos. Pidiéndoles que te ayuden a comprender a los chicos de su edad sentarás las bases para una comunicación más profunda y personal. Hazles preguntas sinceras y deja que te expliquen, por ejemplo, por qué las cosas son como son, o por qué la gente de su edad piensa, actúa o se viste de cierta forma. Si tus hijos ven que tus preguntas están motivadas por un auténtico deseo de entenderlos, se sentirán honrados de que los respetes como individuos y consideres que te pueden ayudar a comprender ciertas cosas. Muchas veces, al explicarte algo, ellos mismos llegarán a entenderlo mejor. En los momentos en que trates de entablar comunicación con ellos, evita hacer declaraciones tajantes. Si te parece que debes dar una opinión, hazlo sin apasionamiento, indicando claramente que el debate sigue abierto. En tales situaciones, evita emitir juicios e imponer reglas. Concéntrate en comprender a tus hijos y establecer comunicación. Valóralos como personas Cuando tus hijos ven que tratas de acercarte a ellos, que te esfuerzas por entenderlos y que hasta les pides ayuda, se sienten maduros y se dan cuenta de que son importantes para ti. Se sienten a gusto al ver que los valoras como personas, que respetas su visión de las cosas y sus opiniones y que consideras que se les puede pedir ayuda y consejo. Entienden, entonces, que no solo los ves como tus hijos, sino más que eso: como amigos. Es de suma importancia manifestar respeto a los jóvenes para sentar las bases de una buena comunicación. Si tus hijos ven que los respetas, se animarán a confiarte sus asuntos personales y las situaciones más peliagudas que se les presenten. Gánate su confianza respetando sus confidencias Para saber cómo reaccionarás con ellos, los jóvenes se guían por tus reacciones ante otras personas en situaciones parecidas o con un problema semejante. Así es como deducen si es seguro plantearte determinada cuestión. Así saben ellos lo que pueden hacer, o en todo caso lo que no te pueden decir que hacen. Cuando un joven se siente a gusto consigo mismo es menos probable que se sienta atraído por corrientes negativas. A los jóvenes les gusta tener la seguridad de que mantendrás en la mayor reserva lo que te cuentan, que no lo comentarás por ahí, y menos a personas que ellos no quieren que lo sepan o en quienes no confían tanto. Si te confiesan algo íntimo, esperan que guardes el secreto. Es muy importante respetar la confianza que depositan en ti y no cometer el desliz de revelar lo que te cuenten en secreto a personas que no necesitan saberlo ni tienen nada que ver con ello. Aunque a ti no te parezca muy grave, para ellos sí lo es. En qué casos no se debe intervenir A veces, cuando un joven habla con sus padres de una dificultad que tiene, éstos se apresuran a tomar las riendas de la situación y resolverla por él. Pero por lo general no es eso lo que el chico quiere. Si vas a resolver asuntos suyos, consúltales primero. Diles tu parecer y, antes de actuar, pregúntales cuál es el suyo y pide su consentimiento. Con frecuencia, los jóvenes tienen una opinión muy formada sobre cómo quieren que participes y los ayudes, y desean que tu intervención no pase de ciertos límites. En la mayoría de los casos sólo necesitan a alguien que los escuche, que les dé una recomendación sin meterlos en líos. Tu función consiste en apoyarlos, prestarles oído y ayudarlos a decidir lo que deben hacer. No necesariamente quieren que intervengas tanto como cuando eran niños. Es posible que tus hijos vacilen en confiarte cuestiones serias porque temen que te lanzarás a la carga con la caballería y será difícil detenerte; o que una vez que te enteres de la situación escapará de su control. No quieren que te metas de golpe y les hagas pasar vergüenza, ni que los excluyas de lo que consideran que es su vida y sus asuntos privados. Sé una influencia positiva, pero no intimidante No es que no puedas hablar con ellos libremente de las cosas que te preocupan, pero es importante que busques el momento oportuno y que las presentes como es debido. A veces tendrás que preguntarles directamente algo que te inquieta; pero no des la impresión de que sospechas de ellos ni hagas que se sientan acusados. Puedes preguntarles a quemarropa si se drogan, pero también puedes ser menos directo y decir: «Algún día te ofrecerán drogas. Las drogas destrozan a muchos jóvenes casi sin que se den cuenta. Espero que las rechaces; pero en todo caso, dímelo, que quiero ayudarte.» A nadie le gusta encontrarse solo cuando se mete en un lío, y menos a los adolescentes. No quieren perder todo lo que han ganado en cuanto a madurez recibiendo un montón de ayuda de sus padres. Debes intentar ayudarlos con delicadeza. Si los tratas con respeto, ellos a la vez confiarán en ti y te respetarán. Te verán como una influencia positiva, pero no intimidante; como un amigo estable, de confianza, dispuesto a dar una mano. Extraído de "Urgente, Tengo Un Adolescente" por Derek y Michelle Brookes. © Aurora Productions. Foto de photostock / freedigitalphotos.net
No me olvido de aquel sábado lluvioso y triste hace varios años. Los niños no habían podido salir en todo el día y estaban empezando a enervarse unos con otros. Los había distraído, separado y hasta aislado con el deseo de generar un poco de paz y tranquilidad. Para cuando llegó la hora de la cena, todos estaban de mal humor. Las quejas y reclamos no cesaron cuando llegaron a la mesa. Prendí la radio y puse un poco de música antigua en un intento de animar el ambiente, pero ni eso dio resultado. Para colmo de males uno de los niños tuvo la audacia de hacer un comentario despectivo sobre mis habilidades culinarias. Algo así como que si ellos tenían que ir a la escuela para aprender a leer y escribir, quizás yo debería ir a la escuela para aprender a cocinar. No me acuerdo quién lo dijo pero sí recuerdo que el ambiente se puso muy denso a la espera de mi reacción al comentario. Por unos segundos me sentí ofendida. Luego… me empecé a reír. «Tienes razón. Puede que no sepa cocinar, pero sé bailar muy bien», exclamé, y empecé a bailar al ritmo del rock que estaba tocando en el radio. (Todo el mundo sabe que no bailo muy bien.) De pronto cuatro varoncitos estaban bailando en la cocina y subiéndose a las sillas. Todos se echaron a reír y movimos el esqueleto hasta que terminó la canción. Les prometí que les daría helado si se comían todo el brócoli y mi esposo prometió lavar los platos si yo dejaba de bailar. Como por arte de magia ya no se escuchaban más quejas y terminamos de comer. Hasta el último bocado. La dicha es algo que se puede aprender. Es una decisión que podemos tomar en lo más íntimo de nuestro ser, una decisión de encontrar el lado bueno de las cosas. Lo positivo. Lo inusitado de una situación en lugar de concentrarnos en lo malo. […] Quiero que mis hijos recuerden sin sombra de duda que me divertí criándolos. […] Quiero que recuerden con alegría todas las veces que los hice reír y todas las tradiciones, juegos y recuerdos que compartimos juntos. Gwendolyn Mitchell Díaz * Mi buena intención de tomar un té con mis hijas mayores se desvaneció el primer día. Al parecer uno de los menores había escuchado que teníamos planes de tomarnos un té. Desde luego, pensaban que los invitaríamos a tomar el té. El té que habíamos planeado para tres, terminó siendo un té para toda la banda. No era lo que tenía planeado, pero la fiestecita a la hora del té, terminó siendo algo memorable para todos. Briana nos demostró con qué delicadeza podía pedir algo cuando nos dijo: «El té está estupendo. ¿Me podrían servir un poco más?» Hasta los muchachos le entraron a la onda. (No les gusta ser excluidos de nada.) Imaginen la escena: seis niños sentados en la mesa tomando el té con el meñique levantadito. Los recuerdos son diferentes a las tradiciones. Aunque ambos pueden entrecruzarse, las tradiciones se llevan a cabo, los recuerdos se llevan dentro. Algún día, cuando mis hijos vean a sus propios hijos tomando té, me pregunto si se darán un paseo al pasado recordando los meñiques y el té de frambuesas. ¿Esbozarán sus rostros sonrisas incontenibles como si tuvieran un secreto especial? En realidad, eso son los recuerdos… secretos especiales. ¿Recordarán la Navidad que mamá gastó cientos de dólares en regalos? ¿O recordarán solamente el día después de Navidad cuando mami hizo un ángel de nieve con ellos? ¿Se acordarán de la cocina llena de platos sucios? ¿O recordarán todas las comidas con pan integral casero cada vez que huelan pan recién horneado? ¿Se acordarán que comían carne molida cada martes? ¿O recordarán el día que cada comida era azul? Yo todavía recuerdo que mi mamá hizo puré de papas verde cuando yo tenía dos o tres años. Terri Camp * La relación entre un padre y su hija es muy especial, algo que Dios mismo diseño con un propósito, creo. No me extraña que de todos los nombres que Dios escogió, el que más usamos es «Padre». Creo que es porque piensa de su relación con nosotros como pienso yo de mi relación con mis hijos. Creo que la tarea de un padre, cuando la hace bien, es arrodillarse frente a sus hijos y susurrarles al oído: «¿Dónde quieres ir»? Cada día Dios nos invita a una aventura por el estilo. No es un viaje con un itinerario inflexible, simplemente nos invita. Nos pregunta qué nos ha incitado Él a amar, qué nos llama más la atención, qué alimenta esa indescriptible necesidad de nuestra alma de experimentar la riqueza del mundo que creó. Y luego, se nos acerca y nos susurra al oído: «Hagamos eso juntos». Bob Goff * Se logra tener éxito con los hijos haciendo todo lo que se pueda, entregándose de lleno, invirtiendo en ellos y dejando el resultado en Mis manos. La sabiduría que transmites nunca se pierde. No se desperdicia. No desaparece. Nunca deja de ser. Hay ciertas cosas en la vida que nunca se pierden, como el amor, Mi Palabra, la instrucción y formación espiritual, el tiempo dedicado a brindarse a los demás y sobre todo el que se dedica a la formación de los niños. Al volcarte en tus hijos, estás dándoles lo que nunca envejecerá, nunca se desvanecerá; dones vivos que siempre serán parte de su vida, aunque se mantengan latentes durante un tiempo. Los dones que les das de amor, tiempo, formación y verdad son parte fija de la vida de tus hijos y nunca la perderán. Jesús, hablando en profecía * En determinadas situaciones y circunstancias es inevitable que los padres se sientan agobiados. El bebé llora, la niña de ocho años no quiere hacer sus deberes, la música del chico de catorce hace temblar la casa, el de dos añitos se hizo pis en los pantalones y los invitados a cenar van a llegar en cualquier momento. Uno se siente exigido al máximo. Todos tenemos días así. Tu caso no es único. Y no es preciso que hagas frente a la situación a solas: Jesús está contigo. Él te entiende y quiere darte ánimo y soluciones. Si tienes oportunidad, habla con alguien, tal vez con tu cónyuge o con una amiga; puede contribuir a serenarte y hacerte ver las cosas desde otra perspectiva. También es un buen momento para que invoquen juntos la ayuda del Señor. Hasta puedes pedir a tus hijos que recen contigo, incluso los más pequeños. Su fe y sus simples oraciones te infundirán mucho aliento. Hagas lo que hagas, no tires la toalla. No des lugar a la frustración y al abatimiento. Eleva una plegaria y pídele a Jesús que te conceda fuerzas y gracia en ese preciso momento, y Él lo hará. Ruégale que te ayude a ver a tus hijos como Él los ve, que te permita ver lo que llegarán a ser. Él te ayudará a enfocar la situación con optimismo y esperanza. Por muy negras que se vean las circunstancias, si miras hacia arriba (a Jesús) el panorama siempre es luminoso. Dado que los niños son un reflejo de los padres, cuando a uno o a varios de nuestros hijos no les va bien en cierto aspecto es muy fácil descorazonarse y sentir que uno ha fracasado. Pero no hay que olvidar que son también hijos de Dios y que son una obra en curso, igual que nosotros. «Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por Su buena voluntad». Lo único que Él espera de nosotros es que pongamos todo de nuestra parte, que les prodiguemos nuestro amor y que dejemos lo demás en Sus manos. Claro que eso no es excusa para alzar los brazos en señal de impotencia y abandonar en cuanto las cosas se ponen difíciles, pasándole la pelota a Dios. Es probable que Él quiera que formemos parte de la solución. Tenemos que preguntarle qué quiere que hagamos y hacerlo; y a continuación encomendarle a Él lo demás, dejar que haga lo que está fuera de nuestro alcance. Derek y Michelle Brookes Compilación gentileza de Anchor.
¿Recuerda este dicho: «El silencio es oro»? Es un concepto que nos cuesta entender a los padres. Creemos que cuando un hijo dice algo, que implícitamente quiere que respondamos. Y, claro, lo hacemos, al pensar que es importante la comunicación con nuestro hijo. Sin embargo, le entrego este nuevo concepto: No tiene que contestar algo a todos los comentarios de su hijo. A veces, la forma más eficaz de comunicación es guardar silencio. Hay casos en que está bien que el niño diga la primera, la última y la única palabra. En particular se aplica a las veces en que los niños llegan y anuncian algo que parece una queja, tal vez hasta sean comentarios que lo sorprendan y parezcan culparlo a usted de manera injusta. Por lo general, los padres responden a esos comentarios con una sugerencia, una aclaración o, simplemente, expresan su desacuerdo. Sin embargo, esas respuestas aparentemente inocentes tienen posibilidades de iniciar una lucha por el poder ya que sin darse cuenta desafían a los chicos a hacer más hincapié en una cuestión. En vez de responder, limítese a escuchar. Demuestre que pone atención, pero no se sienta obligado a hacer un comentario cuando no sea necesario. Recuerde que a menudo el silencio es una valiosa técnica de comunicación. […] El silencio es [una] manera de reconocer lo que le preocupa o molesta a su hijo sin hablar del tema. Usted no es hostil ni manifiesta rechazo; al mismo tiempo no se coloca en el papel de chivo expiatorio de la ira de su hijo. Aunque no lo crea, en la mayoría de los casos los chicos dicen algo solo para desahogarse y en realidad no esperan que usted haga nada. Tenga presente esas palabras fáciles de olvidar e infravaloradas: «Ah, mmmhhh, ¿ah sí?, ¡no me digas!» Esas palabras son un salvavidas que le evitarán una pelea. Esas palabras que se pasan por alto son tan versátiles como cortas. Puede emplearlas de muchas maneras. El secreto está en el tono de voz y la puntuación que le ponga. Es posible que quiera ponerle un punto final que signifique: «Fin de la discusión»; un signo de exclamación que signifique «tu comentario causó un impacto en mí»; o un signo de interrogación que signifique «quiero más información». Cuando emplee las técnicas «el silencio es oro» y «que sea breve y sencillo» puede: — detener una batalla antes de que se inicie. — comunicar a su hijo que lo ha escuchado. — evitar ponerse a la defensiva. — evitar involucrarse en un asunto que no tiene intención de resolver. - Evonne Weinhaus y Karen Friedman * La importancia de llegar a ser buenos para escuchar lo dice directamente Santiago, un hombre que conocía bien a Jesús: «Todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar» (Santiago 1:19). Los dos escuetos mandamientos al principio de ese versículo encajan muy bien. Cuando nos damos el tiempo de escuchar con atención —y evitamos caer en el error de responder con declaraciones autoritarias— será mucho menos probable que nuestros hijos nos den respuestas defensivas y expresadas de manera muy desagradable. A su vez, eso reduce la tensión y es muy posible que nos evite intercambios llenos de ira. Dr. Bob Pedrick * Escucha lo que tengo que decirte acerca de tus hijos. Es un don que te he otorgado para facilitar tu labor de padre o madre. Es un cheque de regalo que no caduca jamás, no tiene una suma tope y es canjeable en cualquier hora y lugar. Te puedo indicar las razones por las que tus niños exhiben determinada conducta, los móviles que tienen, el origen de su comportamiento y la solución a todo ello. Te puedo comunicar las palabras que puedes dirigirles y que los ayudarán e incentivarán. Te puedo señalar las virtudes por las que los puedes elogiar y las debilidades que debes ayudarlos a superar. Te puedo consolar y dar aliento cuando te sobrevenga el cansancio y el desaliento. Puedo infundirte paciencia y fe cuando éstas te hagan falta. - Jesús, hablando en profecía * Los niños se portan de forma más responsable y madura si se les habla con el mismo respeto que se le tiene a una persona mayor. Si un niño percibe que contamos con que se va a comportar de manera responsable, lo más probable será que intente estar a la altura de lo que se espera de él. Debemos hacer todo lo posible por ponernos en el lugar de los niños y dirigirnos a ellos de la manera en que nos gustaría que la gente se dirigiera a nosotros si estuviéramos en su lugar. - María Fontaine * ¿Cómo se sentiría usted si una persona que fuera su superior se alterara y le gritara? A lo mejor querría encogerse y esfumarse de allí. Pongamos que hubiera espectadores en el lugar: sería bochornoso y mortificante. Y aunque usted se apresure a hacer lo que ese superior le haya pedido, lo despreciaría por la vergüenza que le hizo pasar. Los niños no difieren mucho de los adultos en este aspecto. No les gusta que los desprecien y los denigren, y menos delante de un público. Mejor sería poder contenerse antes que se irrite tanto que esté a punto de soltar un grito. Le proponemos algunas ideas: Cuando su hijo no esté prestando atención la primera o segunda vez que usted le habla, pruebe a bajar la voz en lugar de alzarla. Acérquesele, mírelo a los ojos y repítale suavemente lo que quiere decirle. Usted tal vez quiera llevar esto un poco más lejos y aplicar el método del silencio. Acérquese y póngase al lado de su hijo sin decir ni mu hasta que él se vuelva y lo mire. Cuando el chico ya esté prestando plena atención, haga su pedido. A veces basta con dejar reposar la mano suavemente en la espalda del niño y esperar hasta que esté prestando atención. Una vez que tenga la atención de su hijo, presente su petición con claridad y firmeza. De ahí, cerciórese de que su hijo haga lo que usted le ha pedido. Verá que actuando así su hijo estará más dispuesto y tendrá un mayor deseo de obedecer, sin que haya efectos colaterales dañinos. ¡Y al mismo tiempo se sentirá usted mucho mejor después de haberse calmado y atenuado el mal humor! - Dr. Kay Kuzma * ¿Alguna vez te sientas con tu hijo o hija y hablas unos minutos de lo que le preocupa? Dedicar unos minutos a diario para hacer esto reportará excelentes beneficios a fin de que llegues a tener una relación de confianza afectuosa con tu hijo. ¿De qué hablarías? ¿Qué le interesa más a tu hijo? Los que son buenos conversadores dirán que se puede hablar durante horas con alguien de cualquier edad, de cualquier nivel intelectual, adulto o niño, y mantener a esa persona cautivada. Todo lo que hay que hacer es manifestar interés sincero en esa persona y hacerle preguntas que te ayuden a explorar ese interés. ¿Qué hace esa persona? ¿Cómo lo hace? ¿Cómo es ella? ¿Por qué? Si quieres que la gente manifieste un interés motivado por el amor respecto a lo que a ti te interesa, piensa cuánto más tu hijo quiere que como padre o madre que eres, la persona más importante para él, manifiestes interés amoroso por lo que a él le interesa. ¿Qué decir exactamente en esos valiosos ratos de charlas con tu hijo? Eso depende de lo que tu hijo haya hecho. ¿Acaba de llegar del colegio? ¿Es hora de leer un cuento antes de ir a la cama? ¿Acaba de romper un plato favorito? ¿Tu hija tiene una pataleta? ¿Tu hijo te contesta con insolencia? ¿Tu hija acaba de entrar a la casa llorando porque sus amigas no la trataron bien? Para empezar, ten en cuenta las circunstancias. Ese siempre es un buen punto para comenzar, porque en ese momento es lo que más le interesa a tu hijo. Luego, parte de ahí. - V. Gilbert Beers Gentileza del sitio web http://anchor.tfionline.com/es/post/el-arte-oculto-de-la-comunicacion-con-los-hijos/. Foto tomado por dadblunders/Flickr.com Suzanne Schlosberg, revista Parents
1 ¡Quítame el suéter! Solo porque haga fresco no significa que tienes que abrigar a tu hijito como si fuera en trineo por Siberia. Los padres tienden a abrigar en exceso a sus hijos, que se ponen inquietos cuando se sienten sudorosos o acalorados, igual que nos sucede a los adultos. Solución: Viste al bebé con tantas capas de ropa como tú. Si no estás segura de si tiene frío o calor, coloca tu mano caliente en su barriguita o en su espalda para medir su temperatura. A veces los pies, manos y mejillas del bebé se notan un poco frescos aunque esté cómodo. También puedes revisar su nuca para ver si está bien. Si la notas un poco sudorosa es porque está demasiado abrigado. Lo normal es que la piel esté cálida y seca. Un simple estornudo no significa que tenga frío. 2 ¿Podemos llevarnos bien? Los bebés no comprenden frases como: «No puedo creer que se te olvidó pagar la tarjeta de crédito», o: «¿Por qué siempre tengo que recordarte que saques la basura?» Pero perciben cuando discuten mamá y papá, y eso no les gusta nada. Cuando existe tensión en el ambiente, afecta al chiquitín y lo pone intranquilo. Solución: Siempre habrá alguna que otra discusión con tu esposo (sobre todo cuando tienes un chiquitín a quien cuidar y eso te exige tanto tiempo y esfuerzo). Pero trata de expresar tus emociones de forma tranquila y sosegada para que el ambiente permanezca sereno y acogedor. 3 «Estoy completamente estresado». A un bebé le hace llorar un ambiente demasiado ruidoso, con mucha actividad o donde haya luces demasiado brillantes; como un centro comercial, una cafetería muy concurrida o una celebración casera. Y hasta cierto punto, demasiada estimulación de cualquier tipo, incluso ponerlo en el columpio saltarín 20 minutos o rodearlo de demasiados juguetes, puede resultarle abrumador. Solución: Cada niño posee una resistencia diferente, por eso fíjate en cuánta conmoción aguanta tu hijito. Haz visitas breves a los centros comerciales, come en los restaurantes durante las horas de menor concurrencia (cuando el ambiente sea más tranquilo) y dale juguetes nuevos (hasta los que no producen sonidos) en pequeñas dosis. También, después de salir con el bebé a la calle, programa un rato tranquilo para que el niño se tranquilice. 4 ¡Me duele la barriga! Existen mil y una razones para que al bebé le moleste la barriguita. Quizá una acumulación de gases. Tal vez ande estreñido. Los bebés que toman biberón pueden sufrir de alergia o malestar provocado por la leche y eso les causa calambres. O tal vez el niño sufra de reflujo, y los alimentos del estómago se regurgitan al esófago. Solución: Ayúdale a eructar con frecuencia, y después de alimentarlo, sostenlo en posición erguida. Masajea con suavidad su barriguita o mueve sus piernas en forma de pedaleo para reducir la acumulación de gases. Si el bebé toma pecho aliméntalo de un solo seno en lugar de ambos. La leche que sale primero es más rica en lactosa que la última. Si toma biberón, utiliza una tetina donde la leche fluya lentamente para evitar que trague demasiado aire. Si de vez en cuando regurgita no te asustes, pero si se vuelve algo crónico o parece que se siente mal consulta con tu pediatra sobre el síndrome de reflujo gastroesofágico. 5 ¡Ay, me aprieta! Tal vez el niño tenga un cabello o una hebra alrededor de un dedo de la mano o del pie que le afecte la circulación sanguínea provocándole dolor o inflamación. Ocurre con más frecuencia de lo que te imaginas. También puede ser que sienta irritación por culpa de una etiqueta de la ropa o una cremallera, o que el cinturón del cochecito o del asiento del auto esté demasiado apretado. Solución: Desviste al bebé y revisa los deditos de sus manos y pies. Si tiene un cabello enredado trata de desenredarlo o córtalo con unas tijeritas. Si es un varoncito, tal vez se le haya enrollado un cabello alrededor del pene. Revisa también las cremalleras de su ropa y ajusta cualquier cinturón o correa que esté demasiado apretada. 6 «¡Me siento solito!» El bebé, entre los 6 y 9 meses, adquiere conciencia de que es un ser individual, y eso es bueno. Pero tal vez se ponga a llorar en cuanto te vea salir de la habitación porque te echa de menos. Y eso es bueno, y también malo. Solución: Si te parece que separarte momentáneamente de él desencadenará una crisis, detén por unos instantes lo que estés haciendo y dale un poco de cariño. A veces, el solo verte de nuevo o que lo abraces le servirá para dejar de llorar. También un suave masaje o unas palmaditas en la espalda le brindarán la seguridad de que cuando te vas, siempre regresas. 7 «¡Me estoy muriendo de hambre!» Tu chiquitín comió hace una hora, así que no le toca comer de nuevo, ¿o sí? Si está dando un estirón, tal vez sus lágrimas signifiquen: «Camarera, sírvame otro plato.» Esos estirones ocurren por lo general a las 2, 3 ó 6 semanas de vida, así como a los 3 y 6 meses de edad, y duran un par de días. Pero como los bebés no consultan el calendario puede suceder en cualquier momento. Solución: ¿De veras tiene hambre? La mejor manera de comprobarlo es ponerlo en el cochecito o en el portabebés y salir a dar un paseo. Si se queda calladito o se duerme enseguida, entonces no era hambre. Pero si comienza a gritar en la calle, dale un biberón o el pecho. No te preocupes, es imposible sobrealimentar a un bebé que toma pecho. 8 «Esta pared se está volviendo aburrida.» Para un bebé pasar una hora completa en la misma sillita, en el mismo rincón de la misma habitación es similar a lo que tú sentirías al estar confinado todo el día en el mismo cubículo de la oficina. Sumamente tedioso. Aunque algunos chiquitos poseen una mayor tolerancia que otros a quedarse mucho tiempo en un mismo lugar, todos se aburren y les encanta un cambio de aires. Solución: Fomenta su interés innato por la exploración llevándolo a otra habitación de la casa, al parque o dando un paseo juntos. ¿No tienes tiempo para ir de paseo? Entonces, simplemente conversa con él, es un gran antídoto contra el aburrimiento. Los bebés son criaturas sumamente sociables. Les encanta estar contigo, escucharte y aprender de ti. Es natural para los padres desear todo lo mejor para sus hijos: que mejore su relación con Jesús; que estén protegidos de influencias negativas y situaciones peligrosas; que sean personas de provecho y bien formadas. Hay una multitud de ejemplos de lo que quieras que tengan o que experimenten. Y aunque físicamente no puedas darles más allá de ciertos límites, con la oración puedes obtener todo lo que quiere darles Jesús. Para criar bien a los hijos hace falta fuerza, sabiduría, paciencia, fe, comprensión, valentía, espíritu de lucha y el amor de Dios. Pero si quieren darles lo mejor a sus hijos y hacer lo mejor por ellos, ¡entréguenles sus oraciones! Oren en vez de esperar a que surjan problemas, y los eliminarán antes de que ocurran. Si oran, estarás haciendo todo que puedas para preparar a sus hijos para lo mejor de la vida. Como tantos padres saben por experiencia, hay veces en que no les parece que puedan hacer gran cosa para ayudar a sus hijos. Les parecerá que han hecho todo lo posible y no verán que nada dé resultado. La verdad es que siempre pueden hacer algo más. Siempre pueden orar por ellos, y eso sí que dará resultados. Criando niños nunca se quedarán desocupados. Serán sus hijos por el resto de su vida, y aun cuando sean mayores y tengan hijos propios, ustedes todavía pueden orar por ellos. Peticiones de oración por tus hijos Esta lista de ejemplo puedes emplearla cuando ores por tus hijos o adaptarla para que se acomode de manera más exacta a su situación y sus necesidades. Relación con Jesús y crecimiento espiritual * Que lleguen a conocer a Jesús y Su amor y se acerquen a Él de un modo personal. * Que se les desarrolle el amor y aprecio por la Palabra de Dios. * Que maduren y se manifiesten en su vida los frutos del Espíritu: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza. Desarrollo general, inteligencia emocional y relaciones humanas * Que tengan un efecto positivo en sus amigos, personas de su edad y mayores con quienes tengan trato. * Que aprendan a obedecer por amor. * Que traben amistad con quienes ejerzan una influencia positiva en ellos, y a su vez esas personas ejerzan una buena influencia en mis hijos. * Que hagan progreso en todos los aspectos de su desarrollo: espiritual, intelectual, físico, social y emocional. Crianza de los hijos * Que con regularidad busque la ayuda de Jesús, Su comprensión y sabiduría, a fin de que sea el padre o madre que Él quiere que sea. * Que pueda darles la seguridad de que cuentan con mi amor incondicional cualesquiera que sean los problemas o dificultades que surjan; y que pueda ser para mis hijos el reflejo del amor eterno de Dios. * Que transmita con diligencia a mis hijos lo importante que es Jesús para mí y cómo obra en mi vida. * Que enseñe a mis hijos a discernir entre lo que está bien y lo que está mal. Futuro y protección * Que las experiencias de la vida y la madurez de carácter capaciten y motiven a mis hijos para cumplir el destino que les tiene reservado Jesús. * Que el Señor los proteja de daños físicos, accidentes y enfermedades. Text © La Familia Internacional. Image courtesy of David Castillo Dominici at FreeDigitalPhotos.net Jessica Roberts Me dedico a los niños desde hace años. Jamás deja de asombrarme su interés por la vida, la alegría que les da descubrir algo nuevo, y su perseverancia. En efecto, la perseverancia. La idea puede parecer novedosa si se toma en cuenta que es evidente que los niños pequeños tienen poca capacidad de concentración. Toda madre que haya intentado que su pequeñín se quede sentado el tiempo suficiente para terminar una comida puede hablar de ello. Hay momentos en la vida de todo niño, sin embargo, en que el impulso innato lo lleva a aprender algo, como por ejemplo a recoger un objeto pequeño con sus deditos regordetes, a gatear o a caminar. Esas nuevas habilidades exigen una enorme concentración y esfuerzo de su parte. Toman mucho tiempo en proporción con lo poco que lleva de vida. Además, impone exigencias a los músculos del pequeñito, que recién empieza a desarrollar la coordinación; sus músculos son apenas lo bastante fuertes para soportar el peso de su cuerpo. Hace poco me mudé a otro país y la adaptación me resultó difícil. Amigos y compañeros de mi anterior situación eran como parte de mi familia. Me dolió dejarlos y extrañaba a «mis» niños. Probé sin mucho éxito a ver qué tal se me daban otros aspectos de nuestra labor voluntaria. En determinado momento, por ejemplo, canalicé mis energías en una iniciativa de auspiciar la adquisición de juguetes y libros para niños necesitados, pero al ver que la cosa no despegaba, me desanimé y tuve deseos de desistir. Un día cuidaba de Rafael, el bebé de una compañera. Rafael había intentado gatear desde que yo lo conocía. Empezó impulsándose con brazos temblorosos, y con el tiempo logró levantarse y andar a gatas, pero no se movía del sitio. Esto duró varias semanas. Se impulsaba y se balanceaba de atrás adelante apoyándose en las manos y las rodillas pero no avanzaba. Si había un juguete que no alcanzaba, por mucho que se balanceara o se moviera sobre la barriga no se acercaba. A veces se las arreglaba para retroceder, pero eso solo lo alejaba de su objetivo. Hoy, después de esforzarse al máximo, me miró con cara de frustración como diciéndome: «¡Tómame en brazos!» Lo comprendía. Esa mirada reflejaba también mi sentir. Pero yo sabía que tanto esfuerzo le fortalecía los músculos y le enseñaba sobre su cuerpo. Lo tomé en brazos y lo animé un poco, y luego lo puse en el suelo para que volviera a intentar. Tendría que aprender a gatear; yo no podía hacerlo por él. A la larga se fortalecerá y le descubrirá el truco. De repente me di cuenta de lo mucho que me parecía a Rafael. Me había esforzado mucho, intenté aprender a desempeñarme en otras cosas y a hablar otro idioma y adaptarme a una cultura extraña. Mi reacción natural había sido mirar a Jesús y decirle: «¡Tómame en brazos! ¡Sácame de esta situación!» Pero Él sabe que este tiempo de aprendizaje, por difícil que se me haga, me beneficiará. Aunque Su amor siempre me anima, tengo que poner empeño y perseverar. Aquello me ayudó a ver mi situación desde otra perspectiva. Si Rafael puede seguir intentando, ¡yo también puedo! Y cuando me canse de intentar o me sienta contrariada por haberme esforzado aparentemente en vano, acudiré a Jesús en busca de cariño, ánimo y fortaleza para proseguir el aprendizaje que se me presente en la vida. Ahora Rafael gatea feliz. Empieza a ponerse de pie. Por mi parte, también doy pequeños pasos para aprender cosas nuevas y ampliar mis horizontes. Estoy segura de que en poco tiempo los dos estaremos en marcha, si seguimos intentándolo. Gentileza de la revista Conéctate. Usado con permiso. Megan Dale Eran las seis y media de la mañana. Me había levantado para ir al baño, solo para encontrarme con el panorama lluvioso de un día en que nuestro clan familiar había planeado una salida. La lluvia era lo de menos. El cielo sabía que la lluvia era necesaria en nuestro pequeño lugar en el sur de California. Al volver a la cama hice una pausa y miré el jardín. Un pajarillo regordete de color marrón observaba el suelo húmedo con la esperanza de darse un suculento festín con un gusano desventurado a punto de ahogarse. En aquel momento me sentía como ese pobre gusano. Durante los últimos meses había visto negros nubarrones que lentamente se acumulaban sobre mi pequeña familia. Nuestro hijo pequeño tenía demoras de desarrollo que afectaban su felicidad a diario, y a veces cada hora, manifestándose con rabietas que evidenciaban dolor y frustración. Solía despertar gritando en mitad de la noche. Normalmente era un chiquillo tierno, sensible, cariñoso y encantador. No obstante, teníamos que saber más de los obstáculos que afrontaba para poder proporcionarle mejor lo que necesitaba en su etapa de crecimiento, mientras era todavía pequeño y dócil, antes de que llegaran a su vida los efectos secundarios -y a veces trágicos- de la poca autoestima y depresión a raíz de esos desafíos. Para colmo de males, hacía cuatro días que a mi esposo y a mí nos habían comunicado que en poco tiempo él se quedaría sin trabajo; en consecuencia, tendría que buscarse otro empleo y deberíamos buscarnos otra casa. Hasta entonces siempre había acogido con ilusión las sorpresas que me depararía el futuro. Recorría el mundo buscando mi destino por dondequiera que me llevara la vida. Pero ahora me acobardaba al afrontar una novedad importante que surgió en un momento decisivo de la vida de mi hijo. Durante cuatro días que me parecieron como cuatro años me aferré hora tras hora a una pequeña esperanza, por lo general en forma de un pasaje de las Escrituras o una frase que me sirviera de tabla de salvación. Tantos grandes personajes a lo largo de la historia atravesaron épocas difíciles y a raíz de ello escribieron anécdotas, poemas e himnos; cómo me aferraba entonces a esas citas y pasajes. A veces repetía un versículo como si fuera un mantra para no perder el aplomo mientras me ocupaba de mis hijos y los quehaceres domésticos. Y me daba buenos resultados. Desde la puerta, observaba al pajarillo. Entonces oí la voz de consuelo que he llegado a reconocer como la de mi Salvador: «No eres el gusano, Mi amor; eres el pajarillo. Las lluvias y tormentas que he permitido que lleguen a tu mundo te han dado un festín; si no, habrías tenido que escarbar para conseguirlo.» De repente, mi perspectiva cambió. Tesoros que normalmente habríamos tenido que desenterrar afloraban a la superficie. Esos tesoros eran los regalos extraordinarios de una relación estrecha entre nosotros, un aprecio y amor más grande hacia nuestros amigos y familiares. Y, por medio de la oración, un deseo ferviente de encomendar a Jesús mis necesidades y temores de cada día. ¿Ha dejado de llover? Todavía no. Aún debemos enfrentar desafíos en muchos sentidos. Pero seguiremos alegres, felices como pajarillos aun en medio de la lluvia, porque aunque suene raro, ¡tenemos un festín de gusanos! P.D.: Justo un día después de aquella revelación en un día lluvioso, el hijo del vecino -un niño de ocho años-, se me acercó y me mostró un montón de gusanitos que se revolvían, y me dijo: «Si quiere gusanos, los hay a montones en esa pila de hojas». No importa; me quedo con la metáfora. ***** Lo nuevo me desestabiliza Las dificultades que tienen nuestros hijos en su etapa de desarrollo influyen en nosotros casi tanto como en ellos. Como es imposible eludir los cambios, conviene que aprendamos a sacarles el máximo provecho. He aquí algunas propuestas: Haz una distinción. Separa aquello sobre lo que tienes una medida de control de lo que no puedes controlar, y encomiéndaselo todo a Dios, que en última instancia es señor de todo. Razona. Discrimina entre los aspectos prácticos y los emocionales, y aborda cada uno como corresponda. Juntos pueden parecer abrumadores, pero por separado suelen ser más abordables. No te cierres. Puede que lo que haces y tu forma de actuar te hayan dado resultados bastante buenos hasta ahora; pero también es posible que haya alternativas mejores. Recaba la ayuda de Dios. Las circunstancias lo pueden rebasar a uno, pero no a Él. «Para los hombres esto es imposible; mas para Dios todo es posible». Aprovecha el factor Dios. Sé optimista. Concéntrate en las oportunidades en vez de fijarte en los obstáculos. Busca y brinda apoyo. Comunícate e investiga soluciones que terminen por beneficiar a todos. Ten paciencia. El progreso suele constar de tres fases: un paso para atrás y dos para adelante. Piensa a largo plazo. «[Dios] que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo». Gentileza de la revista Conectate. Usado con permiso. Mi hija tiene casi tres años y entró en una etapa nueva: la de «Mamá, tengo miedo». Por ejemplo, les ha tomado miedo a los perros. Desconfía hasta de la vieja mascota de la familia, un animal de lo más dócil, y nos pregunta: «¿Tiene dientes afilados?», o: «¿Los perros se comen a las niñitas?» El solo ladrido de un perro a lo lejos basta para que la chiquilla salga despavorida y entre corriendo a la casa. Todos nuestros comentarios tranquilizadores no parecen servir de nada. ¿Cómo puedo ayudarla a superar sus miedos?
Personas de cualquier edad pueden verse gravemente afectadas por el miedo; pero los niños suelen ser los que más sufren a raíz de ello, pues su marco de referencia es bastante limitado y aún no han desarrollado la capacidad de razonamiento necesaria para determinar qué temores son reales y cuáles son infundados. Se requiere una importante cuota de oración, paciencia, comprensión y buen tino de parte de los padres para ayudar al niño a lidiar con el temor. Asimismo conviene tener en cuenta que ciertos temores son normales, racionales y hasta saludables. Algunos son innatos, tales como el miedo a los estruendos o a las alturas. Otras fobias racionales se adquieren por medio de ciertas experiencias. Por ejemplo, si a un niño le pica una abeja, es probable que adquiera temor a las mismas. Otros temores racionales se inculcan por medio de las advertencias de los padres, entre ellos el temor a las estufas calientes, los cuchillos afilados y los autos en movimiento. Por otra parte, los temores irracionales, tales como el miedo a monstruos imaginarios, no tienen ningún fundamento en el mundo material. Muchos miedos que se padecen en la infancia son en parte racionales y en parte irracionales, y por lo general se relacionan con una etapa particular del desarrollo mental y emocional del niño a medida que se ve expuesto a experiencias nuevas y aprende a razonar y ejercitar su imaginación. Es muy importante no minimizar los temores de un niño. Eso no alivia el miedo; antes agrava la dificultad que ya enfrenta el pequeño, pues le hace sentirse avergonzado y disminuye su autoestima. Crearle un sentimiento de culpa por sentir miedo o darle la impresión de que está mal —como si fuera algo intencional— no hace más que complicar el problema. El primer paso para ayudar a un niño a superar su aprensión es encomendar el asunto a Jesús por medio de la oración. Pídele que llene a tu hija de la luz de la fe de modo que pueda vencer la oscuridad del miedo. Reza también una plegaria bien optimista con ella en la que hagas hincapié en los cuidados y el amor que Dios le prodiga. Conviene preguntarle a Jesús qué hacer para ayudarla a superar su temor, ya que cada caso y cada niño es diferente. Él puede indicarte el origen del trastorno, la mejor solución y la manera de presentársela a la niña. Por ejemplo, puede que te diga que le cuentes algo similar que te ocurrió a ti cuando eras pequeña, en la que al final todo resultó bien. O tal vez te indique que le leas un cuento en el que alguien superó un miedo parecido. Es posible que también te recuerde que no esperes resultados inmediatos. Ayudar a un niño a superar miedos irracionales lleva tiempo. En ese sentido, el amor y la oración nunca fallan. Gentileza de la revista Conectate. Usado con permiso. Misty Kay
Mis hijos de nueve y diez años vinieron una vez más a presentarme sus quejas. —¡Mamá, Chalsey se queda con todos los Lego! —¡Davin siempre se guarda las mejores piezas! Kristy, la de cinco años, lloraba: —¡No vale! Yo quiero armar un avión, pero ellos no quieren. Toda la tarde había sido lo mismo, una cosa tras otra. Por muchos juguetes que tuvieran, no podían pasarla bien. Faltaba algo. Hice una breve oración y le pedí al Señor una ilustración, algo que nos ayudara a atacar el problema. —¿A quién le gustan los panqueques a secas, sin nada encima? —pregunté. Los niños se quedaron sorprendidos ante el repentino cambio de tema. —¿A quién le gustan los panqueques sin ninguna crema ni mermelada, panqueques que se te atoran en la garganta? —¡A mí no! —exclamaron al unísono. —De acuerdo. O sea que ayer, cuando me pidieron panqueques, no querían sólo panqueques. Querían panqueques con crema. Había sido el día del padre. Lo celebramos desayunando unos panqueques calientes bañados en crema de chocolate blanco. Se deshacían en la boca. —Al igual que sucede con los panqueques, cuando ustedes me dicen que quieren jugar con sus juguetes, no sólo quieren juguetes. Lo más sabroso de los panqueques era la crema de chocolate. El llevarse bien entre ustedes es como la crema. Cuando se llevan mal, el juego no tiene gracia. Aunque tengan todas las piezas Lego que quieren, no lo pasan bien. No se divierten. Lo interesante es jugar juntos. Así es como disfrutan de verdad. Los panqueques se sirven con crema. Los niños entendieron perfectamente la comparación y, como por arte de magia, decidieron jugar juntos. Aunque el mal tiempo nos obligó a quedarnos en casa varios días, nadie se molestó. Los chicos jugaron con todos los juegos y juguetes que había en la casa. Cuando se caldeaban los ánimos, les decía: —Los panqueques necesitan más crema. Al meditar en eso más tarde, me di cuenta de que aquella enseñanza no era solamente para mis hijos. A veces me esfuerzo mucho por alcanzar las metas que me he propuesto y veo todo lo demás como una distracción. «Tengo que hacer esto, tengo que hacer aquello». Quiero hacer rendir al máximo mis horas de trabajo y no tener interrupciones. Pero después me pregunto por qué me resulta todo tan árido y por qué lo disfruto tan poco. A todos nos ocurre con frecuencia que nos comemos los panqueques solos. Concedemos tanta importancia a lo que tenemos que hacer que nos olvidamos de que sin miel o sin crema los panqueques resultan desabridos. No podemos dejar que nuestro trabajo, o incluso nuestras aficiones, nos lleven a rescindir de las amistades que hacen más plena nuestra vida. Si te das cuenta, pues, de que estás hasta el tope de preocupaciones, estrés y trabajo y más trabajo, si sientes que perdiste la chispa, si lo encuentras todo un poco insulso, quizá te hace falta cubrir esa jornada con un buen cucharón de crema. Gentileza de la revista Conectate. Usado con permiso. |
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